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Yo tengo tantas hermanas

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Sueli, Beatriz, Mara, Ángela, Lélia, Patricia, Epsy, Vicenta, Suelen, Claudia, Giane, María, Rosario, Yandira, Sojourner, Mariquita, Encarnación, Yuderkys, Sara, Lourdes, Dorotea, Nilza, Delfina, Paola, Djamila, Miriam, Teresa, Amanda, Milene, Marsha, Florencia, Agustina, Virginia, Ana, Nina, Remedios, Sergia, Elizabeth, Lilian, Cecilia, Rosa.

Esta brevísima lista quizá no diga nada a algunas lectoras, otras quizá intuyan de qué va esta reunión, pero estoy segura de que muchas encontrarán en ella la clave para entender sobre lo que escribo.

Para mí, y desde mi historia, esta lista es una red de pensamiento, afectos, contención y cuidados generados y prodigados desde la experiencia de encarnar lo femenino y lo afro en busca de la justicia en este mundo.

Esta red que me acoge y acompaña en mi proceso en el afrofeminismo viene de muy atrás en el tiempo y se extiende amplia por el espacio. Incluye tanto a aquellas que han hecho un pronunciamiento expreso sobre esta forma de plantarse ante el mundo, como a las que, en sus acciones, decires, modos de vivir, luchar y resistir, portan los elementos por los que las hermanas afrofeministas luchamos, y muchas se juegan y pierden la vida día a día.

De Cerro Largo a Río de Janeiro, de Arica a Santo Domingo. Por la Costa Chica mexicana, en la porosa frontera de Estados Unidos, de Puerto Rico y de allí a La Habana. Recoge las voces de las hermanas del Caribe, pisa fuerte en la costa del Chocó, se empodera en Las Yungas y se vuelve hacia el sur por Buenos Aires.

Nos pensamos y discutimos, teorizamos y construimos nuestras miradas políticas. Reivindicamos nuestro derecho a una plena existencia, resistimos las opresiones que atentan contra nuestra doble inscripción de género y étnico-racial.

Una red es un conjunto de nudos

Reconocernos como hermanas no es un intento de anular diferencias. Es el ejercicio continuo de respeto a las vivencias y vínculos, de entablar acuerdos que valoren y potencien las experiencias de cada una de nosotras, elemento fundamental para nuestro desarrollo personal y político.

Ya sabemos del costo de la enunciación desde un sujeto universal.

Ya sabemos que lo personal es político.

Pero sabemos también que nuestras experiencias no parecían entrar en la categoría de lo personal.

Por eso nos establecemos como un sujeto político específico.

Por eso preferimos la escucha y el acuerdo sin esquivar la tensión.

Y sabemos que no es fácil enunciar desde la base de la pirámide socioeconómica de nuestras sociedades.

Para quienes el destino parece siempre estar al borde de la consideración de lo humano, violentadas, invisibilizadas, empobrecidas o hipersexualizadas.

Para quienes ni siquiera el ascenso social, el esfuerzo académico o el éxito empresarial parecen ser caminos tranquilizadores, ya que sobre nosotras pesan la acusación de estar fuera de lugar y las marcas de la soledad.

Por eso es que nos plantamos y resistimos.

Por eso es que nos organizamos.

Para ocupar lugares en las políticas de nuestros estados.

Para lograr que nuestros reclamos sean atendidos, que nuestra condición de ciudadanas no sea rebajada, por la vía de los hechos y mediante opresiones, a la condición de subalternidad.

La fuerza que nos impulsa

Mães de santo, pastoras evangélicas, ateas y agnósticas. Urbanas o campesinas, migrantes o afincadas en sus comunidades. Perpetuamente conectadas a las redes, aisladas en valles entre montañas, recorriendo pasillos en universidades, ocupando cuartos de servicio, viajando en botes para llegar a un centro medico o haciendo campaña para ocupar una banca en un órgano legislativo. Trabajadoras sexuales, ingenieras, médicas y maestras. Constructoras y artistas. Vendedoras callejeras, guardianas de tradiciones comunitarias. Niñas o ancianas. Somos eso y mucho más. Hacemos eso y más. Allí donde vamos llevamos nuestra fuerza. Construimos. Ampliamos derechos para todas y todos. Atentas a la otra, dispuestas a sumarlas. Sabedoras del impulso que esta acción nos trae al sacarnos de la soledad.

Todas atravesadas por la experiencia del racismo, el clasismo y el machismo.

Todas en la búsqueda de un mundo mejor en este mundo que habitamos.

Todas conscientes de que esta lucha es por cada una de nosotras y por las que vendrán.

Atentas a que este es el momento de decir “basta”. Como lo dijeron día tras día, a voz en cuello o en sus corazones, nuestras ancestras al resistir las peores formas de la violencia y el horror.

Este dilatado tiempo de lucha no es marca de fracaso, sino muestra de una fuerza que avanza imparable hacia el reconocimiento y la justicia.

Sabiendo que es mucho a lo que nos enfrentamos, pero que en esta lucha estamos juntas y firmes, nosotras, las hermanas afrofeministas.

Lourdes Martínez Betervide es diplomada en Género y Políticas de Igualdad, especialista en Políticas Públicas y Derechos Humanos, integrante de Colectiva Mujeres, enlace de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, e integrante del Colectivo de Estudios Afrolatinoamericanos de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República.

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