“El afrofeminismo es una corriente de pensamiento y de acción feminista que lo que pone en el centro son las experiencias vitales de las personas racializadas, con énfasis en las mujeres afro, por encarnar cuerpos e identidades que no son hegemónicas, que son racializadas, y que han estado construidas desde la mirada, la interpretación e incluso la valorización de sujetas y sujetos hegemónicos a partir de un modelo supuestamente universal de la humanidad”. Así define el afrofeminismo la antropóloga social Fernanda Olivar, especialista en políticas sociales, docente en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República e integrante del Colectivo de Estudios Afrolatinoamericanos de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de esa casa de estudios.

Entrevistada por la diaria, la académica analizó las principales reivindicaciones, denuncias y estrategias del afrofeminismo y profundizó sobre la situación en Uruguay. En esa línea, señaló que el movimiento feminista uruguayo es interseccional pero “no tiene la pata de la raza”, y que falta dar el debate “sobre la raza, el racismo, la discriminación racial y todo lo demás”.

Por eso, opinó que construir un movimiento feminista antirracista requiere “abrir el debate sobre lo racial”, pero también “estar dispuestas y dispuestos a reconocer los privilegios raciales de la blanquitud”, “interpelarnos desde adentro” y “condenar todas las acciones que podamos identificar como racistas”.

¿De dónde surge la necesidad de reivindicarse afrofeministas y no simplemente feministas?

De ser personas racializadas, y ahí la racialización entendida como un proceso que marca el destino y las posibilidades de las personas, en tanto la raza es una categoría que pesa sobre la construcción de las identidades y de las subjetividades y, de alguna manera, asigna o predestina a las personas a ocupar ciertos roles, funciones y lugares en la estructura social. El feminismo negro busca dar garantía de derechos a las mujeres negras y afrodescendientes que no estaban contempladas en las reivindicaciones del movimiento feminista inicial.

¿Cuáles son las principales luchas y reivindicaciones de las afrofeministas?

En principio, el afrofeminismo lo que pone en el centro es la cuestión del racismo y la raza, entonces toma al antirracismo como la bandera de lucha. A partir de ahí, hay un montón de tela para cortar, porque todavía hay una fuerte idea de que la raza es una cuestión biológica, y a pesar de que ya en los años 60 las ciencias empiezan a tomar este concepto como obsoleto y anacrónico y lo plantean como un constructo social, la raza todavía no se entiende como una categoría de opresión propiamente dicha y no se reconoce en relación a otras categorías, como el género o la clase. Es decir, falta comprender cuál es la relación directa entre la raza y las otras categorías de opresión. Si decimos que la raza y el género, por ejemplo, son productos de matriz colonial, y que desde la colonia hasta ahora han sido capaces de reproducir por igual las relaciones de poder y las desigualdades en las relaciones de poder, sólo esto ya pone en juicio la idea de la democracia y la de la liberación de la mujer. Porque sin una revisión crítica de estas concepciones, lo que se logra, intencionalmente o no, es reproducir esas condiciones de desigualdad que subsumen a las mujeres afro, racializadas, a estar entre el techo de cristal y el piso pegajoso.

En un artículo de tu autoría publicado en Afroféminas decís que el feminismo afro toma las estructuras que problematizó el feminismo y “las deshace, las expone con nuevas interpretaciones y eso inevitablemente las deconstruye, aportando así a la construcción de nuevas estrategias políticas al feminismo”. ¿Cuáles son estas nuevas estrategias políticas?

Las estrategias políticas son variadas porque, entre otras cosas, poner el cuerpo en la lucha significa para las mujeres afro cosas distintas que para las mujeres no afro. Por ejemplo, la estrategia de la denuncia en tetas no sería válida o eficaz sino más bien contraproducente para una mujer negra, porque sobre nuestros cuerpos pesan diferentes valoraciones y representaciones. Después están las estrategias más teóricas o metodológicas que trae la corriente del pensamiento afrofeminista y toda la epistemología que ha contribuido a esa comprensión de las desigualdades sociales desde la problematización del machismo, la conexión con el sexismo, el clasismo, y cómo todo eso no es algo que se sume al racismo, sino que el racismo está inmerso en esas redes de opresión. Creo que las estrategias han sido sobre todo fruto del constructo teórico del feminismo negro, que además desde siempre ha sido un movimiento académico y de base. Muchas teóricas con esa praxis política han podido desarrollar pensamiento crítico que además rápidamente se ha expandido a todas las corrientes del feminismo. El ejemplo más claro es la interseccionalidad, que más que un concepto teórico es una herramienta que se puede llevar desde lo teórico al plano metodológico, al jurídico, al de las políticas públicas, y que es muy potente en su posibilidad explicativa. Justamente por eso, otros movimientos feministas lo han tomado como una herramienta de acción y de lucha colectiva. Pero ahí también he podido identificar, en los diferentes espacios en los que me muevo con este tema, la invisibilidad de las propias productoras de este conocimiento. Porque, por ejemplo, desde la parte académica, se conoce la interseccionalidad por terceras personas y no por las autoras que han problematizado y desarrollado el concepto. Eso puede deberse a las barreras idiomáticas, a la geopolítica del conocimiento y cómo circula, y qué es lo que llega y no llega, incluso por cuestiones políticas. Pero, en el fondo, también estoy convencida de que tiene que ver con estas ideas arraigadas en la idiosincrasia de todas las sociedades respecto de las poblaciones afro, y sobre todo a las mujeres, que tienen que ver con la incapacidad de ser protagonistas de su propia historia y constructoras de conocimiento. Eso me resuena siempre, porque por lo general se piensa en el feminismo negro sólo a través del feminismo proveniente del norte, específicamente de Estados Unidos, entonces en el imaginario social, e incluso en el imaginario feminista, el rótulo “afrofeminismo” se atribuye a un estereotipo de mujer que está situado y encarnado en el norte, y que hace necesario entender primero que el afrofeminismo responde a la experiencia específica de mujeres racializadas de la diáspora africana. Esto es súper importante para que también podamos situar la discusión en nuestros territorios, habilitar la interpelación desde adentro y superar algunas nociones de naturalización de ciertas desigualdades que son estructurales y que se sustentan en el viejo y querido “lo que les pasa, les pasa por ser negras”, como si la negritud y la experiencia de ser una persona racializada fuera algo homogéneo y continuo, independientemente de las condiciones en las que estamos insertas.
Esto me parece bien importante en una región como América Latina y el Caribe, que es la región más desigual del mundo, en donde la población afro representa una cuarta parte, y si bien está sumergida bajo las mismas problemáticas en todo el continente, tiene especificidades propias de cada territorio. Este aspecto de la territorialidad aparece siempre como una preocupación central del feminismo negro, porque a partir de esa dimensión también podemos rápidamente identificar otras cuestiones como la marginación social, la falta de acceso a los servicios o la vulneración de derechos humanos. Además, es importante para poder identificar las diferencias, las estrategias y los procesos de cada movimiento dentro de la región.

¿Desde el afrofeminismo hay una crítica a los “feminismos blancos”?

No sé si es una crítica, sino más que nada un reclamo, que a veces tiene que ver con el poco reconocimiento a quienes han sido las protagonistas. Hay mucha gente que sabe qué es la interseccionalidad pero que no conoce a Kimberlé Crenshaw. Entonces, me parece que, más que críticas, tiene que ver con reclamos acerca del reconocimiento y cómo hacer para que los feminismos, que van a por todo, también tomen con convicción, en ese “a por todo”, al antirracismo. Porque me ha pasado tanto dentro del movimiento feminista como en otros espacios institucionales que se me planteó que el antirracismo es un posicionamiento extremo. Ahí la pregunta que surge desde el afrofeminismo es: ¿por qué posicionarse antirracista es extremo incluso para las organizaciones y las instituciones que trabajan en pos de los derechos humanos? ¿Qué implica para los movimientos sociales declararse antirracista? ¿Qué implica para las instituciones declararse antirracista? ¿Cuál es la tensión que les genera a las personas generalmente no racializadas posicionarse antirracistas? Hay una tensión que es muy evidente y que supura cada vez que se precisa sacarle el velo, y que los movimientos afrofeministas en Uruguay y en el mundo han cuestionado, porque falta comprender por qué la situación que llamamos estructural no es natural, por qué sí es cultural, por qué hablamos de que la pobreza tiene rostro de mujer y de niña afro, por qué existe una sobrerrepresentación de la población afro en ciertos roles y una subrepresentación en otras esferas de lo cotidiano. También las situaciones de desventaja estructural son conocidas, existen los datos, pero no logramos todavía como sociedad darles el lugar que les corresponde, y sobre todo no logramos nombrar al racismo como un problema endémico, lo que lleva a que sigamos hablando del racismo velado, sutil, cuando bien sabemos que el racismo nunca es sutil porque, aunque no deje marcas evidentes, las consecuencias pueden ser letales.

¿Considerás que hay racismo en el movimiento feminista uruguayo?

Sí. Me ha tocado ser testigo de cuestionamientos a nuestra forma de denominarnos, por ejemplo, o cuestiones que tienen que ver con el lenguaje, en donde parece que siempre estuviéramos viendo la punta del iceberg. Otra cosa que se nos dijo una vez en un espacio feminista, ante nuestro intento de colocar la cuestión racial en una discusión, fue “de los detalles nos ocupamos después”. Entre otras cosas. Creo que todavía hay un racismo que es el mismo que podemos ver en cualquier otra dimensión de la vida en nuestro país, que es un racismo que llamamos latente, porque no está escrito en ningún lado, no está dentro de las cartas orgánicas o de los protocolos de acción de las instituciones, pero que es un mecanismo de exclusión permanente.
No hablo de todo el movimiento ni de la mayor parte, pero por ejemplo la pata que en Uruguay llamamos feminismo radical trae concepciones sobre la biologización de la vida que un poco coquetea con otras formas de pensar que parecían superadas y que están súper vigentes, y eso aparece también cada vez que estalla un escándalo racial o que se instala en el debate público la cuestión de la raza. Siempre se restringe la mirada y como sociedad perdemos la posibilidad de realizar un ejercicio más reflexivo que nos aporte entendimiento en común sobre los procesos de racialización en nuestro país. Generalmente por eso se nos tilda de “radicales”, de “rebeldes” e incluso de “separatistas”, porque construimos una plataforma de reivindicaciones desde nuestras experiencias vitales en tanto mujeres racializadas y eso se cuestiona, pero no se cuestiona por qué es necesaria esta plataforma, entonces esto genera muchas tensiones tanto dentro del movimiento como fuera, que entiendo que impiden avanzar hacia lo importante, que es el desarme de todas esas opresiones. Lo que pasa dentro de los movimientos feministas, esta carencia de debate sobre la raza, el racismo, la discriminación racial y todo lo demás, pasa en toda la sociedad. Es parte de estas herramientas que se han usado para analizar el statu quo sociorracial, porque meterse con la idea de la raza y bucear en las profundidades del racismo también implica verse, espejarse, revisarse, interpelarse, y la interpelación incomoda y muchas veces es muy difícil. Me parece que hay una falta de debate que es importante. La blanquitud ha hablado por ella y por todes, entonces no ha habido un diálogo, no ha habido dos interlocutores en este debate racial. El debate racial ha quedado subsumido al soliloquio de la blanquitud, entonces cuando nos conformamos como interlocutoras y complejizamos el discurso y las ideas también espejamos la realidad, que para muchas personas es difícil de aceptar y para otras es imposible de entender, en esto de no tener la posibilidad de un pensamiento crítico o una capacidad empática.

¿Te parece que el movimiento feminista en Uruguay es interseccional?

Me parece que está la voluntad de ser interseccional y que cada vez se va caminando más hacia la interseccionalidad. Esto lo digo porque, si bien hay un movimiento que es interseccional, la mayoría de las veces, en esa interseccionalidad, lo que falta es una pata central que es la raza. La interseccionalidad nace del movimiento negro, es una herramienta que ayudó a sacar a las mujeres negras de la invisibilidad estadística y de la invisibilidad en el imaginario, que logra poner sobre la mesa cuál es la situación de las mujeres racializadas en el mundo, que da cuenta de los desafíos de ser una mujer racializada en una estructura que está enmarcada por la blanquitud y donde parece que no hubiera lugar para otras identidades. Pero rápidamente ese constructo teórico es absorbido por otras corrientes que hacen énfasis quizás en otros reclamos, en otras denuncias específicas dentro del feminismo y del movimiento social y, de alguna manera, se va vaciando de contenido la cuestión de la raza. Entonces, interseccionalidad parece ser todo lo que choca en algún punto, olvidándose de que hay una tríada de base que hace a la interseccionalidad que es la raza, el género y la clase. Por eso, creo que el movimiento feminista es interseccional, pero es una interseccionalidad que no deja de estar vaciada de contenido porque le falta una pata.

La escritora estadounidense bell hooks dice en uno de sus libros que “el movimiento feminista antirracista” es “la única base política” que hace posible “una verdadera sororidad”. ¿Cómo lo interpretás?

Si no queremos dejar a nadie afuera, si luchamos por nosotras y por todes, y queremos que las transformaciones puedan alcanzar a toda la sociedad y la humanidad, entonces el antirracismo es necesario. Es necesario como aglutinador de todas esas cosas que parecen fragmentadas y que, por momentos, parecen correr por carriles distintos. Por eso, el mayor desafío de los feminismos es interpelarse hacia adentro. Interpelar, por ejemplo, por qué hay relatos feministas a los que, aunque se digan decoloniales, les cuesta comprender e incorporar la cuestión de la raza. Lo mismo cuando queremos generar un relato contrahegemónico y lo hacemos desde una narrativa basada en “olas”. A mi entender, las olas del feminismo tienen que ver con un espacio temporal que está marcado por un calendario que viene del feminismo blanco hegemónico. Porque se empieza desde las sufragistas en adelante y todos esos hitos que, en realidad, están marcados por esa ala del feminismo. En esas olas se deja de lado la agencia de las mujeres afro y las mujeres indígenas, porque en ese ordenamiento temporal no son agentes que aparezcan. Por eso también, en ese ordenamiento temporal, hay algunas reivindicaciones que se pueden enmarcar y otras que quedan fuera. ¿Cómo voy a querer generar un pensamiento crítico y deconstruir esta idea de que el feminismo empieza en cierto momento, con ciertas personas o bajo cierto hito si lo voy a ordenar de esta manera?

¿Cuáles son las claves para construir un movimiento feminista antirracista?

Lo primero es abrazar la incomodidad que nos genere el debate sobre lo racial. Estar dispuestas y dispuestos a reconocer los privilegios raciales de la blanquitud. Abogar por que exista una verdadera representatividad de la población afro en los espacios en los que le competa ser la voz cantante. Y, después, creo que mucho pasa por empezar a interpelarnos desde adentro y exigir y condenar dentro de nuestra sociedad, y en la micropolítica del día a día también, todas las acciones que podamos identificar como racistas o potencialmente racistas. Me parece que ahí se juega gran parte de la cuestión en una sociedad diferente como la nuestra, donde parece que, como nunca hubo un apartheid o no tuvimos plantaciones de algodón, el racismo no existió o no existe. Si sabemos que el racismo existe, entonces dejemos de ponerle peros, asumamos su existencia y no pongamos en tela de juicio las denuncias que nos surjan. Eso nos puede ayudar en el movimiento y en la vida.