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Nibia López.

Foto: Mara Quintero

El infierno de maternar en las cárceles de la dictadura y las redes afectivas de cuidado

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La colectiva Desmadre realizó un encuentro con ex presas políticas que compartieron sus vivencias como madres durante la última dictadura cívico-militar.

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Leído por Andrés Alba.
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Fue necesario / y casi invisible / imparable / que ante lo invivible / que naciéramos / que nos pariéramos / maternantes. “Parir-nos”, Lilián Toledo

“Llegué con 19 años al Hospital Militar a parir sola y sin saber lo que tenía que hacer”, comienza a contar una de las ex presas políticas sobre cómo tuvo a su primer hijo. Los relatos son tan espeluznantes que nos calan el alma a quienes escuchamos y no lo vivimos. Son seis las ex presas políticas que van hilando recuerdos, entrando y saliendo de sus memorias. Están presentes Antonia Yáñez, Elena Zaffaroni, Nibia López, Luz Labat, Rosario Caticha y Carmen Koncke.

Es jueves 25 de mayo. Dentro del edificio de Radio Pedal, en el barrio Palermo, la luz es tenue y los ruidos de fondo son de los niños que juegan en la salita de cuidados de al lado. Las ex presas están sentadas conformando una ronda junto con mujeres más jóvenes de la colectiva Desmadre y amigas cercanas. Son unas 30 mujeres en total. La consigna del encuentro es “Construyendo tramas de cuidado: maternar en dictadura” y, ante todo, lo que prima es el intercambio entre generaciones.

Este año se cumplen 50 años de aquel 27 de junio de 1973 en el que el entonces presidente Juan María Bordaberry disolvió las cámaras de Senadores y Diputados con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Varias décadas nos separan de esos hechos. En este contexto, Desmadre –una colectiva de maternidades feministas– invita a reflexionar sobre la maternidad “desde otro lugar”. Quieren conocer e intercambiar sobre “las luchas comunes en contextos hostiles”, y sobre “las tramas que tejieron [las ex presas políticas] para sostenerse cuando la familia no era una opción”, escriben en la convocatoria del encuentro.

Las rehenas

Desde la vuelta a la democracia, en 1985, los ex presos políticos han relatado la tortura que sufrieron y las condiciones penosas en las que estuvieron detenidos ilegalmente en incontables oportunidades. Lo han hecho donde han podido, en entrevistas, en libros, en los medios, en publicaciones, en conversaciones públicas y con allegados.

El recorrido posdictadura que han hecho las mujeres que también estuvieron recluidas en los centros de detención ilegal ha sido diferente. Como dijeron las ex presas –que en 2011 denunciaron colectivamente violencia sexual contra los agentes del Estado en el período de la dictadura, y que aún no han logrado justicia– en una entrevista con la diaria en 2021: “En las organizaciones en que nosotras militamos hubo un minimizar el papel de las mujeres presas. En este país, todo el mundo sabe que hubo rehenes, pero la mayoría ignora que hubo rehenas”. Luego agregaron que “la tortura nunca es neutral y tiene una cuestión de género”.

Para conocer un poco más lo que vivieron en esos infiernos las ex presas políticas y para aportar a los relatos de las mujeres que parieron y criaron a sus hijos en cautiverio, se editó en 2010 el libro Maternidad en prisión política. Allí, las escritoras Nibia Díaz, Silvia Fiori, Marisa Malcuori y Graciela Valdés –con la coordinación de Graciela Jorge– reúnen sus testimonios en torno a la maternidad en cautiverio entre 1970 y 1980.

Además de rescatar este libro importante, para entender la situación de estas mujeres, y frente a una escasez de mayor información, vale hacerse las preguntas: ¿Qué sabemos sobre las mujeres que parieron en cautiverio durante la dictadura? ¿Cómo pudieron maternar? ¿Cómo fue para ellas convivir con los hijos pequeños? ¿Y para las demás compañeras presas? ¿Qué pasó con las abuelas que las asistían los días de visita, que cuidaban a los nietos fuera de la cárcel? ¿Ellas también maternaron?

Ya se hizo la noche este 25 de mayo en Radio Pedal. Las mujeres ex presas se disponen a compartir sus relatos más íntimos sobre lo que fue maternar en los centros de detención clandestinos de la dictadura. Se ayudan unas a otras con la memoria, y tienen a su favor una audiencia de mujeres jóvenes y ávidas de aprender que las escucha atentas.

40 madres en Punta de Rieles

Lo primero que advierten las mujeres ex presas políticas es que cada maternidad fue diferente. Algunas parieron solas y en una celda, otras acompañadas y en un hospital. A algunas el parto les significó tener un bebé muerto, otras tuvieron que entregarlo a la familia, y otras llegaron a convivir algunos meses o años con sus hijos en las condiciones penosas en las que se encontraban. Algunas tuvieron hijos antes de caer presas, otras tuvieron a su primer hijo en cautiverio. Todas coinciden en que el apoyo de sus madres, de sus familias y de sus compañeras de prisión fue fundamental para maternar, para sobrevivir.

“Nos llevaron embarazadas al Penal de Punta de Rieles”, rememora una de ellas. “Esto que venía era un hijo de todas. Lo compartíamos divinamente [al niño], todas estábamos pendientes de él aunque no nos conociéramos entre nosotras. La situación más dura de un preso es la soledad, y la mía siempre fue acompañada. Al ser mi primer hijo, importaba mucho eso”.

Según el relato de las ex presas, eran 40 mujeres en Punta de Rieles. En un momento, “decidieron hacer silencio porque mi hijo lloraba y lloraba. Las 40 mujeres estuvimos hablando durante tres o cuatro meses en susurros”, sigue relatando. Para ellas, el compañerismo y la complicidad que tenían en el penal “se potenció con la maternidad”.

Del otro lado de la ronda, otra de las ex presas que compartieron cautiverio en Punta de Rieles agrega: “Había dos bebés en el penal. Acordamos que no los íbamos a tocar todas, nos conteníamos, era imposible porque éramos 40 mujeres”. También se lamenta: “El día más triste que yo recuerde fue cuando la compañera entregó su hijo”.

Aunque fuera para el bien de ese niño, sus 40 madres lo iban a extrañar. La madre biológica cuenta: “Estuvimos pensando varios días que se iba, pero no se iba. Acordé con mi madre que se lo llevaba sólo si yo se lo daba en las manos. Necesitaba ver cómo lo agarraba”. Cuando llegó el día, “las milicas” fueron a buscar al niño para llevárselo. “En el forcejeo con las milicas, me lo sacan y se lo llevan. Se lo dieron a mi madre. Ella luego me contó que lo agarró sintiendo que me fallaba porque no me lo podía mostrar. Yo lloraba y maldecía a las milicas, les decía que me habían robado a mi hijo, pero en el fondo no creía que me lo iban a desaparecer”. No fue así; a ese niño se lo llevó su abuela.

Parir sola y llegar al penal acompañada

Más tarde, la misma ex presa que llegó al Hospital Militar a parir con 19 años y sin saber qué hacer se anima a contar su historia: “Caí en 1977. Tomé conciencia del embarazo cuando llegué a Punta de Rieles. Nos bañábamos juntas y una compañera me dice: ‘esas tetas son de embarazo’. Cursar el embarazo acompañada fue muy importante, porque te cuestionás '¿cómo ser madre en estas condiciones?'. Empiezo con las contracciones en medio de una situación muy tensa en el penal. Se había ahorcado una compañera y llegaban las compañeras que habían estado en [el centro clandestino de detención Automotores] Orletti en Buenos Aires. Era todo un caos. Voy al hospital y coincido con la compañera que se había ahorcado, aún respiraba, pero luego falleció. En la sala de parto, sola, tengo una nena muerta. Tenía 19 años en ese momento. Pude volver al penal porque estaban las compañeras. Éramos de todas las edades, no nos hacíamos preguntas entre nosotras ni nos deteníamos en lo que habíamos vivido. Nos cuidábamos. Eran muchas adentro mío; sufrir ese vacío, llegar al penal con las manos sin nada, sin bebé. Que esto haya sucedido en Punta de Rieles me permitió seguir, salirme del rollo de la culpa por lo que había pasado. Luego pude tener más hijos. Punta de Rieles fue el ejercicio del maternaje; nos maternábamos unas a otras”.

Las abuelas que maternaron fuera de la cárcel

Una de las mujeres cuenta que los días de visita, desde su celda, siempre veía venir a los familiares: “Cada 20 mujeres, veías un hombre. Las mujeres nunca abandonaron a los hijos que cayeron presos, por más que detestaran lo que hicieron. Muchos de los padres se enojaron. Ellos les escribían cartas, pero no todos iban a visitarlos. En las visitas las mujeres cargaban una bolsa en un brazo y al nieto en el otro. Nunca fallaron”.

Para las ex presas, “nuestras madres construyeron el mundo que nosotras queríamos”. Generaron redes de solidaridad, se ayudaban entre ellas, viajaban de todas partes del país para las visitas en las cárceles. Una de las mujeres lo grafica con esta anécdota: “Mi madre se sacó un premio a la estrategia. Podía llevar sólo un paquete, que en cada visita era más grande. Nos traía todo lo que le pedíamos. Mi madre recogía nuestros pedidos de las casas de las familias de todas y los ponía allí. Los milicos decían ‘¿para qué un paquete tan grande?’. Y mi madre se los conversaba, les ponía excusas. A mí me llevaba fotos de mi hijo desde que se levantaba hasta que se dormía. Me llegaban 24 horas de fotos de todo lo que hacía. Yo me preguntaba cómo hacía. Fue así, imponente”.

Relatos intergeneracionales sobre la maternidad

Una de las chicas, que escucha atenta los relatos de las ex presas, dice en un momento: “Mientras las escuchaba me acordaba de mi segundo parto. Tuve que dejar a mi hijo mayor para ir a parir y fue un drama. Pienso en ustedes”. El grupo de mujeres ex presas es consciente de que “a los jóvenes de ahora les cuesta entender por qué nos comprometimos tanto con la lucha”. Aquellos años que vivieron, de convulsión política, de horror y de represión, son difíciles de decodificar en las realidades actuales.

Por eso, una de las ex presas explica: “Esa fue una vida muy intensa, cambiante, exigente. Salías a la calle y no sabías si te agarraban y te mataban o ibas a vivir. Por eso hubo muchos embarazos, el ser madre también era un sentimiento de sobrevivencia”. O como dice otra: “Yo quedé embarazada en un momento que era un caos y nos quedamos re contentos [con su pareja]. Vivíamos nuestras vidas en medio del horror”.

Otra de las jóvenes presentes pide tomar la palabra. A pesar de los nervios que dice sentir, elige contar su historia. “Mi abuela estuvo presa ocho años. Tenía cuatro hijas. Mi bisabuela paraguaya, sola, iba a visitarla a la cárcel con sus cuatro nietas. Las hermanas de mi madre se vienen de Paraguay para cuidarlas. Cuando trasladaron a mi abuela a Paso de los Toros, muchas veces mi madre iba a verla pero no la dejaban. Mis tías consiguieron trabajo para pagarse los pasajes para las visitas. Luego se fueron al extranjero, donde nací yo. Cuando mi hijo tenga la edad de preguntar por qué nací en el extranjero, ¿qué le digo? Cuando me pregunte por un detenido desaparecido, ¿qué le digo?”. Las preguntas de una madre joven hacen eco en el resto: ¿Cómo tejer las memorias de lo que sucedió en el pasado reciente con las infancias de hoy?

Para las ex presas, las juventudes tienen las herramientas para responder a sus propias preguntas y para hacerles frente a los desafíos. Ellas dicen que “la juventud de hoy tiene desafíos enormes”: “Ustedes tienen más herramientas que nosotras en su momento. Nosotras mirábamos el mundo muy parcialmente, desde la militancia. Ustedes lo miran más integralmente, desde el género, el ambiente. Las que tienen las respuestas a la realidad de hoy son ustedes”.

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