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E. P. Thompson durante una manifestación contra las armas nucleares en Oxford, Inglaterra, en 1980. Foto: Kim Traynor, Wikipedia.

La historia vista desde abajo

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Cuando E. P. Thompson falleció, Eric Hobsbawm escribió un conmovedor obituario dedicado a su amigo para el periódico The Independent. Lo describe como un intelectual elocuente, amable y encantador, con presencia escénica, una voz maravillosa y “dramáticamente” apuesto. Más que todo esto, Thompson fue uno de esos casos del siglo XX en los que la intelectualidad y la militancia fueron de la mano, componiendo un marxismo vivo y poco afecto a la ortodoxia. Nacido en Oxford, Reino Unido, el 3 de febrero hubiera cumplido 100 años.

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Una de las mayores contribuciones teóricas de E. P. Thompson fue introducir la centralidad del concepto de experiencia en los debates marxistas. Sin embargo, no se trata sólo de una aportación teórica, sino eminentemente práctica. Para Thompson, la experiencia era un concepto que permitía contemplar una profunda dialéctica entre las determinaciones objetivas y las subjetividades de clase. Su propia trayectoria vital demuestra la centralidad de este tema.

Su padre, Edward John Thompson, fue un poeta e intelectual metodista que se acercó al anticolonialismo indio. Casado con Theodosia Jessup, tuvo dos hijos: Frank y Edward. Ambos fueron a la universidad y, en la época de la Segunda Guerra Mundial, se unieron a la lucha antifascista. Frank, el mayor, se acercó al Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB) y, como oficial, se ofreció como voluntario para una misión en Bulgaria, donde fue asesinado en 1944. Su hermano menor, Edward, acabó luchando en Italia. La pérdida de su hermano en medio de la lucha antifascista contribuyó a reforzar su compromiso compartido con el PCGB y su participación en él.

Al igual que Frank Thompson, Edward no estaba precisamente convencido de la infalibilidad de las directrices de Moscú. Frank había criticado abiertamente el Pacto Ribbentrop-Mólotov, pero se unió por la convicción de que la lucha antifascista no podía suspenderse, ni siquiera de forma temporal. En cuanto a E. P. Thompson, nada más terminar la guerra, decidió participar en la reconstrucción de Yugoslavia bajo el mandato del mariscal Tito construyendo ferrocarriles. En estas andanzas conoció a Dorothy Towers, también historiadora, militante del partido y comprometida con la reconstrucción del país. A partir de este campo común formaron una sociedad que duraría hasta el final de la vida de E. P. Thompson.

El compromiso real y concreto con el antifascismo lo diferenciaba, es cierto, de muchos otros intelectuales marxistas de la época. Sin embargo, cabe señalar que desde 1946 el PCGB había constituido un núcleo muy activo de historiadores, todos los cuales cuestionaban en profundidad los consensos académicos y discutían nuevas perspectivas para la historiografía inglesa. En este contexto, Thompson se alió con intelectuales como Christopher Hill, Eric Hobsbawm y Dora Torr, entre otros, que, decididos a dejar su huella, crearon Past and Present, una revista de intervención política en la escena intelectual británica. Los llamados “historiadores marxistas británicos” provocaron una verdadera revolución al reivindicar una historia desde abajo.

Desde abajo y a la izquierda

La idea de una “historia desde abajo” buscaba, precisamente, rescatar las percepciones de las clases populares inglesas a lo largo de la historia, a través de una orientación orgánicamente ligada a un marxismo militante. Había algo heterodoxo en la posición de estos historiadores: la vida de las clases populares debía ser vista desde el propio contexto británico, negándose a tener categorías de análisis ajenas a esta realidad vivida, lo que tendría una inmensa significación posterior en la idea de clase avanzada por Thompson.

La escena internacional estaba entonces experimentando profundos cambios. La muerte de Stalin en 1953 y el Informe Jruschov de 1956 (que cuestionaba el estalinismo desde el centro del poder soviético) sacudieron de forma profunda las concepciones de muchos de los historiadores afiliados al PCGB. Empezaron a surgir denuncias y críticas dentro del partido. Thompson fue uno de los que las verbalizaron, en colaboración con John Saville, en la creación de una nueva revista llamada Reasoner. De corta duración (se cerró por consejo del propio partido), la publicación sirvió para mostrar la necesidad de organizar las voces críticas con lo que consideraban el “dogmatismo político del PCGB”. Sin embargo, la gota que derramó el vaso fue la invasión soviética de Hungría en 1956. Los sucesos de Budapest precipitaron la salida del partido de Thompson y otros historiadores.

Sin embargo, los historiadores marxistas británicos no abandonaron su militancia. The New Reasoner, surgido en 1957, anunciaba su compromiso con los “valores socialistas”, pero también con una “percepción no dogmática de la realidad”. A pesar de estar fuera del partido, Thompson se reafirmó como marxista en innumerables ocasiones, un compromiso que lo acompañó hasta el final de su vida. Poco a poco, la revista fue abriendo espacio a las numerosas disensiones de la izquierda británica, tanto entre los comunistas como entre los laboristas críticos con las cúpulas de sus formaciones.

La actividad de intervención de los militantes fue acompañada por la docencia. Desde 1955, Thompson trabajaba en escuelas para jóvenes y adultos, enseñando historia y literatura inglesa, una de sus pasiones. Las clases, como recordaba el propio Thompson, reafirmaron su compromiso político con “los de abajo”, con su cultura, sus tradiciones, su visión del mundo. Junto con su voz disidente y radical, la figura de Thompson pronto se hizo famosa entre la izquierda británica. Mientras tanto, recibió una invitación inusual: escribir un libro sobre la historia de la clase obrera inglesa.

El enigma de la clase

El abordaje de Thompson fue sorprendente. Hasta entonces, la izquierda británica había contado la historia de la clase obrera a partir de la historia del movimiento obrero industrial, haciendo hincapié en las primeras asociaciones cartistas de la década del 30 del siglo XIX, que tenían un claro sesgo sindicalista. Thompson, por su parte, decidió remontarse a las últimas décadas del siglo XVIII para centrarse en lo que llamó “la formación de la clase obrera”. De este modo, la clase obrera no nacería “ya lista”, dada como resultado de determinaciones económicas objetivas, sino que sería el resultado de una larga formación social, política y cultural. El enfoque de Thompson se centra precisamente en las experiencias de los sujetos proletarios a lo largo del tiempo mientras componen una forma de sentir y actuar colectivamente.

El impacto de La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963) fue inmenso. Traducido en todo el mundo, generó repercusiones duraderas más allá de Inglaterra y de la propia Europa: Brasil, India, Egipto, Japón, etcétera. Es una obra impregnada de un doble sentido de la idea de experiencia. Para Thompson, la experiencia es el elemento capaz de mediar entre las determinaciones económicas y las tradiciones culturales y políticas. De este modo, la categoría es portadora de una profunda dialéctica, capaz de mostrar el movimiento entre la transformación de las fuerzas productivas, al tiempo que sugiere que las relaciones productivas son mucho más amplias que las de la planta de producción. Tradiciones como el metodismo, o los hábitos alimenticios, la música, la literatura, el folclore, se suman al tortuoso proceso de formación de la conciencia colectiva de los trabajadores ingleses, hasta el momento en que se reconocen ya no por la localidad, la religión o el oficio, sino como clase. Para ello, fue necesario crear un nuevo lenguaje y una nueva cultura que dieran cuenta de sus nuevas experiencias de explotación; este marco no surgió de la nada, sino de la acumulación de innumerables tradiciones del pasado.

Manifestación de militantes antinucleares en los alrededores del Palacio de Westminster, en Londres, el 18 de febrero de 1961.

Foto: S/d de autor, AFP

Thompson subrayó que su obra sólo pudo ser escrita en un contexto en el que él mismo dividía su atención entre las clases nocturnas y la militancia en la nueva izquierda. Como confesó en 1961 en una carta a su amigo e historiador Raphael Samuel:

Aparte de eso, estoy en seis clases más cursos adicionales para directores de hospitales (son nueve clases sólo esta semana), además de en el comité de cuatro departamentos diferentes, además de tres niños que siguen celebrando la fiesta de Guy Fawkes y sus cumpleaños, además de un milagroso crecimiento de las campañas de desarme nuclear en Yorkshire y Halifax (¡en Yorkshire pasamos de 0 a 150 comités en dos meses!); además de toda la correspondencia del consejo editorial [de la New Left Review], de la que habrás oído hablar. En lo único que me parezco a Marx es en que también me salen forúnculos en el cuello.

La experiencia como activista y profesor es fundamental en la escritura de Thompson. La enseñanza en diferentes ciudades, como Halifax, Yorkshire, Batley, Keighley, N’Allerton, le permitió conocer distintas realidades de trabajadores, diversas no sólo por la localidad sino por el oficio: trabajadores manuales, oficinistas, amas de casa, técnicos, profesores, una clase polifacética con la que Thompson tuvo contacto en sus cursos de historia y literatura inglesa. En el aula, animaba a sus alumnos de clase trabajadora a hablar de sus tradiciones y su cultura. Este estímulo, tan vital para el proceso de aprendizaje, lo hizo ser cada vez más consciente de las tradiciones culturales de los sujetos subalternos, a menudo ignoradas por la historiografía tradicional de la clase obrera.

En la militancia, por su parte, siguió un camino abiertamente heterodoxo. Tras dejar el PCGB, dedicó su actividad política a dos acciones principales: la participación en la New Left Review —y más tarde en el Socialist Register— y el activismo antinuclear. Thompson siguió siendo un socialista acérrimo hasta sus últimos días, reivindicando una tradición histórica romántica, revolucionaria y, sobre todo, radicalmente democrática.

Romántico y disidente

“Dejar el error sin refutar es fomentar la inmoralidad intelectual”. Con esta cita de Marx, Thompson abre su obra polémica más famosa, La miseria de la teoría (1981), en la que entabla una discusión con el filósofo francés Louis Althusser. Sin embargo, esta no fue la única polémica importante que Thompson aceptó: Tom Nairn, Perry Anderson, Leszek Kolakowski, así como el propio Althusser, fueron algunos de sus principales objetivos. Pero no eran polémicas vacías: en cada una de ellas, el historiador inglés identifica cuestiones relativas al campo del marxismo que debían ser llevadas al debate público.

La experiencia de Thompson en el PCGB en los años cincuenta estuvo marcada por la crítica constante al cierre del debate dentro del partido, promovido por una dirección cada vez más alineada con el marxismo de Moscú. Thompson, por su parte, creía en la disidencia y el debate —no siempre fraternal— y por ello concebía que su papel como militante era, precisamente, provocar el intercambio de ideas y críticas. Con ello, polemizó abiertamente con el estructuralismo francés y sus influencias en los jóvenes marxistas británicos. Tanto Las peculiaridades de lo inglés como La miseria de la teoría forman parte de este debate.

Este tipo de disidencia a menudo ha provocado daños en el ámbito profesional. En 1971 Thompson se enemistó directamente con el Warwick College, donde había sido invitado a dar clases tras el éxito editorial de La formación de la clase obrera en Inglaterra. Según Barbara Winslow, que fue alumna suya en aquella época, el profesor Thompson dio la cara por los estudiantes en un escándalo en el que habían descubierto que la administración de la universidad estaba espiando a un grupo de alumnos. El profesor escribió entonces un artículo de denuncia contra la universidad, posicionándose a favor de los estudiantes. En 1971, dimitió: la vida académica no era para él.

A pesar de las polémicas, Thompson siempre mantuvo en el horizonte la necesidad de una política de frente popular, como señala Stefan Collini. Las disensiones dentro —y fuera— del marxismo, unidas a su estilo de escritura irónico y agudo, no pueden perder de vista que para él lo que estaba en juego era la defensa de un proyecto político radicalmente democrático, inspirado en las luchas del pasado. Este proyecto, sin embargo, nunca podría someterse a una autoridad que valorara la ortodoxia por encima de la razón. En este sentido, el marxismo propuesto por E. P. Thompson siempre ha sido un marxismo rebelde, heterodoxo y crítico, que ha sacado pecho contra sus oponentes. Un frente popular en el que el debate y la disidencia pudieran formar parte, esa era la pretensión de Thompson.

Una versión de este artículo se publicó en Jacobin. Se reproduce por convenio.

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