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Reseña de “El último gol de Darío Silva y otras crónicas”, de Alberto Salcedo Ramos.

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Si bien parece haber quedado un poco obsoleta la discusión en torno a los límites entre el periodismo y la literatura, lo documental y la ficción, el periodismo tradicional y el narrativo, todavía es usual que resurja cuando se habla del género crónica. Quizá el hecho de insistir con estas cuestiones haya quitado tiempo valioso para crear, antes que seguir oponiendo esa creación a disyuntivas, e incluso nos haya impedido ver que se escribe más crónica de lo que se suele pensar. Con frecuencia, en donde menos pensábamos se encuentra un texto con más de crónica que las presentadas como tales. Es posible que el trabado desarrollo que el género ha tenido en Uruguay se deba también a lo mucho que se ha insistido en encerrarlo entre reglas estrictas copiadas de modelos rígidos, olvidando, por ejemplo, la tradición que aquí tuvo desde, por lo menos, el siglo XIX. Por eso es saludable que, si se habla tanto del género, se haga escribiendo y editando más crónica, en sus diversas variantes. En esta bienvenida nueva etapa, la publicación de parte de la obra del colombiano Alberto Salcedo Ramos en la colección de Lectores de Banda Oriental es más que necesaria.

La mayor virtud de Salcedo Ramos es su inquietud, la forma en que va hacia las cosas que le interesan. Más que esperar que milagrosamente suceda algo, que aparezca un personaje pintoresco o una rica historia, va hacia lo que ya está sucediendo y muchas veces pasa desapercibido en la cotidianidad. Para lograr esto se vale de otra de sus virtudes, el ojo para encontrar una historia donde otros pueden ver algo sin mucho atractivo, supuestamente trivial, que adquiere un nuevo sentido al darle otra mirada, otra escala. Como continuación de la tendencia que ha mantenido la crónica latinoamericana en los últimos años, a Salcedo Ramos parecen interesarle las historias sencillas de la cultura popular, y entre estas tiene una particular predilección por las tragedias personales y los perdedores. Pero una historia sencilla puede albergar infinidad de historias y estar atravesada por variables de todo tipo, y este es un rasgo que sabe aprovechar el autor. Esa multiplicidad de capas hace que ningún hecho o situación pueda explicarse de forma sencilla, sino como un cúmulo de circunstancias diversas, y que lo que una persona termina siendo también sea el resultado de las tensiones que accionaron en su vida. Este es uno de los puntos más destacables de estas crónicas; de hecho, cuando se toma el camino contrario y se dan explicaciones simplistas –por ejemplo, afirmar que los campesinos que combaten por la guerrilla o por los paramilitares lo hacen porque les falta educación– las crónicas se vuelven flojas tanto desde el punto de vista conceptual como ideológico, y pierden potencia.

Más allá de sus virtudes, las crónicas reunidas en este tomo presentan una serie de problemas. Quizá el más evidente sea el carácter paternalista del cronista con respecto a los temas, a los personajes y al lector. En primer lugar, gira en torno a cuestiones que definen a un personaje pero que, mencionadas en exceso, se vuelven caricaturizables o, al menos, simplifican en demasía algo tan complejo como la personalidad. Pensemos, por ejemplo, en el libro sobre Fabián O’Neill, Hasta la última gota (2014), que termina girando casi exclusivamente en torno al consumo excesivo de alcohol del futbolista y deja relegados otros aspectos de su vida y de su carrera. En esta recopilación este problema se vuelve evidente en la crónica sobre Emiliano Zuleta, uno de los músicos fundamentales del vallenato colombiano, cuyo perfil se reduce a hablar de su condición de mujeriego y de sus conquistas. A este reduccionismo se le suma, en reiteradas ocasiones, el juicio del cronista: no está prohibido que dé su opinión explícita sobre los hechos que refiere o sobre el personaje del que escribe, pero resulta problemático cuando ese juicio se vuelve redundante o cuando flecha la cancha y conduce al lector a pensar que tal o cual cosa está mal, está bien, es condenable o es plausible. Lo mismo vale para ciertos recursos textuales que, una vez utilizados, se repiten y se explicitan, como si hubiera duda de que el lector sea capaz de reconocerlos o de entenderlos. Estos tres aspectos muestran a un cronista inseguro, no tanto con respecto a la forma en que lleva adelante su texto, sino en su relación con el lector: explicar y subrayar todo, explicitar los recursos, llevar al extremo la caracterización de los personajes al punto de borrar ambigüedades; si bien es cierto que de esta manera se puede generar un texto más amable y, si se quiere, más didáctico, también quita mucho de misterio y de complejidad, y, en definitiva, de riqueza y atractivo.

Otro problema es la distancia del cronista. A esta altura, el desvelo por la búsqueda de la objetividad parece ser un tema laudado, pero la distancia y el involucramiento del cronista con el tema o la persona sobre la que escribe es algo que todavía se discute. Quizá no se haya llegado a nada concreto, porque esas decisiones tienen que ver con cada trabajo en particular, que va a requerir una cercanía mayor o menor, un involucramiento determinado. Por ese motivo, resulta extraño que en circunstancias y temas tan diversos el cronista parezca colocarse siempre en el mismo lugar. Salvo en la crónica sobre la muerte de su madre, en los otros textos se pone en un lugar de cercanía relativa, es decir, se acerca, se mete en el tema, convive con la persona, pero lo hace como si siempre estuviera a salvo, en una suerte de campo magnético creado por su racionalidad, su sistema de valores, su ideología y sus prejuicios. Romper ese campo es muy difícil, y pedirle a alguien que lo abandone cuando escribe es injusto, pero en varias ocasiones impide el intercambio con el contexto y las personas, y deja trunca la posibilidad de generar empatía. Tal vez por eso, el cronista opta por juzgar en lugar de dejar ser.

Más allá de esas cuestiones, esta recopilación sirve para seguir acercándose a la producción de crónica en la actualidad y para conocer estas creaciones, comprendiendo que la vitalidad del género parece estar dada por su capacidad de escaparse del nicho y nutrirse de la curiosidad y la inquietud.

El último gol de Darío Silva y otras crónicas. Alberto Salcedo Ramos. Banda Oriental. 171 páginas.

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