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La expresidenta argentina Cristina Fernández, en la oficina de su partido político, el Instituto Patria, en Buenos Aires, el 2 de octubre.

Foto: Luis Robayo, AFP

“Cristina candidata”: otra vuelta de una calesita sin sortija que obtura nuevos liderazgos

8 minutos de lectura
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Por la urgencia de neutralizar a Kicillof, La Cámpora juega su principal carta en la primera mano.

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Los comunicados de Eduardo Wado de Pedro sobresaltan como un trueno en plena noche peronista.

Ocurrió en setiembre de 2021, tras la debacle electoral de las elecciones de medio término, cuando, sin decir “agua va”, el entonces ministro del Interior puso su “renuncia a disposición”. La circulación del texto dirigido a Alberto Fernández actuó como campana de largada para los funcionarios que orbitaban en La Cámpora y el Instituto Patria, que replicaron la movida. Así, quien aparecía como el más dialoguista de los camporistas fue el encargado de hacer público que los puentes estaban rotos y que la promesa del Frente de Todos, en los hechos, había terminado.

El jueves se repitió la secuencia del estruendo. Mediante un tuit, Wado postuló a Cristina para presidir el Partido Justicialista (PJ). Como en 2021, se sumó de inmediato el mundo identificado con La Cámpora y el Patria.

La Cámpora recorrió un camino hasta llegar a la conclusión de que la expresidenta es “la única que puede encender una luz de esperanza”. Un primer ensayo involucró la postulación del propio Wado, siguió por la senadora catamarqueña Lucía Corpacci y luego su par sanjuanino Sergio Uñac. Ninguno prendió.

Con el correr de las horas, la percepción en diferentes tribus peronistas era que las adhesiones a la conducción de Cristina llegaban a cuentagotas antes que en forma de ola –remoloneaban gobernadores, intendentes, legisladores de peso y jefes sindicales–, aunque nadie descartaba un clamor que tornara inevitable un nuevo capítulo para la expresidenta.

La ruta del Gitano

Ricardo el Gitano Quintela, gobernador de La Rioja, viene recorriendo el país hace meses para ocupar el puesto, pero se topó con el veto de los Kirchner, no tanto por él, sino por el objetivo de mantener a raya a quien aparecía como su principal valedor: Axel Kicillof.

“Es obvio que la postulación de Cristina busca paralizar a Kicillof, el único de nosotros que realmente tiene fichas en el bolsillo”, dice con prosa de ruleta un dirigente bonaerense que todavía apuntala el proyecto Quintela. “Es un globo que no tiene que ver con el Gitano; está destinado a Axel”, deduce otra voz desde el norte.

Una conducción del partido impulsada por Kicillof y con anclaje en gobernadores lejanos al Área Metropolitana de Buenos Aires, mientras avanzan los gestos desobedientes del mandatario bonaerense tanto en la estrategia de oposición a los hermanos Milei como en el armado electoral para 2025, habría colocado a la ortodoxia cristinista en un inadmisible papel secundario. Hacía falta dar un golpe en la mesa, y Wado lo hizo.

La maniobra camporista encontró a Kicillof en México, donde asistió a la asunción de Claudia Sheinbaum. Desconfiados elaboraban que los tiempos manejados por la expresidenta para retomar el contacto con las bases en un barrio humilde en La Matanza y el tuit de Wado tuvieron por objeto opacar la agenda del gobernador en México, que incluyó un encuentro con Luiz Inácio Lula da Silva, todo un experto en auspiciar vertientes peronistas alternativas a los Kirchner.

Correrá el agua hasta el 17 de noviembre, fecha estipulada para la interna partidaria. Muchos especulan que la ola de apoyos a Cristina terminará sumando a Kicillof y forzará a Quintela a abandonar la carrera con el fin ulterior de postergar la elección hasta marzo. “Lo que realmente les interesa es patear la pelota. Cristina lo hace siempre. Lo que no puede controlar, lo friza”, describe el peronista norteño.

Para anotar su postulación, el gobernador de La Rioja debe alcanzar el aval de 60.000 afiliados y de cinco presidentes de peronismos provinciales, una meta que quienes están embarcados en la aventura consideran alcanzable. En principio, dieron su apoyo los jefes partidarios de Neuquén, La Rioja, San Luis, Chaco, Misiones y Salta. La Patria es el Otro, agrupación de Andrés Cuervo Larroque; el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi; otros alcaldes y los exalbertistas Victoria Tolosa Paz y Santiago Cafiero son algunos de los bonaerenses comprometidos en juntar firmas. Por ahora. El pasado demuestra que ese entramado podría evaporarse en cuestión de horas, como ocurrió en varios intentos de desafío a la exmandataria que se desvanecieron antes de nacer.

Mover la dama

Que La Cámpora ponga sobre la mesa el nombre de Cristina sin haber sellado antes los acuerdos necesarios, en una semana dominada por la marcha universitaria, el cierre de hospitales y el deprimente acto de los Milei en Parque Lezama, refleja, por un lado, la improvisación de la movida, pero también la urgencia que sienten los Kirchner para que Kicillof se cuadre.

La enjundia de Máximo Kirchner con el asunto contrasta con la amable oposición que le prodiga a Javier Milei, a quien hasta le suaviza el veto al aumento a los jubilados.

El proyecto para conducir el PJ fue una ramificación de la idea “Cristina candidata” en 2025, algo que requiere que la expresidenta se desproscriba. Ella dijo que el veto de la Justicia le impidió participar de las elecciones presidenciales del año pasado. Todo indica que la sala de Casación con prosapia macrista que debe expedirse en la causa Vialidad ratificará o agravará la condena, lo que legalmente no impedirá su postulación, al no tratarse de una sentencia firme. ¿Incoherencia? Una más.

La expresidenta deja correr y acelera visitas al territorio, como la photo opportunity montada de apuro el miércoles en la parroquia San José, dirigida por el padre Nicolás Angelotti en La Matanza, seguida por una breve recorrida por Puerta de Hierro, San Petersburgo y otros barrios pobres. Si de algo entiende Cristina es de recrear la mística en el cara a cara con su base electoral.

Sin avisar de su presencia al intendente local, Fernando Espinoza, y con Kicillof en México, Cristina aprovechó la ocasión para hablar del “Estado ausente” y el avance del narco.

La precipitada carta de postular a Cristina se asemeja a jugar la carta más importante en la primera mano. Un dirigente del peronismo bonaerense lee la presentación de Máximo ante los suyos en el estadio Atenas de La Plata, hace dos semanas: “Buscó provocar a Axel para que entre en la confrontación sin hacer ninguna mención a la asfixia de Milei a la provincia. Hacia el sistema de poder, fue un mensaje hasta medio mafioso para que nadie se anime a desobedecer. Y con Cristina tripulada por Máximo, Milei gana oxígeno”.

Otra voz cercana a Kicillof tampoco separa a la expresidenta de las acciones de su hijo y La Cámpora. “Le están haciendo perder capital político”.

A tal punto llegan los reproches que hay voces del peronismo bonaerense que sugieren una zona de acuerdo entre el ultraderechista y el cristinismo puro, con el rediseño de la Corte Suprema como epicentro del toma y daca, y Wado de Pedro como negociador con el temible Santiago Caputo.

Los caminos de Kicillof

La dinámica lleva a acto y contraacto. Este fin de semana, Máximo juntó a intendentes del sur bonaerense y algunas decenas de jefes de peronismos municipales en Monte Hermoso. El 17 de octubre, Kicillof encabezará un encuentro en Berisso, donde los más optimistas esperan reunir a cuarenta alcaldes. El gobernador necesita mostrar que cuenta con algo más que un grupo de intendentes cercanos a La Plata, la agrupación de Larroque, el círculo que comanda Carlos Bianco, una parte minoritaria del Movimiento Evita, Ferraresi y la alianza táctica con el peronismo de La Matanza.

El gobernador bonaerense no concibe la posibilidad de un enfrentamiento directo con Cristina, como hicieron dirigentes que partieron para dejarse hamacar por el Grupo Clarín y dar pelea por derecha antes de retroceder sobre sus pasos o resignarse a la marginalidad.

Kicillof no está dispuesto a abjurar ni de la valoración de los mandatos de Néstor y Cristina ni de su vínculo personal con la segunda, pero cada vez más baraja un vocabulario sobre la necesidad de construir un liderazgo distinto y transmite una lectura propia sobre el pasado reciente y la estrategia para hacer frente a Milei.

Por ejemplo, en cuanto a las laceraciones internas y las responsabilidades en el gobierno del Frente de Todos. Los Kirchner no sólo se declaran indemnes de lo actuado, sino que se erigen en baluartes que lucharon con hidalguía por mantener el espíritu nacional y popular, a la vez que víctimas de la presunta traición de Alberto Fernández.

Si bien Kicillof se ubicó mucho más del lado de Cristina que de Alberto en la desquiciante pelea que prolongaron durante cuatro años, y hasta por momentos le dio letra económica a la entonces vicepresidenta, la mirada en La Plata es que el descrédito ante el electorado es compartido por el expresidente y la exvice. “No fue gratis para nadie”, dice la persona ya citada de su entorno cercano. La voz observa en la ofensiva de Máximo hacia Kicillof una reminiscencia metodológica de lo acontecido durante el Ejecutivo de los Fernández, no sólo en la vocación de “sometimiento”, sino en la aspiración de manejar presupuestos y cargos.

Si de algo está convencido el arco kicillofista –que tiene vertientes bastante diversas– es de que un esquema en el que el liderazgo político no resida en el gobernante, como ocurrió entre 2019 y 2023, no debe repetirse en ningún escenario.

La forma que tiene Kicillof de desafiar al eje Cámpora-Patria sin llegar a confrontar y ganar oxígeno es concentrarse en la oposición a Milei y en la gestión de la gobernación. “Escudo y red”, grafica la voz cercana. “Escudo” ante la ofensiva ultraderechista y “red” de reparación y acuerdos transversales.

No obstante, la táctica de eludir el conflicto puede funcionar un tiempo, pero, tarde o temprano, la dinámica obligará a definiciones. No está del todo claro si efectivamente es un paso que el gobernador bonaerense está dispuesto a dar.

La marca Kirchner

Cristina conserva la aprobación de al menos un cuarto de la población. Es un apoyo minoritario pero firme que contrasta con una imagen adversa alta.

El ratio de opiniones negativas y positivas se mantiene relativamente estable hace años.

Nadie tiene derecho a exigirle el retiro a una líder política como Cristina, menos si quienes le objetan el lugar no demostraron ni la pericia ni la vocación de cosechar un apoyo similar. El vínculo de la expresidenta con buena parte de los más pobres de Argentina tiene un basamento genuino, resistente a la cancha mediática inclinada, la tirria de cierto poder empresarial y la letanía de los omnipresentes gurúes económicos.

El cuadro lleva al sistema político a asumir que el apellido Kirchner tiene un peso electoral, pero no alcanza para ganar elecciones. Por el contrario, tiende a abroquelar adversarios, al punto de que están dispuestos a encolumnarse detrás de un ultraderechista incivilizado que expone su violencia en la pantalla televisiva.

Nadie más que Cristina parece tan convencido de que jugarse con la propia no es suficiente. Hace más de una década que pergeña alquimias con cabezas de lista que no sólo no representan al kirchnerismo puro, sino que se construyeron como oportunistas, críticos u opositores: Martín Insaurralde, Daniel Scioli, Alberto y Sergio Massa. Además, el cristinismo le huye a medirse en internas o primarias. Ha maniobrado sin elegancia para evitarlas. Hasta ahora, Máximo fue candidato a diputado sólo cuando se votó a presidente, de manera que evitó la atracción de los focos.

El futuro electoral de la marca Kirchner lo resolverán los votantes. Una debacle de los hermanos Milei –en absoluto descartable– podría abrir escenarios impensados.

El problema real del liderazgo de Cristina es que no atina a pensar un diagnóstico consistente ni a trazar nuevos horizontes para el país. Por momentos, se atasca en teorías absurdas sobre la multiplicación al infinito de los subsidios y la inocuidad del déficit fiscal, basadas sobre una mala lectura de un ranking de The Economist, y cada tanto propone reformas de corte promercado, adaptables a los cambios en el consumo y el mundo del trabajo, de las que luego no se tienen más novedades. No llamativamente, voces del mainstream ortodoxo sobreestiman el giro pragmático que trazó la exmandataria en sus últimas cartas, como si ello sentara un hito que la coloca por delante del resto del arco opositor. La obturación de reemplazos beneficia a Cristina, pero también a sus enemigos.

De la expresidenta surgen invitaciones a grandes acuerdos nacionales sobre la economía bimonetaria y la deuda externa, pero ella y la agrupación de su hijo se vuelven intratables con rivales de la interna, en teoría no tan lejanos, a cuyo combate dedican una energía inusitada.

Los Kirchner vetan militantes con trayectoria por alguna rencilla no explicada y abrazan a todoterrenos sin ideología ni sustancia del estilo Insaurralde. Denuncian con agudeza negociados gestados al amparo del macrimileísmo y callan ante el largamente demostrado capitalismo de amigos que campeó entre 2003 y 2015.

El último mandato presidencial de Cristina (2011-2015) evidenció incapacidad para reconducir el exitoso ciclo económico del primer kirchnerismo. El fracaso de Macri abrió otra oportunidad, pero Cristina dedicó su fortaleza a profundizar desequilibrios macro durante el fallido gobierno de Fernández. Ahora, la expresidenta se da nuevas vidas, sin que surja un atisbo de reflexión crítica sobre lo actuado.

Si Milei lo pidiera, no le podría salir mejor.

Nota publicada originalmente por eldiarioAR.com.

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