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Ilustración: Ramiro Alonso

La elección del odio

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Una de las paradojas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos es que uno de los candidatos, cuyo fuerte entre los votantes es la economía, piensa que este no es el tema principal de la elección. Por primera vez en un acto electoral, Trump dijo en voz alta lo que venía comentando a sus principales asesores: que la inmigración es el principal tema y que “supera a la economía”. Pero no sólo esto: Trump afirmó que “Estados Unidos es ahora un país ocupado. Pero el 5 de noviembre de 2024 será el día de la liberación en Estados Unidos”.

¿País ocupado? ¿Liberación? Estas ideas conspirativas y apocalípticas nos recuerdan a las de dictaduras latinoamericanas como la de Jorge Rafael Videla en Argentina o Augusto Pinochet en Chile. Y yendo más atrás, a discursos fascistas como los de Adolf Hitler o Benito Mussolini.

Si Pinochet escribía un libro sobre la libertad cuando la destruía por completo en su país, demonizando y asesinando adversarios, Trump promete deportaciones masivas y una dictadura efímera para el primer día de su gobierno: “la dictadura del día 1”. Y como si fuera poco, el expresidente afirma que los inmigrantes no deberían ser considerados personas y que contaminan el ser nacional, pues “envenenan la sangre de nuestro país”, algo que recuerda las palabras de Hitler en su libro Mein Kampf: “Todas las grandes culturas del pasado perecieron porque las razas originalmente creativas se extinguieron por envenenamiento de la sangre”.

La relación entre crimen y deshumanización, explotada por líderes como Jair Bolsonaro en Brasil y Nayib Bukele en El Salvador, forma parte de una ideología extremista que la precede. La violencia extralegal es presentada como una solución absoluta a los problemas de la gente. En este marco, la economía y la desigualdad pasan a un segundo plano, mientras que la política del entendimiento y el diálogo democrático desaparece por completo.

Un discurso repetido en la región

Ya a mediados del siglo pasado, el líder político fascista brasileño Plínio Salgado entendía que la violencia era parte de la lucha por el alma de la civilización y que salvaría a la nación de la extinción al destruir a aquellos que consideraba diferentes. En su opinión, no se podía ser imparcial en la batalla entre “el bien y el mal” y había que actuar contra “degenerados y criminales”.

Para los fascistas argentinos de las primeras décadas del siglo XX, la confluencia de democracia, inmigración y socialismo creó más criminales y representó una gran amenaza a la “seguridad nacional”. El famoso escritor fascista argentino Leopoldo Lugones afirmaba que gran parte de los inmigrantes eran “anormales” y “criminales viciosos” y que su presencia era “intolerable”.

Este vínculo entre criminales, enemigos absolutos e ideología fue fundamental para la ideología fascista. En Mein Kampf, Hitler escribió que los enemigos “no viven en este mundo como representantes del honor y la sinceridad, sino como campeones del engaño, la mentira, el robo, el saqueo y la rapiña”. Esta deshumanización de los adversarios hizo que fuera más fácil desvictimizarlos. Los siguientes pasos fueron la deportación, los campos de concentración y el exterminio.

Pero ¿qué pasará en Estados Unidos?

Muchos expertos se preguntan cómo haría Trump, en caso de ganar las elecciones, para cambiar el sistema político, ya que la democracia estadounidense cuenta con un complejo sistema de contrapesos y trabas legales y societarias. No obstante, los planes autoritarios figuran incluso por escrito. En particular, debemos recordar el Project 2025 de la Heritage Foundation, prologado por su candidato a vicepresidente, JD Vance. Una idea es recatalogar a una infinidad de empleados estatales como nombramientos políticos para reemplazarlos por trumpistas. Es decir, se propone la erosión de las diferencias entre las instituciones, el líder y la constitución de un Estado que estaría absolutamente sujeto a sus caprichos.

La preocupación ante una posible victoria de Trump y su relación con el fascismo apareció recientemente en la portada de The New York Times. Incluso la candidata demócrata Kamala Harris afirma que la opción que representa Trump puede ser considerada fascista.

Trump es “fascista hasta la médula”, dijo el general retirado Mark Milley en el nuevo libro del reconocido periodista Bob Woodward. El exjefe del Estado Mayor Conjunto agregó que Trump es “la persona más peligrosa para este país.” Los dichos de Milley confirmaron lo que muchos piensan. La política de Trump basada en el odio, las mentiras, la idealización de la violencia y la represión y las aspiraciones dictatoriales se parecen demasiado a las formas clásicas del fascismo.

Trump tiene una comprensión muy básica e intuitiva de la política y no tiene fundamentos teóricos más profundos para sus tendencias fascistas, más allá del apoyo superficial a las ideas que ya son populares entre su base de extrema derecha. Al igual que Bolsonaro, Trump ve la política de extrema derecha, ante todo, como una vía hacia el avance personal.

En este sentido, la negativa de Trump a aceptar el veredicto del sistema democrático tras perder las elecciones de 2020 combina sus impulsos antidemocráticos con temores personales; la misma combinación que ha marcado a los totalitarios y fascistas durante décadas. El ex y quizá futuro presidente sigue el manual de Hitler al proyectar sobre sus enemigos todos sus odios, fantasías y aspiraciones.

Federico Finchelstein es profesor de Historia en la New School for Social Research (Nueva York). Este artículo fue publicado originalmente en latinoamerica21.com.

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