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Desastre planetario, negacionismo y revuelta

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La evidencia de un desastre planetario en curso y la negación de esa evidencia, o al menos la negativa a admitirla plenamente, son las dos características definitorias de nuestro tiempo. De ahí la posición central en nuestros días del problema del negacionismo, alimentado por la desinformación y el autoengaño. El negacionismo es un término polisémico, que presenta distintas facetas y gradaciones, desde la más cruda e infantil, propia de la extrema derecha, hasta la más culta y universitaria, camuflada en la ficción del “crecimiento sostenible”. A diferencia del significado original del término negacionismo, que intentaba relativizar o negar la existencia de los campos de exterminio creados por el Tercer Reich, el negacionismo contemporáneo se centra en desacreditar el consenso científico. Hay que definirlo como la negativa ciega e irracional a aceptar las advertencias científicas sobre las causas de las catástrofes locales y regionales ya observadas diariamente, y tal negativa implica elegir la propia ruina. Esta elección está generalmente motivada por el interés económico, pero también por la ideología del desarrollismo, por una inversión en la propia ignorancia, por el fanatismo religioso y, más a menudo, por una combinación de todas estas motivaciones.

En el panorama general de este desastre planetario, la emergencia climática y la aniquilación de la biodiversidad son las crisis más sistémicas. El clima es la condición de posibilidad de los bosques, y los bosques son, a su vez, la condición de posibilidad de la estabilidad climática. Sin un clima mínimamente estable y sin bosques no hay agricultura, estabilidad de los ciclos hidrológicos y, sobre todo, posibilidad de regulación térmica de los organismos. Nosotros y otras especies no podemos sobrevivir fuera de nuestro nicho climático. Esto es una imposibilidad biológica, indiferente a las supuestas soluciones mágicas de la tecnología. Pero hay mucho más que afrontar que la emergencia climática y la biodiversidad. La intensificación (intensificación y mayor frecuencia) de innumerables crisis sistémicas, que actúan en sinergia y se refuerzan recíprocamente, indica cada vez más inequívocamente la inminencia de un desastre colectivo. Esbocemos un panorama general de la más importante de estas crisis.

  1. Aumento continuo del consumo de energía (principalmente combustibles fósiles, pero no sólo).
  2. Aumento igualmente continuo de la minería, con impactos ambientales inaceptables.
  3. Desestabilización del sistema climático debido principalmente a la quema de combustibles fósiles.
  4. Desregulación de los ciclos hidrológicos (sequías e inundaciones) como efecto de esta desestabilización.
  5. Aumento del nivel del mar, que afecta la infraestructura, los recursos hídricos y los ecosistemas costeros.
  6. Sustitución de la agricultura por la agroindustria dentro de la globalización del sistema alimentario.
  7. Destrucción y degradación de bosques y otra vegetación natural por parte de la agroindustria.
  8. Antropización, artificialización y degradación biológica de los suelos principalmente por parte de la agroindustria.
  9. Mayor riesgo de epidemias y pandemias con mayor extensión geográfica de sus vectores
  10. Facilitación de las zoonosis mediante la cría intensiva de animales para la alimentación humana.
  11. Aumento explosivo de la generación de residuos, incluso en la estratósfera.
  12. Intoxicación químico-industrial de la biosfera, con aumento de enfermedades de los organismos.
  13. Fuerte disminución de la fertilidad humana y de otras especies.
  14. Sobrepesca y destrucción generalizada de la vida marina.
  15. Aumento de especies invasoras a escala global.
  16. Empobrecimiento genético de especies seleccionadas por la agroindustria.
  17. Aumento de la resistencia bacteriana al uso de antibióticos en humanos y otros animales.
  18. Aniquilación de la biodiversidad resultante de los 16 factores anteriores.
  19. Riesgos crecientes de las nuevas tecnologías (geoingeniería, nanotecnología, nuclear, etcétera).
  20. Opacidad y creciente transferencia del poder de toma de decisiones a los algoritmos de la inteligencia artificial.
  21. Uso de estos algoritmos para sustituir y precarizar el trabajo.
  22. Manipulación de comportamientos por parte de estos algoritmos, exacerbando el individualismo.
  23. Uso de estos algoritmos para desacreditar la ciencia y la democracia.
  24. Estallidos de irracionalismo y, en particular, fanatismo religioso.
  25. Aumento de las desigualdades y concentración del poder en manos de las oligarquías económicas.
  26. Financiarización extrema de la esfera económica.
  27. Preponderancia de la economía como criterio para evaluar el éxito de las sociedades.
  28. Reducción de los estados al papel de facilitadores y gestores de las demandas del mercado.
  29. Resurgimiento del patriarcalismo, el racismo y las ideologías nacionalistas y nazifascistas.
  30. Proliferación de guerras y conflictos armados, resultante de los 28 factores anteriores.

Aunque de tipos y naturalezas muy diferentes, estas crisis representan facetas interconectadas de una única crisis planetaria de civilización llamada capitalismo globalizado (que incluye, obviamente, a Rusia y China). Esta crisis planetaria puede caracterizarse mejor como la crisis de nuestra civilización termofósil, una civilización basada en la quema de carbono, la destrucción de la biosfera, la acumulación y concentración de capital por megacorporaciones, la disociación entre el hombre y la naturaleza, la ilusión de mejora energética ilimitada y en la ideología de que no existe otro mundo posible.

En el marco general de esta lista de crisis, la emergencia climática, la aniquilación de la biodiversidad, la intoxicación planetaria y las guerras (con el riesgo ahora extremo de una guerra nuclear entre Rusia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte) tienen el potencial, incluso consideradas de forma aislada, de amenazar existencialmente las civilizaciones humanas y la supervivencia de millones de especies, incluida la nuestra. Pero están asociadas entre sí y actúan en sinergia con las otras crisis enumeradas anteriormente, de modo que el caos irreversible que están a punto de engendrar se vuelve casi una certeza. Resulta que existe un bloqueo cognitivo, ideológico, emocional y psicológico en las sociedades que aceptan y comprenden esta casi certeza. Y este bloqueo, es decir, el negacionismo contemporáneo en todas sus facetas y gradaciones, es en sí mismo el factor decisivo en la transición de la casi certeza a la certeza. El negacionismo contemporáneo se convierte así en el factor decisivo que nos precipita a este caos. Es el mayor responsable de la escasa reactividad de las sociedades ante la ruina que ya empieza a afectar a la vida en la Tierra. Si no hay una revuelta política de las sociedades a la altura de la extrema gravedad de esta crisis planetaria poliédrica, la condena de lo peor en un futuro cada vez más cercano es inapelable.

Luis Marqués es profesor de Historia. Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Outras Palavras.

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