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El Partido Socialista español sobrevivió, pero sigue en peligro

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La izquierda, en sentido amplio, está en claro declive en toda Europa, mientras que la derecha, especialmente la extrema derecha, está prosperando como no lo había hecho desde 1945. En vísperas de las elecciones europeas de junio, la tendencia es inequívoca: socialdemócratas, verdes y otros partidos de izquierda perderán unos cuarenta escaños en el nuevo Parlamento. Tras la caída del primer ministro del Partido Socialista, António Costa, en Portugal, España es hoy el único país de la Unión Europea (UE) con un gobierno de izquierdas. Mientras que otros gobiernos pueden parecer “progresistas” sobre el papel, como el de Eslovenia, muchos son grandes coaliciones (como el de Dinamarca) o se inclinan más hacia el centro que hacia la izquierda (como el de Alemania). Los acontecimientos en España, por tanto, son más decisivos de lo que cabría imaginar.

¿Qué está pasando en España? Madrid era sin duda un objetivo crucial para la derecha europea, especialmente después de que el Partido Popular y Vox ganaran las elecciones municipales de mayo de 2023. El democristiano alemán Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo (PPE), y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, elaboraron una estrategia para que España siguiera el mismo camino que Italia, Finlandia y Suecia, formando una coalición entre la derecha dominante y la extrema derecha. Sin embargo, las elecciones generales anticipadas del pasado 23 de julio arrojaron un resultado diferente debido a la fuerte movilización del electorado de izquierda, lo que permitió la continuidad del gobierno de coalición.

Aun así, Pedro Sánchez, el líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que es presidente del Gobierno desde junio de 2018, logró mantenerse en el cargo formando una coalición diversa que incluye no solo a la alianza de izquierdas Sumar, sino también a varios partidos regionalistas y nacionalistas, incluidas fuerzas independentistas catalanas y vascas. Este gobierno en minoría cuenta con el apoyo de casi todas las fracciones parlamentarias, excepto el conservador Partido Popular y del ultraderechista Vox. Pero incluso esto corre el riesgo de verse alterado esta primavera por un extenso ciclo electoral que comenzó con las elecciones autonómicas gallegas en febrero, continuó con las elecciones vascas en abril y las catalanas en mayo, y terminará con las elecciones europeas del 9 de junio.

Una derecha radicalizada

Ya había indicios de ello allá por 2019, pero ahora está fuera de toda duda. Aquí entran en juego algunos elementos cruciales. Primero, la larga ola del momento Indignados terminó y las fuerzas a la izquierda del PSOE están en profunda crisis. Unidas Podemos se escindió en un ala más “intransigente” encabezada por Iglesias, que conserva el nombre de Podemos, y Sumar, el intento de Yolanda Díaz de unir a varios partidos y movimientos de izquierda (Izquierda Unida, Comuns, Más Madrid, Compromís, etc.). En las elecciones municipales de mayo de 2023, esta división permitió a la derecha ganar la mayoría de las regiones y ayuntamientos. Pero en las últimas elecciones autonómicas, la tendencia no fue mejor. Ni Sumar ni Podemos lograron entrar en el Parlamento regional en Galicia; sólo eligieron un diputado (para Sumar) en el País Vasco, y en Cataluña —teóricamente corazón del proyecto de Díaz— la lista Comuns-Sumar se hizo con seis escaños, perdiendo dos.

En segundo lugar, hay una derecha radicalizada. Con la desaparición de Ciudadanos —un partido emergente, liberal y antiindependentista comparado en su día con el vehículo En Marche de Emmanuel Macron en Francia—, el Partido Popular se recuperó electoralmente, aglutinando de nuevo a gran parte del voto conservador. Sin embargo, no es el mismo Partido Popular que en los tiempos del expresidente Mariano Rajoy: se desplazó mucho más a la derecha y abrazó rápidamente alianzas con Vox (sin plantearse ni remotamente un cordón sanitario contra la extrema derecha), asumiendo gran parte del programa de este último partido. No sólo tacha al presidente Sánchez de traidor a la patria por sus acuerdos con partidos independentistas catalanes y vascos, sino que incluso afirma que su gobierno es “ilegítimo”. El principal partido de la derecha española apoyó las manifestaciones, protagonizadas principalmente por grupos neofascistas y neonazis, que asediaron durante días la sede del PSOE en Madrid durante el mes de noviembre, con escenas que recordaban en cierto modo a los disturbios del capitolio estadounidense. Han intentado derribar al gobierno mediante una mezcla de guerras culturales, noticias falsas y lawfare, ayudados por medios de comunicación afines y sectores conservadores del Poder Judicial.

Sánchez se mantiene firme

Las consideraciones anteriores son importantes para entender la condición actual del gobierno de izquierda en España y para esbozar posibles escenarios futuros. El Gobierno de Sánchez es débil; lo sabíamos desde el principio. En la pasada legislatura (2019-23) tuvo cierto margen de maniobra, pero ahora ya no: cada voto es crucial para su supervivencia. Sin los votos de los siete diputados de Junts de Puigdemont o los cinco de Podemos —que abandonaron el grupo parlamentario de Sumar tras la ruptura definitiva entre Iglesias y Díaz—, el Gobierno no tiene mayoría. Esta legislatura puede ser un calvario: en parte ya lo fue estos últimos meses. Por supuesto, todo el mundo sabe que derrocar a Sánchez significa poner la alfombra roja a los partidos de derecha para que se hagan con el Gobierno, pero hay una gran diferencia entre las palabras y los hechos. Entre otras cosas, porque la mayoría del Gobierno también se apoya en formaciones de centroderecha como el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el ya mencionado Junts per Catalunya, con los que le cuesta llegar a acuerdos en políticas fiscales o sociales.

Aún así, después de haber sido golpeado por una campaña de ataques de la derecha y un escándalo de corrupción que implicaba a su PSOE, la posición del propio Sánchez se recuperó en el último mes. Tras el mal resultado en las elecciones autonómicas en Galicia, donde el Partido Popular retuvo la mayoría absoluta en uno de sus bastiones históricos, en el País Vasco los socialistas tienen los números para mantenerse en el gobierno con el Partido Nacionalista Vasco como socio menor. Mientras tanto, los socialistas catalanes obtuvieron fácilmente el primer puesto en las elecciones de esa región. Además, la extraña crisis de finales de abril —durante cinco días Sánchez sopesó si dimitir o no por el desprestigio de su mujer, Begoña Gómez, a la que sus adversarios acusaron infundadamente de corrupción— no sólo le permitió centrar el debate público en la defensa de la democracia frente a los esfuerzos de deshumanización de la derecha, sino que le dio un respiro de nuevo en las encuestas.

Aun así, la serie de grandes pruebas electorales no terminará hasta la votación para el Parlamento Europeo del 9 de junio. Mientras que hace unos meses parecía segura una gran victoria del Partido Popular, las últimas encuestas hablan de un reñido cara a cara entre éste y el PSOE de Sánchez. Si su apoyo se mantiene, podrá afrontar con más tranquilidad los meses venideros.

Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Jacobin.

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