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Pablo Marçal, candidato a la alcaldía de São Paulo por el Partido de Renovación Laboral Brasileña (PRTB), durante un acto de campaña, el 3 de setiembre.

Foto: Nelson Almeida, AFP

La izquierda puede ganar en la ciudad más grande de América Latina

7 minutos de lectura
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A un mes de las elecciones, el ascenso del candidato neofascista Pablo Marçal desordenó las predicciones tanto de la izquierda como de la extrema derecha.

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Estamos a 30 días de la primera vuelta de las elecciones municipales en Brasil. Lo paradójico de la situación es que la situación económica ha mejorado, porque los datos indican que el PIB debería confirmar un crecimiento del 3% a finales de año, el desempleo disminuye, la inflación se mantiene contenida, pero la influencia de la extrema derecha no disminuye. El índice de aprobación de Lula se mantiene por encima del 50%, pero su índice de desaprobación no ha bajado. En la mayor ciudad del país, el fenómeno electoral es la meteórica irrupción de la candidatura de Pablo Marçal, un furibundo neofascista que crece vertiginosamente.

Hay varias explicaciones posibles. El gobierno argumenta que la clave se debe a las dificultades de comunicación. Lula ha utilizado la imagen de que la “siembra” ya está hecha, y sólo hay que tener paciencia para recoger la “cosecha”. Otros argumentan que la mejora de la vida no ha llegado a la vida material de millones de pobres, porque un PIB más grande no es suficiente. Resumen de la película: la expectativa era que las acciones del gobierno de Lula serían decisivas en la lucha para reducir la base de apoyo de Bolsonaro. Pero ha sido, por lo menos, insuficiente. El centrão, en sus dos alas, amenaza con salir fortalecido de las elecciones de 2024. Incluso en el Nordeste, donde el lulismo es más poderoso, los candidatos del PT van por detrás en Fortaleza, Natal, Aracaju e incluso Teresina. ¿Por qué?

Victoria en las urnas, repliegue en la ideología

Hay otra variable que no se excluye mutuamente de las anteriores. La lucha contra el neofascismo se desarrolla también en el terreno ideológico. El bolsonarismo aboga por privatizarlo todo porque el Estado es corrupto. Defiende que todo el mundo debe aspirar a ser su propio jefe, y que enriquecerse es posible para quien tenga el “coraje” y crea en ello, asumiendo la idea de la teología pentecostal de la prosperidad. Aboga por menos impuestos y menos regulaciones, más policía y menos ayudas familiares.

Marçal es una amenaza para las mujeres, los negros y los LGBT. Pero su ascenso es un peligro mortal para los trabajadores. Su programa se resume en una idea: capitalismo salvaje de choque.

La izquierda no denuncia el capitalismo, sino la pobreza extrema. La izquierda ya no dice en público que los derechos reproductivos de las mujeres, y por tanto la legalización del aborto, es una cuestión de salud pública, etcétera. No se va a recuperar el tiempo perdido en una campaña electoral de seis semanas. Sería una tontería. La paradoja es que es Bolsonaro quien corre el riesgo de ser detenido por golpista, pero es la izquierda la que sigue a la defensiva, ideológicamente. La extrema derecha ha abrazado la defensa del discurso del capitalismo “popular” de Margaret Thatcher: egoísmo personal contra solidaridad social, la doctrina del neoliberalismo. Lula ganó, pero los valores más elementales de la izquierda son minoritarios en la sociedad.

Qué debe hacer la izquierda ante la escisión de la extrema derecha

Hasta hace un mes, el escenario previsible para las elecciones en San Pablo era una segunda vuelta entre Guilherme Boulos y Ricardo Nunes. Esto ya no parece un resultado tan claro. Las dos últimas semanas han dejado claro que existe la posibilidad de que Marçal desbanque a Nunes y pase a la segunda vuelta. Es incierto, es verdad. Las dos corrientes políticas nacionales más poderosas siguen siendo el lulismo y el bolsonarismo, y la explicación está en una historia de 45 años de lucha social. Mientras tanto, ha habido fluctuaciones en el grado de influencia y en la base electoral del PT. Pero lo que ha cambiado cualitativamente es el espacio ocupado por el PSDB, que solía estructurar el centro burgués-liberal, pero que fue devorado por la extrema derecha a escala nacional.

El bolsonarismo se ha dividido y Marçal ha ido ocupando el espacio de liderazgo en la corriente neofascista.

Bolsonaro dio un giro brusco al decidir apoyar a Nunes e impedir a Ricardo Salles. El cálculo se hizo por varias razones, siendo la más importante la necesidad de ampliar sus alianzas ante el peligro de arresto. Pero era demasiado arriesgado porque Nunes no despierta confianza en la extrema derecha. El bolsonarismo se ha dividido y Marçal ha ido ocupando el espacio de liderazgo en la corriente neofascista. La campaña de Nunes ya ha entrado en modo pánico. La táctica de atraer el voto ultrarreaccionario sin una excesiva vinculación con Bolsonaro ha fracasado. Las próximas encuestas nos dirán hasta dónde ha llegado el crecimiento de Marçal.

La campaña es diferente a la de 2022. ¿Por qué? Tres variables son clave: 1) la evaluación del gobierno de Nunes no es catastrófica, a diferencia de la de Bolsonaro durante la pandemia, aunque tampoco es positiva, pero los campos de la derecha y la extrema derecha están divididos; 2) las clases medias están divididas, pero es imposible predecir si la asociación de Nunes con Bolsonaro tendrá éxito, condición sine qua non para la victoria de Boulos; 3) el apoyo a Lula se concentra en las clases bajas y la transferibilidad de Lula ya quedó demostrada en la elección de Haddad en 2012, pero el rechazo a Boulos es muy alto.

Hay otros dos elementos importantes: 1) no hay disidencia burguesa que apoye a Boulos, a diferencia de Lula en 2022, que tuvo a Alckmin y a una fracción minoritaria pero influyente de la clase dominante de su lado desde la primera vuelta, y es poco probable que haya un cambio en una segunda vuelta; 2) Lula ganó en la capital y el rechazo a Bolsonaro se mantiene por encima del 60%, lo que sugiere que Boulos podría ganar si ocupa este espacio, pero tendrá que buscar al menos el 10% de los votos en una parte del electorado que no vota a la izquierda.

Si estas premisas son correctas, deberían sustentar algunas conclusiones. La cuestión táctica central es que esta elección es la más decisiva de todo el país y para la izquierda es posible luchar para ganar. La izquierda tiene pocas posibilidades en todas las demás capitales, con excepción de Porto Alegre y Teresina, lo que no es muy alentador. En Belém, la reelección de Edmílson Rodrigues, del PSOL, aún es posible, pero difícil. Una derrota en San Pablo tendría consecuencias devastadoras. Una victoria será un impulso vital para derrotar a Bolsonaro en 2026. Nadie sabe cómo será 2025, con las elecciones estadounidenses de noviembre y el peligro de una victoria de Donald Trump.

El fenómeno Marçal

En San Pablo se produjo una metástasis. Marçal atrae magnéticamente a la parte más radicalizada de la extrema derecha de Bolsonaro. Los que piensan que hay incompatibilidades entre Marçal y Bolsonaro están muy equivocados. Hay tensiones tácticas, pero unidad estratégica. La candidatura de Marçal no es sólo una “ola” en internet. Es una avalancha. Está creciendo muy rápido y, por el momento, todos los que apostaron que su techo sería el núcleo duro del bolsonarismo se equivocaron. Nadie puede saber cuál será su techo.

La presencia de Marçal frente a Boulos en la segunda vuelta se hace más probable con cada sondeo electoral. Marçal devora el espacio de Bolsonaro y parece capaz de extender aún más las simpatías.

Desde el primer debate en TV Bandeirantes al último en TV Gazeta, entrevistas en medios de comunicación, entrevistas en periódicos, hasta Roda Viva de TV Cultura, está claro que Marçal es un cuadro. Su ascenso meteórico no es la magia de los algoritmos de las redes sociales. La extrema derecha es un movimiento político dinámico y muy activo en Brasil, aunque Bolsonaro no haya construido un partido. No será ignorando al enemigo como será derrotado. El error más grave de la izquierda brasileña ha sido subestimar a los neofascistas desde 2018. Enfrentarlos de frente, sin vacilaciones, no debe basarse únicamente en cálculos electorales. Son una amenaza para las libertades democráticas más elementales. Marçal es una amenaza para las mujeres, los negros y los LGTB. Pero su ascenso electoral es también un peligro mortal para los trabajadores. Su programa se resume en una idea: un shock de capitalismo salvaje. O la destrucción de todas las pequeñas pero valiosas conquistas logradas desde el final de la dictadura.

Existe una sólida unidad burguesa para impedir que Boulos pase a la segunda vuelta en primer lugar, porque sería una victoria tan espectacular que le colocaría en una posición de inmensa ventaja para triunfar en la segunda vuelta. Temen el efecto “arrastre”. La “boulosfobia” se traduce en una naturalización de Marçal. Pero Marçal no es “normal”, sean cuales sean los criterios de evaluación. El presidente del PRTB, partido heredero de la candidatura de Collor en 1989, ha admitido relaciones con el Primer Comando Capital (PCC). La trayectoria de Marçal es la de un embaucador.

Ningún medio de comunicación estaba obligado a invitarle a debates. Si lo hicieron, fue porque apostaban a que sería una candidatura marginal y extraña, pero útil para facilitar un posicionamiento de Ricardo Nunes en el centro frente a los dos extremos. Las acusaciones contra él no han sido suficientes. Incluso Bolsonaro, que había pactado con Nunes, ahora da marcha atrás y deja “un pie en cada canoa” sin definir.

Lo que hay que hacer

Boulos es un candidato con cualidades extraordinarias. Conquistó el derecho a representar a la izquierda en San Pablo con 25 años de militancia junto a las masas populares y construyendo el MTST como el mayor movimiento social por la vivienda del país.

El Frente de Izquierda fue uno de los momentos más inteligentes de la izquierda. Una división en la primera vuelta sería fatal. Pero si es cierto que es posible para la izquierda ganar, cualquier ilusión de que la victoria está al alcance de la mano sería fatal. Estamos ante un empate técnico, con Boulos a la cabeza y creciendo en el sondeo espontáneo. Más de la mitad de los votantes de Lula en 2022, cuando venció a Bolsonaro, todavía no asocian a Boulos con Lula. Esta debe ser la primera tarea de los dos minutos de tiempo electoral y de la campaña en las redes y en las calles de la izquierda durante las próximas semanas. La mitad de la población aún no está concentrada en las elecciones.

Ninguno de los candidatos dialoga con el conjunto de San Pablo. Como Brasil, la ciudad está políticamente fracturada. Un tercio simpatiza con la izquierda y otro con la extrema derecha. Dos miedos medirán fuerzas. La izquierda sólo podrá ganar si el miedo a la extrema derecha es mayor que el miedo a Boulos.

En las dos últimas semanas antes del 6 de octubre, la presión a favor del voto útil, de una elección táctica para evitar lo peor, será innegable. La gente hace cálculos. Los de izquierdas excluyen cualquier envite de Marçal. Los que son partidarios de Bolsonaro acosan a Boulos. Pero hay tres millones de personas a disputar. No será posible luchar contra dos adversarios simultáneamente, con la misma intensidad, por tiempo indefinido. La campaña requiere sangre fría. No demasiado pronto, pero tampoco demasiado tarde, será necesario apostar. Además, aunque ambos se disputan el apoyo de Bolsonaro, Marçal es neofascista. Como en un juego de billar, cuando se mueve una bola para rebotar en otras, en la táctica electoral no basta hacer una campaña pedagógica, defendiendo un proyecto. Es necesario encontrar la manera de aumentar el rechazo del adversario y atraer los votos de los que no tienen ninguna posibilidad de pasar a la segunda vuelta. Van a ser semanas ruidosas. Pero hay mucho en juego, porque la posibilidad de que gane Boulos es real.

Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Jacobin.

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