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La oligarquía y el imperialismo se desnudan: un enfoque sesentista

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La falta de pudor de Donald Trump en el ejercicio del poder desnuda la oligarquía de Estados Unidos y su influencia en el mundo. Lo que queda al descubierto nos hace extrañar la versión anterior.

La oligarquía y el ejercicio del poder para influir en otros países no son algo nuevo en la historia de Estados Unidos, pero con Trump están en juego la calidad de la democracia interna y un viraje negativo en las relaciones de poder internacionales. Quienes no quieran verlo, que no lo vean.

Los oligarcas mimosos de Trump y el retroceso de la democracia

“Está tomando forma en Estados Unidos una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia, que amenaza nuestra democracia”, dijo Joe Biden. Quién lo diría, un presidente de Estados Unidos denunciando a la oligarquía de su país en su último mensaje.

En todo caso, cabe recordar que la concentración de los negocios y la influencia política de las empresas y los supermillonarios en Estados Unidos es anterior a Trump, según lo han documentado autores reconocidos, entre ellos Paul Krugman, premio Nobel de Economía, quien publicó un artículo titulado “Oligarquía estilo americano”.

Algunos de los medios utilizados por los superricos son el financiamiento de las costosas campañas electorales y los miles de lobbies cuyo propósito es influir en las decisiones de los gobiernos.

Con Trump, el campo está libre para un nuevo salto en la concentración de la riqueza y el poder. Manejados por el presidente de Estados Unidos, los poderes del Estado se dirigen a facilitar los negocios de las grandes empresas (entre ellas, las tecnológicas, de hidrocarburos y algunas vinculadas al mercado interno), eliminando restricciones, reduciendo o manteniendo la generosa reducción de tributos que otorgó en su primera presidencia, protegiendo de la competencia externa a las empresas instaladas en Estados Unidos, prohibiendo competidores molestos y defendiéndolas en los litigios internacionales.

Los premios a los empresarios dóciles y las amenazas y la penalización ejemplificante para los rebeldes han comenzado a tener efectos. Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, los tres magnates que encabezan la tecnooligarquía, adoptaron medidas del agrado de Trump, aunque el resultado fuera que los mensajes de odio se multiplicaran.

Bezos, propietario de The Washington Post, ordenó que el medio virara a la derecha y, en adelante, la sección de opinión publicara exclusivamente artículos a favor de las “libertades personales” y el libre mercado. En respuesta a esa decisión de Bezos, Marty Baron, exeditor del periódico, declaró: “Básicamente, le tiene miedo a Trump. Ha decidido que, por tímidos y tibios que hayan sido los editoriales, han sido demasiado duros con Trump”.1

Musk, propietario de X, participó con entusiasmo en la campaña electoral de Trump, a la que agregó más de 200 millones dólares de financiamiento, mérito suficiente para ser designado el líder del desguace del Estado y la reducción de regulaciones a las empresas (siendo él mismo un empresario).

La domesticación de los medios de comunicación siempre ha sido un objetivo de Trump, y lo viene logrando, importa poco si es por convicción o por conveniencia empresarial.

Trump y la oligarquía también impulsan trascendentes cambios institucionales, según lo señalan Steven Levitsky y Lucan Way en un artículo titulado “El camino hacia el autoritarismo estadounidense. ¿Qué viene después del colapso democrático?”.2

Según Levitsky y Way, la democracia está en peligro y probablemente colapsará durante el segundo mandato de Trump al dejar de cumplir sus características esenciales: sufragio universal pleno, elecciones libres y justas y alta protección de las libertades civiles.

El colapso de la democracia no daría lugar a una dictadura, sino a un régimen “autoritario competitivo” en que el abuso del poder gobernante inclina el campo de juego en contra de la oposición mediante la utilización de las instituciones del Estado para influir en los medios de comunicación, perseguir empresas y personas y debilitar a la oposición y a las universidades (los autores son profesores universitarios).

Manejados por el presidente de Estados Unidos, los poderes del Estado se dirigen a facilitar los negocios de las grandes empresas (entre ellas las tecnológicas, de hidrocarburos y algunas vinculadas al mercado interno).

Matizando el oscuro pronóstico, Levinsky y Way dejan abierta la posibilidad de que el régimen autoritario de Trump no se consolide, ya que no cuenta con el apoyo masivo que tuvieron Nayib Bukele, Hugo Chávez, Alberto Fujimori y Vladimir Putin, y es posible que desencadene la resistencia de la sociedad civil, la oposición política y de algunas instituciones. Agrego a esto: y, probablemente, de los principales países de Europa Occidental. Ojalá esto no sea una expresión de deseos.

La democracia perfecta no existe, y la de Estados Unidos nunca estuvo próxima a serlo, pero ahora está más alejada del ideal.

El imperialismo en tiempos de cólera

“Cuando el 1% de la población da las órdenes y no tiene que pagar ningún precio por las guerras, el concepto de equilibrio y contención salta en pedazos”, ha expresado Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía.3

La respuesta de inteligencia artificial (IA) de Google a mi búsqueda del 10 de febrero de 2025 fue la siguiente: “El imperialismo norteamericano es la política de expansión y dominio que Estados Unidos ha ejercido sobre otros países. Se caracteriza por la influencia política, cultural, militar y económica que ha tenido en el mundo”.

La política imperialista de Estados Unidos se apoya en su condición de mayor economía del mundo, en ser la vanguardia en ciencia, tecnología y en la innovación en la mayor parte de los sectores, en su capacidad para influir sobre el saber común de cada época y en disponer del mayor poder militar.

El ejercicio de ese poder no es nuevo, como lo atestiguan tantas historias, incluyendo el oprobioso bloqueo a Cuba, contra todo el derecho internacional, y el apoyo a las sangrientas dictaduras de América Latina en la década de 1970.

La novedad que aporta Trump a la política exterior de Estados Unidos tendrá consecuencias en las corrientes comerciales, de inversión, financieras, en la institucionalidad internacional, en el medioambiente y en la política interna de otros países.

La implementación de la política de Trump requiere no tomar en cuenta las reglas y compromisos multilaterales (como los de la Organización Mundial de la Salud), bilaterales (canal de Panamá) y regionales (tratado con México y Canadá), al mismo tiempo que anuncia el propósito de ampliar el territorio de Estados Unidos mediante la incorporación de Canadá, Groenlandia y la Franja de Gaza.

La mayor primacía de los negocios sobre consideraciones ambientales tendrá efectos negativos en Estados Unidos y estimulará la competencia internacional basada en el dumping ambiental. No será fácil que la Unión Europea pueda continuar con sus costosas políticas ambientales.

En el plano político, el impulso favorable a la extrema derecha política y a dictadores y déspotas puede ser la peor expresión del gobierno de Trump. El gobierno de Estados Unidos, con el suplemento financiero privado de Musk, ha dado nuevos aires a regímenes y a partidos de extrema derecha antidemocráticos, un impulso que llevó a que el presidente húngaro, Viktor Orbán, declarara que ahora sí había llegado el momento para esos partidos.

La naturaleza pública y patotera del ejercicio del poder es un instrumento más de una política de demostración de poder que Trump utiliza incluso cuando intenta alcanzar objetivos tan ridículos como el cambio de nombre del golfo de México.

En suma, la segunda presidencia de Trump será recordada por el deterioro de la democracia en Estados Unidos y sus desastrosas consecuencias ambientales, económicas, políticas y sociales en el mundo.

La permanencia de su política dependerá de la reacción y articulación de la oposición en Estados Unidos y en los otros países.

En todo caso, tal como se presenta la era Trump, hemos comenzado a añorar los tiempos en que campeaban la globalización, la ideología neoliberal y la desigualdad.

Martín Buxedas es ingeniero agrónomo, fue profesor de Economía Agraria en la Facultad de Agronomía (Universidad de la República) y director de la Oficina de Programación y Política Agropecuaria del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca entre 2005 y 2010.


  1. https://www.theguardian.com/media/2025/feb/26/jeff-bezos-washington-post-opinion 

  2. Foreign Affairs, 14 de marzo de 2025. https://www.foreignaffairs.com/united-states/path-american-authoritarianism-trump 

  3. JE Stiglizt (2012). El precio de la desigualdad. Montevideo: Santillana. 

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