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Un salto cualitativo

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La ley integral de violencia basada en género aprobada esta semana reconoce que tenemos un problema social que se llama violencia de género que tenemos que asumir y abordar de manera integral. Además de llamarla por su nombre, es aún más precisa y propone dieciocho formas para agrupar las distintas manifestaciones que puede tomar la violencia de género: física, psicológica o emocional, sexual, por prejuicio hacia la orientación sexual, identidad de género o expresión de género, económica, patrimonial, simbólica, obstétrica, étnica - racial, laboral, en el ámbito educativo, acoso sexual callejero, política, mediática, femicida, doméstica, comunitaria e institucional.

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Esta ley es un salto cualitativo en la legislación vigente en Uruguay. Entre otras cosas, logra trascender la respuesta penal como solución a todo, modus operandi al que nos tiene acostumbrados nuestro sistema político.

La ley consagra la igualdad de género. Plantea explícitamente que varones y mujeres tenemos que tener las mismas oportunidades. Y si, tuvo que venir una ley a decir que los varones no son superiores a las mujeres y que tenemos que nacer y crecer en igualdad de oportunidades. El Estado, a través de sus diversas formas de actuación, debe promover la eliminación de las relaciones de dominación que se sostienen en estereotipos socioculturales de inferioridad o subordinación de las mujeres. También debe orientar acciones para que las instituciones privadas, la comunidad y las personas en particular actúen en este sentido.

Propone políticas para que todas las personas e instituciones del Estado que tienen contacto directo con la población se capaciten dejando de lado los estereotipos de género. Educación, salud, justicia, policía, defensa, cuidados, entre otros, son algunas áreas que están contempladas en esta ley.

A partir de ahora el Estado será responsable de establecer mecanismos, medidas y políticas integrales de prevención, atención, protección, sanción y reparación en casos de violencia de género. La ley establece la protección integral de niñas, niños, adolescentes y mujeres en situación de violencia. También prevé la misma protección para las personas que las mujeres tengan a su cargo, como pueden ser personas mayores, discapacitadas u otras formas de dependencia. Esta ley incluso se ocupa de no dejar de lado a los varones, propone la creación de espacios que trabajen con aquellos varones que ejercen violencia.

Se plantea la aplicación de medidas específicas que contemplen las distintas formas de vulnerabilidad que existen y los obstáculos que encuentran hoy las personas para ejercer su derecho a una vida libre de violencia basada en género. Brinda garantías concretas a la vez que busca combatir las causas estructurales de esta problemática. Es integral porque propone acciones y políticas en una diversidad enorme de áreas. También porque articula y ordena acciones y recursos, autoridades y operadores.

A su vez, se habilitan mecanismos ágiles y accesibles de denuncia, garantías para quienes llevan adelante estos procesos y protección para poder hacerlo. Establece formas específicas que debe tomar la investigación y la aplicación de medidas sancionatorias y reparadoras. También propone mecanismos para evaluar la ley y así poder mejorar las políticas propuestas.

¿Cómo llegamos a esto?

La violencia de género no es una cuestión de creencias, es una realidad. Vivimos en sociedades construidas en base a estereotipos de género que nos imponen modelos de ser y deber ser. Desde temprana edad estamos condicionados por estos estereotipos. A las mujeres nos dan muñecas y a los varones pelotas. No debería extrañarnos entonces que en el mundo adulto las mujeres destinen promedialmente veinte horas semanales más que los varones a tareas asociadas a los cuidados y el hogar. Como tampoco debería llamarnos la atención que en nuestro país el fútbol sea considerado profesional solo para varones.

Los estereotipos de género los tenemos incorporados en la cotidianeidad. Forman parte de nuestro día a día en casi todas las expresiones. Que tanto podemos habitar el espacio público, a qué trabajos accedemos, cómo y quiénes cuidamos a los nuestros. Los llevamos puestos hasta en la ropa. Rosado para las nenas, celeste para los nenes, como si los colores tuvieran género. A su vez, mientras en la ropa “para varones” nos encontramos con frases como dale campeón, creeme que soy el jefe, libre, ganador, en la sección mujeres los mensajes dicen hola preciosa, princesa, creo en los unicornios. Todas estas cosas y tantas otras condicionan la forma que tenemos de habitar el mundo.

Los varones también son víctimas de los estereotipos de género. Desde muy chicos les decimos que no pueden llorar, que mostrar sus emociones es de blanditos. También les decimos que tienen que tomar el rol de machos proveedores y surtir a su familia. Cuando queremos humillarlos les decimos que pelean como nenas. Algunas de estas cosas podrían dar indicios para entender por qué los varones muchas veces encuentran en la violencia la forma de expresarse. Contra el mundo y contra sí mismos. Tomar el cuenta la cuestión de género nos podría dar algunas pistas para comprender por qué el 93% de las personas que están privadas de libertad son varones. También debería interpelarnos el hecho de que la tasa de suicidios en Uruguay duplica la de homicidios. Tenemos el doble de chance de matarnos en lugar de que nos maten. Y tenemos que ver, sobre todo, por qué el 75% de las personas que se matan son varones.

El proceso que se consolida con la aprobación de esta ley tiene décadas de trabajo, acumulación de información, calificación del debate y militancia. Esto se traduce en un texto que contempla una diversidad enorme de ámbitos en los que accionar, constituyendo así una herramienta abarcativa que sienta bases para abordar esta problemática. El desarrollo de su potencial y alcance dependerá, sobre todo, de la capacidad institucional de implementación y de la voluntad política para asignar presupuesto para que esta ley pueda pasar de la letra a la práctica todo lo que se propone.

Nos tienen que preocupar todos los homicidios. Que tengamos una ley que se ocupe en particular de la violencia hacia las mujeres no excluye en absoluto que haya que trabajar para comprender qué pasa con la muerte de los varones. Nos llevó décadas llegar a comprender cómo matan a las mujeres en nuestro país. Reconocer esta problemática y diseñar estrategias específicas para combatirlas solo puede sumar. Tenemos que saber que esta ley es el resultado de miles de esas muertes de mujeres, niñas, niños y adolescentes en manos de alguien que los conocía, en quien confiaban y a quien probablemente hasta hayan amado en algún momento. También es resultado de cientos de miles de situaciones de violencia doméstica que fueron denunciadas y de otras cientos de miles que no lo fueron y que dolieron en silencio. Entre las líneas de este texto están los miles de niñas y niños que perdieron a sus madres, que se quedaron solos, que no tuvieron respuesta.

Los derechos que hoy tenemos las mujeres privilegiadas, que van desde elegir cuándo y cómo tener hijos hasta salir de nuestras casas a trabajar -y si queremos poder hacerlo de pollera- son conquistas que llevaron décadas. Las damos por obvias y creemos que han sido algo de toda la vida. Pero sepamos que en Uruguay las mujeres votamos solamente hace 90 años. Incluso aún hoy existen lugares en los que todavía no podemos votar, como es el caso de algunos cuadros de fútbol, esa máxima expresión cultural que decimos que es de todas y todos.

Cuesta entender las desigualdades porque el mundo no está hecho para que las veamos. Verlas nos obliga a tomar postura. Acá no hay términos medios, estamos a favor de la igualdad o somos cómplices de la desigualdad.

Capaz que es momento de animarnos a pelear como mujeres. En la historia si hay algo que no hemos hecho es ser protagonistas de ninguna guerra. Como dice Catalina Ruiz Navarro (referente feminista colombiana): el feminismo es la revolución social pacífica más eficiente del siglo veinte. Todo lo que hemos logrado en pos de la equidad ha sido sin violencia y sin quitarle ni un derecho a los varones. Porque no somos antagonistas, somos aliados en esta historia.

Queda en los movimientos sociales la responsabilidad de seguir poniendo en las calles y en el debate público el impostergable reclamo de una sociedad libre de violencia de género, de exigir el compromiso político que la implementación de esta ley amerita. Y queda en todas y todos el esfuerzo de construir lazos comunitarios que habiliten una gestión distinta de los conflictos, catalizando el cambio cultural necesario para superar este problema. Es importante tener en cuenta que la ley es solo un factor más de incidencia en este proceso en el que tenemos la responsabilidad de replantearnos como sociedad.

En el fondo a todos nos gustaría que esta ley no tuviera que existir, pero es necesaria, porque nos están matando y el patrón es siempre el mismo.

Que quede claro en definitiva que lo que esta ley busca es garantizar el efectivo goce del derecho que tenemos que tener todas y todos de tener una vida libre de violencia basada en género. Algo que suena tan simple, y que sin embargo nos cuesta tanto.

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