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Liberalismo radical versus sentido común, o “soy liberal pero no idiota”

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Leído por Andrés Alba.
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La conferencia de prensa que dio el presidente Luis Lacalle Pou el martes dejó a buena parte de la población asombrada. En el momento de mayor crisis sanitaria, cuando Uruguay pasó a ser el país de mayor contagio por habitantes de América Latina (¡más que Brasil!), cuando algunos leíamos consternados un artículo en la inobjetable BBC titulado “Cómo Uruguay pasó de ser una excepción en la pandemia de coronavirus al país con mayor tasa de casos nuevos en América Latina”, todos esperábamos una reacción acorde a la situación.

¿Qué pasó? ¿Por qué el presidente Lacalle Pou no tomó las medidas que se esperaban? ¿Por qué las medidas que comunicó fueron tan tímidas?

Hay una sola explicación: el presidente y su entorno herrerista no logran salir de sus dogmas liberales. Pero de un liberalismo radical.

El liberalismo es, sin dudas, una corriente de pensamiento muy respetable. Pero, como cualquier pensamiento, debe regirse por algo tan importante como el sentido común. Ni más ni menos.

Individualismo versus bien común

El liberalismo es, por definición, individualista. Y también hace de la libertad individual su ícono máximo. El presidente asume con fuerza esta idea y así encara desde el principio la lucha contra la pandemia, desde “la libertad responsable”. Y al principio funcionó. Pero cuando pasa lo que está pasando en nuestro país, el más elemental sentido común determina que el límite de esa libertad responsable es nada más ni nada menos que el bien común.

El bienestar colectivo en una crisis sanitaria debe estar por encima del dogma individualista.

Eso determina que el gobierno debe asumir responsablemente limitaciones. La definición de dejar como optativa la concurrencia a clases es un ejemplo de esto. Provoca un gran desconcierto en las familias y les genera a los docentes una situación muy compleja. No era un campo donde priorizar la libertad responsable. La afirmación de que las perillas son de responsabilidad individual es otro ejemplo claro.

Pero sin dudas había una expectativa muy razonable de que se limitara la movilidad general, y eso no se dio. ¿Por qué? Por otro aspecto de radicalismo irracional.

¿Por qué el presidente Lacalle Pou no tomó las medidas que se esperaban? Hay una sola explicación: el presidente y su entorno herrerista no logran salir de sus dogmas liberales.

Neoliberalismo versus bien común, o Lacalle Pou versus Angela Merkel

Limitar la movilidad de la población lleva directamente a una decisión ineludible: hay que poner plata. No se puede impedir que haya gente que salga a ganarse la vida sin simultáneamente definir una ayuda económica para esa población.

Eso implica que se destinen fondos especiales para ese fin. Eso implica asumir que la crisis que vivimos es de tal magnitud que se requiere tomar medidas extraordinarias. Claro, eso implica asumir que se pueden afectar las metas fijadas para el déficit fiscal.

Cuando en un año tenemos más de 100.000 personas más en la pobreza, cuando en este período han cerrado más de 40.000 empresas, cuando hemos superado el 10% de desempleo y cuando la situación sanitaria reclama medidas de limitación de la movilidad, no tenemos dudas de que estamos en una situación en que no se pueden priorizar esas metas sobre el bienestar general de la población.

Ya se ha demostrado que Uruguay es el país que menos fondos destina para paliar la crisis social generada por la pandemia en la región. Y también se ha demostrado que Uruguay es el país de la región que está en mejores condiciones económicas para destinar fondos extraordinarios. Y no se hace. Prima una visión neoliberal radical.

No es lo que predomina en el resto del mundo, sino lo contrario. Vale la pena seguir a una estadista mayor, como es Angela Merkel, en Alemania y Europa. Ella siempre impulsó en su país y en Europa la estricta regla de limitar el déficit fiscal para tener una economía sana. Algo razonable. Sin embargo, Merkel se ha puesto a la cabeza en Europa de levantar la limitación del déficit, al entender que la situación de la población es prioridad. Esa decisión la eleva a la mayor consideración en su rol de gobernante.

Hemos escuchado que Merkel lo puede hacer porque tiene una economía privilegiada y nosotros, no. Pero es que no se trata de volcar las cifras elevadísimas en millones de euros que se destinan en Alemania, sino de hacerlo proporcionalmente a nuestras posibilidades. Se puede hacer. La profunda crisis que la pandemia nos trajo requiere romper dogmas.

Lacalle Pou versus Connie Hughes

Se puede decir que el presidente y el Herrerismo que dominan la coalición multicolor son coherentes con su discurso liberal histórico. Sin embargo, también ahí vemos que surgen contradicciones en sus propias filas. El domingo pasado vi Polémica en el bar, donde Connie Hughes era un invitado especial. Para sorpresa de muchos, Connie, seguramente la máxima expresión del liberalismo más ortodoxo en nuestro país, defendió la necesidad de que el gobierno tome definiciones limitantes de la “libertad responsable”. Llegó a defender que la vacunación debía ir acompañada por sanciones a quienes no lo hicieran.

Cuando se le preguntó cómo un liberal como él defendía esa posición, soltó una frase memorable: “Soy liberal, pero no idiota”.

Jorge Rodríguez es presidente del Partido Demócrata Cristiano, Frente Amplio.

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