Las izquierdas tienden a ser varias y variadas. Algunas tienen la característica de buscar un Estado amplio, mientras otras intentan que ese Estado sea contemplado pero de forma mixta junto a los sectores privados. Hay izquierdas que incluyen la agenda de derechos, y aunque parecería difícil de comprender desde este rincón del sur, hay otras izquierdas que no. Estas últimas tienden a ser populares, pero no incluyen en su agenda algunos derechos, lo que también se explica por cierta idiosincrasia basada en la fuerte presencia de la iglesia (entre otras explicaciones).
Aquí en Uruguay, una rica historia en cuanto a la laicidad y a la separación de la iglesia del Estado habilitó la incorporación de varios derechos para minorías; no es el factor único de explicación, pero ayuda a entender el fenómeno.
Desde esta avenida nos posicionamos como socialdemócratas. Según entendemos, esta concepción de la izquierda no puede ser sin la inclusión, sin la igualdad social y tampoco sin la democracia liberal. Esta es la característica fundamental de quienes nos consideramos socialdemócratas, quienes creemos en la fuerte presencia del Estado, pero incluyendo cierta economía mixta que conviva con el sector privado. Entendemos que el Estado debe ser, por ejemplo, protector de la parte más débil en la relación laboral, y también que debe existir un Estado social que incluya la negociación colectiva como primordial, entre otras características que hacen a la socialdemocracia.
Nuestros últimos gobiernos progresistas en Uruguay eran profundamente socialdemócratas, desde el momento en que incorporaron una fuerte presencia del Estado, la inclusión de las minorías, la negociación colectiva tripartita, y también, por supuesto, la protección de los más débiles en lo que respecta a la protección del trabajador y a aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
El castigo al moderado
Este comentario inicial y a modo introductorio es para advertir que nuestras democracias igualitarias y democráticas están heridas. Comienzan a existir grietas, la política con tinte moderado va perdiendo peso, y quienes se posicionaban de forma sensata y moderada en redes sociales en una época pasada tienden a generar comentarios con tonos “extremos” con el fin de obtener cierto voto, muchas veces con éxito, ya que las redes sociales tienden a incrementar ciertos discursos fanáticos y el político muchas veces intenta aprovechar esa situación en este nuevo espacio público.
¿La pandemia ha ayudado a esta grieta que estamos viviendo? Tal vez lo que esté sucediendo es que en este mundo de la comunicación exclusivamente virtual nos cueste relacionarnos; sucede que cada vez es menos estrecho el vínculo entre los miembros de la sociedad, la comunicación sin gestualidades y sin medir el tono de voz tiende a ser confusa, y esto es algo que está sucediendo en las redes sociales, donde las burbujas informativas están generando nuevos fenómenos de violencia y de frustración y donde el emisor y receptor del mensaje no logran entenderse. Y es que si vamos al caso, el fenómeno de la grieta y de la polarización no se encuentra muy frecuentemente en la vida presencial; en otros espacios públicos la relación entre quienes piensan distinto suele ser cordial y en tolerancia.
Nadie habla de una izquierda neutral que no toma posiciones, sí de una izquierda tolerante y respetuosa, pero también de una sociedad uruguaya que lo sea.
En las últimas dos columnas en este medio sobre cuestiones políticas1 también tratábamos temas similares. Lo que está sucediendo en este nuevo mundo es que está comenzando a existir un proceso de polarización bastante complejo; ya no sólo sucede en Uruguay, sino que lo podemos percibir en gran parte del continente. El caso más reciente fue Perú, pero también se ve en Brasil y en Argentina, entre otros países del continente. En todas estas democracias, esta polarización no se explica únicamente por la utilización de las redes sociales, sino que por razones lógicas también se da por el desgaste del político profesional, por un hastío con los procesos institucionalizados, entre otros fenómenos.
Pero además, estas cuestiones también se explican por el rechazo y la marginación, desde allí muchas veces suelen surgir los extremismos. Los rechazos generan reacciones adversas, hay una causa y un efecto, hay una acción y una reacción (de allí que salen los reaccionarios). En este sentido la pandemia no es ajena: el poco contacto entre los miembros de la sociedad genera de forma natural rechazo, y la poca visualización de tonos de voz y gestualidades genera de forma natural rechazo en el receptor de los mensajes, lo que hace que la frustración en la sociedad sea inmensa.
Por este motivo, cabe preguntarnos si lo que estamos rechazando hoy, cancelando en redes sociales, tratando de forma despectiva, no nos vendrá como una ola gigante de aquí a unos años. Por allí existían algunas frases que decían que “fascismo es fracasar”; fascismo también es el rechazo, la marginación. Estos marginados y rechazados pueden reaccionar a una nueva modalidad de política que se está implementando basada en la agenda de derechos construida colectivamente, y la reacción no tiene por qué ser en el corto plazo.
Creemos profundamente que la relación con el adversario debe ser la del diálogo, la de integrarlo y la de no rechazarlo, porque de esta manera podemos generar empatía con el otro, podemos generar un cambio en su comportamiento y en su manera de votar. N0o se convence rechazando ni agrediendo, sí se convence integrando y con empatía, sobre todo con el adversario de centro, que tendrá ciertas dudas sobre a quién brindar el voto en las próximas elecciones.
Lo que algunos queremos volver a recuperar es la sociedad de la tolerancia, y por ahí también creo que puede ir la autocrítica. Nadie habla de una izquierda neutral que no toma posiciones, sí de una izquierda tolerante y respetuosa, pero también de una sociedad uruguaya que lo sea. Sin embargo, en lo que refiere a la izquierda es esencial que sea convincente y coherente con lo que profesa.
Igualdad, fraternidad y solidaridad. Y, por supuesto, también unidad.
Germán Mato es licenciado en Relaciones Laborales y diplomado en Ciencia Política.