Opinión Ingresá
Opinión

Colombia: un sueño que no es quimera

2 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Colombia ha elegido un gobierno de izquierda, y aunque para algunos eso se interprete como un riesgo para el país –a la luz de narrativas de odio anacrónicas que señalan a esas alternativas de poder como engendros del comunismo–, hoy ha pasado a ser la mayor esperanza de cambio para los olvidados, los relegados, los despreciados por una élite política blanca. Francia Márquez, su nueva vicepresidenta, la primera mujer negra en llegar a un alto cargo político, es, sin duda, el rostro de una Colombia abandonada, excluida de la distribución de la riqueza, del crecimiento económico y del desarrollo social; una Colombia pobre, marginada, racializada y sin oportunidades. Hoy ese país empobrecido, las mujeres, las comunidades negras, indígenas y raizales se sienten representadas. Francia, la Francia nacida en el departamento del Cauca, es el gran hecho histórico de la contienda electoral. Un sueño de generaciones de afrocolombianos que han invocado a la memoria como guardiana de la libertad.

El domingo en horas de la tarde, una vez iniciado el preconteo de votos, era inverosímil una remontada de Pacto Histórico (la coalición de izquierdas) y la tendencia de Gustavo Petro y Márquez como vencedores. Los excluidos se habían acostumbrado a la derrota. Pero se hizo real, sucedió. Y no sólo triunfaba la campaña del Pacto: estaba triunfando el deseo de reconciliación, de justicia social, de paz. Parecía la concreción de un esfuerzo de generaciones durante décadas. La anhelada conquista de un proyecto político inclusivo, imaginado por miles de colombianos y colombianas que hoy ya no están para celebrar, pero que sentaron las bases de este cambio social.

Por lustros y lustros las selvas, los ríos (el majestuoso río Magdalena), los bosques y las montañas de la extraordinaria geografía nacional han sido testigos del ocaso de la vida de cientos de lideresas y líderes asesinados, quienes apostaron por la defensa del medioambiente, por las minorías étnicas y sus derechos ancestrales, por los derechos de las mujeres, por los pobres, por los jóvenes sin oportunidades. Ganó la utopía de la vida. Ganó la paz, esa paz famélica, denostada por el uribismo (la mayor fuerza política de derecha de los últimos 20 años en el país), que se quedó con deseos de ser la protagonista del plebiscito para refrendar los acuerdos con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en 2016. Esta vez ganó el eco de la voz de “los nadies”, expresión utilizada por Francia Márquez para referirse a la gente y a los territorios invisibilizados por el establishment político colombiano. “Sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte… los hijos de nadie, los dueños de nada”, diría Eduardo Galeano, como refiriéndose, casi anticipadamente, a ese país olvidado que hoy se siente dueño de una victoria histórica.

Colombia ha elegido un gobierno de izquierda, y aunque para algunos eso se interprete como un riesgo, hoy ha pasado a ser la mayor esperanza de cambio para los olvidados, los despreciados por una élite política blanca.

Hoy no queda duda. Triunfó el país de la periferia: los territorios desprotegidos del Pacífico colombiano habitados por una enorme comunidad afrocolombiana, los pueblos indígenas del Cauca que no temieron exponer su vida en las jornadas de protesta de 2019 y 2021, los pueblos indígenas de La Guajira y la Amazonía, empobrecidos y reducidos a la infame categoría de indignos. La sociedad colombiana, una sociedad racista a la que le cuesta aceptar este apelativo, inicia a partir de ahora un viaje largo y complejo hacia la inclusión, hacia una paz estable y duradera. Una paz que no es otra cosa que la garantía de los derechos, la garantía de la vida. Porque “la vida es sagrada”, como dice el profesor y político colombiano Antanas Mockus, porque la vida es la fuerza del cambio, porque la vida, que para algunos sectores políticos colombianos ha sido por décadas un privilegio de pocos, es el motor de la paz. Respetar la vida, amar la vida, cuidar la vida en todas sus formas es un sueño que no es quimera, que hoy se filtra a través de las grietas abiertas en Colombia por el dolor y la violencia. Una Colombia resiliente en la que, como lo dijo hace tanto tiempo el gran Gabriel García Márquez, las estirpes condenadas a cien años de soledad parecen tener por fin una segunda oportunidad sobre la tierra.

Ivonne Calderón es historiadora colombiana.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan las opiniones?
None
Suscribite
¿Te interesan las opiniones?
Recibí la newsletter de Opinión en tu email todos los sábados.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura