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Con permiso para matar: poder, racismo e impunidad en tiempos de genocidio

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Ningún dios te eligió / ningún dios te dio la tierra / sólo vives en una roca que se enfrió a tiempo, / a la distancia justa de una estrella. / El azar disparó la vida en sus océanos / y el azar / nos eligió para destruirla, / y si en el breve trayecto entre el despertar y la destrucción / no puedes caminar en comunión, / por favor da un paso al costado, / permítenos caminar en paz, / permítenos vivir con felicidad.

Con el ataque sangriento y criminal de Hamas el 7 de octubre de 2023 se desató una vez más la furia terrorista de Israel, que al grito de justicia destroza casas y cuerpos, y no ha parado, convirtiendo la Franja de Gaza en un yermo.

Para este código de Hammurabi extremo, que pide mil ojos por un ojo, mil dientes por un diente, los emperadores bajaron el dedo y el ocupante salió raudo a aplicar penas medievales, condenando a niñas, niños, hombres y mujeres a la muerte por la hoguera, la lapidación o el desmembramiento, cometiendo mil veces los crímenes que condenaba, matando todo a su paso. Incluso a aquellos que se suponía que debía rescatar.

La principal excusa esgrimida por el gobierno de Israel y sus aliados era la brutalidad inédita de los ataques de octubre de 2023. Sin embargo, para tal clasificación omiten sus propios crímenes. En el conflicto por la posesión de esta tierra, hasta setiembre de 2023 nueve de cada diez muertos eran palestinos.1

Para la definición de terrorismo deliberadamente se excluyen también los crímenes perpetrados desde los estados en la historia reciente, en particular desde los actuales aliados a la masacre sobre Gaza. Como ejemplo quizás basten la opresión sangrienta del terrorismo colonialista de belgas, ingleses y franceses, y la no menos sangrienta política exterior terrorista de Estados Unidos, con la muestra paradigmática de la guerra de Vietnam. Occidente no está solo en esto. Para muestra bastarían los crímenes de turcos sobre armenios y kurdos; y últimamente, la guerra en Ucrania. Lamentablemente, terrorismo sobra.

Esta división entre un terror bueno y un terror malo es la base sobre la que avanza la ofensiva criminal israelí, y es la principal razón para explicar por qué unas muertes se justifican. Por qué en el discurso oficial de las potencias algunas muertes parecen doler más que otras.

Detrás de esta división están el poder, el racismo y la impunidad. El poder para atacar desenfrenadamente sin temor a represalias. El poder para asesinar sin pausa y sin límites como hace el padrino de esta fiesta: Estados Unidos. El racismo para justificar este terrorismo. Y, por último, la impunidad, esa impunidad que ha evitado que tantos escapen a ser juzgados por sus crímenes históricos, porque en el terrorismo estatal no se juzga a los criminales, se juzga a los perdedores.

Es difícil decidir cuál de esos pilares sostiene con más fuerza los crímenes de hoy, pero sin dudas el racismo es uno de los más fuertes. Es el que cala en la opinión pública y es el que permite que –también nuevamente– unas muertes duelan más que otras.

Invito sobre todo a mis amigas y amigos de la colectividad a unir sus voces a quienes desde la colectividad denuncian este crimen. Vuestra voz tiene más fuerza de lo que piensan.

Israel acusa de racistas a quienes condenan sus crímenes. Y es que el antisemitismo vive y lucha –lamentablemente– oculto y vigente. Pero se equivoca en una cosa. Busca el racismo en quienes llaman asesinatos a sus asesinatos, cuando debería verlo en quienes hoy lo aplauden y le dan palmadas de apoyo en la espalda, mientras ayer hacían la vista gorda en Europa, cuando el antisemitismo se convertía en política de Estado y en cruda realidad, o entre quienes brindaban apoyo a las dictaduras latinoamericanas, de declarado antisemitismo, y ahora le dan permiso para matar.

Tristemente estos crímenes han contado no sólo con cínicos y sonados aliados, sino también con una triste y tibia oposición, y con pocas voces de protesta. No sé en que momento necesitamos que se dieran especiales condiciones para denunciar un genocidio como este. No sé en qué momento comenzamos a hacer cálculos políticos antes de enfrentar estos crímenes. No sé en qué momento perdimos la dirección.

Los enemigos de israelíes y palestinos no son palestinos e israelíes. Los enemigos son el egoísmo, el robo y los extremismos fanáticos. El egoísmo y el robo que quiere despojar a todo un pueblo de sus casas, sus tierras y sus vidas. Los extremismos que obstruyen diálogos y socavan acuerdos, como socavaron desde ambos lados los acuerdos de paz de mediados de los 90, que contó entre sus múltiples enemigos a Hamas.

Y el principal enemigo es el robo. Si la derecha israelí gastara en tierras y casas los millones de dólares que pone en bombas, no necesitaría matar y robar para solucionar los problemas de vivienda, siguiendo el rumbo fascista que su ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, presentó hace ya seis años. Seis años antes del 7 de octubre de 2023. Robar y matar no sólo es más fácil que construir, también da mejores dividendos.

No se construye ninguna paz duradera sobre el despojo. Sobre la expulsión de millones de personas. La ofensiva de Israel adquirió escala de genocidio. El miedo por la vida de hijas e hijos sostiene una política de exterminio del otro. La manipulación del terror y su concepto justifican todo, detrás de lo que parece ser el único objetivo real: borrar a la Gaza palestina del mapa y terminar una ocupación que comenzó hace casi ocho décadas.

Hoy dos millones de personas sufren en el sur de Gaza, condenadas al hambre y a una muerte lenta y segura en este gueto construido en Rafah, mientras su sufrimiento desaparece de la página de los diarios y de la conciencia de todos. Invito y suplico a amigos y enemigos levantar la voz para detener esta masacre. Invito sobre todo a mis amigas y amigos de la colectividad a unir sus voces a quienes desde la colectividad denuncian este crimen. Vuestra voz tiene más fuerza de lo que piensan.

La seguridad de vuestros hijos estará en la paz y no en la guerra. Pueden construir también esa misma seguridad sobre la tierra arrasada que están dejando en Gaza, asentada sobre cadáveres. Invito a todos a cesar vuestro apoyo a este camino. Muchas ciudades se han construido ya sobre tumbas. No lo hagamos más.

César Hugo Arambillete es ingeniero en Computación.

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