Para buena parte del pueblo argentino, el peronismo muchas veces oficia como una especie de religión. De este lado del río, mucho más seculares y menos estridentes (muchas veces “pacatos”), nunca llegamos a entender el vínculo de los sectores populares y políticos con un líder y un pensamiento que tenía casi nada de las características de las ideas de izquierda que en América Latina se identificaban con “lo popular”.
Alejandro Horowicz en Los cuatro peronismos dice que en seis décadas de existencia el peronismo ha oscilado de la centroizquierda a la centroderecha y a la derecha. Ha cobijado al movimiento montonero y a la triple A; ha defendido y en buena medida sido artífice del Estado de bienestar en Argentina y también lideró su desmantelamiento.
Para el autor, es el 17 de octubre de 1945, cuando se realizó una gigantesca concentración obrera en la Plaza de Mayo que consiguió la liberación de Juan Domingo Perón, el día en el que se funda el peronismo, porque no es Perón el que lo funda, sino el movimiento obrero.
Simplemente para dar cuenta de la periodización propuesta por el autor, tenemos que decir que el primer peronismo culmina en 1955 con el golpe de Estado que lidera el general Eduardo Leonardi y lleva a Perón a su exilio español. El segundo peronismo transcurre durante este exilio y es el peronismo sin Perón, el “significante vacío” del que habla Ernesto Laclau. El tercero se daría con el regreso del general a su país, y el cuarto, ya muerto el general, cuando María Estela Martínez de Perón, por intermedio de Celestino Rodrigo, su ministro de Economía, procesa una brutal transferencia de recursos de los sectores populares al bloque de las clases dominantes.
En entrevistas recientes, Horowicz afirma que el expresidente argentino Carlos Saúl Menem nunca habló de Perón y que el kirchnerismo no es una continuación lineal del cuarto peronismo ni mucho menos la restitución del primero, el segundo o el tercero, pero que tampoco llegó a materializar un quinto peronismo y es una especie de peronismo sin programa.
El filósofo Juan Pablo Feinmann en su libro El Flaco, que compila diálogos con Néstor Kirchner, le dice al expresidente argentino: “El peronismo es una cueva de escorpiones. Te matan y te dicen: ‘Perdoname, es nuestra naturaleza’”. Y le recomienda la fundación de un nuevo partido que se aleje del aparato peronista ya cosificado, apostando a una nueva forma de hacer política y a la construcción de un partido político de centroizquierda. En el resto de América Latina esto se llamó “progresismo”.
La respuesta de Néstor fue: “Si yo no lo saco a [Eduardo] Duhalde, Duhalde me saca a mí”. “Yo le decía ‘si vos sacás a Duhalde, te ponés en lugar de Duhalde y vas a ser Duhalde’. Y Néstor contestaba ‘no tengo otra; me tengo que meter en la mierda hasta los codos’”.
La historia le dará la razón a esta última afirmación, pero no fue sólo hasta los codos. El último gobierno peronista encabezado por Alberto Fernández fracasó estrepitosamente. No sólo colocó la economía argentina en una deriva de inflación y estancamiento económico, sino que expuso de manera brutal el problema de la corrupción, problema, por otra parte, de larga data en dicho país.
Mientras el progresismo, luego de un ciclo exitoso en los 2000, adquiere nuevamente protagonismo en América Latina, en Argentina parece estar absolutamente desdibujado, porque probablemente adoleció de demasiado peronismo.
Pero así como mientras las economías crecen y generan prosperidad para la mayoría de la población, los problemas éticos de los gobernantes pasan a un segundo plano; cuando las crisis se profundizan y se vuelven casi estructurales, adquieren otra centralidad.
Hoy estos problemas no involucran a funcionarios de segundo orden o a posibles testaferros, sino nada más ni nada menos que a un expresidente de la Nación.
Argentina sigue a la deriva, el actual gobierno procesa nuevamente un ajuste criminal que ha llevado a la pobreza a más del 60%, a la indigencia al 30% y a la pobreza infantil a más del 70%. Pero aún más dramático es observar cómo no hay ningún proyecto político que se vislumbre como alternativa al proyecto ultraliberal del actual gobierno.
Mientras el progresismo, luego de un ciclo exitoso en los 2000, adquiere nuevamente protagonismo en América Latina, en Argentina parece estar absolutamente desdibujado, porque probablemente adoleció de demasiado peronismo.
Parafraseando a Friedrich Nietzsche, Perón ha muerto no sólo por lo escandaloso de las prácticas de muchos de sus dirigentes, incluyendo al expresidente, sino por lo errático e ineficaz de sus políticas.
Si partimos de la afirmación de Horowicz de que fue el movimiento obrero el que construyó el peronismo, no podemos dejar de señalar que las profundas transformaciones que en este siglo viene experimentando el capitalismo también provocan profundas reconfiguraciones sociales que deben ser interpretadas.
El mundo del trabajo en este capitalismo tardío conserva pocas características del de mediados del siglo XX que alumbró el nacimiento del peronismo en Argentina. Quedan algunos estertores concentrados en el Estado y algunos sectores industriales y de servicios fuertemente dependientes de este, que no sólo alumbran un sindicalismo tan corrupto como muchos políticos, sino que cada vez es menos representativo de las nuevas modalidades de trabajo. Esto termina de configurar una “casta” que hoy acumula un profundo rechazo de buena parte de los sectores populares.
Que el peronismo puede haber muerto no necesariamente es una mala noticia para el pueblo argentino; quizás pueda comenzar a transitar un nuevo camino que conduzca hacia la conformación de un proyecto político de entonación progresista mucho más virtuoso.
O como dice Diego Sztulwark en ¿Por qué no nace un quinto peronismo?: “No habrá nueva forma política vivaz hasta que la clase trabajadora –en sus nuevas recomposiciones– no vuelva a contar con un instrumento por medio del cual pueda reconquistar su derecho a actuar como fuerza política democratizante del conjunto de la sociedad”.
Mientras tanto, no queda más que expresar solidaridad con todos aquellos militantes argentinos defensores de las causas populares, que siguen trabajando con ahínco y honestidad por sus conciudadanos.
Marcos Otheguy es integrante de Rumbo de Izquierda, Frente Amplio.