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Organizarnos desde la vida digna como posibilidad: notas sobre el triunfo de Mamdani en Nueva York

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Empiezo recordando las palabras de una mujer en un bus que andaba lento y atascado: “Todxs estamos en un gran apuro para llegar a ninguna parte”. Ese verso de poesía cotidiana quedó congelado en mi memoria porque me parecía una figura clave de lo que atravesamos en este momento histórico. No parar de andar sin respiro, preocupadxs, corriendo para llegar ¿a qué?, ¿a dónde?

Los procesos electorales que venimos viviendo en algunos países son un poco esa ninguna parte, porque parece como si ya la cosa estuviera siempre medio vendida de antemano o vendida unos minutos después. Estamos hace un tiempo largo en la naturalización general de tener siempre que “elegir el mal menor” o “ajustarse” a lo que llaman “el realismo” político para evitar el miedo.

En medio de ese océano del desencanto a nivel electoral, lo que pasó en estos meses y se consolidó el 4 de noviembre sigue sintiéndose un poquito como una suerte de milagro enorme, esa estructura que implica la irrupción de lo supuestamente imposible dentro del contexto de lo cotidiano más próximo.

Parafraseando a Mariame Kaba, “la esperanza es una disciplina”, podríamos decir que la materialidad que cocinó ese milagro en la elección a la alcaldía de Nueva York aderezó con una pizca de azar, un arduo proceso de la repetición minuciosa que implica organización, conectividad, insistencia y persistencia.

En el camino hacia el martes, me daba temor lo que iba a pasar si perdíamos, porque esa campaña era un rayito de luz y alegría esperanzada en medio de un ambiente de horror, amenazas constantes, imposición del miedo, militarización y precarización de los espacios de vida. Era la posibilidad de decir “no” a ese sistema de despojo, dolor y muerte, desde un “sí” rotundo hacia la posibilidad de una vida vivible. Eso se acuerpaba en el hormigueo de tocar puertas, conversar, repartir volantes, tocar puertas, conversar, repartir volantes…

Insisto en la repetición porque, junto con el carisma y creatividad singular de alguien como Zohran Mamdani, un componente enorme de lo que materializó la belleza organizativa en estos meses fue la minuciosa repetición del trabajo de ir activando un tejido social totalmente destartalado, atemorizado, atacado, precarizado. Insistir en practicar una circulación material del encuentro en y desde los cuerpos y las palabras –entre gentes, grupos, edades, colores, sexualidades, géneros, diferentes–. Fue la capacidad de insistir en esa repetición que iba sumando y sumando, y con ello se abría una franja enorme de alegría y de deseo.

Llegamos a ser 90.000 personas movilizándonos en esos actos que suenan minúsculos: conversar con vecinxs, tocar puertas, entrar a la peluquería, al almacén y generar una conversación entre personas. Tejer el “no” desde un “sí” enorme a eso que está cada vez más destruido, que es la posibilidad de una vida digna para todas las personas. Desarmar la noción de que eso sea un privilegio y organizarlo poéticamente en una clave básica del habitar común en la ciudad basado en hacer asequible la vida en la ciudad.

La campaña de los otros candidatos se hizo desde la imposición de más miedo, mientras que desde Zohran el eje estuvo mucho en desarmar la amenaza que paraliza desde el miedo, para recordar que vivimos en presencia de un horror que crece y crece, y cuya responsabilidad viene de los intereses que financiaban esas otras campañas a través de amenazas. Lograr plantearnos desde otro lugar posible en lugar de transar con las políticas del saqueo que enriquecen a unos pocos a costa de violentar y secuestrar cada vez más la posibilidad de vida en forma totalmente ilegal. Intentar no seguir haciendo de eso una costumbre. Recordar el presente como herramienta para apostar en la posibilidad de otro futuro.

En la ciudad clave del capitalismo financiero (esa abstracción numérica que sobredetermina la vida entera y concreta de las gentes y los pueblos) se insistió en volver a lo que importa: la materialidad de una política entre los cuerpos habitando y revitalizando un tejido cada vez más destrozado. Para conversar, la clave era hacerlo desde una claridad de no reproducir activamente eso que estamos negando (evitar la posición arbitraria, la pelea por “tener la razón”, la subida de tono). En ese sentido, un punto que fue muy importante en el proceso de campaña fue tener clara la posición común: la sostenibilidad de la vida en la ciudad.

Esta vez no funcionaron las estrategias que viene usando Donald Trump de amenazar hasta el último minuto con cortar toda la financiación a la ciudad, enviar al ejército y planear más redadas de los servicios de inmigración (ICE), ni tampoco la inversión millonaria que pusieron en la campaña de Andrew Cuomo y los “endorsements” hechos también en forma de amenazas por parte de Trump y Elon Musk. Aun así, la clave seguía siendo: ellos tienen todo el dinero, pero nosotrxs tenemos la gente, nosotros somos la gente que trabaja y que sostiene esta ciudad día tras día.

Cuando la campaña llegó a la suma que se necesitaba para el proceso electoral, Zohran lanzó un video en el que decía: “No des más de tu dinero, da tu tiempo. Apuntate para tocar puertas”.

La campaña se centró en tres puntos clave en torno a los que gira la parte básica de la materialidad de la reproducción de la vida: vivienda, cuidados y transporte. Dentro de esos, hay una ramificación de puntos que se vinculan con alimentación y seguridad comunitaria. Desde los feminismos entendemos muy bien esto: territorio, cuerpo y cuidados es algo muy concreto que lo atraviesa todo. Y es también un modo de instalar formas no literales de entender la seguridad. Seguridad es poder tener dónde vivir, poder comer, tener cómo ir a trabajar y dónde dejar a les niñes, poder gozar. Seguridad es poder frenar esta sensación de absoluta inseguridad e ilegalidad que se ha exhibido en estos meses. Fue interesante cómo el punto central de la campaña fue la seguridad sin ser explícito o literal, porque se hablaba de seguridad, pero no desde lo que nos imponen como sentido automatizado (más policía, más cárcel, más represión, aún más represión...).

La campaña de Zohran puso en jaque a la derecha entera. En medio de un panorama de muerte, miedo y guerra, lanzó una propuesta de ciudad habitable para vivir vidas con sentido.

Del otro lado, la propuesta de “seguridad” de los otros candidatos era la ampliación del sistema policial y carcelario como política de la desaparición de la visibilidad del problema (desaparecer a las personas que viven en situación de calle, que duermen en los metros de la ciudad, dadas las políticas de precarización total de la posibilidad de una vida digna).

La juventud fue otro punto que usaron para intentar inhabilitar y desprestigiar la campaña de Zohran. Cuomo usaba su edad y experiencia como las virtudes que lo instalaban como el “macho fuerte” que iba a poder enfrentar al otro “macho fuerte” que manda al país –ambos financiados por los mismos intereses–. En un debate, cuando Cuomo le dijo a Zohran cómo iba a hacer para gobernar la ciudad más grande e importante del país siendo tan “joven y sin experiencia”, este respondió que por suerte no tenía experiencia en casos de abuso sexual, o que no era responsable de las muertes de tantas personas mayores en las residencias de ancianxs durante la pandemia, etcétera. Lo resumió de esta forma: “Lo que no tengo en experiencia lo complemento con integridad. Pero lo que tú, señor Cuomo, no tienes es integridad, eso nunca lo podrás complementar con experiencia”.

Hablando por la calle, por el barrio, hay una certeza grande de que se vienen tiempos bien difíciles. Y eso también me resulta novedoso. No hay tanto esa sensación de “voté; ahora que me den lo que quiero”, sino más bien de que se siente que viene un desafío tremendo para todes. Aun así, hay esa alegría. Un punto llamativo que se repetía en los grandes actos que se hicieron, que no fueron muchos, pero los que hubo fueron muy increíbles, era el énfasis en un nosotrxs y en un después de la elección. Cuando se abría paso a las preguntas, en estilo asambleario más participativo, al “tú” Zohran le respondía recordando un “nosotrxs”, esto es, que la tarea que se viene no depende del mero “carisma” individual del líder, sino del nosotrxs que estaba haciendo posible cada vez más llegar a la alcaldía.

En este sentido, se abre ahora eso que en los actos se planteaba siempre: la necesidad de seguir la movilización desde los movimientos, aun desde el roce y la resistencia de las bases a lo que va a empezar a pasar desde arriba, que seguramente serán también prácticas decepcionantes, algunas de las cuales veremos estas semanas seguramente. Traigo esto porque hay una acumulación de mucha desesperanza en estas décadas que viene de los fracasos que acompañan algunos “triunfos”, muchos de los cuales también vienen porque caemos en el fetiche típico a la representación desde los liderazgos, generando la desmovilización: “Ahora ya está, ganamos, que nos organicen la vida”, en lugar de insistir en poder determinar micropolíticamente también los sentidos que tejemos en nuestra cotidianidad. Aquí reside la clave y la gran interrogante de lo que se viene, que es cómo continuar y sostener una infraestructura organizativa plural y heterogénea en medio de la cantidad de dificultades y decepciones que vendrán.

Un par de días después de ganar la elección, se organizó una plataforma para poder seguir organizándonos de diferentes modos desde ahí. Eso ha sido novedoso, pero tendrá sus complejidades también.

Volviendo al comienzo, la alegría que sentimos en medio del dolor e incertidumbre del momento viene de la certeza que nos ha dado la posibilidad de afirmar la vida y de negar el despotismo que estamos viviendo. No hay una suerte de burbuja del éxito porque sabemos que el camino que tenemos está empedrado por todos lados. Y a la vez, ese “no” enorme que clamamos en un récord histórico de votación desde 1969 es un “sí” gigante a la posibilidad de redefinir las condiciones básicas para hacer la vida vivible en una ciudad, en un país, que está atravesando un momento de oscuridad rotunda con impactos por todo el mundo.

Fue también una especie de acuerpamiento masivo de una hipótesis que siempre se mueve en lo impredecible: apostar a decir “no” desde muchos síes, apostar a no entregar la dignidad en un momento de miedo y amenazas, apostar a no quedarnos cortxs y saber esquivar las emboscadas que día a día se planteaban.

La construcción de ese nosotrxs que se fue tejiendo de a poco desde muchos lugares tenía una singularidad que recordaba los momentos más intensos de organización que hemos vivido en esta década y media en esta ciudad. Se atravesaba todo, pero esta vez desde una suerte de consistencia organizativa más sólida y explícita, desde alianzas y sindicatos, y desde las personas que habían perdido toda esperanza en el acto de “dar” el voto. Algo que compartía este presente con aquel otro hormigueo movimentista que vivimos desde 2011 y las múltiples secuencias que vinieron después fue esa insistencia feroz en poner la dignidad de la vida como valor innegociable, inmedible. Y por eso, volviendo al milagro, hay algo en esta campaña que tocó un punto que organiza este momento político a nivel mundial, que es el desafío de plantarnos fuerte por la vida en medio de una inversión descomunal en políticas de muerte y despojo, cuyas consecuencias somos incapaces de imaginar porque se está traumatizando y matando el futuro de comunidades enteras.

La campaña de Zohran puso en jaque a la derecha entera que cruza a los republicanos y a gran parte del establishment demócrata. En medio de un panorama de muerte, miedo y guerra, lanzó una propuesta de ciudad habitable para vivir vidas con sentido. Todo el capital fue hacia el candidato viejo, con cargos de abuso, exgobernador del estado que se posó como el único que “realmente” podía hacerle frente al presidente actual, mientras llenaban las bolsas de campaña los inversores que sostuvieron a Trump. Zohran no contaba con esa financiación, pero sí con una honestidad de haber luchado por vivienda justa, por transporte gratuito, y de haber sido parte de la huelga de hambre en la lucha histórica del sindicato de taxistas para cortar la deuda impagable que les había impuesto la ciudad (proceso en el cual se suicidaron algunxs de los huelguistas en el desespero de sentir imposible lo que fue luego una victoria).

En estos meses de campaña, vimos una suerte de opuesto espejo a la política de la división y promoción del odio: un movimiento entre muchas generaciones, colores, sexualidades, género, religiones, formas organizativas, desde donde se llevaba otra música e ideas de vida, y ganas de luchar por otra ciudad en la que se pueda vivir. Contra todos los pronósticos de “realismo” político que nos tienen perdiendo el tiempo de vida teniendo que elegir siempre dentro “del mal menor”, ganó un hilo de esperanza materializada en la fuerza de un nosotrxs en interdependencia… la certeza de que sentimos más miedo e impotencia desde la soledad y el aislamiento.

Estamos en un momento en que se acompasan los despojos (recortes históricos, desempleo, situación de calle, crisis de salud mental) con políticas autoritarias desde prácticas que caracterizaron a las dictaduras de muchos de nuestros países –secuestrar y desaparecer personas, lanzar gente particular estilo “patotas” para secuestrar, detener, trasladar, traumatizar, amenazar, perseguir, fichar…–, la economía política de torturar a una población desde la crueldad y el miedo para lograr reiterar una subordinación sistemática.

La memoria de la potencia que encontramos en la conciencia de la fuerza de nuestra interdependencia es un lugar en el que más que nunca se hace clave nuestra posibilidad de supervivencia colectiva. En ella tenemos mecanismos de otros modos de hacer y hurgar en otras temporalidades que coexisten en la historicidad de este presente. Desde ahí podemos seguir insistiendo en una posibilidad cada vez más incierta: la posibilidad misma de vivir un ahora y un futuro.

Susana Draper es profesora de Literatura Comparada en la Universidad de Princeton.

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