En 1984 las feministas en Uruguay no pudieron conmemorar el 8 de marzo porque la Policía prohibió la movilización con el argumento de que podría “alterar el orden público”. Aunque esto tuvo lugar en plena transición, no hay que olvidar que el temor a que las feministas desordenen lo público sigue plenamente vigente. Al año siguiente, a pocos días de asumido el nuevo gobierno democrático, sí fue posible la primera movilización feminista posdictadura, coordinada por una comisión organizadora integrada por representantes de todos los partidos políticos, el PIT-CNT, Asceep y las noveles organizaciones feministas.
El 8 de marzo de 1985 encontró a las mujeres movilizadas que recorrieron 18 de Julio, que se encontraron en la plaza Fabini y, luego de escuchar la proclama, se trasladaron a la Jefatura de Policía. Allí entregaron “el manifiesto” y saludaron desde la calle a las últimas presas políticas que habían sido trasladadas desde el Penal de Punta de Rieles y que serían liberadas el 14 de marzo.
En una jornada histórica, el incipiente movimiento feminista y de mujeres se organizó y salió a las calles, poniendo en común las injusticias que las atravesaban, transformándolas en palabra en una extensa proclama: “Las mujeres no sólo queremos dar vida, queremos cambiarla”. Desde distintas trayectorias sociales y políticas, las mujeres se unieron y convirtieron sus diferencias en fortaleza, dispuestas a cambiar las desigualdades que las afectaban. Reclamaron una participación política plena, denunciaron la brecha salarial y las condiciones laborales desiguales, arremetieron contra los imaginarios de cosificación reproducidos por los medios de comunicación y pusieron en debate la distribución del trabajo doméstico.
La proclama leída por la actriz Maruja Santullo reivindicó a las mujeres en la resistencia contra la dictadura y las ubicó como protagonistas de ese momento considerado fundacional de la nueva democracia (proclama del 8 de marzo de 1985, reproducida en La República de las Mujeres, 25 de febrero de 1989, página 3). También destacó el momento de “esperanza” y de un futuro “de pública felicidad”, las mismas palabras utilizadas por Yamandú Orsi en su asunción presidencial, hace unos días. Es que en los nuevos gobiernos el y los feminismos renuevan votos con la democracia, mucho más en un país como el nuestro, tan chiquito y orgulloso de su institucionalidad y pedigrí democrático, aunque la relación de los feminismos con la democracia no ha sido siempre igual.
En la década de 1980 los feminismos sentaron las bases de miradas disruptivas y resignificaron políticamente una variedad de asuntos que hoy siguen siendo centrales, tales como el trabajo remunerado y no remunerado, la participación en la política institucional, la sexualidad, las violencias hacia las mujeres y las violencias durante el terrorismo de Estado. “No estamos solas” es una declaración que resuena por su actualidad en la búsqueda por desmantelar décadas de aislamiento impuesto sobre los cuerpos feminizados.
La herencia de esta lucha se manifiesta en el presente, se reactualiza en gritos colectivos y en nuevas proclamas que ahora se leen colectivamente en rondas de mujeres y disidencias. Desde 2015 se convoca a una movilización que cada año crece en participación y que no sólo tiene lugar en la avenida principal de la capital, sino que en múltiples barrios y ciudades la fiesta de las brujas toma las calles y las inunda de cánticos, tambores, danzas y performances.
En los últimos diez años han sido notorios el vertiginoso crecimiento y la fuerte presencia del movimiento feminista y han surgido diversas y vastas redes de mujeres organizadas que forman una impetuosa ola visible en distintas partes del mundo. En las calles, las plazas, los centros de estudios, los lugares de trabajo, las mesas familiares y las camas irrumpe un discurso contestatario y disruptivo frente a las desigualdades y los privilegios. Las novedosas formas de accionar político y la toma periódica del espacio público son dos claves centrales de este proceso. Cabe preguntarse: ¿qué nos dejó esta década de lucha?
Al igual que hace 40 años, los feminismos se han propuesto visibilizar la urgencia de exigir trabajo y salario dignos, acceso a la educación y la salud, mientras denuncian las violencias persistentes y reclaman por memoria y justicia. Si bien muchas de las problemáticas continúan, también existen novedades como la centralidad dada al goce, la reivindicación de la maternidad deseada y el reconocimiento de que son múltiples las formas de habitarla, el deseo de construcción de espacios colectivos de cuidado y la inclusión de temas como el deporte y el bienestar ambiental. En estos años de movilización ininterrumpida –ni siquiera por la pandemia–, la politicidad feminista lo ha atravesado todo y nos ha permitido pensar que es posible vivir una vida feminista.
Acto por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 1985, por la avenida 18 de Julio de Montevideo. Fuente: Pionera, de Nancy Urrutia Lungo. Editorial Adhoc Fotos. Montevideo, 2024.
Retomando la consigna del 8 de marzo de 1985 –“Las mujeres no sólo queremos dar vida, queremos cambiarla”–, los feminismos han llevado esa premisa a la acción y han demostrado que su impacto va mucho más allá de cambios institucionales puntuales. No se trata sólo de leyes o reformas concretas, sino de una apuesta por transformar profundamente la realidad. Y, en muchos aspectos, lo estamos logrando. Los feminismos han transformado las formas de ser y de estar en el mundo de sus protagonistas. Han puesto valor al estar juntas, a la presencia de otras mujeres en nuestras vidas; madres, abuelas, amigas, compañeras, los vínculos entre mujeres son políticos, son fuerza y sostén. Se ha creado una trama colectiva vital que es rebelión de la vida cotidiana. En este proceso, nos hemos transformado: en nuestra manera de habitar el mundo, en nuestros deseos, sueños y formas de vincularnos. Porque cambiarlo todo también implica cambiarnos a nosotras mismas.
La lucha feminista transversaliza todos los espacios de la vida al reconocer la raíz patriarcal de las diversas opresiones y manifestaciones de violencia y desigualdad que recaen sobre los cuerpos femeninos y feminizados de manera cotidiana. El cuestionamiento a lo tradicionalmente naturalizado ha permitido generar nuevos esquemas de pensamiento, reconociendo todas aquellas acciones cotidianas como formas de resistencia desplegadas ante la violencia de un sistema depredador. La fuerza colectiva se evidencia al tomar la calle, con el cuerpo en el cemento y el grito en el aire. La frase “tocan a una, respondemos todas” evidencia la potencia del estar juntas, el sentirse acompañadas desplegando formas de cuidado colectivo frente a las múltiples violencias machistas que se ejercen sobre los cuerpos femeninos y feminizados. En la calle es posible reconocer en la mirada de la otra la complicidad de una compañera dispuesta a luchar, en libertad y rebeldía por la creación de un mundo nuevo.
Fuente: volante por el 8 de marzo de 1985. Archivo del proyecto I+D “Hacia un pensamiento propio: la producción de ideas feministas del sur entre el movimiento y la academia en el Río de la Plata”.
Cambiar la vida no es una apuesta sencilla, implica transformaciones políticas, sociales y culturales muy profundas, y por tanto alterar el régimen de privilegios, porque eso es lo que denuncia el feminismo, un régimen societal injusto. Es entonces un acto de desobediencia, cientos de actos de desobediencia que se traducen en pequeñas grandes cosas y que desafían la injusticia. Por eso mismo, esos actos de desobediencia en la medida en que se potencien también serán resistidos, criticados, objeto de menosprecio y deslegitimación. Algunas de las consignas que acompañaron este 8M de 2025 dan cuenta de ese contexto hostil.
En el epílogo de este ciclo, una nueva consigna ha aparecido y refleja la preocupación por el sistema democrático amenazado y, más allá, por el temor de la reinstalación de un orden violento y aún más conservador. “Frente al avance fascista: lucha feminista” fue una consigna recurrente de varias movilizaciones este 8 de marzo. Fascismo es un término utilizado para dar cuenta fundamentalmente de un clima de violencia, expresado en el desprestigio, el agravio y la persecución simbólica de lo que se considera el enemigo interno: las feministas. Los feminismos se enfrentan a una muy eficiente organización del odio, a un discurso odiante que responsabiliza del odio a quienes justamente son odiadas.
Si entre un ciclo feminista y otro no sucedió otra cosa que la ampliación de los sentidos de la desobediencia feminista, no sucedió lo mismo con relación a las expectativas democráticas, y esto también es parte del balance de “a 40 años de”. El 8 de marzo de 1985 se conmemoró en un clima de amplias expectativas democráticas; todo era democracia, ese era el concepto que permitía la recuperación de la política, y esta última la transformación. Es tan linda que no nos cansaremos de repetir una de las mejores consignas de los feminismos del sur de los 80: “Democracia en el país, en la casa y en la cama” (lo de la cama lo sumaron unas pocas, pero justamente a esas locas queremos honrar).
Cuando las feministas de los 80 decían democracia, claro que decían elecciones, partidos y alternancia, pero no sólo eso, sobre todo no decían sólo eso. La democracia era el concepto y la posibilidad para la desobediencia y, por tanto, para construir un orden social sin desigualdad, sin lugares subordinados para las mujeres.
Actualmente las expectativas del feminismo con la democracia no son las mismas. En el último ciclo feminista esta justamente no fue la palabra invocada; por el contrario, una de las consignas más representativas de este último ciclo invoca a la revolución: “La revolución será feminista o no será”. Sea lo que sea que signifique revolución, no hay dudas de que la omisión del término democracia nos dice algo y que probablemente sea la desilusión con la política de lo posible, que al fin y al cabo es lo que permite la democracia representativa.
Para frenar la organización del odio, se corre el riesgo de instalar la paz de la democracia representativa, el mito del Uruguay tranquilo que clama larga vida a los partidos políticos y se olvida de los movimientos sociales, en particular del feminista, ese obstinado de la interminable persistencia en la utopía. Aquí, en este llamado a la paz, sólo quedará lugar para las buenas feministas y la desobediencia será el maleficio a deshacer. Necesitamos democracias con movimientos sociales y con desobediencias constantes, para avanzar en transformaciones y para poder cambiar nuestras vidas. Las vidas feministas se construyen y habitan colectivamente. El encuentro de las desobedientes en la creación de tramas de rebeldía y sostén colectivo siempre será necesario aunque incomode, pero de eso se trata el feminismo.
Ana Laura de Giorgi es doctora en Ciencias Sociales, investigadora y docente. Belén Cucchi es socióloga, investigadora y docente. Esta nota se inscribe en las tareas de divulgación del proyecto I+D “Hacia un pensamiento propio: la producción de ideas feministas del sur entre el movimiento y la academia en el Río de la Plata”, integrado por Ana Laura de Giorgi, Mariana Fry, Florencia Bentancor, María Goñi, Belén Cucchi y Mariana Robello.