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Buenos Aires, 31 de agosto.

Foto: Eitan Abramovich, AFP

Argentina: una semana de miedo

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En medio de la tormenta, jerarcas del gobierno de Macri disertaron en el Council of Americas.

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Un hilo de tensión surcó este jueves el Council of Americas (COA) en el hotel Alvear, corazón del barrio de la Recoleta de Buenos Aires. Por allí pasaron los ministros más influyentes del gobierno argentino, un cúmulo de empresarios (de los encuadernados y de los otros), lobistas, traders, embajadores y oportunistas. Cuando el encuentro dio inicio, a las 8.00, la cotización del dólar era de 34 pesos; cuando terminó, pasado el mediodía, llegaba a 44, casi tres veces más que hace un año.

Día de viento, frío y lluvia en Buenos Aires. El ánimo colectivo en el lujoso hotel de Recoleta indicaba que la fiesta de la reinserción al mundo, apenas comenzada, que presumiblemente duraría años o décadas, ya había terminado, porque la niña bonita, la flor de tus ojos, se había ido con otro.

Entre una quincena de expositores, se sumó al estrado principal Marcos Peña, el álter ego de Macri que manejó la lapicera y el látigo durante tres años y hoy es el blanco de los ánimos revanchistas. Peña, jefe de Gabinete, anunció que no habrá cambios en el rumbo, al que percibe exitoso.

La pobreza aumenta varios puntos por encima del nivel heredado en 2015; el desempleo va hacia las dos cifras –si no las alcanzó–, el salario mínimo pasó de ser el más alto al más mediocre de la región, la inflación se quiere parecer a la de Venezuela (todavía no puede), nadie invierte un duro, Argentina retrocede en todos los ránkings, hasta los que concitan interés en los sectores market friendly, pero Peña dice que el gobierno de Macri está haciendo historia. En cierta forma, tiene razón.

También transitaron por el escenario del COA quienes suenan para reemplazar a Peña –un cambio improbable–, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, tratando de deslizar algún matiz que puede ser útil el día de mañana. En cualquier caso, la tensión mayor estaba afuera, en los pasillos, más poblados que el auditorio principal en el salón Versailles. Era la fiesta de un lobby con dejo melancólico.

Entre cafés y algún tentempié, se repetían frases de desganado tono optimista: “Si se logra frenar la turbulencia, se solucionará el tema fiscal y la industria ganará competitividad; veo muy bien a las pymes con la posibilidad de exportar”; “los cambios duelen, pero los fundamentales de la economía son sólidos, el objetivo de una nueva Argentina con un capitalismo serio es compartido por una mayoría”; “una minoría [la alianza kirchnerotrotskista denunciada por el ministro de Educación] cree que cuanto peor, mejor, por eso hay que fortalecer al presidente”.

Fuera de micrófono, un titular de Economía de una provincia gobernada por un peronista afín a Macri dejaba saber: “Soy muy pesimista, esto termina muy mal, no hay forma de que lo frenen”; un trader arriesgaba que habrá helicóptero para Macri, como el que se llevó a Fernando de la Rúa en 2001, frase que dicha en boca de un piquetero le ocasionaría una denuncia judicial y, en la Argentina de hoy, una imputación por desestabilización. “¿Qué están haciendo?”, fue una pregunta no aislada este jueves en el Alvear.

Buenos Aires, 31 de agosto.

Foto: Eitan Abramovich, AFP

Las extensiones de campo en la Pampa Húmeda son acaso el único sector productivo que está registrando balances positivos en los últimos dos años, gracias a la combinación de la devaluación acelerada del peso y la baja de retenciones. Daniel Pelegrina, titular de la Sociedad Rural Argentina, agrupación tradicional de los mayores terratenientes, se permitía alguna crítica a la liberalización total de los mercados que incentivó la inversión financiera especulativa: “El rol del Estado es poner límites. Nos preocupa la inercia que toma la dinámica de los mercados, gente que entra y sale y hace diferencias enormes. La economía no debe ser abierta para los que no generan valor”.

Cuando zarpó hacia la reinserción en el mundo, en diciembre de 2015, el buque comandado por Macri tenía el éxito asegurado. Barack Obama y Donald Trump son en teoría muy distintos, pero a ambos los unió su voluntad de abrazar al presidente argentino. Se levantarían las molestas restricciones para la compra del dólar, lloverían las inversiones. El Foro de Davos se abriría de par en par a un presidente ejemplar. Gracias a un bajo endeudamiento heredado, una economía mediana como Argentina podría transformarse –como ocurrió– en la mayor emisora de bonos entre los mercados emergentes en 2016 y 2017. Más que China, el doble que México, el triple que Rusia. El ciclo populista había llegado a su fin y había que celebrarlo.

A pocos les regalaría tantos elogios el diario El País de Madrid como a Macri, a quien describió como un liberal compasivo, institucionalista, no dogmático, más atractivo que el insípido Mariano Rajoy. Las crecientes historias de represiones brutales a manos de la Policía y procesos federales contra manifestantes, algunos de los cuales padecieron semanas o meses en las cárceles, no motivó objeción en la prensa liberal europea.

Subido a ese caballo, Macri se embarulló las dos o tres veces que intentó decir “nunca más” al terrorismo de Estado. Mezcló conceptos, metió la pata, nunca lo dijo. En cambio, muchas más veces declaró el “nunca más” a que Argentina viviera “en la mentira del populismo”. Por sobre todos estos festejos, Clarín puso todo de sí para que ese “nunca más” se transformara en realidad.

Un callejón sin salida

El agua empezó a entrar a bordo mucho más de lo aconsejable y, en mayo, se hizo indisimulable. El Fondo Monetario Internacional (FMI) le había tenido una paciencia generosa al irritante alumno argentino que le endilgaba consecuencias funestas a sus pulcras recetas, pero Macri le devolvió el alma al cuerpo. De entrada, Christine Lagarde dejó claro que cuando la llamaran, ella acudiría. Y cuando la llamaron, en mayo, acudió.

Tras estudiar el caso argentino, el FMI impartió una original prescripción: drástico recorte del gasto público hasta una meta de 1,3% en 2019 y 0% en 2020, eliminación de los pocos subsidios que quedan, restricción de la emisión monetaria, prohibición de financiación al Tesoro por parte del Banco Central, inflación de 17% en 2019. El acuerdo récord con el FMI, por 50.000 millones de dólares, fue anunciado el 14 de junio.

En cuestión de semanas, la institución de Lagarde debió relajar metas. Hubo que archivar la supuesta prohibición de utilización del préstamo para contener al dólar y, en definitiva, financiar la fuga de divisas especulativas. La suba de la moneda estadounidense se aceleró y, con ello, la inflación. Al cabo de casi tres años, Macri supera con creces el promedio inflacionario de Cristina Fernández de Kirchner.

Marcos Peña, jefe de Gabinete de Ministros (izq.), y el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (centro), en el Council of Americas.

Foto: Walter Carrera / GCBA / AFP

En lo único en que el gobierno de Cambiemos y el FMI se pusieron firmes fue en la drástica reducción del gasto. Macri empezó por los subsidios, con lo que tarifas de gas y electricidad aumentaron 1.600% en tres años, y el transporte multiplicó su precio varias veces. Luego les tocó el turno a los salarios docentes y las jubilaciones, que crecieron unos 10 puntos por debajo de la inflación, pero ahora llegó la hora de lo que Carlos Menem (“el gran transformador”, calificaría el empresario Macri) llamó hace 30 años “cirugía mayor sin anestesia”: rebaja en jubilaciones y asignaciones universales para menores de 18 años, acuerdos de sueldos de docentes y estatales mucho más draconianos, recorte de planes sociales y de presupuestos educativos y de salud.

Estos experimentos son problemáticos en la Argentina, porque el grado de resistencia en las calles es persistente y alto. Una muestra fue el mismo jueves, en un anochecer frío y lluvioso, cuando una multitud de varias decenas de miles de personas protestó contra la oferta de aumento a los docentes universitarios de 15% en varias cuotas, mientras que la inflación anual de 2018 será de, como mínimo, 32%. Una semana antes, un acto similar había ocurrido en Córdoba.

La pesadilla de 2001 era, hasta hace no mucho, un fantasma mencionado por sectores de oposición cerrada; hoy se expresa en forma de desazón y miedo por sectores más amplios.

Argentina nunca se recuperó del trauma de ver las calles de sus principales ciudades transitadas por familias hurgando la basura. Esos carros, que nunca se fueron del todo durante el kirchnerismo, ganan presencia en forma acelerada.

El país comprueba, por si hiciera falta, que durante los años de Néstor y Cristina funcionó un sistema de corrupción con la obra pública, como mínimo, con la anuencia de los presidentes santacruceños. Unos oscuros cuadernos de un chofer con sello de Inteligencia, que un diario oficialista, La Nación, acercó a un juez vandálico, Claudio Bonadio, pueden tener bastante de verdad.

Al mismo tiempo, Mauricio Macri se comporta como lo que más fue en su vida: un empresario de la patria contratista antes que presidente, y se filtran pases de manos de empresas, paraísos fiscales, amnistías impositivas para su núcleo familiar y de amigos.

La caída es adrenalínica pero también triste.

Seguir leyendo sobre el tema: Mario Bergara: “Si hay algo que no debemos hacer es seguir a Argentina en esta situación” y La devaluación de la palabra

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