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Fernando Fernández, Kevin Mederos y Bruno Reyes, en La Otra Esquina. Foto: Paulina Molaguero

Excedente social: ojos que no ven, sociedad que no siente

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Una aproximación a la situación de calle en el departamento de Canelones y una mirada puertas adentro al centro La Otra Esquina.

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Leído por Abril Mederos.
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Primer premio del concurso de periodismo Julio Castro 2021

La pandemia por covid-19 puso en jaque a la economía a nivel mundial y acentuó desigualdades dentro de la sociedad. La población en situación de calle, lejos de estar ajena a esta realidad, es una de las más golpeadas. En Canelones hay 145 personas en calle, y 40 de ellas no asisten a refugios. Trabajadoras y educadoras del centro de acompañamiento a personas en situación de calle La Otra Esquina denuncian falta de oportunidades “reales” por parte del Estado. “No siempre la adicción lleva a la calle; la calle también lleva a la adicción”, señaló Gabriela Garrido, directora de Desarrollo Humano de la Intendencia de Canelones (IDC), y agregó que para muchas personas es una forma de “soportar” la situación.

Desde 2005, la IDC lleva a cabo el Plan Invierno, que consiste en que, en los días de frío polar, los refugios de contingencia que funcionan dentro del departamento permanezcan abiertos y a disposición las 24 horas del día.

El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) cuenta con un refugio para hombres en la ciudad de Pando que data de 2008. Posteriormente, en 2010 se creó un refugio de 24 horas para madres y niños en la misma ciudad, y otro de iguales características en Las Piedras.

En junio de este año, la IDC, por intermedio de la Dirección General de Desarrollo Humano, y el Mides firmaron un acuerdo para coordinar acciones y políticas de ayuda que atiendan la problemática de situación de calle. En este marco, se inauguraron dos refugios de emergencia que permanecerán abiertos hasta el 31 de octubre: uno está ubicado en Salinas, en un cuartel que es propiedad del Ministerio de Defensa Nacional, en la Ruta 34 paraje La Montañesa; y el otro, en la ciudad de Las Piedras, en la Liga de Baby Fútbol, propiedad de la Intendencia de Canelones, ubicada en la Ruta 67.

Los dos refugios funcionan en el horario de 18.00 a 9.00, mientras que en etapas de frío polar se encuentran abiertos las 24 horas. Ambos cuentan con un equipo técnico conformado por educadores, trabajadores sociales, funcionarios administrativos y de servicio. Esto es gestionado por la IDC, que proporciona también la locomoción con el fin de garantizar los traslados, gastos de UTE y de OSE. Por su parte, el Mides aportó los insumos necesarios para el equipamiento de los centros y contrató a una cooperativa de limpieza, cocina, vigilancia y apoyo, seleccionada por su perfil para trabajar con esta población.

Garrido manifestó que esto les permite tener un sistema de monitoreo permanente sobre la situación de calle en el departamento. A su vez, hizo énfasis en la necesidad de que los dispositivos tomen “otro perfil” y permitan a los usuarios permanecer las 24 horas del día dentro del establecimiento.

La otra alternativa

El proyecto La Otra Esquina nace en 2019 a partir de un convenio entre la IDC, el Mides y la Junta Nacional de Drogas. Es un centro de acogida para personas en situación de calle y adicción único en todo el país. Está ubicado en la ciudad de Las Piedras y funciona en un local cedido por la Administración Nacional de Educación Pública, antiguo jardín 202 de la localidad, que estaba inutilizado y fue reestructurado.

Al lugar llegan personas de todas las edades, desde jóvenes a adultos mayores de 65 años, con un recorrido de violencia, abusos y consumo problemático. Es por esto que, en esta propuesta socioeducativa y cultural que se basa en la contención y en el acompañamiento, trabaja un equipo multidisciplinario compuesto por tres educadores, una trabajadora social, y personal de servicio que se ocupa de la limpieza, la cocina y la vigilancia.

El centro fusiona espacio nocturno y diurno de manera integral. Nadia Barreto, trabajadora social, explicó que los usuarios deben pasar por un proceso para quedarse en la noche. Al momento, sólo siete pasan la noche allí. Los demás llegan en la mañana, se organizan para bañarse según el orden de llegada, luego desayunan y así comienza su día.

Barreto comentó que el proyecto funciona con “mucha flexibilidad” y un “bajo nivel de exigencia”: “De a poco ese nivel va subiendo y les solicitamos que inicien algunas actividades y que cubran determinadas metas”, explicó.

Sara González, educadora social, señaló que uno de los desafíos más grandes es “respetar lo que ellos quieren hacer” para que se sientan “protegidos” y el objetivo de reducir el daño sea posible. Asimismo, destacó que en el equipo se trabaja desde la empatía y el afecto para que la persona se sienta parte del proyecto y “sea como su casa”.

Es importante destacar que en un año y medio La Otra Esquina ha tenido siete egresos sostenidos.

Una segunda casa

Al cruzar la puerta se escuchan canciones de plena y, a lo lejos, el repique de un tambor. Es lunes, algunos vienen de un fin de semana de consumo intermitente y reposan en los sillones o en el piso. Otros, más activos, están en la plaza de deportes en taller de gimnasia con Julio, su entrenador.

Es casi mediodía, pero aún hay camas ocupadas. En la cocina preparan el almuerzo: el menú del día es guiso. En medio de la charla y los murmullos, se escucha una canción de La Vela Puerca, pero la plena parece no tener competencia y vuelve a llenar el ambiente.

Cristian y Nando hace un mes que asisten al centro. Cristian cuenta que el equipo lo encontró revisando una volqueta en una mañana muy fría. Le ofrecieron desayuno y lo invitaron a conocer el centro y, pese a que nunca había estado en un refugio, accedió. “Justito me agarró un día de frío”, se excusa. Sin embargo, dice entusiasmado que desde ese día se quedó: “Estoy todo el día acá. Me baño, desayuno, como, lavo la ropa”. No quiere quedarse en la noche porque no le gusta “estar encerrado”, explica, mientras ríe cómplice con su compañero.

Nando cuenta que tiene su casa pero que le gusta “estar acá”. “Valoro estar acá con ellos aunque tenga la plata en el bolsillo para drogarme, y quiere decir que si puedo eso, puedo más”, comenta. Si bien consume desde hace muchos años, manifiesta sus ganas de dejar y explica que está cansado pero que “no es fácil”.

Cristian se apura a decir que para él la droga es un “refugio”: “Yo me drogo porque de noche en la calle no puedo estar de cara. Me empiezo a acordar de todo, de mis hijas, de todo lo bueno que tenía, y no lo aguanto, si no estoy drogado no aguanto”, explica.

Cristian tiene una orden de restricción. Relata que se peleó con su suegra pero que con la madre de sus hijos “está todo bien”. Dice que se mandó “una cortita” y que estuvo seis meses preso, pero que espera otra oportunidad. Trabajó en la construcción, también en quintas en San José, pero hace dos años que no está en caja y ahora trabaja como cuidacoches y hace “changuitas”. Su relación con la droga data de muchos años: hace 17 que consume. Solía hacerlo sólo los fines de semana, pero cuando que murió su padre se “descarriló”. En cambio, asegura que desde que forma parte de este proyecto su consumo se redujo “70%”: “Le gané en el día. Yo puedo tener media pila ahora en el bolsillo que no tengo abstinencia”, expresa orgulloso.

Por su parte, dice Nando: “Sólo achico cuando estoy acá”. Salió de la cárcel en 2010: “Me comí unos años en cana, salí y nunca volví a estar preso, pero nunca me dieron una oportunidad de nada”. Según cuenta, los antecedentes lo condicionan. Sin embargo, se muestra contento y agradecido con el equipo y remarca que su vida cambió “demasiado” desde que asiste al centro. “Nunca hay un ‘no’ como respuesta, siempre encuentran una solución para todo. No sé si hay otro lugar como este”, reflexiona.

Ambos coinciden en que la relación entre compañeros es muy buena y que todos “cinchan para el mismo lado”. En el grupo “todo es pa todos”, cuenta Nando y agrega que “acá no se discrimina, se le abre la puerta a cualquiera y somos todos iguales”.

Crecer con ellos

En el centro se llevan a cabo actividades de realfabetización, deporte, recreación, cultura, educación para la convivencia y formación para el empleo. Asimismo, se brindan talleres de gastronomía, clases de educación física, taller de percusión y, previo a la pandemia, se hacían salidas y paseos.

González recordó la ida a la playa en el verano de 2020. Para muchos fue la primera vez: “Se bajaban de la camioneta, corrían hacia la arena y se quedaban ahí, viendo el mar; no lo podían creer”, relató emocionada.

Los lunes a las diez de la mañana se realiza un taller de cocina virtual a cargo de una docente de Vista Linda, barrio que pertenece al municipio de 18 de Mayo. Según la educadora, es difícil que se mantengan “enganchados” y lo mismo sucede con las clases virtuales para aquellos que estudian en el liceo o en la escuela técnica (UTU). De todas maneras, el equipo cuenta con un espacio de sostenimiento educativo en el que se los estimula, se les brinda asesoramiento en cuanto al uso de la plataforma Crea de Plan Ceibal y se trabaja en el trato e intercambio con docentes y compañeros.

Tanto Barreto como González entienden que el cambio de grupos sociales y el vínculo con la comunidad para esta población es muy importante porque “los transforma” y ayuda a que adquieran formas “más sanas” de relacionarse.

De la cárcel a la calle

En la ciudad de Canelones el número de personas en calle está directamente vinculado con el egreso de la Cárcel de Canelones. En este sentido, Gabriela Garrido comentó que desde la IDC, previo a la pandemia, se realizó un trabajo de seguimiento junto a la Dirección Nacional de Apoyo al Liberado (Dinali), como soporte a la persona egresada –o próxima a egresar– del centro penitenciario, en el que se encargaban de brindar asistencia, alimentos, vestimenta e incluso se establecía contacto con la familia para el retorno.

Garrido explicó que dentro de la cárcel se llevaban adelante diversos procesos educativos como talleres y actividades culturales, además de capacitaciones permanentes, y manifestó su intención de que se pueda retomar por la necesidad de generar “algún tipo de dispositivo” para aquellas personas que salen de la cárcel y se encaminan a su reinserción dentro de la sociedad.

Por otra parte, a partir de este año el equipo de La Otra Esquina comenzó a hacer seguimientos a antiguos usuarios del centro que ahora están privados de libertad en el Comcar y en la cárcel de Juan Soler. “La idea es que no se pierda el contacto”, manifestó González, al tiempo que subrayó la importancia de que los tengan como referencia.

Mirar para otro lado

El centro está ubicado en una zona residencial de Las Piedras. Por esto, explican las profesionales, han tenido resistencia de vecinas y vecinos. “A nadie le gusta ver a las personas en situación de calle, pero las quieren esconder en un lugar que no esté cerca de ellos”, expresó González.

Asimismo, Barreto valoró que, pese al prejuicio y la estigmatización que se genera hacia esta comunidad, tuvieron instancias de asamblea en las que se trató el tema y de a poco se logró incluir al proyecto en el vecindario.

Un equipo técnico de la IDC, conformado por una trabajadora social y dos educadores no formales que han sido capacitados, recorre todas las noches el departamento y eleva denuncias recibidas por vecinos y vecinas. Por día se reciben entre cinco y diez denuncias, estimó Garrido. Al respecto, comentó que una vez establecido el contacto con una persona en situación de calle, se hace una entrevista y se la invita a ir a un refugio.

“No siempre se logra”, lamentó y agregó que “a veces la persona no quiere hablar”. De todas maneras, se le acerca leche caliente, café o cocoa, un refuerzo de pan con dulce y abrigo. Luego de que se logra un acercamiento, se le explica a la persona la necesidad de que reciba contención en un refugio y se le da la posibilidad de volver al lugar asegurando el traslado.

El procedimiento continúa con la obtención de los datos de esa persona bajo estricta confidencialidad del trabajador social y de la Ley de Protección de Datos Personales. Se trabaja también junto con el Mides para saber si existen vínculos familiares y, en caso de tener antecedentes penales, se contacta al Ministerio del Interior.

Por su parte, desde La Otra Esquina se realizan recorridas en las tardes y noches como formas de encuentro con la población de calle. El equipo de profesionales genera un vínculo con la persona hasta ganar su confianza y que accedan a visitar el centro. Las salidas suelen hacerse junto a los jóvenes que ya forman parte del proyecto para tener “otra llegada”.

Deudas

La directora de Desarrollo Humano constató que 80% de la población que está en situación de calle tiene problemas de adicciones o de salud mental, y expresó que la falta de tratamiento y medicación son “desafíos a trabajar”.

Según los datos del censo realizado en 2011, la ciudad de Las Piedras tiene 62.228 habitantes. Sin embargo, Barreto y González indicaron que hay sólo una psiquiatra que atiende en la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE). Esto genera una interrupción en los tratamientos: “El participante queda ahí, colgado, y vuelve a caer”, manifestó Barreto.

En la misma línea, González agregó que los usuarios tienen de tres a seis meses de espera –o incluso un año– para que los atiendan. “Es luchar contra la corriente”, sentenció.

Sobre las derivaciones que se realizan desde el centro al Hospital Vilardebó, ambas aseguran que muchas veces han sido “rebotadas” o que los usuarios reciben el alta a los pocos días sin estar en condiciones de volver. Esto genera un retroceso en el trabajo que se hace junto a la persona.

González dijo que se han hecho derivaciones al dispositivo Puerta de Entrada, pero que en una semana “salen igual o peor”. “Acá si no tenés plata para pagarte algo privado, buenos psiquiatras y contención, es muy difícil”, manifestó.

Por otro lado, esta población también sufre la exclusión por parte del sistema educativo. Ambas profesionales señalan que han tenido “más receptividad” y un trabajo “más en conjunto” con la UTU, en tanto que en los liceos “son más excluyentes”.

El reclamo es de un Estado presente que regule y brinde más políticas públicas y sociales. Barreto se refirió a la falta de oportunidades que generen una “verdadera” inclusión y a la necesidad de que existan más políticas que apunten a la primera infancia. “Son muchos años de pobreza estructural, no sólo pobreza monetaria sino también en todo sentido. Es un tema cultural”, expresó. Por su parte, González manifestó que el problema viene desde la concepción. “Si nacés en un entorno violento en el que nadie te muestra afecto, es muy difícil que actúes de otra manera a lo largo de tu vida”.

Garrido indicó que la IDC junto con el Mides tienen la intención de trabajar en un plan hacia 2022 que aborde la temática de situación de calle y tenga una mirada del gobierno departamental y el gobierno nacional. “Todos debemos juntarnos a trabajar en una lógica que trascienda al deber-ser de cada institución y que ponga en el centro al ser humano”, concluyó.

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