Pasar del diván y el sillón a un banco en una plaza, que la conversación fluya con un tereré de por medio, dejar que el perro callejero que anda dando vueltas inspire reflexión, tomar la protesta estudiantil que se inicia en la plaza y convertirla en insumo para cuestionar la relación con la sociedad, ese es el tipo de terapia que propone el psiquiatra paraguayo Agustín Barúa y que incentiva el movimiento Clínica Placera, un nuevo abordaje a la clásica terapia entre especialista y paciente que busca impulsar la desmanicomialización a nivel estatal y en la práctica privada. Barúa pasó por Montevideo cuando vino a presentar la experiencia en el seminario regional “Actualización y prácticas del abordaje de las problemáticas clínicas”, organizado por el programa Apex de la Universidad de la República, el martes 13 y miércoles 14. En esa oportunidad habló con la diaria sobre cómo funciona este movimiento alternativo, y de sus objetivos y resultados.
¿Cómo definís el movimiento Clínica Placera?
Brevemente es un acompañamiento psicoterapéutico en bancos de plazas en Asunción, Paraguay. Es una iniciativa privada que tiene que ver con al menos tres puntos. Por un lado poner en valor el espacio público como un espacio que tiene practicidad; hay un repliegue muy fuerte hacia lo privado, entonces se abandona lo público como un espacio entendido como inseguro, pero que se puede revalorizar. Por otro lado tiene que ver con la desmanicomialización: el espacio público es el de la cordura y todo lo que sea de lo loco tiene que salir, molesta, no tiene lugar; eso es algo que valida los encierros y buscamos cuestionar. Una tercera línea se relaciona con que si a mí me duele la rodilla, la muestro, pero si me quiero suicidar no sé si lo voy a contar. Hay un plus avergonzante en el sufrimiento psíquico que hace que sea más difícil compartirlo. Todo eso converge en la iniciativa de intentar buscar dispositivos conversacionales validados ya por la cultura, como son los bancos de la plaza, donde se intercambia, se ríe, se hacen silencios; por otro lado, revitaliza lo público en el sentido de que se pone en valor y se convierte en un espacio que construye intimidad. De otra forma la intimidad queda reservada a lo privado o a lo público capturado por lo mercantil, como los cafés o los shoppings, que son los restos de lo público que nos van quedando.
¿Cómo surgió esta iniciativa?
Mi formación como psiquiatra es de base comunitaria en la atención primaria de salud; trabajé en el marco de la psiquiatría estatal en Paraguay hasta el golpe de Estado a Fernando Lugo. Luego vine a Montevideo durante unos años y volví a Paraguay, pero cuando regresé los lugares donde trabajaba habitualmente no estaban accesibles, por diferentes razones. Entonces me metí en algo que nunca había hecho: consultorio privado. Subarrendé un consultorio de unas amigas psicólogas y cuando empecé a trabajar me encontré con los dos sofás, la mesita de luz, la alfombrita, todo un ambiente cerrado. Me sentía muy fuera de lugar, yo venía de hacer clínica de salud mental en territorio de las periferias urbanas: villas, bañados, asentamientos, y eso era un escenario que mezclaba cumbia, reguetón, polca, electrónica, con perros y gallinas, con bebés llorando, con la ropa recién colgada goteando en los patios de la casa de la gente. Entonces empecé a pensar: ¿dónde me siento habitualmente cómodo para conversar con la gente? Ahí pensé en los bancos de plaza.
“Lo que pasa en el espacio público deja de ser amenazante o invasivo y pasa a ser, a veces, inspirador; los intercambios van teniendo otro carácter porque se toman insumos de lo que está pasando en la plaza”.
¿Cómo fueron los inicios de esta práctica con tus pacientes?
En general se tiende a polarizar la gente entre a quienes les choca la posibilidad y ni lo consideran y mucha gente a la que sí le interesa, porque está buscando algo diferente o el espacio público la convoca. La gente rápidamente tiende a sentirse cómoda, porque se genera un efecto de intimidad no subordinada al cemento sino a la conversación comprometida. Por otro lado, lo que pasa en el espacio público deja de ser amenazante o invasivo y pasa a ser, a veces, inspirador; los intercambios van teniendo otro carácter porque se toman insumos de lo que está pasando en la plaza. Siempre está el recurso de decirle a un tercero que estamos en una charla complicada y pedirle que se vaya, y por lo general se respeta muchísimo, no se da ese fenómeno de insistencia o invasión.
¿Cómo es un primer acercamiento para el paciente?
A los interesados los convoco a tener una experiencia, al menos una vez, de conversar sobre sus cosas en el contexto de bancos de plaza. Acordamos día, hora y plaza y ahí voy con mi set de trabajo: el teléfono, repelente de mosquitos y tereré o mate. Es muy liviano, intercambiamos tomando algo. Es una actividad con mínimo costo que tiene gran potencial.
¿Qué elementos de la clínica tradicional se toman en esta práctica?
Yo trabajo desde la psiquiatría democrática basagliana [corriente fundada en las décadas de 1960 y 1970 por el psiquiatra italiano Franco Basaglia, que impulsó el cierre de los manicomios], desde el psicodrama, desde el esquizoanálisis, desde la psicología comunitaria. Además tengo una maestría en antropología social; ese conjunto de cosas se pone en juego en la práctica, se lleva a la conversación, y tiene muchas herramientas del mundo psicoconvencional. Se disputa también en clave de desmanicomialización, cómo hacemos propuestas de salud mental que no refuercen la idea de que el sufrimiento psíquico es vergonzante; si nos encerramos de alguna manera, sin darnos cuenta, estamos reproduciendo eso.
¿Qué beneficios encontraste en esta práctica alternativa?
Hay un plus que tiene que ver con no quedar reducido a lo vincular, en este caso hay muchas cuestiones laterales que tienen valor. Por ejemplo, ver a una mujer que cuida palomas en la plaza y siempre les lleva pan y agua muestra una forma de cuidados. De repente hay una movilización por los derechos campesinos de la gente y se llena la plaza de gente. Lo social, lo contextual entra de alguna manera en la terapia que invita a salir.
La gente va a terapia a hablar de sus problemas. ¿Cómo reacciona en el espacio público?
El tema siempre es lo que trae la persona, pero la Placera coloca la realidad de los otros vinculada con tu realidad de otra manera, que las circunstancias del afuera tengan que ver contigo. Muchas veces en los procesos que son más manicomializantes o de aislamiento social hay una indiferencia, más allá de su propio núcleo de preocupación. A su vez, en la Placera se entiende que cada persona y cada proceso son singulares; a veces lo social tiene que ver, y otras veces la persona ni con un montón de gente alrededor mete ese tema en la conversación. Hay una especie de regulación espontánea que se basa en la permeabilidad subjetiva de la persona.
¿Cómo manejás estas intervenciones? ¿Buscás incorporarlas a la charla?
Es muy similar, es el hecho de que no es mi consultorio, no es mi banco ni mi plaza, entonces hay algo que no se puede controlar, es una clínica de lo común, de lo público. Roland Barthes habla de la claustrofilia, que es las ganas de estar encerrados; esto de alguna manera te coloca con la sorpresa, con lo caótico, y eso lo vamos conversando.
La salud mental en Paraguay
El psiquiatra explicó que en Paraguay las políticas de salud mental “están centradas en el hospital psiquiátrico” que está en Asunción. Según contó, es un establecimiento con 170 camas que se lleva 65% del presupuesto del gasto público en salud mental; allí también es donde se concentra la formación de los futuros profesionales. A diferencia de Uruguay, el debate antimanicomial “es bastante marginal”: “Creo que no está visibilizado, hay una presencia fuerte de la legitimación científica, positivista, biologicista, hospitalcéntrica donde la figura del médico se entiende como necesariamente central”. El especialista opinó que en su país a “los saberes no universitarios se los invisibiliza”.
Hay algunas agrupaciones que empiezan a hablar de una nueva ley de salud mental, pero tímidamente; más allá de eso, comentó que no se proyectan nuevos avances.
Acá es muy común el dúo psiquiatra-psicólogo, ¿cómo se maneja en tu caso cuando la sesión con el psiquiatra es en el banco de una plaza pero la consulta con el psicólogo es en un consultorio tradicional?
Yo trabajo como psicoterapeuta, incluso intento medicar lo menos posible; si bien uso psicofármacos, no estoy parado en un modelo biologicista en el que la persona es inmediatamente rotulada psiquiátricamente y después medicada clínicamente, sino que es hacer parte de la mirada más de complejidad. Dentro del equipo de trabajo hay una muchacha que es egresada de psicología comunitaria y es acompañante terapéutica, entonces algunos procesos los trabajamos juntos.
¿Cómo ves los resultados?
Yo no creo que ninguna práctica sea totalizante, si no volveríamos al manicomio, que es ese lugar único, uniformizante y de encierro. Tiene que ver con una posibilidad que aporta tener otro lugar y tener el derecho a compartir desvergonzadamente el sufrimiento psíquico, no refuerza esa idea del encierro de yo y mi problema. Por otro lado, desmonta la idea del aislamiento que está en las sociedades. Todos estos componentes que para mí son éticos, políticos, potencian el proceso terapéutico. Esos nutrientes ofertan a cada profesional psico una manera de pensar nuestra relación con lo público, con lo común, con la desmanicomialización, y sobre este punto particular invita a pensar no solamente en desmanicomializar las prácticas públicas estatales o sustituir el hospital monovalente por redes de salud mental comunitaria, sino incluso en también, por qué no, cambiar la práctica individual privada.
¿Qué tan receptivos a estos cambios están siendo tus colegas en Asunción y en Uruguay?
Dentro de las cosas que yo he visto en Asunción también hay algunas que se configuran un poco aquí. Uruguay está teniendo una experimentación muy fuerte en cuanto a políticas sociales emergentes, hay muchas cosas creándose. Creo que todavía queda mucho por compartir, esta experiencia del seminario también va a conectar con otras experiencias. En el Apex una persona que participó me decía que esta experiencia tiene que ver con un cierto agotamiento de modelos, hay un hacer que patina, una demanda que no es atendida y un paradigma que todavía no termina de nacer. La idea no es que esto se convierta en un movimiento internacional de Clínica Placera, sino que invitemos unos a otros a explorar formas singulares de habitar lo público y conectarlo con la clínica. Esto es parte de unas herramientas que son de transición hacia eso. Van a seguir surgiendo cosas nuevas, porque estamos avanzando en que cada quien pueda reconocerse en el tiempo y en el espacio público. Hay gente que va a bares, otros que hacen clínica de rambla, otro de los participantes me decía que quería hacer clínica caminando, y ¿por qué no?