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Ilustración: Ramiro Alonso

La pandemia provocó alteraciones en la calidad del sueño y síntomas de depresión y ansiedad en niños y adolescentes, según un estudio de la Sociedad de Pediatría

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El desfase en el ciclo del sueño en estas edades tiene impactos sobre los aprendizajes, los aspectos cognitivos, atencionales y psicológicos.

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Leído por Abril Mederos.
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La Sociedad Uruguaya de Pediatría (SUP) advirtió que la pandemia por covid-19 en Uruguay produjo “alteraciones en la calidad del sueño” de niños, niñas y adolescentes e impactó directamente en su salud mental a través de síntomas de depresión y ansiedad. “Si bien los niños y adolescentes tuvieron baja probabilidad de desarrollar cuadros graves de la enfermedad, desde el punto de vista psicológico y cognitivo los impactos de la pandemia en muchos casos serán irreversibles y tendrán consecuencias a corto, mediano y largo plazo”, alertó el Comité de actividad física y deporte de la niñez y de la adolescencia de la SUP.

En esta investigación, a la que accedió la diaria, participaron 303 niños, niñas y adolescentes de entre siete y 17 años. Los datos resultan de un estudio transversal mediante escalas y cuestionarios que miden la calidad del sueño y sus consecuencias en la salud mental en niños, niñas y adolescentes. Fueron registrados de forma anónima por los niños, niñas y adolescentes, con ayuda de adultos, mediante una encuesta, aplicada de forma virtual en Montevideo y el área metropolitana entre marzo y mayo de 2021.

El estudio concluyó que 36,7% tuvo dificultades en la calidad subjetiva del sueño; dentro de ese porcentaje, 78% tuvo sentimientos de tristeza durante gran parte del tiempo ‒en las últimas dos semanas‒ o todo el tiempo, y 4% expresó, además, sentimientos de desesperanza, mientras que 8% no hizo referencia a este tipo de sentimientos y 10% no respondió.

Poco más de la tercera parte de los niños y niñas entre seis y 11 años (38,8%) durmió en promedio 6,5 horas por noche en el último mes, unas 2,2 horas menos que antes de la pandemia; en el caso de los adolescentes el promedio fue incluso menor: apenas 5,8 horas. Según el estudio, 41,2% de los niños, niñas y adolescentes percibieron cambios en los hábitos de sueño: registraron un incremento significativo en el período de latencia del sueño (previo a la primera fase del sueño, desde que se apaga la luz hasta el inicio de este), que antes de la pandemia se ubicaba entre 31 y 60 minutos, y luego pasó a ser de más de 75 minutos. A su vez, 43% de los encuestados de ambas franjas etarias manifestaron tener sueños y pesadillas con contenidos de angustia y ansiedad. En cuanto a la disfunción y el funcionamiento durante el día, debido a la calidad y cantidad del sueño, 57% de los adolescentes refirieron cansancio, sentimientos de desgano y desmotivación; 22% dijo sentirse fatigado pero con sensaciones de esperanza en el futuro, y 21% respondió sentirse motivado y percibir el futuro como una oportunidad de reencuentro. En la población infantil, 66,2% expresó cansancio y desgano, mientras que 33,8% no manifestó esas sensaciones.

Casi cuatro de cada diez niños, niñas y adolescentes encuestados experimentaron pérdida de placer: dijeron percibir que ya “no disfrutan de las cosas como solían hacerlo”. En relación a la dificultad para concentrarse en las actividades diarias, 51% de los adolescentes manifestó “no poder concentrarse como habitualmente” lo hacía, 13% dijo que le era difícil mantener el foco de atención por tiempo sostenido mientras que 4% de los encuestados no pudo concentrarse en casi nada. En contraposición, 32% dijo poder concentrarse como lo hizo siempre. En los niños, 47% percibió tener problemas para concentrarse, 5% no pudo concentrarse en “casi nada” y 48% tenía dificultad para sostener el foco atencional durante un tiempo prolongado.

En tanto, 69% de los niños y niñas se sintieron irritables por encima de lo habitual, 25% no registró ese tipo de sentimientos, mientras que 6% mostró irritabilidad de forma permanente. En adolescentes, los índices de irritabilidad registraron valores de 67% por encima de la sensación habitual, 5% manifestó irritabilidad y malestar permanente; 28 % no experimentó ese tipo de sensaciones.

Por otro lado, de los puntajes obtenidos en la aplicación de cuestionarios, se desprendió que en 47% de los casos, los niños, niñas y adolescentes tuvieron sintomatología mínima de depresión, 22% registraron un cuadro de depresión leve, 8% depresión moderada. Por el contrario, 23% no puntuó con valores referentes a cuadros depresivos. Además, 21% de la población estudiada obtuvo un puntaje promedio que permitió concluir que presenta un nivel mínimo de ansiedad, 55% registró valores referenciales que configuraron un cuadro de ansiedad leve, 19% un cuadro ansioso moderado y 1% un cuadro ansioso grave. 4% de los encuestados no experimentó sintomatología de ansiedad.

El desfase en el ciclo del sueño y su repercusión en el estado de ánimo

El cambio en la rutina de niños, niñas y adolescentes, la restricción de contacto social con pares y familiares, el alejamiento del aprendizaje presencial, unido al miedo de que sus allegados se contagiaran o murieran por coronavirus, desencadenaron estados de ansiedad, depresión, insomnio y alteración en la calidad del sueño, explicó a la diaria el autor del estudio, Juan Martín de León, psicólogo e integrante del Comité de actividad física y deporte de la niñez y de la adolescencia de la SUP. A su vez, estas restricciones vinieron acompañadas de detención parcial de las actividades físicas y deportivas ‒que según el estudio pasaron de un promedio de entre cuatro y siete horas semanales a una media de una a tres horas en el período de distanciamiento social‒ y el aumento significativo del uso de las pantallas y medios electrónicos. Todo esto, señaló De León, determinó que la duración de horas de sueño durante el confinamiento haya disminuido, debido al retraso del sueño y a la necesidad de comenzar la jornada virtual educativa en horas tempranas.

Según el psicólogo, el desfase en el ciclo del sueño tiene impactos sobre los aprendizajes, los aspectos cognitivos y atencionales de los niños, niñas y adolescentes. Y, además, repercute sobre la esfera psicológica, en lo que tiene que ver con la ansiedad, la depresión, la pérdida de placer y la impulsividad. “El sueño es un indicador muy importante. Para nosotros es una alerta para empezar a ver que esconde todo lo que es el estrés postraumático”, sostuvo.

Para el integrante de la SUP, es fundamental plantearse cómo se va a trabajar de aquí en más desde el punto de vista educativo y cognitivo. De León aseguró que se deberá tener un contacto mucho más cercano con la población infantil y adolescente, y subrayó que la primera línea de intervención debe estar en la escuela y el liceo. Los centros educativos tienen el rol de captar la problemática de esta población. “Es necesario reforzar los equipos técnicos que están allí que, además, van a tener que duplicar sus esfuerzos para poder percibir estas cosas”, consideró. A su vez, hizo referencia a la importancia de las actividades grupales y de los espacios de escucha donde puedan trasmitir lo que sienten. Dentro de esa lista, agregó el deporte. “Es democratizante porque todo el mundo hace. El deporte es amigo de los niños y los adolescentes”, comentó. En el juego, dijo, se puede intervenir y se puede ver realmente cómo se sienten.

¿Cómo se hizo el estudio?

Se utilizó el cuestionario de calidad del sueño de Pittsburgh, un autorreporte con 19 preguntas que miden la calidad del sueño y su alteración en el último mes. Las preguntas se agrupan en siete ítems: los cinco primeros sobre aspectos propios del sueño (calidad subjetiva, latencia, duración, eficiencia habitual, perturbaciones) y los últimos dos sobre la utilización de medicación para dormir y la disfunción durante el día. El cuestionario desencadena un puntaje global que varía de 0 a 21, en el que las calificaciones más altas son indicadores de alteración en el sueño.

Al mismo tiempo, se aplicó el Inventario de Beck, concretamente el de depresión y de ansiedad. El de depresión evalúa los pensamientos negativos de niños, niñas y adolescentes sobre sí mismos, su vida y su futuro, sentimientos de tristeza, e indicaciones fisiológicas de depresión. Mientras que el segundo evalúa los miedos y preocupaciones, así como síntomas físicos asociados a la ansiedad. El rango de las puntuaciones oscila entre 0 y 63 puntos; los valores más altos son los que dan cuenta de un índice de severidad en síntomas de depresión y ansiedad. En este inventario, se establecen cuatro grupos en función de la puntuación total: 0-13 corresponde a mínima depresión, 14-19 a depresión leve, 20-28 a depresión moderada, y 29-63 a depresión grave. 57 % de la muestra corresponde a datos de niños y niñas de siete a 12 años, y 43% a adolescentes.

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