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Foto: Ernesto Ryan

La impuesta propiedad privada

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La defensa de la propiedad privada está sustentada en una serie de aristas sociales, políticas, económicas y culturales que invisibilizan muchas veces la lucha de intereses que está detrás de su acérrima defensa.

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La propiedad privada es una construcción social impuesta que no nació con nosotros; no existió “orden natural” que fuera capaz de determinar que era esta y no la propiedad colectiva la forma de estructurar la propiedad.

Nuestros pueblos originarios fueron quienes primero sufrieron las consecuencias de dicha imposición. Para ellos la propiedad era común, la tierra era el elemento natural donde todos debían habitar, producir y cuidar de ella, porque justamente de ella dependía la vida.

Suelo, agua y aire eran un bien común; hicieron enormes esfuerzos para defender dicha concepción acerca de la propiedad. Tuvieron que pagar hasta con sus vidas, resistieron, pero el enemigo fue contundente y en esa lucha desigual impusieron la propiedad privada.

Para hacerlo no solamente utilizaron las armas, sino también el engaño y fundamentalmente invocaron a un dios, hasta hoy desconocido por nuestros ancestros, que permitió hacer de la propiedad un falso “mandato divino”.

La imposición fue total, material e ideológicamente, y hasta hubo que “legislar” para ello, donde aparece como componente fundamental el Estado y su defensa sin condiciones de la propiedad privada.

La colonización en cada uno de nuestros países necesitó entonces de la Iglesia, la guerra y el Estado para poder no solamente justificar, sino además legalizar el atropello.

Hablamos entonces de que la propiedad privada no fue justamente la primera forma de propiedad en la historia de la humanidad, sino que el recorrido histórico fue al revés. Hasta el momento no cabe duda de que triunfó y es defendida a “capa y espada” por quienes se han visto beneficiados por su existencia. No encuentro nada mejor que las palabras del jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos en 1854. Creo que en sus palabras ya en los primeros renglones se resume con claridad lo que llamo la “imposición” de la propiedad privada:

Carta del jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos en 1854.

“El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas. ¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja”.

Una minoría en el mundo acapara inmensas fortunas y genera las condiciones políticas para que la propiedad de sus bienes sea absolutamente inviolable.

Se puede observar con claridad la “globalización” política de la imposición, en todos y cada uno de nuestros países la constante fue inculcar esta idea de propiedad por todos los medios.

El exacerbado consumo, el acaparamiento, la irracionalidad demostrada en el calentamiento global, en definitiva, muestran un sistema absolutamente irracional y no justamente apegado al pleno desarrollo armonioso para tener una vida digna de la humanidad.

Otra reflexión es que en lo que respecta a la vivienda, para tenerla, debemos de contar inexorablemente con acceso al suelo donde esta se construya, pero además dinero para poder construir.

El suelo pasó así a ser una mercancía más e inalcanzable para la inmensa mayoría, teniendo además como aditamento que es un bien inelástico, imposible de reproducir, la tierra es la que hay y en ella se supone que todas y todos los terrícolas debemos vivir.

El rescatar las experiencias de propiedad social de la tierra y la vivienda contiene un valor supremo en cuanto reivindica la otra forma de propiedad.

Las cooperativas han prosperado en Uruguay, un país de base estructural capitalista, pero donde, sin embargo, se pudo desarrollar la propiedad social de las viviendas.

En esa batalla estamos los cooperativistas de vivienda de usuarios hace más de 50 años avanzando aun contra todos los impedimentos que nos colocan a su paso. Esta es una batalla de carácter ideológico fundamental que tuvo su momento más álgido cuando la dictadura impulsó la ley de propiedad horizontal para pasar nuestras viviendas por oficio a la propiedad individual.

En febrero de 2024 se cumplirán 40 años de aquella extraordinaria gesta de Fucvam que junto a la solidaridad de nuestro pueblo logró las firmas en un solo día de 330.000 voluntades que nos apoyaron en defender nuestro carácter de usuarios.

Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.

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