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Palacio Salvo

Foto: Ricardo Antúnez

Gigante sin galera

8 minutos de lectura
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Memorias del Salvo.

Atalaya privilegiado de la mansedumbre y el bullicio de la bahía y la ciudad, el Palacio Salvo fue creado a modo de agradecimiento a una metrópolis que supo ser amable. Inspirado en La Divina Comedia, albergó desde un teatro a un faro, sin mencionar la cantidad de luminarias que desfilaron por sus pasillos. Hay quienes aseguran que posee un infierno, un purgatorio y un paraíso, igual que su gemelo argentino, el Palacio Barolo.

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“Desde la azotea y desde la torre toda la ciudad está a sus pies. Más allá la aduana, el puerto, sus muros, sus escolleras, sus barcos, las aguas rizadas, todo parece visto desde un aeroplano. Más allá aún está el cerro con su forma tranquila, la fortaleza y en la cumbre su faro de primera magnitud, que al proyectar su luz sobre la parte alta de la torre del Palacio Salvo, tiene que alzar la horizontal”. El texto pertenece a una memoria descriptiva de uno de los edificios más emblemáticos de Montevideo.

Según cuenta Jorge Gil, el actual administrador del Palacio Salvo, no hay datos sobre quién lo redactó, por momentos, con una grandilocuencia similar a la del monumental edificio, que fue el más alto del mundo en su época, con la técnica de hormigón armado y con su estilo único en el mundo, junto a su hermano porteño, el Palacio Barolo, de similares características pero menor tamaño.

“Girando la vista hacia la derecha aparece la ciudad desmesuradamente extendida con las barriadas unidas densamente, la mancha verde oscura del Prado, la mole de mármol con sus líneas clásicas puras del Palacio Legislativo, la Aguada con sus calles irregulares, la Av. 18 de Julio con sus edificios de ocho pisos, la Plaza Cagancha y luego todas las playas, Ramírez, Pocitos, Buceo, Malvín y Carrasco, con su hotel, cuyas torres se delinean perfectamente ya casi en el horizonte visual. Más allá, lejos, muy lejos, los cerros de Maldonado, después el mar”.

No te va a gustar

“Ocho de la mañana. Estoy desayunando en el Tupí. Uno de mis mayores placeres. Sentarme junto a cualquiera de las ventanas que miran hacia la Plaza. Llueve. Mejor todavía. He aprendido a querer ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo. Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático. Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor”. Las palabras pertenecen a la novela La tregua, de Mario Benedetti. Ha habido varios que no encontraron atractivo al edificio.

Son varias las anécdotas que cuentan que en una visita de Le Corbusier a Montevideo en 1929, recorriendo las principales obras arquitectónicas de la ciudad, se paró en la plaza, mirando al Salvo desde diferentes puntos de vista y dijo: “Éste es el mejor ángulo”. “¿Para qué?”, le preguntaron. “Para apuntar el cañón”. El espanto del rey del ángulo recto al contemplar la fiesta de curvas del Salvo hizo que lo describiese como un “enano con galera”. Según citó la revista literaria Cruz del Sur en enero de 1930, durante un viaje en barco de Buenos a Montevideo, Le Corbusier manifestó: “Realmente, esta capital es tan simpática y me encuentro tan bien bañado en su luz que hasta me reconcilio con el impresionante bodrio del Salvo. Desde aquí [el puente del transatlántico] no distingo la salchichería que lo adorna, o mejor dicho, que lo aplasta, de manera que el coloso no me lastima la vista”.

Gracias totales

Como tantos otros inmigrantes, los Salvo llegaron desde Italia en 1860 y, si bien estas tierras prometían prosperidad, no sabían muy bien a dónde venían y qué les depararía el destino. En 1866 la familia se instaló en el barrio Paso Molino; don Lorenzo Salvo empezó trabajando como empleado de comercio y luego, secundado por su familia, comenzó a vender ropa de manera ambulante, hasta que en 1867 la familia abrió en el barrio la Tienda Salvo, que luego se trasladó a un gran local en la esquina de Agraciada y Tambetá. Continuaron su próspero camino con proyectos cada vez más desafiantes, abrieron una tienda de venta mayorista en el centro y fueron por más. “Ángel [Salvo] ideó lo que luego sería uno de los mayores emprendimientos industriales de la época, la fábrica textil La Victoria, que en 1910 se fusionó con La Nacional, de la familia Campomar, formando lo que sería la tradicional firma Salvo, Campomar y Cía.”, según se lee en la revista electrónica de la IMM, Montevideo en la mano Nº 4.

Con la construcción de una fábrica de tejidos en Colonia, los Salvo consolidaron su imperio textil, y se convirtieron en premiados vitivinicultores y ganaderos.

“Ángel y Lorenzo pensaron en el edificio como una forma de homenaje y agradecimiento a la ciudad que tanto les había dado”, detalla Abelardo García Viera, ex director del Archivo General de la Nación, residente y conocedor del edificio que habita desde hace 40 años.

El terreno, que ocupa 33,5 metros sobre la avenida 18 de Julio y otros 53,7 metros sobre la Plaza Independencia y la calle Andes, fue adquirido por los Salvo el 29 de diciembre de 1919. “En 1923 se colocó la estatua de Artigas en la Plaza Independencia y se puso la piedra fundamental del Palacio, con monedas, el acta y algunos diarios de la época”, agrega García Viera.

Una de las pérdidas más significativas que implicó la construcción del edificio fue la de La Giralda, el café y confitería donde Gerardo Matos Rodríguez estrenó La Cumparsita, en 1916.

Era la primera vez que se utilizaba hormigón armado a gran escala. Durante dos años se perforó el suelo hasta llegar a una profundidad de doce metros. Fueron tantas las precauciones que se tomaron que, una vez que llegaron a la altura original estimada para el edificio -diez pisos más una cúpula de cinco pisos-, la estructura se mostró tan estable que decidieron continuar.

Camino al cielo

El resultado final fue un rascacielos compuesto por dos sótanos, planta baja, entrepiso, diez pisos altos y 16 pisos de torre, más la plataforma del faro, lo que hace un total de 31 pisos. Es tan alto y está tan bien construido que el movimiento oscilatorio provocado por los vientos llega a mover los artefactos de iluminación y desde la torre es posible apreciar el extraño fenómeno de la lluvia fluyendo “hacia arriba”, según detallan sus habitantes.

Son varias las versiones que se tejen en torno al faro, en cuyo lugar hoy hay una antena de Canal 4 en desuso (que la última asamblea votó sacar) y otras de celulares. La versión más concreta es la que figura en la memoria descriptiva del edificio, que informa que “en la parte alta de la torre ha sido colocado un faro de fabricación italiana Salmoiraghi con un espejo parabólico de 920 m/m, un alcance aproximado de 100 km, lámpara de 100 amps., rotativo”.

El faro introduce la parte mística de la historia, que cuenta que tanto el Palacio Barolo en Buenos Aires como el Salvo en Montevideo estuvieron inspirados en La Divina Comedia, de Dante Alighieri.

Mario Palanti proyectó el mellizo porteño del Salvo convocado por Luis Barolo, y, al parecer, ambos eran amantes de la literatura de Alighieri; Barolo guardaba incluso la fantasía de albergar los restos del escritor italiano en una bóveda central del edificio, construida especialmente con ese objetivo. De ahí en más, las relaciones establecidas entre ambos edificios y La Divina Comedia son muchas y variadas. No son pocas las fuentes que mencionan el diálogo entre la estructura de ambas construcciones: base, fuste y capitel, y las tres partes en las que se divide La Divina Comedia (infierno, purgatorio y paraíso). La sección áurea y el número de oro también se suponen presentes en los rascacielos gemelos y hasta se han establecido relaciones con la masonería, la alquimia y el esoterismo. Pero volvamos al faro.

“Uno de los objetivos del arquitecto Palanti era enmarcar lumínicamente el acceso a la desembocadura del Río de la Plata, como bienvenida a los visitantes extranjeros que llegaban en barco desde el Atlántico. Por eso, en ambos edificios se erguían robustas cúpulas que soportaban los faros de 300.000 bujías, gracias a los cuales se podrían emitir mensajes mediante luces de colores”, afirma una nota del suplemento de turismo del diario argentino Página 12. En ese sentido, es bastante conocida la anécdota sobre que en 1923, en el contexto de la pelea de boxeo entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey en el Madison Square Garden de Nueva York, el faro del Barolo encendió una luz verde para anunciar el triunfo del argentino que acababa de sacar del ring a su adversario.

Pero a los pocos segundos, Dempsey retornó y noqueó a Firpo, obligando a cambiar la luz verde del faro por una blanca, signo de derrota.

Vivir en el Palacio

Según los datos ofrecidos por la inmobiliaria Al Sur, ubicada en la planta baja del Palacio, sobre la zona del pasaje, éstas son las características y los valores de las propiedades en el Salvo.

Del tercer al décimo piso son casi todos iguales, apartamentos chicos de un ambiente con baño y kitchenette, de alrededor de 30 m2. Sobre 18 de Julio hay apartamentos más grandes, de 65 o 75 m2. El alquiler oscila entre los 5.000 y los 7.500 pesos con gastos comunes de entre 1.400 y 2.500 pesos (chicos y grandes, respectivamente). La torre se ha convertido en un reducto de extranjeros.

Se han hecho muchas reformas, incluso ha habido gente que compró más de un apartamento y los unió; ésos, en general, no se alquilan ni se venden.

El valor de venta es de entre 1.000 y 2.000 dólares el metro cuadrado, pero hay excepciones: un apartamento a la venta en la torre, en una de las cúpulas, de 60 m2 más terrazas, cuesta 180 mil dólares.

Hotel de corazones solitarios

El Palacio Salvo iba a ser originalmente un hotel, pero posiblemente por razones de rentabilidad dicha actividad se acotó al tercer piso, y se alquilaron el resto de los departamentos.

En calidad de guardián de la seguridad marítima se mudó al piso 25 del Palacio el vigía de la Administración Nacional de Puertos. En el subsuelo, donde hoy hay una playa de estacionamiento y parte de la disco pub New Alexander, había un teatro en donde actuó Josephine Baker, la Venus de ébano, “una de las primeras mujeres en bailar desnuda”, según García Viera. Baker fue la primera bailarina negra de renombre internacional, y deslumbró al público europeo con su danse sauvage.

“En sus inicios albergó a la clase media alta ya empobrecida, matrimonios con hijos mayores y mucha gente sola, supongo que por la comodidad, la ubicación, el tamaño de los apartamentos y la vista”, detalla Abelardo García Viera. En la década de 1950 el edificio comenzó a dar pérdidas y en 1964 dejó de pertenecer a Elvira Salvo (hija de Lorenzo) y pasó a ser una Sociedad Anónima con régimen de condominio. Recién entonces los inquilinos pudieron optar por convertirse en accionistas propietarios.

Cierta intelectualidad caracterizó a sus habitantes, empezando por el Sorocabana, que funcionó hasta mediados de la década de 1960 en la planta baja del edificio, donde ahora hay un local de telefonía celular.

Desde el piso 7 del Salvo, María Müller y su hija Nilda eran anfitrionas de famosas tertulias que supieron contar entre sus invitados con personajes como Enrico Caruso, Paco Espínola, Alberto Zum Felde, Clara Silva, Carlos Vaz Ferreira, Esther de Cáceres, Alfonsina Storni, Alberto Ginastera, David Alfaro Siqueiros y Cecilia Meirelles.

También habitaron en el Salvo las escritoras Armonía Somers e Idea Vilariño, quien en los primeros años de la dictadura pasaba la mayor parte del tiempo en su solitaria casa de Las Toscas, entre las dunas, y durante el invierno compartía el pequeño apartamento del Palacio Salvo con Jorge Liberati, con quien se casaría poco después, según detalla Rosario Peyrou en una nota publicada en el suplemento El País Cultural.

En el primer piso había un salón de baile, con comedor y hasta un pequeño teatro. Allí se hacían los famosos bailes del Coco Bentancourt y en la actualidad el lugar es utilizado por el Cuerpo de Baile del SODRE para sus ensayos, conservando algunos detalles decorativos de Enrique Albertazzi, autor del vitreaux del segundo piso del Salvo y también de los del Palacio Legislativo.

En el tercer piso, un rincón montevideano digno de ser conocido por los amantes del deporte: el club Casa del Billar.

El resto se distribuye en 400 apartamentos, algunos para oficinas (sobre todo los que tienen acceso sobre el pasaje de Andes) y otros para viviendas, alojando alrededor de dos mil personas. “Tenemos listas de interesados para alquilar o comprar en el Salvo, es un lugar muy codiciado”, asegura Héctor Guerrero, encargado del edificio desde hace 14 años.

“Carpintería de puertas y ventanas con roble de eslabonia floreado, las interiores lustradas a muñeca. Las barandas de las escaleras son de hierro con aplicaciones y pasamanos de bronce.

Todas las escaleras tienen sus escalones revestidos con mármoles de color nacionales. Los pisos de las habitaciones son de pinotea.

Los de los corredores, halls, vestíbulos y baños son de monolíticos formado con granulado de mármol.

El de los salones de fiestas del primer y segundo piso y del entrepiso son de parquet de roble”, detalla la memoria descriptiva del Palacio Salvo, que fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1996, mucho tiempo después de convertirse en una inevitable postal montevideana.

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