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Ilustración: Ramiro Alonso

Diplomacia y juegos de campaña

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Leído por Andrés Alba.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

En este año electoral, los conflictos entre partidos se apoderan de las cuestiones más diversas y a menudo las alejan por completo de cualquier discusión racional, convirtiéndolas en herramientas para manipular emociones en contra de los adversarios. Así sucede con la cuestión de Venezuela, pero en un debate serio habría que partir de algunas premisas simples y claras.

En primer lugar, defender principios de derecho internacional y valores democráticos es justo, necesario y elogiable, pero al mismo tiempo los Estados tienen relaciones exteriores en función de sus intereses, que incluyen obviamente los comerciales, aunque no se limiten a ellos. Mantener relaciones diplomáticas no equivale a compartir los mismos principios y valores.

En segundo lugar, la diversidad de los sistemas de gobierno existentes en el mundo no se divide apenas en democracias y dictaduras. Por lo tanto, es muy tosco exigir que se le aplique a cada país una de las dos etiquetas y ninguna otra.

En tercer lugar, hay por cierto circunstancias en las que resultan comprensibles o justificables una ruptura total o un acotamiento de las relaciones, por ejemplo dejando acéfala la embajada y manteniendo sólo una representación comercial.

En 2002, antes de la crisis bancaria y cuando el gobierno presidido por Jorge Batlle se jugaba mucho en el intento de que Estados Unidos abriera su mercado a la carne producida en Uruguay (intento que se vio frustrado, poco después, por el brote de fiebre aftosa en nuestro país), la delegación del Estado uruguayo en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas presentó allí una moción de condena a Cuba, muy en sintonía con los intereses estadounidenses. El canciller cubano llamó a Batlle “servil” y “genuflexo”; Fidel Castro dijo que era un “trasnochado y abyecto Judas […] asumiendo el inglorioso papel de lacayo”. Esto llevó a que se interrumpieran las relaciones diplomáticas que Julio María Sanguinetti había reanudado en 1985 y Tabaré Vázquez restableció en 2005.

En cuarto lugar, las relaciones de fuerzas entre los Estados y la importancia de los intereses en juego determinan que no se mida siempre con la misma vara.

Uruguay tiene, por ejemplo, relaciones diplomáticas con China, Emiratos Árabes Unidos e Irán, países mucho más importantes para nuestra economía que Cuba, Nicaragua o Venezuela. En ninguno de los seis países mencionados hay algo semejante a lo que aquí se considera democracia, pero no suele suceder que se les pregunte con insistencia a dirigentes y precandidatos oficialistas si opinan que China, Emiratos o Irán son dictaduras, como se les pregunta a los frenteamplistas por Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Si alguna vez se les preguntara a los oficialistas, y alguno de ellos respondiera señalando, por ejemplo, que en Dubái no hay una asamblea legislativa, pero sí reuniones abiertas (majlis) entre representantes del monarca y simples ciudadanos, para hablar sobre algunas cuestiones de interés público, cabe considerar poco probable que se los hostigara como a los frenteamplistas que hablan de las elecciones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba.

Hasta mañana.

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