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Manuel Castro

Foto: Mariana Greif

Pequeños ayudantes forenses

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Las primeras investigaciones de entomología forense en el país aportan información para, mediante los insectos que colonizan un cadáver, estimar cuánto tiempo lleva muerto o si el lugar del hallazgo es efectivamente el sitio donde perdió la vida.

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Un cuerpo yace sin vida. Una multitud se acerca atraída por la curiosidad, el oportunismo y el morbo. Algunos pasan, hacen lo suyo y siguen de largo. Otros se instalan y se hacen una fiesta. En su frenesí macabro ignoran que tal vez sean piezas fundamentales para determinar cuándo se produjo la muerte que tanto los atrae. Nadie les tomará declaraciones, porque esa multitud que puede aportar valiosa información está compuesta mayoritariamente por seres de seis patas, es decir, insectos. Los datos que aporten tampoco serán primera plana de un diario amarillista ni apertura de un informativo televisivo: el cuerpo que yace en el campo pertenece a un cerdo de unos diez kilos. Sin embargo, la información sí será considerada relevante y terminará impresa en una publicación científica titulada Forensic Science International, puesto que todo forma parte de una investigación encabezada por Manuel Castro, de la Facultad de Ciencias, en una disciplina que se conoce como entomología forense.

Cambia, todo cambia (se recomienda no leer mientras se está comiendo)

La ciencia forense ya describió hace mucho tiempo las distintas etapas que atraviesa un cadáver durante su descomposición. La primera etapa se denomina “estado fresco”, que es la que va desde el momento de la muerte hasta que comienzan los primeros síntomas de hinchazón. Da inicio entonces el estado efisematoso, en el que el cuerpo, consecuencia de la acción de bacterias y hongos, los mayores recicladores del planeta, se llena de gases, aumenta su temperatura y se hincha. A esta etapa la sucede la descomposición activa, momento en el que los tejidos y órganos se licuan, la piel se rompe y al escaparse los gases, el cuerpo se deshincha, dando paso a la descomposición avanzada. La última etapa es la de los restos secos, cuando sólo queda el pelo, parte de la piel y los huesos. “Como te ves yo me vi, como me ves te verás”, diría el cerdo si se diera el inusual doble hecho de que los porcinos hablaran y que encima lograran hacerlo después de muertos.

El asunto es que cada una de esas etapas está asociada a una determinada fauna cadavérica. Sin prejuicios culturales que los detengan, se ha descrito a unas 522 especies de artópodos, en su gran mayoría insectos, que hacen del cadáver del cerdo su hábitat para vivir, ver crecer a sus crías y alimentarse. Las primeras en llegar al cuerpo son las moscas Calliphoridae y Sarcophagidae, que no sólo son necrófagas, es decir que se alimentan del difunto, sino que además colocan sus huevos en las aberturas naturales, como ojos, boca, nariz o ano. Las moscas siguen alimentándose del cuerpo, mientras sus huevos dan paso a las larvas, que son más voraces que sus progenitores. Cuando se da la putrefacción activa, la cantidad de larvas de mosca es grande, y se suma la llegada de otros insectos, como hormigas, escarabajos y avispas. Al final de la etapa, las larvas, que saciaron su imperioso apetito, abandonan el cuerpo que tanto les dio para pasar a su estado de pupas. En la etapa de restos secos, los que pasan a dominar son los coleópteros, distintos tipos de escarabajos entre los de se destacan los derméstidos, unos bichos tan eficientes para limpiar los huesos de un cadáver que usualmente se usan en las colecciones científicas para preparar esqueletos inmaculados de diversos animales.

Al ser las moscas necrófagas las primeras en llegar al cuerpo, y al poner estas sus huevos que eclosionan en larvas, cuyo crecimiento por día se puede determinar sabiendo la temperatura ambiente, en la entomología forense estos insectos resultan de gran importancia para poder determinar el intervalo post mortem (PMI, por su sigla en inglés), el tiempo que ha transcurrido entre la muerte de la persona (o el cerdo) y el momento del hallazgo. Sin embargo, como dice el artículo publicado, “a pesar de que muchas familias de insectos de la carroña son relativamente ubicuas, las especies individuales involucradas en la colonización secuencial de los restos y sus tiempos de arribo varían de una región a otra o de un área a otra dentro de la misma región”, lo que implica que es necesario hacer estudios en cada país, y en particular, en distintos ambientes de ese país, para obtener información relevante que se pueda aplicar.

CSI: Ciencia Sobre Insectos

En el artículo científico publicado se señala que “los estudios en entomología forense son recientes y escasos” y se deja constancia de dos: uno realizado en humanos en el Cementerio del Buceo y otro sobre la descomposición de cerdos en un predio con eucaliptos en Canelones. Cuando uno va a ver los nombres de los investigadores, no es casualidad que se repitan: Enrique Morelli, Mónica Remedios, Patricia González-Vainer y el propio Manuel Castro, de la Sección Entomología de Facultad de Ciencias, son los pioneros de la entomología forense en Uruguay.

“Antes del éxito de series como CSI, ya quería trabajar en entomología forense, y en ese momento no había aquí nadie que se especializara en eso”, dice Castro en el laboratorio donde los protagonistas son los microscopios que le permiten trabajar con los insectos y sus larvas. “Así que empecé trabajando con arañas, con Miguel Simó, que me formó como biólogo, y luego de recibido quería profundizar en una temática que fuera nueva para Uruguay, que me permitiera, desde la ciencia, hacer un aporte –aunque fuera mínimo– a la sociedad. El afán de los biólogos es dar lo mejor de nosotros para la sociedad”, agrega con convicción.

Pero el camino hacia la entomología forense no fue directo. Tras dar con Alicia Lusiardo, que dicta el curso de Antropología Forense en la Facultad de Medicina, Castro se anotó e hizo el curso de Medicina Legal. Pero quería más. Googleando llegó al curso más cercano de entomología forense: el profesor Néstor Centeno daba uno introductorio en la Universidad de Quilmes, Argentina. Allá fue, junto con sus colegas Morelli y González-Vainer. Quedaron tan conformes –Mónica Remedios, estudiante avanzada, hizo su tesis sobre el tema– que al año siguiente volvieron a tomar el curso. Como la tesis de Remedios se hizo en las cercanías de Pando, en un ambiente con eucaliptos, Castro decidió hacer la suya en el norte del río Negro, en pastizal. “La idea era ver qué cambios había en la comunidad de insectos, por lo que me fui a Paysandú a hacer mi tesis de maestría”, explica. La investigación de su tesis es justamente la que sirvió de material para el artículo científico recientemente publicado, el tercero de entomología forense del país.

La investigación

Para su estudio Castro y sus colegas colocaron tres cerdos en un pastizal de un predio de dos hectáreas en Paysandú en los veranos de 2012 y 2013. Los cuerpos fueron colocados inmediatamente luego de su muerte sobre mallas metálicas en el suelo de la pradera. Una trampa Malasie modificada, que sirve para capturar insectos voladores, se colocó sobre el cuerpo y seis trampas de caída se colocaron a 40 centímetros al ras del suelo, para capturar a los insectos caminadores que se acercaran o alejaran del cuerpo, y otras seis a 100 metros como controles. En el primer día cada cadáver fue muestreado a las seis y a las 12 horas. Luego se hicieron muestreos diarios hasta el decimotercer día. Con todas estas técnicas se “colectaron 5.944 insectos pertenecientes a seis órdenes, 35 familias y 31 especies”.

Como el estudio se hizo en verano, la descomposición fue rápida: en sólo siete días los seis cerdos alcanzaron la etapa de restos secos. La primer etapa fue caracterizada por la llegada de moscas y sus larvas, siendo las moscas Chrysomya albiceps y Cochliomyia macellaria las predominantes. La última fue dominada por la llegada de dípteros, entre los que destacaron los coleópteros Dermestidae.

La descripción de la sucesión completa de todas las especies de insectos, los tiempos en los que aparecieron las larvas, cómo esto se daba de acuerdo a las distintas etapas de la descomposición del cuerpo excede los alcances de esta nota, pero sirven como indicador de qué sería esperable encontrar en un cuerpo que se encuentre en un ambiente de pradera del norte del país en verano. Ese es el mayor truco de la entomología forense: hacer hablar a los insectos.

Insectos que aportan pruebas

“Para cada etapa de la descomposición hay una comunidad de insectos que está preestablecida, que se denomina escuadra y funciona de cierta manera como un reloj, y que junto con el estado de descomposcion permite saber cuánto tiempo ha pasado desde que el ser dejó de estar vivo”, explica Castro. “Según dónde estemos ubicados, las comunidades de insectos van variando. En un ambiente de playa no vamos a encontrar la misma comunidad de insectos que en un monte de eucaliptos o que en un ambiente antrópico como una ciudad” agrega.

Manuel Castro trabajando en un cadáver de cerdo, en Paysandú.

Foto: Sin dato de autor

“En una ciudad los insectos van a estar mayormente asociados a la basura y los residuos, pero en un ambiente como un campo, con una baja incidencia antrópica, los insectos están más asociados a los cadáveres que se descomponen, que son pocos, y las principales especies son las necrófagas, que se acercan por el olor que larga el cadáver desde muy temprano cuando libera la cadaverina y la putrefacina”, dice el investigador. La cadaverina y la putrefacina, más allá de sus fantásticos nombres, son compuestos que desprenden un olor fétido que evolutivamente hemos aprendido a repeler: como son fruto de la descomposición, por un lado les señalan a los insectos necrófagos que la mesa está servida, mientras que a animales como nosotros nos indican que el alimento no está en buen estado.

Si el ambiente incide en los insectos que conquistan un cadáver, es esperable que esa información pueda ayudar en algunos casos. “Uno de los principales aportes es permitir saber si hubo o no un descarte de cuerpo”, dice Castro. “No es lo mismo el ensamble de insectos de un cuerpo que desaparece en un ambiente rural que el de una persona que mataron en la ciudad. Si un cuerpo es colonizado primero por moscas urbanas y luego es descartado en un campo lejano, habrá indicios. Si en el campo aparecen moscas típicas de un ambiente antrópico, eso puede ayudar a dar indicios al perito de que el cuerpo fue trasladado”.

Castro recuerda el caso Carrasco, sucedido en Argentina, que tuvo gran impacto. Omar Carrasco fue asesinado mientras cumplía con el servicio militar obligatorio en la provincia de Neuquén. “En el caso ayudó Adriana Oliva, una entomóloga forense, que permitió establecer que el cuerpo había estado en un lugar con luz primero, luego en un lugar oscuro, y posteriormente había sido descartado en un campo cercano al batallón donde fue asesinado”. Una de las consecuencias del esclarecimiento del crimen fue la suspensión de la obligatoriedad del servicio militar.

Pero además del lugar, los insectos son importantes para decirnos cuándo fue muerta la persona. “Desde la entomología forense podemos darle datos a un perito o a un juez sobre el intervalo post mortem, que se determina por medio de la comunidad de insectos que hay en el cuerpo y sus larvas”, explica Castro. “Si ya ha pasado un tiempo mayor, se observarán distintas escuadras que se asocian también con un tiempo”, agrega. “Hay fórmulas para calcular, en base a la temperatura de los días anteriores y el largo larval, ese intervalo de tiempo que ha pasado”.

Castro también señala que la entomología forense se divide en tres ramas: la de medicina legal, que implica el trabajo con cuerpos, la entomología comercial, que tiene que ver con lo productivo, y la entomología urbana. “En entomología urbana hemos trabajado hace unos años a raíz de denuncias de vecinos del Cementerio del Buceo, porque les aparecían grandes cantidades de unas mosquitas muy chiquitas en sus casas y en la comida”, dice el entomólogo. “La Intendencia hizo un convenio con la Facultad de Ciencias y nos contrataron para hacer un informe que determinara si las mosquitas de las casas de los vecinos tenían o no que ver con el cementerio”. Al final las moscas que aquejaban a los vecinos sí provenían del cementerio. “Hicimos un informe con medidas para que se mitigara el problema, indicando zonas en las que no habría que realizar enterramientos, porque si las mosquitas estaban próximas a las casas de los vecinos, se sentían atraídas por los olores de las comidas e iban hacia sus casas”.

Lo que viene

Dado que cada ambiente tiene su ensamble de insectos, y dado que el trabajo de Castro es el tercero en hacerse en Uruguay, son muchos los ambientes que faltan caracterizarse. “A mí me asombró mucho que cuando empezamos con esto no hubiera ningún estudio previo en nuestro país. Hay mucho campo para trabajar, porque tenemos diversos ambientes y porque además las distintas épocas del año también inciden en los ensambles de insectos, por lo que hay muchas experiencias para hacer. Lo complejo de esto es conseguir el dinero para poder llevarlas a cabo”, reflexiona. Ahora Castro y sus colegas están trabajando en una línea nueva: el estudio de cuerpos sumergidos en agua. Para ello recurrieron a conocidos que les facilitaron un lugar en San José y en San Antonio, Canelones. “Siempre hemos trabajado con lugares prestados porque hay varios temas, como el olor, y en el caso del agua que sean cursos de los que los animales no beban”. Castro no esconde su entusiasmo con esta nueva línea de trabajo: “En Sudamérica hay muy pocos estudios sobre cuerpos sumergidos; algunos en Colombia y nada más. Comenzamos esta nueva línea porque creemos que de esa forma hacemos un aporte desde el Río de la Plata”. “La sucesión en ese caso es distinta, y estamos estudiando si hay un desarrollo de una comunidad de insectos que nos pueda servir para datar los diferentes estados de la descomposición y, de esa manera, poder datar el tiempo transcurrido desde la muerte”, dice con fundada ilusión, ya que están en plena tarea de analizar la gran cantidad de material que colectaron en los cerdos sumergidos.

Sobre la articulación con la Policía, las fiscalías y el aporte de la entomología forense, Castro cuenta que en los dos únicos casos en los que consultaron a sus colegas, les llevaron las larvas de insectos para que se determinaran qué especie eran y qué tiempo de desarrollo tenían. “Lo ideal sería ir hasta el lugar o que le pudiéramos enseñar al perito o al policía cómo recolectar las muestras” dice. “Como el tiempo se calcula con el tamaño y la longitud de la larva, un mal manejo en la colecta, por ejemplo si se coloca en alcohol, produce malos resultados, porque en alcohol la larva se encoge y daría un intervalo post mortem menor. Para todo eso es importante que la Policía Técnica, o los técnicos que participen, sepan del tema y estén entrenados”.

“Recién estamos arrancando, somos los nuevos en Sudamérica”, dice Castro, sabiendo que hay mucho camino por delante. Por suerte hay científicos y científicas a los que no les molesta embarrarse los pies o, en este caso, revolver cadáveres buscando valiosos conocimientos.

Artículo: “An initial study of insect succession on pig carcasses in open pastures in the northwest of Uruguay”.

Publicación: Forensic Science International (junio, 2019).

Autores: Manuel Castro, Néstor Centeno, Patricia González-Vainer.

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