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Accidente de tránsito en Pocitos. (archivo, junio de 2017)

Foto: Ricardo Antúnez, adhocFOTOS

¿Es cierto, como dice el senador Sergio Botana, que no hay evidencia científica alguna para continuar con el límite de tolerancia cero al alcohol para conducir?

28 minutos de lectura
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Leído por Abril Mederos
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Dado que los legisladores son personas atareadas a las que no siempre les sobra tiempo para leer literatura científica o tomar contacto con investigaciones en curso, aquí adelantamos el resultado de una encuesta sobre consumo de alcohol y reseñamos artículos científicos que podrían ayudar al debate.

Pongamos un poco de contexto. Desde 2016 la Ley 19.360 bajó el límite de concentración de alcohol en sangre permitido para conducir, de 0,3 gramos por litro a la actual cantidad de cero gramos por litro, razón por la cual se habla de que en Uruguay hay tolerancia cero al alcohol a la hora de conducir. Al momento de cambiar la legislación, sólo otros 14 países establecían en cero la concentración de alcohol en sangre (BAC, por su sigla en inglés) permitida para conducir vehículos.

Hace pocos días el tema volvió a agitarse porque el senador del Partido Nacional (PN) Sergio Botana anunció que presentará un proyecto de ley que busca volver al antiguo límite de 0,3 g/l, con la intención de “impulsar al sector vitivinícola”. El hecho no sorprende, ya que la revisión de esta normativa había sido anunciada durante la campaña electoral por parte de varios miembros del PN ‒incluido el actual presidente Luis Lacalle Pou‒ y también porque contó con el apoyo del ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Carlos María Uriarte.

Proponer cambios a las leyes y normativas vigentes es algo no solamente válido sino también, muchas veces, deseable. No sólo podría reverse el límite de alcohol permitido para conducir, sino también las sanciones que se aplican cuando ese límite se rebasa. Las sanciones pueden pasar por el pago de multas, el retiro de la libreta o podría incluso soñarse con la asistencia sanitaria necesaria para aquellas personas que tengan problemas con el alcohol, la droga que más daño ocasiona en este y varios otros países. Las leyes son acuerdos sociales, y a medida que las sociedades cambian, también suele hacerlo su marco legal. Asimismo cambian los equilibrios entre los distintos grupos de poder representados en el órgano legislativo y el ejecutivo, por lo que muchas veces las cuestiones se dirimen recurriendo al criterio de los representantes a quien les cedimos ese poder mediante el ejercicio de la democracia.

Nada de esto es malo de por sí, y todos tenemos derecho a opinar sobre si el cambio que están promoviendo Botana, parte del PN y de la coalición gobernante ‒llama la atención que el ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, se haya manifestado contrario a tal iniciativa‒ puede ser beneficioso o no. El problema es que Botana no ha explicitado si su iniciativa sólo responde a las ganas de beneficiar económicamente a un sector ‒habría que ver si en detrimento de la salud pública‒ o a sus más profundas creencias, o siquiera a una postura filosófica de no coartar libertades.

En declaraciones al diario El Observador, Botana expresó “no tiene explicación científica alguna la prohibición absoluta” y que “todo el mundo coincide en que es una barbaridad el 0,0, cuando en realidad no ha evitado nada”. No contento con ello, también argumento que “países con 0,5 o 0,8 tienen 20 veces menos muertos que nosotros”.

Sería irresponsable para un periodista que se dedica a la ciencia no tratar de acercar el conocimiento disponible que hay sobre el tema, que muchas veces, por publicarse en revistas especializadas y extranjeras, no es de fácil acceso a los legisladores, autoridades o el público general. A eso está dedicada la segunda parte de esta nota. La que la antecede, sin embargo, es tal vez aún más necesaria: así como la ciencia es una disciplina colaborativa y que avanza por acumulación, utilizando lo ya producido por otros para generar nuevo conocimiento, el periodismo científico también es una tarea colaborativa ‒sin los investigadores e investigadoras buscando nuevos horizontes, esta sección carecería de todo sentido‒ que a la vez también construye en el tiempo un espacio para el intercambio y la divulgación de ideas. De esta forma, tras los anuncios del legislador Botana, se puso en contacto con la diaria Ciencia Paul Ruiz, que es doctor en Psicología, docente de la Universidad de la República e investigador del Sistema Nacional de Investigadores y del Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas (Pedeciba) especializado en alcohol y otras sustancias que generan adicciones. En estos años ya hemos recurrido en varias ocasiones a Ruiz por su producción científica sobre la temática. Gracias a este vínculo, aquí presentamos resultados preliminares de una encuesta en curso sobre consumo de alcohol que arroja datos interesantes para la discusión de la ciencia sobre mantener una política de tolerancia cero al alcohol para conducir.

Parte 1. Objeciones desde la investigación

Ruiz, quien desde hace años se dedica al estudio de las adicciones en general y del alcohol en particular, señala que hay cuatro grandes cuestiones que deberían tomarse en cuanta como motivos para no elevar la tolerancia de alcohol en sangre. Algunas se desprenden de aspectos propios de la experiencia en el trabajo dentro del área de la toxicología y la psicología del consumo, otras surgen del propio trabajo que él está llevando a cabo.

1) Cambios en la percepción de riesgo

“Cuando se flexibiliza una medida de este tipo, lo que sucede es que se cambia la percepción del riesgo que representa esa sustancia en la población”, dispara Ruiz. “Sobre los cambios en la percepción de riesgo hay abundante literatura, papers con diferentes poblaciones ‒adultos, adolescentes, niños‒ que muestran la relación clarísima que hay entre la percepción de riesgo y el consumo de alcohol”, alerta. El corolario es preocupante: cuanto menos riesgoso se percibe el tomar alcohol, más alcohol se toma.

“Al modificar los límites, en este caso con mayor tolerancia, se modifica la percepción de riesgo, que es justamente a donde apuntan los planes de prevención. Cuando se genera un plan de prevención social, ya sea a través de los medios, legislando, en centros educativos, a lo que se apunta es a que la jurisprudencia acompañe la percepción que se pretende generar ante una droga”, explica. “Al flexibilizar este límite de alcohol en sangre para conducir, se flexibiliza también la percepción de riesgo”, dice, y lo baja de inmediato a términos más prácticos: “La gente va a pensar, entonces, que tomar y manejar no es tan grave, o que si toma un poquito no pasa nada, o que si se toma un par de copas capaz que le da positiva la espirometría pero que igual puede manejar”.

“Ese aspecto cognitivo-psicológico está muy estudiado y tiene efectos sabidos que en este caso son perjudiciales”, prosigue. Mientras el cero alcohol es un mensaje claro para la población, el 0,3 g/l o cualquier otro valor lleva a pensar que se puede tomar un poco e igual se puede manejar bien. Pero como vamos a ver, es difícil saber cuándo uno alcanzó una concentración determinada de alcohol en sangre.

2) La población no conoce cuánto inciden las bebidas en su concentración de alcohol en sangre

“El segundo punto es que la población no conoce a qué equivale 0,3 gramos por litro de alcohol en sangre”, dice Ruiz. Su afirmación no es una simple opinión ni tampoco una opinión calificada tras estudiar el tema o dar charlas sobre consumo de alcohol en ambientes académicos, autoridades, educadores y adolescentes; la afirmación de Ruiz se desprende de una encuesta que está llevando adelante en este preciso instante. Cabe aclarar además que el investigador ha publicado varios artículos en revistas científicas sobre distintos aspectos del consumo de drogas en general, y del alcohol en particular, basados en encuestas realizadas con la misma metodología que la actual. Cuando lo entrevisté para esta nota, el miércoles 20 de diciembre, la encuesta había sido completada por 825 personas que brindaron datos válidos.

“La ficha técnica mínima de esta encuesta sería que hay personas de todos los niveles educativos, de edades entre 18 y 80 años; 50% son de Montevideo y 50% del resto del país, y están representados todos los departamentos. Eso último es importante resaltarlo, porque una de las cosas que han marcado quienes quieren flexibilizar estos límites es que esto se trata de una discusión citadina, que solamente a la gente de Montevideo le importa o le impacta la ley, y que a la gente del interior esto le da lo mismo”, destaca.

En la encuesta hay una pregunta que pretende medir el nivel de aprobación de la ley. Dice así: “Desde el año 2016 en Uruguay rige la ley de tolerancia cero que determina que los conductores de vehículos deben tener 0 alcohol en sangre. ¿Usted qué piensa al respecto?”. Las opciones para completar son: “Estoy de acuerdo con la ley, las personas que manejan no deben tomar alcohol”; “No estoy de acuerdo, creo se debería flexibilizar” y “No sabe / no contesta”.

¿Qué piensa acerca de la ley de tolerancia cero que determina que los conductores de vehículos deben tener 0 alcohol en sangre?

“Este punto es importante para la discusión política de esta medida”, reflexiona Ruiz al informar que 89% de los encuestados declaró estar de acuerdo con la actual tolerancia cero al alcohol para manejar. “Prácticamente 90% de las personas encuestadas sostiene que esto no hay que cambiarlo. Esta iniciativa, que es una cuestión política que trata de beneficiar a ciertos grupos con intereses particulares o a ciertas actividades, no responde ni a la política de salud pública ni tampoco estaría acorde a la opinión pública”, considera.

Pero la encuesta va más allá de este dato. Tres preguntas intentan indagar en el hecho de si las personas saben a qué equivale, en copas de vino, vasos de cerveza o medidas de whisky, una concentración de 0,3 g/l de alcohol en sangre. “Cuando les hacemos esas preguntas a las personas, la gran mayoría no sabe qué responder o da respuestas erróneas”, reporta Ruiz tras analizar los datos obtenidos.

En el caso del vino, se le preguntaba a las personas cuántas copas (1 copa = 150 mililitros) podrían tomar para no rebasar el límite de 0,3 g/l de alcohol en sangre. Las opciones iban desde un cuarto hasta dos copas enteras o más. Los participantes también tenían la opción de afirmar que no estaban seguros sobre qué responder. “61,3% de las personas o no sabe a qué correspondería ese límite de 0,3 g/l o se va a equivocar”, adelanta Ruiz. Y aquí comienza a pintarse un panorama complejo. “Al cambiar la legislación, se está induciendo al error a las personas”, arroja Ruiz como primer comentario.

Si se modificara la ley y el límite de alcohol en sangre fuera 0,3 g/l, ¿cuánto cree usted que podría tomar en copas de vino?

(*) En base a estimaciones de manuales para hombres de 80 kilos y mujeres de 60.

En el caso de la cerveza, pese a que es la bebida alcohólica más consumida, los números son aún menos auspiciosos. Las opciones que daba la encuesta en vasos de cerveza (1 vaso = 250 mililitros) iban desde el medio vaso hasta más de tres. La encuesta arroja que 78,4% de las personas “o no sabe o se equivoca” al respecto de cuánta cerveza podría tomar para no pasar el 0,3 que buscan Uriarte y Botana.

Si se modificara la ley y el límite de alcohol en sangre fuera 0,3 g/l, ¿cuánto cree usted que podría tomar en vasos de cerveza?

(*) En base a estimaciones de manuales para hombres de 80 kilos y mujeres de 60.

La encuesta también pregunta por el whisky. En este caso la unidad son las medidas (1 medida = 50 mililitros) y las opciones iban desde media medida a más de tres. Los resultados preliminares arrojan que 57,4% de las personas no está en condiciones de determinar cuándo su ingesta de whisky pasaría a ser incompatible con el límite de 0,3 que se pretende reinstalar. “En este caso cabe resaltar que la respuesta de no saber o no tener seguridad es la más alta de todas, 44,2%. Esto puede deberse a que el desconocimiento que tenemos del whisky en Uruguay es mucho más alto, estamos mucho más acostumbrados a tomar vino y cerveza, y por lo tanto la gente se anima a jugársela y especular cuánto sería ese 0,3, pero con el whisky parece ser más difícil ese tirar a pegarle”, comenta Ruiz. “Estamos hablando de las tres bebidas más consumidas en el país. Si incluyéramos otras, por ejemplo el fernet, las respuestas equivocadas o de no tener certeza tal vez serían aún más”, conjetura.

Si se modificara la ley y el límite de alcohol en sangre fuera 0,3 g/l, ¿cuánto cree Ud. que podría tomar en medidas de whisky?

(*) En base a estimaciones de manuales para hombres de 80 kilos y mujeres de 60.

“Los niveles de desconocimiento son altísimos”, concluye Ruiz. Con el vino, 36,2% de las personas no sabrían calcular cuánto deben tomar. Con la cerveza, esa cifra es de 34,5%, mientras que con el whisky trepa a 44,2%. Haciendo un promedio, con las tres principales bebidas más de 38% de las personas no sabría cuánto tomar para no llegar al límite de 0,3 propuesto. “Una de cada tres personas no sabría cómo hacer para predecir cuánto va a ser su alcohol en sangre”, señala Ruiz. “Si se flexibiliza la ley pero la gente no sabe cómo hacer para calcular cuánto debe tomar y cómo eso se refleja en su alcohol en sangre, lo que van a hacer es jugársela, ver si le pegan o no. Y el tema es que ese juego va a traer consecuencias; se van a dar contra algo, van a lastimar a alguien o a sí mismos”, dice el investigador.

Pero el tema es más complejo aún: las respuesta “correctas” o “incorrectas” se miden en relación con lo que muchos manuales de toxicología estipulan para personas modelo ‒personas imaginarias, que en el caso de los hombres pesan 80 kilos y de las mujeres 60‒ y que proponen un cálculo rápido de cuánto alcohol debe ingerirse para que, tras ser metabolizado, alcance distintas cantidades de concentración en sangre. Estos valores hipotéticos se usan en cartillas, gráficos y ejemplos en algunos sitios, incluso de gobiernos, para orientar a la población. Por ejemplo, estipulan que esa mujer idealizada, de 60 kilos, no podría ni tomar un vaso de cerveza entero ni una copa de vino si lo que busca es no pasarse de 0,3 g/l (mucho menos una medida de whisky) y el hombre idealizado, de 80 kilos, zafaría tomando una copa de 100 mililitros de vino pero no bebiendo un vaso de 300 mililitros de cerveza. El asunto es que, como dicen muchos de los que se dedican a la ciencia, la biología nunca funciona como queremos, y menos aun cuando hablamos de seres vivos fuera de condiciones de laboratorio. Y ese es precisamente el tercer punto que Paul Ruiz quiere destacar.

3) La inducción al error

“Con este cambio se está induciendo al error, no sólo por el desconocimiento, ya que gran cantidad de gente dice que no sabe o no tiene ni idea de cómo predecir ese 0,3, sino porque además la cantidad de alcohol en sangre está influenciada por muchos factores”, afirma Ruiz.

El investigador repasa algunos de los varios factores que inciden en la metabolización del alcohol reportados por la literatura científica: si la persona ha comido o no; cuánto tiempo hace de la última comida; en qué consistió esa comida; el sexo de la persona; el volumen y la velocidad de consumo; si toma medicamentos; si padece alguna enfermedad crónica; si está fatigada, estresada y el humor que presenta cuando consume; si hace deporte; el tamaño y el peso; la relación músculo-grasa; la edad; la tolerancia genética; la tolerancia metabólica; la tolerancia de contexto y las expectativas respecto de la droga. Ruiz reitera que son sólo algunos de los factores que inciden en que distintas personas, e incluso una misma, metabolicen de forma distinta la misma cantidad de alcohol. Y esto implica un problema práctico: “Esto da un factor de impredecibilidad tal que no se puede hacer una cartilla lo suficientemente clara para que las personas puedan anticipar, según lo que hayan tomado, cuánto alcohol van a tener en sangre, y por tanto, qué va a dar el espirómetro”, sostiene. “El valor de impredecibilidad que implica no pasar el límite de 0,3 es como jugar a la ruleta rusa”, advierte.

Frecuentemente se dice que lo que se busca con estas flexibilizaciones es que las personas que conducen puedan brindar con una copita de vino sin que eso les ocasione problemas. Así lo manifestó el actual presidente de la República, Luis Lacalle Pou, cuando estaba en campaña en 2018. Según algunas de estas cartillas con estimaciones generalizadas, el presidente podría tomar una copita de 100 mililitros de vino siempre y cuando esté pesando por encima de los 80 kilos. Pero las cartillas, como vimos, no contemplan la complejidad biológica conocida del metabolismo del alcohol. Si justo ese día Luis comió mal o está estresado porque el reporte del GACH no trae buenas nuevas, por sólo decir dos tonterías posibles... Zácate, el inspector honrado que le haga una espirometría tal vez se vea en la necesidad de extenderle una multa y quitarle la libreta.

“Al establecer un límite que las personas no tienen cómo predecir, pero que además tiene un alto valor de impredecibilidad ante todos los factores que lo influencian, se está estimulando e induciendo al error”, retoma Ruiz. “Lo que termina evidenciando esto es que la única medida segura es un límite de cero alcohol en sangre, porque todo lo otro implica jugar con variables difíciles de predecir por quienes beban y luego quieran conducir”.

En tiempos en que desde el gobierno se apela a la libertad responsable para enfrentar al coronavirus, poner un límite que las personas no pueden determinar ni con libertad ni con responsabilidad no parece seguir la estrategia trazada. Pretender que la ciudadanía prediga cuánto alcohol tiene en la sangre para ver si conduce no puede ser algo similar a sacar el Cinco de Oro. No hay libertad o responsabilidad en embocarle a unos números por puro azar. Pero además hay otro aspecto, también traído a colación en este contexto de pandemia: la necesidad de dar mensajes claros que determinen cómo debe ejercerse esa libertad responsable. Si el único límite fácil de predecir es el de cero alcohol en sangre, porque implica no tomar alcohol si se va a manejar, cualquier otro mensaje será más difuso, menos concreto. Cambiar la normativa equivaldría exigir una libertad responsable ante un límite que no lo es.

Ruiz agrega algo que es de sentido común. “El único límite seguro es el cero. La reducción de la tolerancia es absurda. Nadie le está diciendo a la gente que no tome, sólo se le dice que si toma no se suba a conducir un vehículo. La discusión por momentos confunde, porque nadie está prohibiendo el consumo de alcohol. Toda esta discusión se da para decir si una persona se puede sentar al volante luego de tomar alcohol”. Le digo que hay un punto que además pocas veces se aborda al tratar el tema: se está hablando del derecho de aquellos que tienen auto a brindar y beber alcohol y luego conducir. Sin embargo, las personas que no tienen auto o moto son más que las que sí lo tienen (la última encuesta de hogares arroja que hay unos 650.000 autos y camionetas y unas 430.000 motos). Siempre serán más quienes brinden con una copita de vino, como quieren Uriarte, Botana y Lacalle, y luego no se pongan a manejar un vehículo. No es una pregunta que pueda ser respondida desde la ciencia, pero si tantos pueden hacerlo, ¿es mucho pedirles a aquellos que tienen vehículos que cada tanto se comporten como el resto? Justamente, de este alejarse de la ciencia es que consiste el cuarto punto señalado por Ruiz.

4) Una decisión política

“Los argumentos que se están esgrimiendo para flexibilizar la tolerancia de alcohol en sangre para conducir no pasan por cuestiones técnicas, sino por decisiones políticas” afirma el investigador. “Es un error comparar a Uruguay con otros países, como por ejemplo Alemania, donde el límite permitido es de 0,5 g/l. No se pueden comparar dos variables en el aire sin contemplar los contextos. No se puede comparar la relación entre la legalidad del alcohol con la siniestralidad en el tránsito en Uruguay y Alemania haciendo de cuenta que son dos realidades equivalentes”, reflexiona, y destaca que comparar sin más análisis “es un error metodológico grave”.

“Esto que ahora estamos discutiendo, ¿tiene fundamentos científicos o es una cuestión política?”, se pregunta Ruiz, y dice que así como el GACH le pidió al gobierno que aclare qué medidas de las que toma están basadas en sus recomendaciones, algo similar debería suceder con esta iniciativa. “Desde mi punto de vista, todo esto está movido por intereses políticos. Aquí no hay ciencia que valga para respaldar una flexibilización de los límites de tolerancia de alcohol en sangre para conducir”.

Las leyes y reglamentaciones son acuerdos establecidos por la sociedad en momentos determinados. Hipotéticamente, una sociedad que decidiera por convencimiento que conducir con 1 gramo de alcohol por litro de sangre no debería ser castigado estaría en su legítimo derecho de hacerlo. Lo que sería imperdonable es decir que tal decisión está sustentada en evidencia científica.

Hoy el único trabajo científico ‒al menos al que pudimos acceder‒ publicado en una revista arbitrada acerca del impacto de bajar a cero el límite de alcohol en sangre para conducir en Uruguay (publicado en agosto de 2020 y ya reportado en este medio) concluye que esta medida habría salvado vidas en comparación con haber continuado con una tolerancia de 0,3 g/l. La ciencia se combate con ciencia. El análisis científico de los datos para llegar a tal conclusión es complejo y excede a las estimaciones realizadas por la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev), autoridades y periodistas (ninguno de ellos ha publicado trabajos científicos arbitrados al respecto, por lo menos no hasta el momento). Comparar los datos del año anterior a la aplicación de la ley con los posteriores, si bien parece correcto, no es la forma más acertada para entender los efectos de la variable “alcohol 0” sobre las espirometrías positivas en siniestros. Por ejemplo, no arroja luz sobre cuántas serían esas espirometrías positivas si la ley no estuviera vigente. Si hacer ciencia fuera sólo comparar dos números, la cosa sería bastante más sencilla. Ahora, ¿puede estar equivocada la conclusión a la que arriba el trabajo de los investigadores norteamericanos? Claro que sí.

Si bien la metodología, la robustez de los análisis y la pertinencia de las conclusiones pasó por criterios de revisión, siempre se pueden cometer errores, aplicar otros modelos y abordajes que arrojen otros resultados o, incluso, acceder a nuevos datos que puedan afectarlos. Pero para saberlo habrá que realizar otro trabajo científico, que deberá pasar por una revisión de pares que corrija lo afirmado o llegue a una conclusión distinta. Hoy la mejor ‒o única‒ evidencia científica publicada sostiene que se han salvado vidas pasando de 0,3 a la tolerancia cero. Si alguien tiene datos que afirmen lo contrario, que los aporte. En ciencia, un trabajo científico se enmienda con otro. O con otros. Paper mata paper.

En una columna de opinión publicada por Fernando Santullo en el semanario Búsqueda el jueves, que comentaba a su vez otra nota realizada por El Observador en la que se consultó a la Unasev, se dice: “Lo que sí parece claro es que los datos que se han recogido desde la aplicación del cero alcohol no son adecuados para evaluar la medida que se tomó”. Lejos de, como propone, reflejar que esos datos no sirven ni para respaldar las declaraciones de Botana, que afirma que “la ley no ha tenido impacto en la disminución de la siniestralidad”, ni de reafirmar a quienes sostienen “que la medida ha sido adecuada”, lo que muestra esta realidad es la pavorosa falta de ciencia en los distintos organismos del Estado y la sociedad. Que el único trabajo arbitrado publicado al respecto fuera realizado por investigadores de Estados Unidos es algo que debería interpelarnos. ¿Habrá que hacer un grupo de modelado y análisis de datos para abordar la siniestralidad en el tránsito? Claro que sí. Y ojalá no sea un grupo honorario, sino de investigadores e investigadoras pagados por la sociedad para hacer eso que saben hacer.

Una vez más, el camino es más ciencia. La necesitamos con urgencia, insertada en los más diversos ámbitos. También debemos estar atentos al conocimiento que ya ha sido generado, tanto aquí como en otras partes. Y gente formada para que todo ese conocimiento sirva de insumo para las políticas públicas. Esa es parte de la vacuna que nos ayudará contra las futuras pandemias y también, tal vez, contra las leyes disparatadas.

**

Parte 2. Aportes desde la ciencia para pensar el tema

En esta sección de la nota los invitamos a un breve repaso por artículos publicados en revistas arbitradas y también algunos reportes. Si bien llevó tiempo encontrarlos y leerlos para compartir algunas líneas, son apenas un puñado de los más recientes artículos disponibles de la gran cantidad que nos devolvió nuestra búsqueda en repositorios de literatura científica. Aquí, además de nombrarlos por si alguien quiere acceder a ellos, hacemos un breve resumen de cuestiones de relevancia para la discusión, para que los atareados Botana y Uriarte, y junto con ellos todos nuestros lectores y lectoras, puedan apreciar parte de la ciencia que sí hay escrita sobre el tema.

Cada uno de estos artículos es como un informe del GACH para los estados de todo el mundo. Muchos de ellos incluso son el resultado de investigaciones que llevaron mucho más tiempo que el que tuvo el GACH ante una pandemia que obligaba a la urgencia. Es importante destacar que la mayoría de los trabajos a los que accedimos no refieren a países con normativas de cero alcohol en sangre (BAC) para conducir. La razón para ello es clara: son un puñado muy pequeño, como al principio fueron los que establecieron que no se podía fumar en espacios públicos donde hubiera otras personas. Sin embargo, las conclusiones a las que llega esta producción científica, y las recomendaciones que hace, son importantes para la discusión que hoy vuelve a darse en Uruguay. Eso sí: no encontramos un sólo trabajo que diga que subir el límite de tolerancia de cero a 0,3 g/l es algo deseable; ni, mucho menos, que hay evidencia científica para dar tal paso.

Artículo: “Effect of lowering the blood alcohol concentration limit to 0,03 among hospitalized trauma patients in southern Taiwan: A cross-sectional analysis”
Publicación: Risk Management and Healthcare Policy (junio 2020)
Autores: Chun-Ying Huang, Sheng-En Chou, Wei-Ti Su, Hang-Tsung Liu, Ting-Min Hsieh, Shiun-Yuan Hsu, Hsiao-Yun Hsieh, Ching-Hua Hsieh

Destaque: El artículo sostiene: “En junio de 2013, el límite legal de concentración de alcohol en sangre (BAC) para conducir se redujo de 0,5 a 0,3 g/l en Taiwán. Este estudio tuvo como objetivo evaluar los cambios epidemiológicos en términos de consumo de alcohol entre los conductores en el sur de Taiwán antes y después de la imposición de la ley”. Concluyen que “luego de bajar el límite legal de BAC de 0,5 a 0,3, se observó una respuesta al cambio de ley entre la población estudiada. Sin embargo, tal capacidad de respuesta puede no observarse en algunos ciudadanos que pueden necesitar intervenciones especiales para ayudar a reducir su comportamiento de beber y conducir”.

Para el debate actual: las reducciones de límites permitidos sí son efectivas. Pero para parte de la población deben ser acompañadas con otras medidas de política pública. Después de todo, el alcoholismo es una adicción y no todos son igual de libres a la hora de decidir cuándo empezar o dejar de tomar.

Artículo: “Alcohol policies and motor vehicle crash deaths involving blood alcohol concentrations below 0,08%”
Publicación: American Journal of Preventive Medicine (mayo 2020)
Autores: Marlene Lira, Vishnudas Sarda, Timothy Heeren, Matthew Miller, Timothy Naimi

Destaque: El artículo, que analiza los accidentes fatales en que participaron personas con alcohol en sangre por debajo del límite permitido en Estados Unidos, concluye que “el número de muertes por bajas concentraciones de alcohol en sangre es sustancial. Los estados con políticas de alcohol más restrictivas tienden a tener menores probabilidades de accidentes automovilísticos con menor concentración de alcohol en sangre que los estados con políticas más débiles”.

Para el debate actual: ¿queremos probar si aquí una política más permisiva va acompañada de un número sustancial de muertes con bajas concentraciones de alcohol en sangre?

Artículo: “Investigating the effect of blood alcohol concentration on motorcyclist’s riding performance using an advanced motorcycle simulator”
Publicación: Transportation Research Part F: Traffic Psychology and Behaviour (agosto 2020)
Autores: Anh Tuan Vu, Minh Thong Nguyen, Dinh Vinh Man Nguyen, Viet Hung Khuat

Destaque: esta investigación, que mide la performance en un simulador de moto de hombres y mujeres a distintas concentraciones de nivel de alcohol en sangre (0, 0,2 y 0,5), señala que “está ampliamente aceptado que conducir bajo los efectos del alcohol aumenta significativamente la probabilidad de que un conductor adopte un comportamiento de riesgo y, por lo tanto, tenga un accidente de tráfico”. El estudio “intenta evaluar el efecto de niveles bajos de BAC en el desempeño de conducción de motociclistas en Vietnam utilizando un simulador de conducción de motocicleta avanzado”. Para ello midieron “la velocidad promedio, distancia de adelantamiento lateral promedio, tiempo de reacción de los frenos, aceleración, desaceleración y frecuencia de cambio de carril”. ¿Qué encontraron? Que los efectos en el manejo de las motos comienzan a verse luego de una concentración de 0,2 g/l, por lo que sugieren “reducir a cero el límite legal de alcohol en sangre para motociclistas”.

Para el debate actual: la afectación de la conducción es diferente para quienes andan en moto que para quienes andan en auto. Dado que los efectos se notan en niveles de alcohol en sangre bajos, y dado que, como vimos, es difícil calcular cuándo el alcohol en nuestra sangre comenzará a hacer de las suyas, aunque la ciencia diga que a 0,1 g/l una persona maneja casi igual de bien, sigue siendo también una cuestión científica relevante la imposibilidad de predecir la cantidad de vino, cerveza o lo que sea uno para llegar a una BAC que interfiera con las respuestas al manejar.

Informe: “A review of the literature on the effects of low doses of alcohol on driving-related skills”
Publicación: National Highway Traffic Safety Administration - U.S. Department of Transportation (abril 2000)
Autores: H Moskowitz, D Fiorentino

Destaque: este reporte para el Departamento de Transporte de los Estados unidos hace una revisión de la literatura científica (de 1981 a 1997) existente sobre los efectos del alcohol en distintas concentraciones en las habilidades relacionadas con la conducción, medidas en 12 comportamientos. Concluyen: “El alcohol afecta algunas habilidades de conducción comenzando con cualquier desviación significativa de cero concentración de alcohol en sangre”. Es más: “Las habilidades de desempeño específicas se ven afectadas de manera diferente por el alcohol. Algunas habilidades se ven significativamente afectadas por BAC de 0,1 g/l, mientras que otras no muestran deterioro hasta un BAC de 0,6 g/l”.

Para el debate actual: esta completa revisión (que llegó hasta 1997; hoy hay más trabajos que aportan en la misma línea) reporta que desde concentraciones de 0,1 g/l se afecta alguna de las competencias de conducción. Con los límites que van de 0,1 a los 0,3 que propone Botana, se ha reportado afectación negativa en la vigilancia, la percepción, el tiempo de reacción, funciones visuales, somnolencia, habilidades psicomotoras, tareas cognitivas, rastreo de objetos, atención dividida.

Artículo: “Ethical acceptability of reducing the legal blood alcohol concentration limit to 0.05”
Publicación: American Journal of Public Health (mayo 2019)
Autores: Stephanie Morain, Emily Largent

Destaque: pocas naciones son más chinches a la hora de defender las libertades del individuo por encima de las prerrogativas del Estado como Estados Unidos. Por eso, en este artículo las investigadoras analizan la cuestión ética de bajar los límites de tolerancia al alcohol (en el caso de Estados Unidos, de 0,8 a 0,5 g/l). ¿Por qué es importante? Porque quienes se oponen a estos límites, en cualquier parte del mundo, recurren a los mismos argumentos. “Los críticos se oponen a estas leyes porque restringen la libertad individual y no consideran que los individuos valoran el consumo social de alcohol”, dicen las autoras, y uno puede imaginarse que con la frase se identifican Botana, el presidente Lacalle Pou y todos quienes dicen que debería permitirse esa copita de brindis que tanto define a la forma de ser de los uruguayos. La respuesta de las autoras: “Las leyes BAC 0,5 no prohíben, ni siquiera penalizan, el consumo social de alcohol; más bien, penalizan la conducción bajo los efectos de alcohol. Las personas pueden beber tanto como quieran, siempre que no conduzcan”. Pero lo suyo no fue sólo discursivo: “Un metaanálisis de estudios sobre la reducción del nivel de alcoholemia (incluido de 1,0 a 0,8 y de 0,8 a 0,5 o 0,3) indica que beber y conducir son separables no sólo en la teoría sino también en la práctica. Los autores encontraron que reducir el nivel legal de BAC llevó a las personas a beber alcohol en las mismas cantidades que antes, pero evitaron conducir bajo sus efectos con más frecuencia que antes del cambio de BAC”. Por todo eso, concluyen que las leyes que establecen límites para la conducción bajo los efectos de alcohol “no sólo son éticamente defendibles sino deseables”.

Para el debate actual: derrumba uno de los pocos y pobres argumentos esgrimidos para flexibilizar la ley de tolerancia cero al alcohol en sangre para conducir.

Artículo: “Gender differences in driving control of young alcohol-impaired drivers”
Publicación: Drug and Alcohol Dependence (agosto 2020)
Autores: Ankit Kumar Yadav, Rashmeet Kaur Khanuja, Nagendra Velaga

Destaque: en este trabajo podría parecer que hay evidencia que apoya a Uriarte y Botana. Pero no es así. Si bien al analizar cómo el género afecta la velocidad de los conductores jóvenes a distintos BAC (0, 0,3, 0,5 y 0,8) señalan que “los comportamientos de exceso de velocidad bajo la influencia de BAC 0,3% no fueron significativamente diferentes de la conducción sin alcohol (0% BAC) tanto en conductores masculinos como femeninos”; encontraron que “los resultados confirmaron un deterioro significativo en el tiempo de reacción de conductores masculinos y femeninos al BAC 0,3, que es el límite legal máximo para conducir en países en desarrollo como Rusia, India y Bielorrusia. Por lo tanto, los órganos de toma de decisiones y los responsables de la formulación de políticas de estos países en desarrollo deberían considerar la posibilidad de revisar el límite máximo de alcoholemia para conducir a fin de reducir los accidentes relacionados con el alcohol”.

Para el debate actual: el trabajo va más allá, y este es un aspecto que ha brillado por su ausencia en la discusión reciente en Uruguay. “Estudios han demostrado que cambiar el límite legal de BAC por sí solo puede no afectar significativamente los accidentes bajo el efecto del alcohol”, advierten los investigadores. Parecerían darle, en parte, la razón a Botana cuando dicen que el cambio de normativa no ha dado resultados. Pero el asunto es que lo que dicen a continuación va en sentido contrario de la propuesta del senador blanco: “Por lo tanto, la inclusión de pruebas de alcoholemia sistemáticas y frecuentes, el aumento de los impuestos sobre las bebidas alcohólicas, la prohibición de anuncios relacionados con el alcohol, la reducción de la disponibilidad de alcohol, seguida de programas de concienciación sobre la seguridad vial, son recomendaciones políticas importantes para mejorar la seguridad vial”. Lejos de decir que como no hay efecto en todos que conducen, entonces deberíamos flexibilizar la norma y que la gente se siga matando, pretenden más acciones, entre ellas, subir los impuestos al alcohol, algo que seguro es contrario a lo que se busca cuando se quiere ayudar a elevar la facturación del sector vitivinícola.

Artículo: “Enhancement of unsafe behaviors in simulated moped-riding performance under the influence of low dose of alcohol”
Publicación: Accident Analysis and Prevention (marzo 2020)
Autores: Carmela Centola, Mariaelena Tagliabue, Andrea Spoto, Marco Palpacelli, Arianna Giorgetti, Raffaele Giorgetti, Giulio Vidotto

Destaque: en Italia el límite permitido para conducir es de 0,5. En este trabajo, realizado con un simulador de motocicleta, analizaron la performance y los comportamientos poco seguros a dosis menores del límite legal. “Los resultados demostraron que el consumo de bajas dosis de alcohol por bebedores moderados que conducían una motocicleta simulada resultó en un deterioro mensurable del rendimiento. Aunque el BAC alcanzado (media de 0,3 g/l) siempre estuvo muy por debajo del límite legal, se registró un mayor número de comportamientos peligrosos”.

Para el debate actual: el límite de 0,3 de Botana y sus seguidores fue el promedio de quienes tomaron poco en este estudio. Los autores marcan que entonces ya se evidenciaban deterioros en la conducción. Esos mismos deterioros se observaron aun a concentraciones menores.

Artículo: “How did a lower drink‐drive limit affect bar trade and drinking practices? A qualitative study of how alcohol retailers experienced a change in policy”
Publicación: Drug and Alcohol Review (diciembre 2019)
Autores: Colin Sumpter, Andrea Mohan, Jennifer McKell, James Lewsey, Carol Emslie, Niamh Fitzgerald

Destaque: en este estudio se propusieron ver cómo el cambio del BAC de 0,8 a 0,5 afectaba los comercios en Escocia. “La mayoría de los participantes informaron que no tenían un impacto financiero a largo plazo en su negocio, pero algunos, principalmente de áreas rurales, informaron alguna reducción en las ventas de alcohol”, reportan. “Los cambios observados en el consumo de alcohol incluyeron menos personas que bebieran después del trabajo o que abandonaran las instalaciones antes los fines semana” describen, al tiempo que dicen que “las adaptaciones de las empresas incluyeron la mejora de la variedad de bebidas y alimentos sin o con bajo contenido de alcohol que se ofrecen. Cambios como estos se consideraron clave para minimizar el impacto económico”.

Para el debate actual: compartimos la conclusión del trabajo. “La oposición a las medidas legislativas que repercuten en los intereses comerciales suele ser fuerte y recibe una atención pública significativa. Este estudio encontró que las empresas escocesas que se adaptaron al cambio del límite de conducción bajo los efectos del alcohol informaron poco impacto económico a largo plazo. Estos hallazgos son de relevancia internacional, ya que las posibles reducciones del límite de BAC en varias otras jurisdicciones siguen siendo objeto de debate, incluso en relación con el impacto en las empresas”.

Artículo: “Laboratory analysis of driving behavior and self-perceived physiological impairment at 0,03%, 0,05% and 0,08% blood alcohol concentrations”
Publicación: Drug and Alcohol Dependence (diciembre 2019)
Autores: Ankit Kumar Yadav, Nagendra Velaga

Destaque: aquí se evaluó cómo afectaban distintas concentraciones de alcohol en sangre (0, 0,3, 0,5 y 0,8) las habilidades de conductores en un simulador midiendo variables como la velocidad, la desviación de la línea de posición, cambios en la aceleración, etcétera. Reportan que “se observó deterioro del alcohol incluso a un nivel bajo de BAC, como 0,3”. Pero hay más: si bien había más afectaciones a medida que subía el nivel de alcohol en sangre, en los valores más bajos los efectos observados se vieron principalmente en una mayor velocidad media de conducción.

Para el debate actual: si la velocidad es un factor importante en los siniestros de tránsito, y el mayor efecto reportado de la ingesta de bajas dosis de alcohol es un aumento de la media de la velocidad...

Documento: “Estudio sobre los costos económicos del consumo problemático de alcohol en Uruguay”
Publicación: Centro de Investigaciones Económicas, Cinve (diciembre 2017)
Autores: B Lanzilotta, J Campanella, A Souto-Pérez, M Campanella

Destaque: ya que se arguyen razones económicas para modificar la legislación, este trabajo buscó estimar, en un acuerdo de Cooperación Técnica entre la Junta Nacional de Drogas y la OPS/OMS, “los costos económicos del consumo problemático de alcohol, entendiéndose por tal a aquel que conlleva costos netos sociales”. La problemática abordada excede a la del tránsito y el alcohol, pero un capítulo analiza esa relación, basándose en “el monto total desembolsado por las empresas aseguradoras en concepto de siniestros vehiculares durante el año 2015 ajustado por la fracción atribuible a los siniestros causados por consumo de alcohol”. Dado que, según la Unasev, ese año 6,8% de los siniestros fueron causados por conductores alcoholizados, estiman que “los costos materiales directos por destrucción de activos para el año 2015 ascienden a 348.543.315 pesos” y aclaran que “las estimaciones tienden a subestimar los costos reales de la destrucción de activos”, ya que “el consumo de alcohol puede llevar a la destrucción de activos no vehiculares”. El trabajo estimó que el costo total para 2014 del consumo problemático de alcohol en Uruguay fue de 0,51% del producto interno bruto, lo que representaba unos 7.500 millones de pesos, algo que igualaba a lo gastado en Uruguay en ese año en cerveza (estimado en 7.581.389.994 pesos) y muy superior a lo gastado en vino (poco más de 3.000 millones). El gasto anual en 2015 en bebidas alcohólicas se estimó en 680 millones de dólares e implicó el consumo de 190 millones de litros de beberajes con alcohol.

Para el debate actual: si la razón son los números, hay que ver el panorama con una visión más amplia.


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