Podría resultar extraño que el investigador que me dijo que tenía datos nuevos sobre el binge drinking (el consumo excesivo de alcohol en instancias puntuales) de los jóvenes uruguayos me citara para hablar en el Laboratorio de Biología Molecular de la Facultad de Veterinaria. Raro es también que sea licenciado en Psicología y esté rodeado de personas que se forman para lidiar con la salud del ganado, los equinos, las aves de corral y las mascotas hogareñas. Sin embargo, así es la ciencia: separada en disciplinas arbitrarias para facilitar su estudio, muchas veces es en la intersección de saberes donde se abren nuevas puertas para entender el mundo que nos rodea. Paul Ruiz está en un buen lugar para hacer ese cruce disciplinario: mientras termina su doctorado en Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba, es docente en la Facultad de Veterinaria y asegura que, una vez que tenga el doctorado, finalizará también esa carrera.

Ratas bajoneadas

Dada la conocida asociación entre la depresión y el consumo de alcohol, para su tesis doctoral Paul Ruiz recurrió a las ratas, tratando de entender qué relación hay entre ambos fenómenos. ¿Por qué las ratas? Porque esos pequeños mamíferos son modelos de experimentación, animales sobre los que se conoce bastante y hay protocolos y herramientas estandarizadas para analizar sus características fisiológicas, moleculares y comportamentales. Lo primero que tuvo que hacer Ruiz fue tratar de deprimir a sus ratas, lo que no es algo sencillo. “Cuando vos escribís un artículo, siempre te piden en la revisión que no pongas ‘ratas deprimidas’, sino que tienen un “comportamiento como si estuvieran deprimidas” cuenta Ruiz, y explica: “Uno trata de homologar lo que pasa en humanos, pero al humano le pasan cosas que nunca vas a saber si le pasan a las ratas. Cuando vos estudiás cómo se define un humano deprimido, te encontrás con un montón de variables: conductuales, cognitivas y biológicas. Si uno quiere hacer un modelo animal sobre cualquier psicopatología, el modelo tiene que reproducir la mayor cantidad de variables que se dan en nosotros”.

Buscando imitar lo que entendemos por depresión, a las ratas se les administra reserpina, se mide su respuesta y se analiza su fisiología. Ruiz cuenta qué le sucede a las ratas experimentalmente bajoneadas: “En lo biológico se constatan menos monoaminas, dentro de las que están la dopamina y la serotonina, y en lo comportamental se registra menor actividad motora, una baja en la respuesta ansiosa a los estímulos, y la anhedonia, la incapacidad de disfrutar de lo que a uno le gusta, que se mide con pruebas de consumo de sacarosa. Las ratas normales prefieren el agua con azúcar al agua sola. Cuando ponés a las ratas ‘deprimidas’ frente al agua con azúcar, toman menos que las ratas que no lo están”. El modelo funcionó y Ruiz estudió un montón de variables, entre ellas, la relación entre depresión y consumo de alcohol. Pero fue un poco más lejos: dado que el consumo de alcohol es más problemático en jóvenes, el investigador pensó que sería bueno estudiar qué pasaba con las ratas jóvenes con comportamiento depresivo, algo que no estaba muy estudiado, ya que los estudios con reserpina se realizan con ratas adultas. Su inquietud dio resultado y logró tener en su laboratorio ratas jóvenes con comportamiento depresivo.

Foto del artículo 'Ratas, adolescentes y alcohol'

Cuando las ratas se van de copas

Habiendo logrado inducir la depresión en las ratas, Ruiz se dedicó a observar su comportamiento ante el consumo de alcohol. Para ello, tentó a las ratas: “A las ratas ‘deprimidas’ las ponés en cajas individuales con dos botellas, una con agua y otra con agua y alcohol a 5%, mismo porcentaje que el que tiene una cerveza, y ves cuánto toma de cada una en dos horas”. Su modelo funcionó tan bien que publicó en un paper sus resultados: las ratas deprimidas, al igual que los humanos deprimidos, consumieron más alcohol que las ratas normales.

Otro hallazgo encontrado en el modelo animales es el efecto del sexo. Existen variadas publicaciones que hablan de ese efecto en diferentes especies, y Ruiz encontró un efecto diferencial del sexo en la inducción de la depresión y su tratamiento. Sin dejar de buscar la igualdad de oportunidades, nadie niega las diferencias entre sexos (en animales) y géneros (en humanos). “Hay explicaciones neurofisiológicas para esa diferencia en el consumo de alcohol” afirma Ruiz: “Una es la presencia de una enzima que se encarga de degradar el alcohol, que en las mujeres está mucho más disminuida que en los hombres. Y por otro lado está el tema del volumen de agua. Se plantea que las mujeres tienen menos líquido corporal que los hombres, y eso hace que hombres y mujeres metabolicen el alcohol de forma distinta”.

Si bien las ratas son un buen modelo para el estudio de estos fenómenos, es interesante señalar una gran diferencia. Ruiz me cuenta que las ratas normales, a las que no se les ha administrado la droga para que se comporten como deprimidas, una vez que se les presenta la prueba de la dos botellas toman alcohol una vez y se emborrachan, pero con una gran diferencia: “Si a las 48 horas les volvés a ofrecer alcohol, lo huelen pero no vuelven a tomar” señala. Con las ratas deprimidas el asunto es distinto: “El consumo de alcohol perdura en el tiempo. Van, lo prueban, se emborrachan, y la próxima vez, en vez de bajar el consumo, lo mantienen”.

Ruiz explica la importancia de sus resultados: “Hay una gran discusión en psiquiatría sobre por qué se asocia el alcohol con la depresión. En el mundo de las patologías duales, que es una asociación entre una patología de fondo y el consumo de drogas, hay muchos tipos, pero en los trastornos de estados de ánimo y el alcohol, si bien se han asociado variables, no está claro qué es lo que explica esa relación. Y ahí es donde el modelo de la rata con un comportamiento depresivo y que toma más alcohol puede ser útil”. Por eso Ruiz comenzó a sacar muestras de sus ratas depresivas con tendencia a empinar el codo y se puso a analizar qué pasaba con los neurotransmisores y las hormonas, tratando de encontrar variables neurofisiológicas que explicaran la asociación. Los resultados de esos análisis serán parte de la tesis de doctorado que está haciendo bajo la tutoría de Ricardo Marcos Pautassi del Instituto de Investigación Médica Mercedes y Martín Ferreyra de la Universidad Nacional de Córdoba. Sin embargo, Paul quería más: además de ver qué pasaba en las ratas, se propuso ver qué sucedía en ese mamífero que se piensa que es distinto a todos los animales.

Homo alcoholicus

“Mi doctorado empezó en 2013 sólo con ratas. Pero en un momento le planteé a mi tutor que quería medir las mismas variables pero en humanos”, recuerda. Su idea era hacer algo más epidiemiológico con una muestra grande de jóvenes en la que pudiera aplicar, mediante encuesta, escalas de ánimo y de consumo de alcohol. Con la luz verde de Pautassi, en 2017 diseñó la encuesta en el Centro de Investigación Clínica de la Facultad de Psicología, la subió a un servidor y le dio difusión por las redes sociales. A diferencia de la encuesta de la Junta Nacional de Drogas (JND), que pregunta sobre todas las drogas, Ruiz se centró sólo en el alcohol, lo que le permitió hacer muchas preguntas, tanto sobre estado de ánimo de los jóvenes como de cuál es su relación con el alcohol. “Además de aplicar el AUDIT [en inglés, Test de Identificación de Desórdenes por Uso de Alcohol] que es una escala que utiliza la JND, apliqué escalas de consecuencias del consumo, otra sobre qué tipos de alcohol prefiere, cuánto toma, con qué frecuencia, de manera de que obtuvimos un screening grande y específico de consumo de alcohol, de si es riesgoso o no, de las consecuencias asociadas, los gramos consumidos, con qué frecuencia”, relata Ruiz. Los resultados fueron dignos de asustar al mamado e incluso sorprendieron al propio Ruiz: “La idea era probar la hipótesis de la asociación entre ánimo y consumo de alcohol, pero como terminó siendo una encuesta tan grande, que llegó a 1.600 jóvenes de todo el país, se desdibujó la idea original de la tesis porque empezó a ser interesante hablar de cuánto están tomando los jóvenes en nuestro país”.

Ruiz confirmó lo que había notado en las ratas: cuanto más deprimidos están los jóvenes, más alcohol toman. Pero la encuesta desnudó también otros datos. “La edad más repetida de comienzo de consumo de alcohol es los 14 años”. Eso en estadística es la moda, y a diferencia del refrán, sí incomoda. Además el problema es mayor: “Tenemos registros de consumo de alcohol desde los 11 años, y no es que lo probaron a los 11, sino que tomaban con cierta frecuencia”, revela Ruiz. A esa sorpresa se sumó otra: la cantidad de alcohol que están tomando nuestros jóvenes. “La encuesta arroja que en el promedio por episodio de consumo, los jóvenes toman 80 gramos de alcohol” dice, y explica que eso equivale a dos botellas de cerveza, una de vino, o cinco vasos de fernet, y es una cantidad que entra en lo que se entiende por “consumo problemático”. La encuesta mostró que los jóvenes no sólo toman, sino que toman fuerte. Ruiz acota: “Son cantidades no para divertirse, ni para recrearse, ni para pasar bien con los amigos; toman para emborracharse, porque esa cantidad de alcohol en la sangre es borrachera, es intoxicación”. Para que quede claro, lo dice pausado y sencillo: “Es un consumo que no está asociado a la diversión, sino a hacerse daño”.

Mucho en poco tiempo

Ruiz sigue sacando datos de la encuesta que hizo en 2017. Ahora tiene números de lo que se conoce como binge drinking, lo que en español podría definirse como un atracón o panzada de alcohol. “El episodio de consumo elevado de alcohol se considera que es el de más de 70 gramos para los hombres y más de 56 gramos para las mujeres” me dice. Pero el binge es aún más preocupante: “Es cuando consumís esa cantidad en menos de dos horas”. Es preocupante porque “el daño del consumo de alcohol está asociado a dos variables: el volumen y el tiempo. No es lo mismo juntarte en un asado y escabiar con amigos durante toda la madrugada que hacer la previa en lo de Pepito a la 1.00 y vamos al boliche a las 3.00”. Tomar esas cantidades de alcohol en tan poco tiempo genera un pico de alcohol en sangre muy alto que, según el psicólogo, “está asociado a daños médicos muy complicados”.

Los números sobre binge drinking serán publicados en breve, pero Ruiz adelanta unos datos para la diaria: “65% de los encuestados hizo al menos una vez binge en el último año, hacen más binge los hombres que las mujeres, el binge no está asociado al nivel educativo, no cambia de acuerdo a si el joven estudia a o no, y cuanto antes comienzan a tomar alcohol, más incurren luego en el binge”: “los que empiezan a tomar alcohol antes de los 15 años incurren más en el binge que los que arrancan después de los 15”. Es como si nadie le hubiera dicho a nuestros adolescentes que los Who, que cantaban “prefiero morir antes de llegar a viejo”, hoy tienen 70 años y en sus giras toman agua mineral entre tema y tema.

Qué hacer

Para Ruiz el asunto pasa por tratar de retrasar lo más posible la edad de inicio del consumo. Y lo dice con fundamento: “Cuánto antes arrancan a tomar alcohol, peores son la consecuencias más adelante, y más probable es que terminen con trastornos de consumo en la adultez”. “En la encuesta que hicimos, el punto de quiebre está a los 15 años: el que arranca a tomar antes de los 15 está en el horno”. Si uno quiere hacerse el distraído, el investigador dispara: “Lo que se sabe sobre el consumo de alcohol a nivel social es que el principal factor que incide es la familia. Si tengo padres y amigos que toman alcohol, arranco a tomar alcohol antes, sobre todo si se da la legitimación del consumo, por ejemplo, cuando el padre toma junto al menor. La regulación en el hogar es lo más importante de todo”. Una vez iniciado el consumo, las políticas de reducción de daño se imponen: beber pausadamente, intercalar vasos de agua con cada sorbo de alcohol, no mezclar, no tomar más de la cuenta.

Con los jóvenes no hay recetas mágicas: hay que estar con y para ellos. Ruiz además señala que los adolescentes reúnen características que los hacen más vulnerables: “Por un lado soportan más el alcohol que el adulto, por lo que precisan más cantidades para lograr el mismo efecto. Además, son más resistentes a la resaca, por lo que pueden volver a tomar antes que el adulto, y son menos sensibles a los efectos aversivos; los adultos se asquean antes con el alcohol”. A eso hay que sumarle que el adolescente es más impulsivo y no juzga demasiado bien las consecuencias a largo plazo de sus conductas, y que “además está en la edad de mayor sociabilización de su vida”, agrega el investigador,para seguir enumerando factores: “También se da que los trastornos de estado de ánimo se desencadenan en la adolescencia, así como los trastornos de consumo de sustancias”. Si a todo eso se le suma la ausencia de los padres, el cóctel para un consumo problemático está servido. “Es una bomba”, concluye Ruiz y uno, viendo los datos de la encuesta, no entiende cómo no estamos reaccionando a semejante estallido.

De la investigación a la acción

Ruiz usa los datos de sus investigaciones, tanto en ratas como en humanos, y otros conocimientos sobre factores que estimulan el consumo de alcohol en jóvenes y sus consecuencias, para brindar talleres en instituciones que trabajan con jóvenes. “Mi idea es concientizar un poco sobre estas cosas, dar información buscando un efecto preventivo, tanto en los adolescentes como en sus tutores”, señala. Cualquier institución que trabaje con jóvenes puede solicitar los talleres, que Ruiz da sin costo, escribiendo a [email protected]