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Sequía en el departamento de Florida (archivo, enero de 2023).

Foto: Camilo dos Santos

Ecuador, Colombia y Uruguay son los tres países de Sudamérica con mayor vulnerabilidad a las sequías

9 minutos de lectura
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Investigación que evaluó la exposición, sensibilidad y capacidad de hacer frente a las sequías en Sudamérica arroja que Uruguay es “uno de los países menos preparados del continente” ya que no cuenta con “un plan de sequía” y porque gran parte de las “tierras agrícolas” carece de sistemas de riego.

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En estos meses Uruguay se encamina a avanzar en la construcción de una represa en Casupá, Canelones, tras desechar el proyecto Neptuno que pretendía tomar agua del Río de la Plata de una zona con problemas de salinidad y cianobacterias. Paralelamente, en el ámbito de Presidencia se creó la Comisión Ejecutiva Interministerial para Asuntos de Riego, en la que participan los ministerios de Ganadería, Ambiente, Economía e Industria, que analizará cómo implementar una política de riego para apuntalar a la producción agropecuaria y que contará con el apoyo de la Corporación Nacional para el Desarrollo (habiéndose designado para liderar el proceso al exministro de Ganadería Tabaré Aguerre).

Ambas iniciativas buscan, en parte, subsanar graves problemáticas que quedaron en evidencia tras la gran sequía que afectó al país hasta mediados de 2023, como la imposibilidad de OSE de brindar agua potable a la población, o las grandes pérdidas económicas por déficit hídrico en la producción agropecuaria. Dado que una de las consecuencias del cambio climático es una tendencia al aumento de eventos climáticos extremos como sequías o inundaciones, procurar estar mejor preparados parece una decisión acertada. Y más lo es aún a la luz de una reciente publicación científica dada a conocer en la revista Water.

En el artículo, titulado “Vulnerabilidad a las sequías en Sudamérica”, las investigadoras Emma Silverman, de la Facultad de Recursos Naturales y Ambiente de la Universidad de Florida, Estados Unidos, y Johanna Engström, del Departamento de Geografía de la misma universidad, justamente analizan qué tan expuestos están los países de nuestro continente a las sequías, cuán sensibles son a sus efectos, y cuán preparados están para hacerles frente. Como recoge el título de esta nota, a Uruguay no le fue nada bien: estamos en el podio de los países más vulnerables a las sequías del continente. Eso no es nada bueno, pero al menos algunas de las razones que nos ponen allí son las que tanto Casupá como una promoción ambientalmente responsable del riego podrían mitigar. Sabiendo entonces que algo estamos haciendo al respecto y que tal vez en un futuro cercano ya no estemos en el podio, veamos por qué a Ecuador, Colombia y Uruguay les fue tan mal en esta evaluación.

Sequías en el continente más húmedo del planeta

“La sequía se reconoce repetidamente como uno de los riesgos climáticos más mortíferos y económicamente más costosos a nivel mundial”, comienza diciendo el artículo de Silverman y Engström. Y entonces, tras señalar que “Sudamérica es el continente más húmedo de la Tierra, con extensas selvas tropicales y aproximadamente el 20% de su superficie ocupada por humedales”, sostienen que “el continente sufre sequías con regularidad”, siendo algunas de ellas “graves”.

Quienes soportamos la sequía de 2022-2023 no precisamos que nos convenzan mucho sobre la gravedad de estos fenómenos. Pero dado que los artículos científicos se destinan a la comunidad de investigadores de todo el planeta, las dos autoras del trabajo no amarretean en poner ejemplos de qué tan graves y frecuentes son las sequías en Sudamérica. Como muestra alcancen unos botones: “En el verano y el otoño de 2001, Brasil sufrió sequías generalizadas que limitaron la producción hidroeléctrica del país hasta el punto de que el gobierno nacional impuso medidas de ahorro de energía”; “en el verano austral de 2008-2009, una sequía extrema provocó una caída del 20% en la producción hidroeléctrica en Uruguay, país que depende de esta energía para el 80% de su suministro energético nacional. La misma sequía en Argentina redujo la producción de cereales en 39% y causó la muerte de 1,5 millones de cabezas de ganado”; “la megasequía chilena comenzó en 2010 y es la peor sequía del continente en 1.000 años. Se estima que el déficit de precipitaciones oscila entre el 20% y el 70%, y en combinación con el aumento de las temperaturas, los embalses se han secado, dejando a más de medio millón de personas dependiendo del transporte de agua en camiones cisterna en la zona central de Chile en 2020”. En suma, las sequías en el barrio no son moco de pavo.

Las autoras además explican que “un porcentaje relativamente alto de la población de Sudamérica trabaja en el sector agropecuario”, por lo que las sequías no sólo afectan la soberanía alimentaria de cada país, sino también sus economías basadas en buena medida en la exportación de commodities que dependen de que los suelos no se resequen. Claro está, no todo este ciclo de sequías, que a veces son seguidas por inundaciones, como pasó aquí en algunas partes luego de la gran seca que terminó en 2023, son ocasionadas por el cambio climático. “Un importante conjunto de investigaciones ha vinculado los extremos hidrológicos en América del Sur con la variabilidad natural de las temperaturas de la superficie del mar en el océano Pacífico”, señalan las autoras, que luego hablan tanto de El Niño como de La Niña. De hecho, según un reporte realizado por un equipo de investigadores, la última gran sequía que afectó a nuestro país (y a Argentina) no fue causada por el cambio climático, si bien las altas temperaturas que este trae empeoraron sus impactos.

Entonces las autoras sostienen que “la ocurrencia de múltiples sequías extremas en los últimos 20 años parece sugerir que otros factores influyen en las sequías en Sudamérica, y algunos estudios señalan al cambio climático como una fuente del aumento de su severidad”, agregando que acciones “como la deforestación y el uso de incendios para clarear tierras aumenten los riesgos de sequía en el futuro e inicien un punto de inflexión para gran parte de la Amazonia hacia un ecosistema más seco y sin bosques”.

Más allá de esto, para quien abre la canilla y no sale agua potable, o para quien ve perecer sus cultivos o ganado por falta de agua, que la sequía se deba al cambio climático o a la variabilidad natural poco importa. Tanto en un caso como en el otro más nos vale estar preparados. Y en ese sentido las autoras sostienen que, a pesar de todas estas grandes sequías en Sudamérica, no hay estudios que evalúen qué tan vulnerables son los países del continente a ellas. Así que se remangaron las túnicas, juntaron datos, más que nada de la base Aquastat, “el sistema mundial de información sobre recursos hídricos y gestión de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)”, y estudiaron qué pasaba al respecto.

Evaluando a los países en tres dimensiones

Para hacer este tipo de evaluaciones se puede tomar un montón muy diverso de datos que funcionen como indicadores. Silverman y Engström se propusieron trabajar con 16 variables que agruparon en tres dimensiones: la exposición, la sensibilidad y la capacidad de adaptación. Entre esas tres variables realizaron entonces un indicador que establece la vulnerabilidad ante las sequías de cada país.

Por “exposición” definen el “grado en que un sistema o población se enfrenta a un peligro o factor estresante”, en este caso a las sequías. Para ello analizaron indicadores relacionados con el estrés hídrico (un indicador que “incluye el agua dulce utilizada en todas las actividades económicas como porcentaje de los recursos de agua dulce renovables anuales”), la densidad de población, y los recursos hídricos renovables totales per cápita (indicador que “mide la cantidad de recursos hídricos renovables por habitante y año”).

Por “sensibilidad” especifican que se refieren “al grado en que las personas se ven afectadas”, lo que en su estudio “está estrechamente vinculado a la situación económica y las actividades de cada país”. Para ello tomaron en cuenta ocho indicadores: el porcentaje del producto interno bruto (PIB) que representan las actividades agropecuarias, destacando que “cuanto más dependa un país de la agricultura para su PIB, más sensible será su economía a los efectos de la sequía”, la densidad de cabezas de ganado (destacando que “tener grandes rebaños de ganado hace que un país sea sensible a la sequía debido al impacto que puede tener en la producción de alimentos y agua para el ganado”), la capacidad de las represas per cápita (indicador que “mide la capacidad total acumulada de almacenamiento de todas las presas de un país per cápita”, señalando que “cuanto mayor sea la capacidad de almacenamiento de agua, menos sensible será un país a la sequía”), el índice de desarrollo humano, la prevalencia de población desnutrida, el acceso a agua potable segura, el porcentaje de producción de electricidad a partir de energía hidroeléctrica y qué tan importantes son los peces de agua dulce como fuente de alimento en cada país.

Finalmente, las autoras señalan que la “capacidad de adaptación” puede describirse “como una medida de la capacidad de un país para prepararse o responder a los efectos adversos” ante las sequías. Para ello tomaron en cuenta tres indicadores: el porcentaje de tierra cultivado bajo riego (señalando que “los países con un mayor porcentaje de tierras agrícolas equipadas con riego están mejor preparados para afrontar las sequías”), la cantidad de agua producida mediante desalinización (ya que la desalinización se considera una “fuente de agua potable a prueba de sequías” ), el PIB per cápita (ya que, cuanto más alto, más diversa puede ser una economía, al tiempo que “más dinero puede invertirse en infraestructura que mitigue las sequías, en riego, desalinización y presas”), y la existencia de planes para las sequías en los países (señalando que “tener un protocolo establecido para situaciones de sequía indica que un país ha considerado y se ha preparado para las condiciones de sequía”).

En base a las puntuaciones en estas tres dimensiones, Silverman y Engström establecieron un índice de vulnerabilidad ante las sequías para cada país, haciendo notar que “tanto la exposición como la sensibilidad se correlacionan positivamente con la vulnerabilidad”, es decir, cuanto más alta la susceptibilidad o la exposición, más vulnerable es un país. Por su lado señalan, como es lógico, que la capacidad de adaptación “se correlaciona negativamente con la vulnerabilidad”: cuanto más preparado esté un país, menos vulnerable será.

Así las cosas, vayamos a los resultados.

Boletín de calificaciones por país

El trabajo reporta que “los países con mayor exposición a la sequía son Ecuador, Argentina y Uruguay”, mientras que los que tuvieron los menores índices de exposición fueron Bolivia, Surinam y Guyana. ¡Ouch! Ya en esa dimensión no nos fue muy bien. De hecho, al ver el mapa, un patrón geográfico se hace evidente.

Mapa riesgo de exposición a sequías. Tomado de Silverman et al 2025

“Las partes occidental y meridional del continente recibieron principalmente puntuaciones altas en cuanto a exposición, mientras que la parte oriental y central de Sudamérica recibieron puntuaciones moderadas”, señalan las autoras.

Al ver qué pasaba con la sensibilidad, las cosas nos fueron un poco mejor. “Los países con mayor sensibilidad a la sequía son Paraguay, Ecuador y Colombia. Los países con menor sensibilidad a la sequía son Surinam, Argentina y Chile”, reportan. Al ver el mapa, vemos que Uruguay quedó dentro del grupo que tiene una “susceptibilidad moderada”.

Mapa sensibilidad a sequías. Tomado de Silverman et al 2025

Lamentablemente, a la hora de analizar la capacidad adaptativa, Uruguay obtuvo un pobre desempeño. “Los países con menor capacidad de adaptación son Paraguay, Bolivia y Uruguay”, reportan, mientras que los que presentaron mayor capacidad fueron Perú, Chile y Venezuela.

Mapa capacidad adaptativa a sequías. Tomado de Silverman et al 2025

Uruguay en un podio en el que nadie quiere estar

Tras analizar qué pasaba en cada una de las tres dimensiones (exposición, sensibilidad y capacidad adaptativa), las autoras entonces asignaron un número entre 0 y 1 a cada país para reflejar qué tan vulnerables eran a las sequías, siendo 0 el punto menos vulnerable y 1 el más. Y entonces llega la mala nueva: “Los países con mayor vulnerabilidad relativa son Ecuador, Colombia y Uruguay. Los países con menor vulnerabilidad total son Chile, Surinam y Guyana”. Estamos en el podio en el que nadie querría estar. Y, de hecho, en el mapa, los colores muestran a Ecuador, Colombia y Argentina casi morados de vergüenza.

Mapa vulnerabilidad a sequías. Tomado de Silverman et al 2025

Y en el caso de nuestro país, hay motivos sí para sentirse un poco avergonzados. Porque no es que estamos allí por razones relacionadas con la variabilidad climática o de la naturaleza, sino por cosas que hemos hecho y otras que no hemos encarado.

“Uruguay es un ejemplo interesante de cómo la fortaleza económica, si bien influye en la vulnerabilidad, no protege a un país de una alta vulnerabilidad a la sequía”, sostiene el trabajo. “Uruguay, que tiene el PIB per cápita más alto de Sudamérica, recibió la tercera puntuación más alta en vulnerabilidad total”, señalan luego para nuestra congoja. Y luego viene casi un tirón de orejas: “A pesar de su alta exposición, Uruguay es uno de los países menos preparados del continente para la sequía”, dicen, y aclaran que somos “uno de los tres países del continente que no cuentan con un plan contra la sequía” y que “muy pocas de las tierras agrícolas de Uruguay están equipadas para riego”.

Oigan, estimadas Silverman y Engström, ¡tienen que entender que, si bien tenemos uno de los mayores PIB per cápita del continente, la frazada es corta! Fuera de broma, el plan de riego, si se hace bien y no atenta contra la disponibilidad de agua dulce para todos los usos necesarios, los del ambiente incluidos, y no aumenta la ya desorbitante cantidad de floraciones de cianobacterias asociadas a los embalses agropecuarios que tenemos, podría sacarnos de este podio.

Por otro lado, aumentar el acopio de agua en Casupá nos daría una mejor puntuación en la sensibilidad, porque, como ya dijeron, “cuanto mayor sea la capacidad de almacenamiento de agua, menos sensible será un país a la sequía”. Y otra cosa que podría ayudar sería contar con algún plan para desalinizar agua. Es decir, tomar agua del Río de la Plata no es una tan mala idea a la hora de ponernos a resguardo de las sequías, siempre y cuando hagamos la inversión necesaria para quitarle la sal (algo que no estaba contemplado en el proyecto Neptuno), y si, obviamente, no lo hacemos en una zona de constantes floraciones de cianobacterias (como sí era la zona del proyecto Neptuno). Más aún, un plan de medidas ante las sequías mejoraría mucho nuestra nota en la dimensión “capacidad adaptativa”.

En definitiva, el trabajo de Emma Silverman y Johanna Engström nos muestra lo que ya sabemos: el país no está preparado de la mejor forma para sobrellevar las sequías. Estamos dando algunos pasos para cambiar eso. Ojalá se den teniendo en cuenta las recomendaciones de nuestra valiosa comunidad científica.

Artículo: Drought Vulnerability in South America
Publicación: Water (agosto de 2025)
Autoras: Emma Silverman y Johanna Engström.

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