El 2023 quedó grabado a fuego o, mejor dicho, a falta de agua. Ese año, tras una intensa sequía que se arrastraba desde hacía años, el caudal del río Santa Lucía disminuyó enormemente. El lago de la represa de Paso Severino bajó tanto que se convirtió en un páramo de barro oscuro. La toma de OSE en Aguas Corrientes no tenía agua suficiente para abastecer a Montevideo y gran parte de la población (de allí se potabiliza el agua que sale de la canilla del 60% de los habitantes del país), por lo que, por primera vez, por las cañerías del sur del país no corrió agua potable sino un “agua bebible”, según improvisaron las autoridades de turno ante la pérdida de calidad del líquido suministrado. Desde entonces el país es otro. Quedó patente el valor de los recursos hídricos y la necesidad de garantizar el acceso a ellos. Diez años antes, había sucedido algo casi tan traumático.

En 2013 no escaseó el agua en el Santa Lucía, pero en marzo de ese año el agua potable tampoco salió de las canillas por unos pocos días en Montevideo y el área metropolitana. En su lugar brotó de ellas un líquido turbio con un sabor desagradable. Según reportó OSE tras el incidente, el olor y el sabor del agua se debían a la presencia de geosmina, “una sustancia liberada debido a la presencia de un tipo de alga microscópica en el río Santa Lucía”. ¿Qué había pasado? Había tenido lugar una gran floración de fitoplancton, es decir, un crecimiento explosivo en cuanto a la cantidad de organismos, en este caso de cianobacterias, que habían complicado la calidad del agua en Aguas Corrientes. Por suerte, en aquella ocasión no hubo grandes registros de toxinas –algunas cianobacterias, como la Microcystis aeruginosa pueden producir toxinas que afectan la salud humana y animal–, pero sí liberaron geosmina.

De todas formas, el país tras aquel marzo de 2013 también fue otro. Por más que no hubiera habido afectaciones a la salud de la población, las floraciones explosivas indicaban que la salud del río que abastece de agua a gran parte de la población sí estaba afectada. Enfermo el ecosistema, la enfermedad de humanos y animales sería una cuestión de tiempo. Como casi todos los ríos del país, el Santa Lucía padecía de exceso de nutrientes –fósforo, nitrógeno, potasio, entre otros– que el fitoplancton, formado por algas microscópicas y cianobacterias, aprovecha para proliferar. Su enfermedad tiene nombre: eutrofización, que no es otra cosa que todo ese combo de altos nutrientes y grandes masas de fitoplancton que los consumen.

La eutrofización altera al ecosistema y compromete los balances entre los distintos organismos que allí viven (la gran masa de fitoplancton altera, por ejemplo, la cantidad de oxígeno disponible en el agua para peces y otros organismos, quita la posibilidad de desarrollo a otras formas de vida fotosintéticas, etcétera). Así que por primera vez se tomaron medidas para mejorar la salud del río y, con ello, la calidad del agua que tomamos. Aun así, el exceso de nutrientes en la cuenca no se ha abatido. ¿De dónde llegan? Mayormente de malos tratamientos de las aguas residuales de las zonas urbanas y emprendimientos ubicados en la cuenca, del exceso de fertilización con fósforo y nitrógeno de los campos agrícolas, y de los excrementos del ganado.

Buena muestra de qué tan grave es el asunto es la cantidad de dinero que OSE viene invirtiendo en carbono activado para quitar algas, cianobacterias y otros contaminantes en su usina de Aguas Corrientes. Según datos reportados por Carlos Santos y colegas en 2021, la empresa estatal pasó de gastar en carbono activado de US$ 90.196 en 2008 a US$ 2.683.240 en 2015. En 2019 un pedido de acceso a la información hecho por la diaria indicaba que en 2018 se habían gastado en eso más de 1,7 millones de dólares.

Cuando el agua está estancada por determinado tiempo, si las cianobacterias que siempre están presentes en bajas cantidades reciben luz suficiente y tienen nutrientes, crecerán en cantidad. Esa es la razón por la que las masas verdes de cianobacterias pueden verse con más frecuencia en lagos, en embalses o en zonas de los ríos cercanas a la orilla, donde el agua no corre tanto. Pero en un río el agua se mueve buscando la desembocadura, quitándole lo que se llama “tiempo de residencia” al fitoplancton para desarrollar grandes floraciones. ¿Por qué, entonces, en Aguas Corrientes se detectaban cada tanto altos niveles de cianobacterias?

Por suerte, OSE no sólo invirtió en carbono activado. También lo hizo en conocimiento. Mediante convenios con la academia, entre ellos con limnólogos y limnólogas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), que además tenían sus líneas de investigación sobre el tema, el misterio del origen de las cianobacterias y algas que pueden complicar el abastecimiento de agua potable se va aclarando.

De eso trata el trabajo recientemente publicado que lleva por título algo así como Variación geográfica en el transporte potencial de floraciones de cianobacterias hacia la principal empresa de agua potable de Uruguay. Firmado por Bernardo Zabaleta, Marcel Achkar y Luis Aubriot, los tres del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Udelar, allí se identifica que es en los numerosos tajamares para producción que hay en la cuenca del río Santa Lucía donde se forman y crían las cianobacterias y el fitoplancton. En ocasiones, cuando llegan lluvias fuertes, algunos de esos tajamares se desbordan y “exportan” –tal el término que usaron en su trabajo– sus biomasas de fitoplancton, que, tras un camino aguas abajo, terminan en Aguas Corrientes y complican la potabilización del agua.

El trabajo no sólo es relevante por determinar este “potencial exportador” de los tajamares, sino también por identificar en qué zonas de la cuenca es más grave, determinando así puntos calientes donde hay que actuar y puntos fríos que bien valdría preservar. Más aún, en un contexto en el que se piensa promocionar el riego para la producción, esta investigación es vital para que, al menos en una cuenca de la que obtenemos agua para beber, ese proceso sea planificado y contemple que más embalses productivos allí, de no planificarse, pueden comprometer nuestra principal fuente de agua potable. Así que más rápido que cianobacteria multiplicándose en un agua plagada de nutrientes, luz y sin mucha corriente, salimos al encuentro de Bernardo Zabaleta, Marcel Achkar y Luis Aubriot.

Marcel Achkar, Bernardo Zabaleta y Luis Aubriot, en Facultad de Ciencias.

Marcel Achkar, Bernardo Zabaleta y Luis Aubriot, en Facultad de Ciencias.

Foto: Gianni Schiaffarino

Ampliando el conocimiento desde 2013

¿De dónde viene esto de estudiar dónde se originan las cianobacterias que los técnicos de OSE detectan en Aguas Corrientes? Como un río, el conocimiento es también una corriente que hay que rastrear hasta una naciente. Y esa naciente fue el evento de 2013 del que ya hablamos.

“Ese evento dio lugar a que se implementara un plan de acción para el Santa Lucía en el que la Dirección Nacional de Medio Ambiente venía trabajando y que, tras lo sucedido, contó con apoyo político para ser implementado”, señala Luis Aubriot. “Como consecuencia, por 2014 comenzamos un convenio con la OSE para brindarle herramientas de monitoreo, in situ y en tiempo real, para poder detectar estos eventos de floraciones que se daban en el Santa Lucía y poder anticiparse a ellos. No sabíamos cuándo podría darse otro evento similar al de 2013 en el futuro y la idea era, en lo posible, también tratar de averiguar cómo se había originado esa gran floración”, amplía Luis.

En aquellos monitoreos algo quedó claro. “Nos fuimos dando cuenta de que en Santa Lucía no aparecía nada, es decir, no encontrábamos manchas verdes de cianobacterias circulando por el Santa Lucía”, confiesa Luis. Entonces, como motivo de un trabajo que era parte de la maestría de Andrea Somma, empezaron a analizar la información disponible para la cuenca y Aguas Corrientes. Y entonces vieron que durante las inundaciones el río aumentaba la carga y el transporte de fósforo y nitrógeno. “De pronto, nos dijimos que sería interesante ver si eso se daba también para el fitoplancton, porque cuando Andrea nos mostró los análisis de su modelación, le daba que cuando los caudales subían, también aumentaban las cianobacterias en Aguas Corrientes”, recuerda Luis sobre lo que podríamos considerar “el momento eureka” en todo esto.

En efecto, en el trabajo que se desprende de la tesis de Andrea se reporta que los caudales del río Santa Lucía incidían en qué tipo de fitoplancton domina en Aguas Corrientes. Con caudales bajos dominaban las diatomeas y otros organismos que, en general, no suelen ser tóxicos. En cambio, cuando el caudal aumenta, por crecidas ocasionadas por las lluvias, quienes dominan la comunidad del fitoplancton son las cianobacterias. “Cuando aumenta el caudal del río, si analizás la cantidad de cianobacterias por litro, no parece un número tan relevante. Pero si multiplicás esa cantidad por los millones de litros de ese caudal aumentado, te estaban pasando varios estadios centenarios de cianobacterias por adelante”, grafica Luis.

Parte de la investigación de Andrea Somma fue publicada en un artículo titulado El transporte de fitoplancton molesto se ve favorecido por el alto caudal del principal río de agua potable de Uruguay (cuyos coautores son Sylvia Bonilla y el propio Luis Aubriot). “En ese artículo terminamos calculando el valor de carga de fitoplancton y de la biomasa de cianobacterias. Eso nos permitía saber cuánta biomasa de cianobacterias se transporta por día en un evento de estos. Daba valores bestiales, cuando en realidad tendría que pasar lo opuesto: al aumentar el caudal, la cantidad de cianobacterias y de diatometeas y todo el fitoplancton en el río tendría que diluirse en toda esa gran masa de agua que estaba corriendo”, dice Luis. Pero eso no pasaba. Y había otra cuestión. “La pregunta que nos hacíamos era de dónde venían esas cianobacterias, desde dónde estaban siendo transportadas”, dice con lógica. Es que si antes de la crecida no estaban en el río, decididamente tenían que venir de fuera de él (la generación espontánea de vida fue descartada ya hace unos siglos).

Como en una carrera de postas, Bernardo Zabaleta llevó lo avanzado por Andrea hasta la siguiente etapa. “Surge entonces la tesis de doctorado de Bernardo, que se propuso estudiar los pequeños embalses que hay en la cuenca del Santa Lucía”, sigue con el cuento Luis. Con Andrea Somma ya habían sospechado que los tajamares, estanques y taipas de la cuenca podrían estar exportando cianobacterias al río, pero algo los había desanimado para estudiarlos. “Empezamos a ver por Google Earth la cuenca, y la cantidad de embalses nos sobrepasó. Eran demasiados, tenían demasiada variabilidad, demasiados tonos de verde, y teníamos escasas posibilidades de llegar a ellos, porque estaban todos en predios privados”, señala Luis. Bernardo cayó como anillo al dedo: ya venía trabajando en usar imágenes satelitales que miden la clorofila en los cuerpos de agua –y que por tanto sirven como indicadores de presencia de algas y cianobacterias, ya que ambos organismos hacen fotosíntesis– y ajustando esas mediciones a las condiciones de nuestros grandes embalses.

Fue con estas técnicas que en 2020 varios de estos investigadores y otros colegas determinaron que la gran floración de cianobacterias de 2019, que abarcó toda la costa de Uruguay y llegó incluso hasta las oceánicas aguas de Rocha, se había originado en los embalses del río Negro. La idea era ahora poner a punto esta herramienta para ver si podía emplearse también para analizar qué pasaba en pequeños embalses.

“En 2018 nos presentamos a los fondos para proyectos I+D de la Comisión Sectorial para la Investigación Científica (CESIC) de la Udelar con un proyecto para ajustar la herramienta satelital para los tajamares pequeños de la cuenca del Santa Lucía. En esa primera etapa fuimos a campo, realizamos muestras y logramos ajustar con éxito la herramienta. Eso salió en un paper que se publicó en 2023”, señala Bernardo.

El trabajo al que se refiere se llamó algo así como Evaluación satelital de puntos críticos de eutrofización y floraciones algales en embalses productivos pequeños y medianos de la principal cuenca de agua potable de Uruguay. Como conclusión decían que su trabajo proporcionaba “la primera herramienta ajustada para el monitoreo satelital de numerosos embalses”, lo que fortalecía “la capacidad del país para responder a las floraciones dañinas de fitoplancton en su principal cuenca de agua potable”. Y lo que fascinaba a Luis y Andrea: con estas técnicas no había que ir hasta los más de 300 embalses de la cuenca.

“Una vez que teníamos ajustada la herramienta, nos propusimos ver si efectivamente sucede lo que reportó Andrea Somma en su modelización”, dice Bernardo. Y entonces presentaron un segundo proyecto a la CSIC, que ganaron en 2022. “En este la idea era evaluar el potencial exportador de biomasa de cianobacterias de toda esta gran cantidad de tajamares de la cuenca del Santa Lucía”. Y eso es lo que aborda el trabajo que publicaron y que atraviesa la tesis de doctorado de Bernardo.

Zabaleta y Aubriot muestreando en tajamar de la cuenca del Santa Lucía. Foto: gentileza
IECA.

Zabaleta y Aubriot muestreando en tajamar de la cuenca del Santa Lucía. Foto: gentileza IECA.

Qué pasa en tajamares, taipas y estanques

Para su trabajo analizaron los niveles de clorofila-a medidos por imágenes del satélite Sentinel-2 y calibradas a la realidad de nuestros pequeños embalses productivos en los 325 tajamares de entre un cuarto y 30 hectáreas que relevaron en los 6.355 km2 de la cuenca del Santa Lucía entre 2016 y 2022. A su vez, cotejaron esa información con datos de precipitaciones en la cuenca y con mediciones de OSE en Aguas Corrientes de cianobacterias.

“Eran 325 tajamares que, ante cualquier evento de precipitación intensa, podían desbordarse y transportar toda la biomasa que tuvieran de cianobacterias y otro fitoplancton aguas abajo”, señala Bernardo. Para muchos de nosotros, todos estos embalses para la producción agropecuaria caen en la categoría de “tajamar”. Sin embargo, en el trabajo distinguen entre taipas y estanques.

Estanque en predio rural - Foto gentileza IECA

Estanque en predio rural - Foto gentileza IECA

“El estanque es el excavado. Se hacen más frecuentemente en suelos que son más caros, más productivos. Están más restringidos en el espacio y se excavan. Las taipas son la elevación de barreras de tierra que contienen un escurrimiento de agua”, explica Luis.

“El estanque obtiene agua de las precipitaciones y de las napas, mientras que las taipas obtienen su agua principalmente del escurrimiento superficial”, apunta Bernardo. Marcel Achkar, que hasta el momento escuchaba a sus compañeros, mira por encima de estas diferencias entre taipas y estanques.

“Otra cosa que nos preocupaba es que en el país hay miles de represas de agua para uso productivo. Y esa gran cantidad de embalses no están bajo ninguna pauta de gestión”, señala Marcel. “Dado los trabajos previos, nosotros creíamos que había acumulaciones de nutrientes en esa gran cantidad de tajamares, pero no se sabía qué estaba pasando en esos embalses que se utilizan en el sector productivo, desde tambos, horticultura, fruticultura y demás”, afirma.

Los 325 tajamares que analizaron para su trabajo no sólo podían dividirse en estas dos categorías de estanques y taipas, sino que, al estudiarlos en detalle, los investigadores observaron que unos y otros no se distribuían uniformemente en la cuenca del Santa Lucía. “Encontramos una gran división bien marcada”, cuenta Bernardo.

“En la zona sur de la cuenca dominan los estanques. Allí la tierra es más cara, entonces los productores optan por hacer una excavación, tienen una fuente de agua en una superficie pequeña, y esa agua se usa principalmente para riego en establecimientos hortícolas, frutícolas, vitivinícolas y demás”, explica Bernardo. “En el resto de la cuenca, los emprendimientos productivos son en su mayoría tambos o de ganadería extensiva, y allí lo que más hay son taipas en cuerpos de agua chiquitos que cambian mucho con las precipitaciones, por lo que son muy dinámicos”, completa.

Todo esto implica que las condiciones en uno y otro tipo de tajamar las cosas sean distintas. “En las taipas el agua tiene un tiempo de residencia mucho menor al que tiene el agua en los estanques. Los estanques, al tener un tiempo de residencia mayor y al estar en establecimientos que utilizan el riego, serían ambientes más propicios para que haya cianobacterias de forma constante. Todo el tiempo están verdes, tanto en la estación fría como en la temporada cálida están con floraciones, por lo que podríamos decir que tienen menor influencia de la estacionalidad”, comenta Bernardo.

Y hay más diferencias. Los estanques abundan más en la zona sur. Y esa zona está más cerca de Aguas Corrientes. “Uno podría pensar que si todo el año están verdes, si llegan floraciones hasta la toma de agua de OSE, vienen de allí. Pero al mismo tiempo, como en los estanques el agua viene principalmente de las precipitaciones y de las napas, son un poquito más difíciles de desbordar que las taipas, que por su dinámica es más frecuente tanto que se saturen y desborden como que se sequen”, afirma Bernardo. “Y además, en las taipas es más frecuente que entre el ganado. Eso hace que, si bien pueden tener nutrientes por las materias fecales de las vacas y demás, la resuspensión de sedimentos hace que se bloquee el ingreso de luz”, explica. Las floraciones precisan agua relativamente quieta, nutrientes y luz. En una taipa turbia, las cianobacterias no pasarán a dominar la comunidad. Pero...

“Las taipas funcionan de forma bastante diferente entre sí, incluso estando muy cerca, a diferencia de lo que pasa en los estanques, donde las situaciones son más generalizables. En las taipas puede pasar que una esté llena de sólidos de suspensión e igual crezca fitoplancton y otra en la que los sólidos en suspensión inhiban el crecimiento”, dice Bernardo. “Por ejemplo, en la cuenca del Arroyo de la Virgen, en la zona oeste de la cuenca, es donde hay mayor carga ganadera de lechería. Allí encontramos que hay mucha clorofila en algunas taipas y muy poca en otras. Son extremadamente heterogéneas”, sostiene Bernardo. No quedaba otra que estudiarlas en detalle. Y eso hicieron. Observaron los niveles de cianobacterias en Aguas Corrientes, vieron que eso tenía que ver con lluvias intensas, y entonces fueron a fijarse cómo estaban los tajamares en los días previos a que el fitoplancton llegara a la toma de agua.

Taipa en predio rural. Foto: gentileza IECA.

Taipa en predio rural. Foto: gentileza IECA.

15 días entre 2016 y 2022

En todo el período comprendido entre enero de 2016 y julio de 2022, casi seis años y medio, en Aguas Corrientes las cianobacterias se portaron bastante bien (más allá de que hubo años de sequía intensa que alteran un poco la película). “Encontramos solamente 15 días en que en Aguas Corrientes se superaba la mitad de un primer nivel de alerta, que era de 1.000 células de cianobacterias por mililitro”, comenta Bernardo. ¿Eso es mucho o poco? “Esa cantidad no es mucha, pero es un primer nivel para empezar a abrir los ojos. El siguiente nivel ya requiere comenzar a tomar acciones, según la Organización Mundial de la Salud; la OSE puede tomar otras decisiones”, contextualiza Luis.

Tan pocos días con niveles de cianobacterias para abrir los ojos era, por un lado, una bendición y, por otro, lo contrario. “Por un lado, era bueno, porque eso destaca la buena calidad, por lo menos en la variable cianobacterias, que tenemos en nuestra principal toma de agua potable, pero, por otro, era una complicación para los análisis, porque nos recortaba el universo a muy pocos eventos”, desliza Bernardo.

En el trabajo reportan entonces que en todo el período estudiado las cianobacterias superaron las 1.000 células por mililitro en 15 días, “principalmente en 2019 (siete días) y 2016 (cinco días)”. Las concentraciones elevadas durante días consecutivos se consideraron “un mismo evento”. De hecho, se define como “eventos” a los “períodos con recuentos elevados de cianobacterias (más de 1.000 células/ml) y con imágenes de Sentinel-2 disponibles”. Así las cosas, se dieron seis eventos para analizar de dónde venían las cianobacterias registradas en Aguas Corrientes. “Aun así, con esos pocos eventos, obtuvimos resultados que permiten conocer el funcionamiento a grandes rasgos de la cuenca”, dice, conforme, Bernardo.

Y lo que vieron, como ya había quedado claro, es que la cuenca no es uniforme. La capacidad de generar cianobacterias –y, por tanto, de exportarlas ante eventos de lluvias intensas– varía según las zonas, usos productivos y tipos de tajamar.

Las zonas de tajamares que más exportan cianobacterias

En el trabajo hicieron diversos análisis estadísticos que terminaron determinando “clusters”, en castellano “grupos” de embalses en los que se da determinado patrón. Reportan cinco tipos de grupos.

El grupo 1 está integrado por tajamares con alta concentración de clorofila “principalmente debido a su gran tamaño”. En cuanto a su distribución en la cuenca, la mayoría de los tajamares del grupo 1 se concentran en la zona centro y sur de la cuenca.

“Son tajamares un poco más grandes, represas que van de cuatro a 15 hectáreas y que en su mayoría están relacionadas a tambos grandes”, comenta Bernardo. “Cuando tienen una alta biomasa de cianobacterias, es crítico porque justamente son grandes, por lo que son grandes exportadores potenciales de cianobacterias. No es lo mismo tener un tajamar o estanque de media hectárea que tener uno de 10 hectáreas con floraciones”, ejemplifica.

“Si bien el clúster 1 sería el más crítico, al mismo tiempo es también el más fácil de abordar, porque al ser más grandes son menos. Si pensás en medidas de gestión o de mitigación de estos procesos, ya sabés dónde están”, dice Bernardo. Eso no pasa con el siguiente grupo problemático.

Los embalses del grupo 2 se localizaron en la zona sur de la cuenca y tuvieron “el segundo mayor potencial de exportación de biomasa” de floraciones, ya que tuvieron niveles de clorofila más altos que los demás, “estaban ubicados en las tierras bajas y es la zona más cercana a Aguas Corrientes”.

“Los estanques del sur son los que vimos que están con clorofila casi todo el año”, apunta Bernardo. En el trabajo señalan que de los seis eventos con cianobacterias en Aguas Corrientes, en cinco estos estanques del sur “fueron identificados como los que más potencial de exportación de biomasa de cianobacterias” presentaron.

A diferencia de los del grupo 1, los estanques del grupo 2 son más pequeños y hay muchísimos más. “Son más difíciles de controlar. Como son chiquitos, las pautas que utiliza cada productor para manejarlos hacen que sean todos distintos, aunque estén en la misma zona, con el mismo suelo y demás. Unos los vacían, otros los mantienen llenos, el otro lo tiene a la mitad. Cada productor toma su decisión”, acota Marcel.

Las zonas frías

“El grupo 3 se da en la zona de mayor densidad de ganado lechero. En esa zona también hay un montón de ambientes con distintos manejos”, señala Bernardo. Se agrupan más que nada en la zona oeste de la cuenca. Si bien están cerca de la toma de Aguas Corrientes, en el trabajo señalan que “no se detectaron allí puntos calientes de exportación de cianobacterias” para los seis eventos estudiados.

Finalmente, los embalses de los grupos 4 y 5 están ubicados en la zona centro-norte y este de la cuenca. “Son los de menor potencial de exportación de cianobacterias”, resume Bernardo. “Destacamos el potencial que tiene esa zona para que se determine como una cuenca o subcuenca de prioridad para la potabilización, porque encontramos que la calidad del agua es buena durante todo el año”, agrega. Luis lo complementa: “Están en un punto frío de la cuenca en cuanto a clorofila”.

¿Cuál es el beneficio de que esta zona donde están los embalses de los grupos 4 y 5 sea un punto frío? ¿Habría que pensar en construir allí un embalse o reservorio de agua de calidad? Mi pregunta es un poco tonta. Ya se me adelantaron. “Justamente en esa zona es que está planificado Casupá”, dice Bernardo.

“La cuenca Casupá podría ser estratégico que se conservara o gestionara priorizando la buena calidad del agua y permitiendo allí prácticas productivas que sean amigables con ese objetivo, de manera de protegerla para el futuro”, afirma Luis.

“Pero es importante destacar que hay un riesgo potencial para toda esa zona”, nos pincha el globo Marcel. “Allí 18% de los suelos son de prioridad forestal. No están forestados hoy, pero podrían estarlo”, menciona. “Entonces, si bien esa zona tiene esa característica de ser un punto frío, también tiene un factor de riesgo importante si se avanza con la forestación sobre esos suelos”, señala.

Grupos de tajamares según su potencial exportador de cianobacterias - Imagen de Zabaleta et al 2025

Grupos de tajamares según su potencial exportador de cianobacterias - Imagen de Zabaleta et al 2025

Éramos pocos y vino el cambio climático

El trabajo presenta un estado de situación: cómo está y cómo funciona esta dinámica de generación de cianobacterias y fitoplancton en los tajamares y su exportación tras lluvias intensas de forma diferencial dependiendo de las zonas.

Sobre eso se monta otro hecho que tensiona esto que aquí reportan. Según los modelos del cambio climático, en Uruguay lo que está pasando, y cada vez será más frecuente, no es un aumento de las temperaturas máximas, sino que va a haber más eventos de lluvias extremas. El trabajo dice algo así como “ojo, si los modelos de cambio climático le pegan, todo nos dice que va a haber más eventos de exportación de cianobacterias de estos tajamares hacia Aguas Corrientes”.

“Sí, así es. Y allí juega el tema de la distribución espacial de las precipitaciones”, añade Bernardo. “En el trabajo analizamos unos casos en los que hubo grandes lluvias, como hubo en los eventos con cianobacterias, pero en los que no hubo cianobacterias”, dice. ¿Cómo es posible?

“Encontramos que si llueve un montón en toda la cuenca, cuando vemos las células por mililitro en Aguas Corrientes, no hay tantas, porque hay un efecto de la dilución. En ese escenario, es difícil que llegue un bloom importante de cianobacterias”, sostiene Bernardo. “Pero cuando tenés una precipitación intensa en determinada zona de la cuenca, que es lo que pasa, por ejemplo, en eventos en los que llueve en el oeste o hacia el sur de la cuenca, la dilución no se da tanto y ahí sí podrían llegar a Aguas Corrientes”, cuenta.

“Si pensás en un sistema de alerta temprana, si tenés una predicción de lluvia intensa en una parte crítica de la cuenca, donde se sabe que hay altos índices de clorofila, eso debería ser una situación de alerta”, dice Bernardo.

“Ese es un tema central porque no tenemos una red pluviométrica que nos permita capturar esa variabilidad de la lluvia en la cuenca. No sabemos, en cada evento de lluvia, cuánta agua total cayó en la cuenca de Santa Lucía y cómo se distribuyó espacialmente”, dice entonces Marcel. “Tenemos aproximaciones a partir de unos pocos pluviómetros que hay. Los compañeros de Meteorología nos decían que lo óptimo sería tener una red con un pluviómetro cada diez kilómetros cuadrados”, agrega. ¿Cuántos hay? Según dicen, en toda la cuenca del Santa Lucía hay menos de 20 pluviómetros.

La cuenca en la que trabajaron tiene 6.355 kilómetros cuadrados. Si le hiciéramos caso al consejo de los colegas de Meteorología, para captar bien la variabilidad de las precipitaciones, deberían instalarse unos 635 pluviómetros. Eso si de verdad lo del cambio climático, más allá de que calza bien en casi cualquier discurso, es algo que de verdad nos preocupa.

Diagrama sobre la exportación de fitoplancton a la toma de Ose. 1) Período sin lluvia. 2) Lluvias intensas. Imagen de Somma et al 2021.

Diagrama sobre la exportación de fitoplancton a la toma de Ose. 1) Período sin lluvia. 2) Lluvias intensas. Imagen de Somma et al 2021.

¿Predecir para hacer qué?

Pongamos que sabemos que en los tajamares de determinada zona, el sur, están llenos de clorofila, lo que indica que tienen una buena biomasa de cianobacterias. Hay pronóstico de tormenta intensa allí, o ya ha comenzado a llover. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué permitiría la alerta temprana a la OSE, que no sea agarrarse de los pelos o preparar al departamento de comunicación para negar todo y a las autoridades para decir que el agua no es potable pero sí bebible?

“La idea es que la OSE puede estar mucho mejor preparada frente a un fenómeno parecido al de 2013”, dice Luis. “OSE tiene un protocolo. Frente a la detección de cianobacterias en las muestras de agua de Aguas Corrientes, comienzan a aplicar carbono activado”, dice. “Lo que pasa es que ese protocolo está basado en tomar las muestras, llevarlas al laboratorio, y los técnicos miran al microscopio cuántas cianobacterias hay. Mientras hacen eso, el agua está pasando por atrás y se mete en la piscina del tratamiento sin que haya comenzado a utilizarse el carbono activado. Eso es lo que queremos ayudar a evitar proporcionando formas de obtener alertas tempranas”, sostiene Luis.

Luis cuenta que los técnicos de los laboratorios de Aguas Corrientes pueden predecir qué microorganismos van a aparecer en el agua de acuerdo a las lluvias que se han venido dando. “No tienen datos numéricos, lo saben a ojo de buen cubero, pero eso no lo pueden bajar a datos o a un protocolo, porque es simplemente su experiencia personal. La idea es brindar una herramienta que mejore esa predicción y que les permita anticiparse a lo que va a estar llegando a Aguas Corrientes”, redondea.

“Por otro lado, toda esta información permite identificar sistemas que pueden ser gestionados por el Ministerio del Ambiente por su gran peligrosidad”, dice también Luis, en línea con aquello de que lo mejor no es curar sino prevenir. El trabajo es claro en identificar zonas con gran exportación de cianobacterias, los puntos calientes de los grupos 1 y 2, y zonas frías a preservar y no alterar, los grupos 4 y 5. Habría que empezar a gestionar el territorio teniendo esto en cuenta.

“Ahí entramos en el Plan de Cuenca del Santa Lucía. Esto puede ser un insumo de información para ese plan de cuenca. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué zonas tenemos que recuperar? ¿Qué zonas tenemos que preservar?”, sostiene Marcel.

Éramos pocos y viene un plan nacional de riego

Así como el cambio climático parecería indicar que la exportación de cianobacterias de los tajamares va a ser más frecuente, hay otro factor que hace que este trabajo sea profundamente relevante. Tras la sequía que atravesó el país recientemente, todos los partidos tenían en su plataforma electoral, y el Frente Amplió, que resultó ganador, también, algún plan de riego. Según anunció el gobierno entrante, la intención de ese plan es impulsar la producción agropecuaria.

Al ver el mapa de la cuenca, con sus 325 tajamares, cabe preguntarse cuántos más embalses para riego pueden hacerse allí sin agravar lo visto en las zonas calientes ni deteriorar las zonas frías de exportación de cianobacterias y otro fitoplancton.

Promover los embalses en las zonas calientes (sur de la cuenca, centro) parecería una locura. Como lo sería convertir la zona fría del noroeste de la cuenca en un grupo caliente al agregar más embalses para riego. El mapa que muestra el trabajo llama a adoptar medidas para solucionar problemas, pero más aún, nos indica dónde no agravarlos aún más.

“También tenemos un tema que fue bastante discutido entre nosotros y también en otros ámbitos, que es cuánta superficie ocupan las microcuencas que vierten hacia estos reservorios que son usados con fines productivos en una cuenca donde, se supone, se espera que la finalidad principal sea de potabilización del agua”, dice Bernardo. “Al realizar mediciones, estimamos que con estos tajamares cerca del 5% del agua que debería ir al Santa Lucía va directamente hacia esos reservorios”, lanza. ¿Qué pasará si se empieza a promover la construcción de reservorios, que no van a ser de media o cuarta hectárea, sino que se espera que sean mucho más grandes? No se sabe”, nos invita a reflexionar Bernardo.

“O si se promueve la construcción de varios cientos o miles de tajamares pequeños. Porque hoy la situación de estos embalses es de un desorden total. Si se comienzan a promover, ¿en base a qué pautas se hará? Si lo que se pretende es asegurar el agua, ¿cómo se va hacer? ¿Se habla de agua subterránea, agua superficial, agua embalsada de los cursos, recuperar los cursos, recuperar los suelos para que acumulen más agua?”, interroga entonces Marcel.

“Según la ley de evaluación de impacto ambiental, los embalses de menos de 100 hectáreas no necesitan ninguna autorización ambiental”, echa leña al fuego Luis. En efecto, según la normativa actual, deberán solicitar Autorización Ambiental previa los embalses “con volumen mayor a dos millones de metros cúbicos o con un espejo de agua mayor a 100 hectáreas”.

“Entonces, si empiezan a hacer embalses de hasta 99 hectáreas, o se promueven muchísimos embalses pequeños, empieza a quedar un poco obsoleta la legislación actual porque no van a ser evaluados desde el punto de vista estratégico para lo que es la cuenca, y tampoco serán evaluados de forma aislada porque son muy chicos”, señala Bernardo.

¿Está usted pensando en un plan de riego?

Así las cosas, le pregunto si con base en este trabajo tienen algo para decirles a quienes en este preciso momento están pensando en el plan de riego a implementar.

“Las predicciones del cambio climático nos indican que va a ser necesario riego para mantener la producción. Eso no implica salir a lo loco a hacer un riego caótico que genere más problemas que soluciones”, afirma Marcel. “Hay que trabajar en detalle la instrumentación de planes de riego territorialmente diferentes. Y eso no es a partir de la ley de riego, que lo único que aseguraba era la disponibilidad de agua para aumentar la productividad. Hay que pensar cómo aumentamos la disponibilidad de agua para la producción sin generar problemas como este de la exportación de cianobacterias desde los tajamares u otros que pueden ocurrir”, redondea.

Luis piensa y también tiene algo para decir. “Hay que considerar que la creación de nuevos embalses para estos fines no termina en la presa y en el agua embalsada, sino que su calidad ambiental va a terminar afectando aguas abajo a otros sistemas. No deberíamos considerar los embalses como sitios aislados, sino conectados con una red hidrográfica. De darse un empeoramiento de la calidad del agua en esos embalses, eso va a implicar consecuencias aguas abajo, en este caso, en la toma de agua del Santa Lucía”, desliza.

Pero Luis no se queda en las advertencias. Tiende la mano de él y de la gran comunidad de personas que investigan en limnología. “Por tanto, hay que considerar que en el caso de hacerse embalses y de requerirse aumentar el riego, es necesario un monitoreo sistemático y la gestión de estos sistemas para tratar de anticipar fenómenos nocivos y poder incidir en su calidad de agua, y en lo posible mitigar fenómenos de mala calidad de agua. Los embalses de un plan de riego no pueden quedar como sitios aislados, tanto de las autoridades del Ministerio de Ambiente como de la academia”, señala.

“Este proceso humilde de generación de información es una muestra de que conocemos bastante del funcionamiento de los sistemas ambientales vinculados al agua. Por tanto, el sector político ya no tiene la excusa de que no sabe lo que podría pasar. Ahora lo sabemos”, remata Marcel.

“Y saber lo que pasa es gratis. Las imágenes son gratis y nuestra calibración para estanques y taipas también. La finalidad del trabajo era poder ajustar una herramienta de acceso gratuito”, enfatiza Bernardo.

Todo lo que estos limnólogos y geógrafos hicieron es fácilmente transferible. La herramienta que armaron está casi pronta para ser transferida a la OSE, el Ministerio de Ambiente, la Dirección Nacional de Aguas, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, investigadores y quien quiera utilizarla. “Por lo pronto, la ecuación la puede tomar cualquiera y aplicarla a las imágenes de Sentinel-2 para ver los niveles de clorofila en los tajamares”, señala Bernardo.

“Así como hay un sistema de monitoreo de seguridad de la ciudad a través de múltiples cámaras, sistemas de inteligencia artificial de reconocimiento facial, etcétera, ¿por qué no pensar en una plataforma de vigilancia ambiental con herramientas de este tipo, abiertas, en el que se pueda ir mapeando sitios de mayor riesgo que abarquen la cuenca del Santa Lucía y sus pequeños reservorios, pero también Paso Severino o los embalses del río Negro?”, lanza Luis.

Estamos en la era del big data, del aprendizaje automatizado y los algoritmos. Si el país en serio apuesta a la inteligencia artificial, ¿no hay gente dispuesta a integrar toda esta información y conocimiento a una aplicación que permita el monitoreo en tiempo real asistido por machine learning de los más de 350 embalses de la cuenca de donde toma agua el 60% de la población del país? ¿Podríamos además, con esa IA, colocar más embalses hipotéticos a la cuenca y ver qué pasaría en distintos escenarios del plan de riego que se esté pensando? Bernardo, Luis y Marcel, y junto con ellos otro montón de investigadoras e investigadores, nos muestran una vez más que el conocimiento está. Qué fantástico sería comenzar a utilizarlo para la felicidad y el bienestar de la mayoría.

Artículo: Geographic variation in the potential transport of cyanobacterial blooms to the main water utility of Uruguay
Publicación: Inland Waters (febrero de 2025)
Autores: Bernardo Zabaleta, Marcel Achkar y Luis Aubriot.