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Rambla de Palermo, Montevideo (archivo, diciembre de 2020).

Foto: Federico Gutiérrez

Entrenamiento feminista y antifitness

7 minutos de lectura
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¿Es posible reapropiarse del ejercicio físico e ir contra los mandatos que atraviesan la industria?

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Vos podés. Desafiá tus límites. Los obstáculos están en tu cabeza. Salí de tu zona de confort. Sé quien quieras ser. Construí la mejor versión de vos misma. No pain, no gain. Dale, vos podés.

Desde que la industria del fitness tuvo su crecimiento más notorio con el boom de las redes sociales, los mensajes de superación, cargados de presiones y estereotipos inalcanzables, también crecieron. Cada vez hay más gimnasios, disciplinas, programas de entrenamiento online, fit influencers y health coaches, sumado al bombardeo de dietas, suplementos y oferta de ropa deportiva cool. La industria del fitness sigue creciendo y mueve millones.

En este contexto, el lugar en el que muchas veces quedan las mujeres es más o menos el mismo contra el que batallan en distintos ámbitos de su vida: presiones disfrazadas con frases de autoayuda, control sobre sus cuerpos, estereotipos que las intentan sexualizar y normativizar, ideales que frustran, y culpa, mucha culpa.

De forma lenta pero segura aparecen voces que intentan problematizar el universo del fitness desde una perspectiva feminista. Voces que entienden que el ejercicio físico es una herramienta de salud integral, empoderamiento, liberación. Pero para llegar a eso hay varias discusiones que dar. la diaria consultó a las entrenadoras Noris Vargas Garciaguirre, de México, y Florencia Salas, de Argentina, que desde sus espacios de trabajo buscan fusionar el entrenamiento con el feminismo.

Casi todas llegan por lo mismo

Salas empezó el gimnasio a los 14 años con el mismo objetivo con el que llegamos la mayoría de las mujeres: bajar de peso. Su vínculo con el ejercicio fue mutando con el tiempo, y con formación e investigación mediante llegó a su actual propuesta: hackear el fitness, alejándose del reduccionismo que vincula al ejercicio con el resultado estético.

“Tengo 30, crecí entre los 90 y los 2000, una época dura con mandatos de belleza de súper modelo y delgadez extrema. El feminismo creo que vino a darnos una vuelta tremenda a esta nueva ola”, dijo Salas. Contó que cuando empezó a formarse como entrenadora notó que el entrenamiento y el feminismo iban por caminos paralelos. “Sin embargo, el feminismo voltea la nutrición, la psicología y la medicina, y hay un montón de referentes feministas en muchas de esas áreas. Pero desde el ámbito del ejercicio, esas voces son pocas y no tienen visibilidad”, agregó.

Al igual que Salas, Garciaguirre también empezó a ejercitarse alguna vez para bajar de peso. Hace unos seis años conoció el entrenamiento funcional y le encantó, pero identificó que faltaba un abordaje del ejercicio con perspectiva de género. “Mi entrenador era una persona maravillosa que me animaba, pero cuando surgían cosas sobre mi ser mujer, no lograba empatizar ni entender mis preocupaciones o al menos tomarlas como válidas”. Agregó que fue por eso que decidió comenzar a estudiar y certificarse.

Para Garciaguirre, en el ámbito del fitness la mujer suele “sentirse todo el tiempo observada y juzgada, sus intereses y preocupaciones son minimizados o ridiculizados y los gimnasios suelen ser espacios donde convencionalmente pierde total agencia sobre su cuerpo”. Por este motivo, su primera motivación fue ofrecer a las mujeres espacios de entrenamiento seguros.

Actualmente Garciaguirre llama a su propuesta “antifitness”. Esto no quiere decir que busca oponerse a lo que significa el fitness a nivel conceptual, que, entre sus diversas definiciones, se puede considerar una búsqueda de bienestar y salud física a partir del desarrollo de la tríada de nutrición, ejercicio y descanso de forma sostenida en el tiempo. Lo que propone la entrenadora tiene que ver con cuestionar la industria que hay detrás.

Los pilares

Ilya Parker, especialista en medicina deportiva, definió el término “cultura de fitness tóxico”. Y el activista y entrenador estadounidense Justice Roe explicó los ejes del complejo industrial del fitness: “Se trata de un sistema que reproduce la idea de que ciertos cuerpos son válidos: heteronormales, blancos, delgados y sin discapacidad visible. Son cuerpos que además se muestran en un contexto de cierto poder adquisitivo, porque el factor de clase es muy fuerte”, detalló Garciaguirre.

Tomando como referencia esas dos bases teóricas, el antifitness de esta entrenadora llega para promover el ejercicio físico a través de cinco pilares fundamentales: inclusión, accesibilidad, antigordofobia, interseccionalidad y horizontalidad entre entrenadora y entrenada.

“El antifitness no busca pelearse con el entrenamiento ni con el gimnasio ni con los objetivos estéticos, que también son válidos. Busca despegarse de la idea de que hay sólo un cuerpo y una forma de entrenamiento válidos”, detalló la profesora. A su vez, remarcó la necesidad de hacer del ejercicio un espacio más accesible a nivel económico. En México, ejemplificó, “se hacen constantemente chistes clasistas y gordofóbicos sobre quienes van a los parques a practicar zumba”, cuando en realidad se trata de espacios que les permiten a muchas mujeres moverse.

Arquetipos

Al googlear “mujer fitness” las imágenes que aparecen son más o menos similares: mujer delgada, de calza y top. “Todas podrían ser la misma y todas están mostrando el abdomen. Entonces, desde la industria se reproduce el discurso de ‘empodérate’, pero no lo hagas tanto que incomodes. Empodérate, pero no tanto que dejes de ser sexualizable. Empodérate, pero no tanto que dejes de verte femenina, sexi y delgada”, apuntó Garciaguirre.

De cierto modo, las mujeres que más alcance tienen en la industria del fitness son aquellas con un porcentaje de grasa bajo y con su musculatura trabajada a la vista. Y, como dice Salas, “la culpa no es de la mujer que reproduce el estereotipo sino del sistema que hace que eso sea lo que más se consume”. Entonces, mientras varios entrenadores hombres comparten en sus redes información científica vinculada al ejercicio y la salud, las entrenadoras mujeres que más likes acumulan suelen compartir recetas, videos con ejercicios de glúteos y posteos de cómo quemar calorías.

“¿Cuántas mujeres ves entrenando a hombres? En cambio, ¿cuántos hombres ves entrenando a mujeres?”, cuestionó Salas. En ese sentido, remarcó que socialmente se genera una especie de confianza sobre los hombres, cuando dos profesores de la misma área pudieron haber estudiado exactamente lo mismo. “Capaz que hay un tipo todo musculoso que puede dar yoga o una profe recontra flaquita que puede dar musculación, o una profe con sobrepeso que puede dar aeróbico. Es necesario romper con esos estereotipos de que el cuerpo determina lo que sos capaz de enseñar o hacer”, agregó.

A su vez, la entrenadora, que se está formando en sociología y busca integrar una mirada colectiva en el fitness, indicó que hasta en lo motivacional al hombre se lo incentiva a ejercitarse para mejorar sus habilidades y para competir. En tanto, a la mujer se la busca motivar con fines estéticos. De hecho, habló de programas de entrenamiento “para mujeres” que promueven afinar la cintura, aumentar glúteos, bajar de peso.

¿Qué pasa cuando el ideal es una mujer con cuerpo hegemónico y una situación privilegiada a nivel socioeconómico? “De repente doña Rosa tiene un laburo de ocho horas, tres pibes para cuidar, un padre ausente y tareas de la casa de las que se tiene que hacer cargo. Y de repente esa influencer en la que se inspira vive de su cuerpo”, explicó Salas. En ese contexto, muchas veces esos arquetipos de mujer se tornan inalcanzables y generan frustración. Además, como dijo la entrenadora que propone hackear el fitness, “estas influencers muchas veces dicen que comen de todo y que sólo entrenan unos 30-40 minutitos, cuando sabemos que esos cuerpos no se consiguen sin al menos una hora o más por día de trabajo sectorizado de los grupos musculares, más el descanso y la nutrición. Ese discurso que esconde ciertas mentiras potencia la frustración”.

Por otro lado, también generan culpa en las que intentan cumplir a rajatabla con esos estándares y no siempre pueden, y esto potenciado con el bombardeo constante que se da en las redes sociales. No es casualidad que desde que se dio el boom digital del fitness en nutrición se comenzó a hablar, y cada vez más, de trastornos como la vigorexia y la ortorexia. El primero, vinculado con la obsesión hacia la ganancia de masa muscular, sumada a una distorsión del esquema corporal, y el segundo tiene que ver con la obsesión por la comida saludable. “La industria promueve que tengamos una relación enfermiza, llena de restricciones, tratamientos obsesivos. Y muchas veces estas personas con trastornos están socialmente validadas, porque no se nota”, reflexionó Garciaguirre.

Gordofobia

Las entrenadoras consultadas coinciden en que desde la industria del fitness, como en la mayoría de los ámbitos de la sociedad, se promueve la gordofobia. Muchas veces, bajo un discurso que plantea que estar saludable es igual a ser delgado y que el sobrepeso siempre es sinónimo de enfermedad.

“No suele promoverse el entrenamiento a través de imágenes de personas que no sean hegemónicas. Si bien algunas empresas deportivas e influencers están intentando trabajar bajo la idea de la diversidad corporal, todavía está presente el miedo que nutre al complejo del fitness y que lo mantiene como una industria megamillonaria, y es que lo peor que te puede pasar en la vida es ser una persona gorda”, apuntó Garciaguirre.

Para Salas, la gordofobia en la cultura del entrenamiento se vivencia desde los libros de anatomía: “En la carrera siempre vemos cuerpos musculosos, nunca una persona gorda. La grasa se demoniza. Te enseñan que la gente va a recurrir a vos para bajar de peso y vos tenés que estar preparada para hacer eso, pero yo también enseñaría a prepararse para contestar que eso no es lo único que tiene que buscar”.

Reapropiarse del ejercicio

“El feminismo implica cuestionar un montón de cosas, y el entrenamiento no puede ser la excepción”, apuntó Salas. “Tenemos que tratar de ser conscientes de todo lo que consumimos y de que podemos elegir. Está bueno preguntarse si quiero tener la panza chata y la cintura finita por mí o si estoy entrenando porque me metieron en la cabeza que tiene que ser así. Creo que es una manera de recuperar la soberanía del cuerpo y entrenar por los otros dos millones de beneficios que tiene el ejercicio. Y te vas a permitir, por ejemplo, irte de vacaciones y descansar, sin culpas. El cambio que hay que hacer tiene que ser individual y colectivo”.

Para que el ejercicio también sea una herramienta de liberación y empoderamiento, Garciaguirre recuerda que cualquier objetivo es válido, en la medida en que sea propio. “Que entrenes buscando cambiar tu apariencia no tiene por qué ser banal. No pasa nada con la manera en que vives tu cuerpo”. De todas formas, la entrenadora mexicana propone cuestionar los mandatos y comprender que “tú eres más que tu apariencia y el entrenamiento es más que un medio para conseguirlo”.

“Hay una narrativa derrotista que siempre ha estado detrás de la capacidad física de las mujeres. Desde pequeñas pesa esta idea de que si sos niña, no eres fuerte. Entonces, no corras, no saltes, no te ensucies, no te muevas, no hables, no grites. Esto nos hace tener una desconexión con lo que nuestro cuerpo puede hacer y lo consideramos sólo un medio para satisfacer necesidades ajenas”, dijo Garciaguirre. “El entrenamiento te puede ayudar a descubrir que eres fuerte, que puedes cargar pesado, sudar y perder la compostura, que puedes reírte y ensuciarte”, concluyó.

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