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Árboles de Montevideo: un libro objeto que propone compartir conocimientos, apreciar la belleza vegetal y la contribución de la naturaleza a la calidad de vida

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Este “paseo ilustrado a través de la flora urbana” invita a descubrir una selección de 50 ejemplares que son parte de la vegetación de la ciudad y de otras zonas del país.

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Editar

Llegó a ser un tema de conversación en Alter Ediciones si armaban un sello específico para las publicaciones de corte botánico o de divulgación científica. Finalmente optaron por incluirlas en el cuidado conjunto de volúmenes. La joya más reciente de la editorial es Árboles de Montevideo. Un paseo ilustrado a través de la flora urbana, un trabajo en el que Eloísa Figueredo se ocupa de la información y Javier Lage ilustra el medio centenar de árboles seleccionados.

Hace al menos diez años que el diseñador gráfico y editor Manuel Carballa se interesa por el mundo vegetal, una afición que lo condujo repetidamente al Jardín Botánico, donde tomó cursos en la época en que Carlos Brussa dirigía el parque, y que se vio reflejada en su momento en “La vuelta al mundo en 80 árboles”, una aplicación gratuita para recorrer virtualmente las diversas categorías que componen el acervo vegetal. “En esos cursos entablé un vínculo de amistad con varios de los docentes, entre ellos Brussa, y cada tanto intercambiamos alguna idea, y siempre me puse a disposición para pensar materiales y publicaciones”, contextualiza. De hecho, con Brussa espera dar a conocer este año un material riguroso y actualizado sobre helechos de Uruguay.

“Por un lado, a la editorial no le interesa tener un perfil muy ordenado en cuanto a sus colecciones”, admite Carballa, ya que en los hechos editan fotografía, literatura infantil, ensayo, narrativa y ahora divulgación científica, con las diversas variantes –por ejemplo, el humor– dentro de cada uno de esos géneros.

Bellos con criterio

“Nos gusta hacer una selección de libros que nos parece importante que existan y desde ese lugar construimos un conjunto de publicaciones que tienen un diálogo entre ellas, vinculado también con la manera en que nos gusta mirar el mundo y que los lectores lo miren”, indica. Carballa recalca el perfil político definido de la editorial, “recostado sobre el anarquismo”, y dice que no es el objetivo sacar muchas publicaciones al año. “Nos gusta elegir muy bien los textos, tratar de tener un buen vínculo con nuestros autores y hacer objetos-libros que la gente quiera tener y cuidar. Y que no sean sólo bellos, sino que aporten desde el contenido”. Enlazado con la ideología que respalda el trabajo de su catálogo, Carballa recuerda que “muchos anarquistas tuvieron una mirada sobre el mundo vegetal y la naturaleza, la ecología siempre estuvo presente”. Y algo maravilloso que lo atrapa de las plantas: “Tienen una organización muy diferente al resto de los seres vivos. Sus organizaciones son más bien difusas, pero por otra parte son seres muy robustos, que viven mucho tiempo y que resisten con capacidades asombrosas desde cuestiones climáticas hasta eventos como los terremotos. O sea, hay muchos árboles que han resistido largos períodos históricos. De alguna manera, uno de los grandes temas que nos debemos como sociedad es tratar, tal vez, de pensar en imitar estas organizaciones que tienen la capacidad de funcionar descentralizadamente y de una forma muy eficiente. Tanto es así que Stefano Mancuso, divulgador de estos temas, habla de que le podemos quitar el 80% del cuerpo a una planta e igual así sigue viva, porque sus partes fundamentales están en cada sección de la planta, y tienen esa capacidad de regenerarse”.

En ese marco se inscribe el singular volumen Árboles de Montevideo, cuyo origen está en una serie de fichas para estudiantes que Lage y Figueredo venían elaborando para la Escuela de Jardinería del Botánico, el primero como director de ese espacio y la segunda como docente. Hace dos años convocaron a Carballa para mostrarle el material generado hasta ese momento. Ya que fue necesario pulir la lista de ejemplares a incluir en la edición en papel, Figueredo tomó cartas en esa difícil tarea, en tanto que Carballa iba sugiriendo posibles jerarquizaciones para dosificar el material, al tiempo que hacía una revisión de tesis acerca del asunto, recibía asesorías y se reunía con Alfonso Arcos, del sector de arbolado de la Intendencia de Montevideo, para relevar y actualizar datos existentes. Durante el proceso de revisión, Carlos Brussa notó que la corteza de un plátano tenía algunas incorrecciones, de modo que Lage, que trabaja a partir de modelos naturales, debió encarar nuevamente la ilustración de ese tronco. Con ese nivel de detalle asumieron el libro.

Fue idea del editor la inclusión de un mapa infográfico desplegable, que orienta sobre algunos ejemplares –espléndidos timbó o ibirapitá– que proponen visitar. Carballa señala que buena parte de las especies reseñadas, aunque sea con otros nombres comunes, se encuentran en otras ciudades de la región.

A ras del piso

La técnica en jardinería y correctora editorial Eloísa Figueredo es, como se consignó, docente de la Escuela de Jardinería, autora de Arriba en las ramas (Tunita Ediciones, Santillana), ganadora del premio Bartolomé Hidalgo en la categoría Libro Álbum Infantil, y colaboradora de la diaria. Con ese bagaje y amor por las plantas, considera fundamental transmitir que la mejor manera de tomar contacto con los árboles que nos rodean es desplazándose a pie.

Acerca del proceso de selección que le tocó en suerte, cuenta que se propusieron reflejar en este proyecto 50 especies sabiendo que necesariamente iban a quedar afuera otras tantas importantes o, al menos, bastante frecuentes en el arbolado de Montevideo. Ese medio centenar de afortunadas fueron las que calcularon que podían abordar en tiempo y forma. “Había una limitante de tiempo. Partimos de árboles de las alineaciones de las veredas, porque era algo que ya veníamos trabajando con Javier para las fichas de la web del Jardín Botánico. Teníamos parte del material adelantado”, relata.

Sin embargo, no siguieron un único criterio, ya que la propuesta de guiarse por la alineación de vereda se rompe en el caso de los ombúes o de los cedros, que no corresponden a esa categoría. “Pero los incluimos por otros motivos: el ombú y el cedro son árboles que tienen cierto carisma y que los habitantes de la ciudad pueden reconocer”. El primer corte que hicieron los enfrentaba a los ejemplares más comunes, aunque luego entró un “raro” en la ciudad y en los jardines, como es el ceibo blanco, ya que tenía el atractivo de que es el árbol que tiene la flor nacional en una variedad de color blanco.

Hablando del atractivo de la floración, eso provocó el ingreso del castaño de Indias a la lista final. De los que quedaron fuera, cita por ejemplo a los olmos (que pueden encontrarse en barrios como Cordón), que ya no se plantan más, debido, entre otras razones, a un insecto que ataca su follaje, y a los cipreses.

En el acopio de información, Figueredo señala cierta dificultad o distancia cultural para aportar más datos sobre la historia social de ciertas especies, más allá de desde cuándo se cultivan, en especial para las de origen asiático, trascendiendo las referencias más cercanas, como el cerezo y el ginkgo. La experta cuenta cómo estas especies llegaron a nuestra geografía a través de “cazadores de plantas” europeos que, en busca de rentabilidad, las introdujeron en su continente, traídas directamente desde jardines de China, por ejemplo, a partir del siglo XVII. Lamenta, en ese sentido, no contar con más contexto cultural, ya sea de la ornamental espumilla o del arce tridente, que aquí se cultivan.

Aunque estimaba que Árboles de Montevideo iba a tener sobre todo una consulta fragmentada, inspirada por la curiosidad, las primeras devoluciones del público la sorprenden con lecturas voraces, de principio a fin.

Ritmos naturales

Si bien Javier Lage también está especializado en ilustración científica –que no lleva color sino un punteado característico para las sombras, hecho con tinta china o fibra–, a los efectos del presente libro utiliza la acuarela, “una técnica que se seca muy rápido y en la que uno, no digo que sea hiperrealismo, pero se puede expresar cercano a lo natural”. Lage evoca a las primeras colegas inglesas que se decantaron por la acuarela. “Si fuera óleo o acrílico, hay que esperar que se seque”, señala, lo que sería un inconveniente grande tratándose de muestras frescas, las propias plantas, que duran lo que duran. Por tanto, la rapidez del dibujo es un factor determinante, puesto que a medida que se marchitan, las flores, por caso, cambian de tono.

Dominando la acuarela, se plasma además la luz cambiante a lo largo de las estaciones. “Al decidir tomar muestras frescas, evidentemente, si queremos seguirles el rastro a todos los detalles de una especie, necesitamos un año, porque tiene que florecer, fructificar, si pierde la hoja, obtener el colorido otoñal del follaje, y todos los cambios fenológicos, periódicos, que tiene una planta. De modo que si se te pasó algo, hay que esperar un año para dibujarlo. La naturaleza te lleva al trote”, dice. Completar una lámina sobre el palo borracho puede insumir un promedio de 20 horas.

¿Cómo deviene alguien en dibujante botánico? Al arquitecto Javier Lage le llegó como una suerte de vocación adicional, cuando trabajaba en la oficina de Paseos Públicos de la Intendencia. En sus ratos de ocio, siendo entonces estudiante, se ponía a dibujar. Corría el año 1981 y estaba por reabrir el Jardín Botánico, bajo la dirección de Atilio Lombardo, que dependía de ese sector municipal. El director de arbolado, que estaba armando el equipo del Botánico, lo invitó a sumarse a lo que sería una inusual sala de dibujo, con personal permanente para ilustrar. Lage entró como ayudante del arquitecto e ilustrador botánico –a la sazón, su maestro– Pedro Cracco. Trabajando codo a codo ocho horas por día a lo largo de 30 años, Lage le tomó el gusto a ese tipo de dibujo, se especializó. Todavía perduran en el Museo del Jardín los paneles botánicos que prepararon en aquel entonces. Justamente ahora, apunta Lage, hay una exposición de los trabajos de Cracco, a quien le sigue los pasos, en el parque del Botánico.

Lage ha mapeado especies y ha diseñado proyectos paisajísticos, a la par de su desarrollo profesional como profesor e ilustrador, incluso en revistas internacionales arbitradas. En cuanto a otros antecedentes que den cuenta del arbolado de Montevideo, cita algunos almanaques del Banco de Seguros del Estado y ciertas publicaciones de Brussa.

Consultado sobre las especies más simples o más complicadas de dibujar, Lage explica que, por ejemplo, la aparentemente reconocible palmera presenta en el libro cuatro ejemplares: la pindó, la butiá, la fénix y la washingtonia, y tienen que aparecer diferenciadas desde sus hojas, desgarbadas o desordenadas, o más rígidas. Por lo expuesto, exigen un dibujo más complejo. “Los árboles capaz que no, porque los mirás a la distancia –sea un álamo, un fresno, un plátano: la forma, el colorido, la proporción tronco-copa– en un parque, a 50 metros, y podés diferenciar la especie, pero lo que ves es textura, sobre todo, una mancha”, apunta. “Si mirás bien, si te detenés en dos o tres dibujos del libro, vas a ver que el recurso expresivo unitario son puntitos puestos uno al lado del otro, con efectos de claroscuro y de contraste. Aunque suene paradójico, estoy de acuerdo en que la palmera parece más fácil porque el dibujo es más claro; uno se enfrenta al árbol y lo primero que tiene para dibujar es confusión”.

Lanzamiento

Árboles de Montevideo (Alter Ediciones, 150 páginas) se presenta el viernes 17 de mayo a las 15.00 en el salón del Museo del Jardín Botánico (19 de Abril 1181). El libro, que recibió el apoyo del Fondo Concursable para la Cultura (Ministerio de Educación y Cultura), está en venta en librerías a $ 950 y se puede adquirir en la web, donde también venden el afiche infográfico desplegable por separado y hacen envíos gratuitos dentro de Montevideo.

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