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Milita Alfaro

Foto: Alessandro Maradei

“La tristeza espantosa de un año sin tablados”: conversamos con Milita Alfaro sobre carnavales bárbaros y suspendidos

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“No hay una sola casa que haya logrado conservar sus vidrios sanos”, reza el texto de un diario capitalino, a la mañana siguiente de la última noche del agitado carnaval de 1885.

Ya hacía más de una hora que charlábamos en el living de su casa, rodeados de bibliotecas y en compañía de sus dos gatos. Con algo más de confianza que al principio, me atreví a preguntarle por un dato vago pero cierto que se me había quedado en la cabeza con algo de rencor, justo al lado de recuerdos alegres, y unas cuantas imágenes. Sólo mencioné una fecha inexacta: finales de los 80. No encontré necesario contar sobre un pomo azul con la forma de Batman, y le pedí más información sobre las reglamentaciones municipales para el uso festivo del agua en carnaval.

Agrupación carnavalera fotografiada por Jesús Cubela, año 1904.

Foto: anaforas.fic.edu.uy

Milita Alfaro (historiadora, profesora y escritora uruguaya) se fue hasta 1830. Mencionó tinajas, baldes llenos por las ventanas, torrentes de agua cayendo sobre los trajes, los vestidos y los sombreros de hombres, mujeres y niños unidos voluntaria o inevitablemente a la fiesta. “Son esas normas que se dictan para no cumplirse”, me cuenta, y no precisa abrir ningún álbum de fotos para viajar en el tiempo.

En su relato vivo y distendido, por momentos todo parece menos grave, como en un continuado de películas de vacaciones. De pronto, y en el viaje hacia atrás, los carnavales se vuelven más salvajes, atemorizantes, aunque siempre fascinantes. En 1985 una murga descolorida canta frente a las cámaras de televisión de Saeta; en 1958 el humorista Luis Guarnerio hace de anfitrión en un ágape en La Vascongada, utiliza un lenguaje exquisito y los presentes le brindan sus respetos con educados aplausos; en 1960 un carro alegórico tan grande como un edificio de tres pisos se ve idéntico a un motociclista eufórico que fuma sin vergüenza y festeja la compañía femenina que lleva a la espalda.

Tablado "Oldimar", año 1917.

Foto: anaforas.fic.edu.uy

Más atrás, niños, con permiso de sus padres, se ponen caretas y visitan las casas de sus vecinos. Más atrás, los festejantes escalan las paredes de las casas, invaden los hogares, se pelean y celebran, rompen todo a su paso y salen corriendo. Ya estamos en el siglo XIX y es casi imposible suspender un carnaval. Pero Milita tiene más cuentos, y puede ir hacia atrás o hacia adelante con la misma rapidez y precisión que el reproductor de videos VLC Player.

Reconoce que para ella “todo el año es carnaval” y que si bien su trabajo la puede llevar hacia otros lugares, su foco siempre está puesto en la fiesta de Momo. Sus libros y sus investigaciones son referencia obligada para quien desee acercarse a este particular fenómeno oriental. Actualmente es la responsable de la Cátedra de Carnaval y Patrimonio de Unesco (en cooperación con la Universidad de la República –Udelar– y la Intendencia de Montevideo), que en 2020 presentó Carnaval en Anáforas, un archivo digital y de acceso gratuito que permite recorrer la historia de esta fiesta a través de miles de documentos, recuperados y restaurados para el disfrute de los carnavaleros, los historiadores y todo aquel que se anime a confirmar si carnavales eran los de antes.

En el amanecer de un nuevo febrero, con el carnaval pinchado pero con algunas actividades al aire libre, pasamos una tarde con Milita Alfaro, y con su palabra autorizada recorrimos gratis todos los tablados.

Te escuché definirte, sobre todo y más allá de tu profesión, como una carnavalera.

Totalmente. Es una cosa que tengo muy arraigada desde niña. Me crie en el tablado de Piedra Alta y Cerro Largo. Debe haber sido uno de los últimos tablados en la calle que se hicieron en Montevideo, de los viejos tablados de muñecos. El desfile era un paseo familiar, y había que reservar las sillas desde tempranito porque la gente mataba por una. Te estoy hablando de la época en que el desfile llegaba hasta la Facultad de Derecho. Y después, de noche, al tablado, un paseo que tenía diferentes componentes. Íbamos a ver los conjuntos, pero con la barra de chiquilinas también íbamos a ver si los galancitos andaban en la vuelta. Ese era un ingrediente clave. Desde niña escuchaba el sonido de la murga y veía a esos tipos con la cara pintada, sin, de repente, entender demasiado lo que decían, y me conmovía mucho ese espectáculo.

Tablado, año 1935.

Foto: anaforas.fic.edu.uy

También te escuché decir que lo que más te gustan son las murgas.

Bueno, sí. Las comparsas también me gustan, hay que verlas, principalmente en el desfile de Llamadas. Por suerte, últimamente los espectáculos que las comparsas llevan al Teatro de Verano son mucho más innovadores e interesantes que antes, pero lo que uno quiere fundamentalmente es ver a la comparsa desfilando. Además, en memoria de papá [Hugo Alfaro, periodista, crítico de cine y escritor] voy a decirles “los negros” como les decía él, que era amante de los negros del carnaval, así como del jazz, la cultura y la música negra. Entonces los tambores no eran sólo en carnaval. En una época las familias iban a 18 de Julio a pasear los domingos, y nunca faltaba un grupito de tamborileros. Cuando aparecían, allá iba papá caminando cuadras y cuadras atrás, por el placer de escucharlos. Todas esas cosas son parte importante de mis vivencias. Después está la otra parte: mi trabajo como investigadora y mis intereses. Pero, naturalmente, una está muy ligada a la otra.

¿Cómo se explica la pasión que despierta el carnaval cada febrero en buena parte de nuestra sociedad? No son pocos los que se despiertan y se duermen pensando en carnaval, en el concurso, en el pizarrón del tablado, que discuten todo el día sobre quién está para ganar y quién no, hasta altas horas de la noche.

Es una tradición que tiene más de dos siglos. Es difícil encontrar manifestaciones culturales y sociales que a lo largo de tantos años nos hayan acompañado anualmente, y sin faltar. Bueno, estamos hablando de que esta es la quinta vez, en más dos siglos, que Montevideo no va a tener carnaval. Más allá de los cambios y las permanencias, el carnaval se reformula, se reinventa de acuerdo a los nuevos contextos y a la demanda de las sociedades que cambian. Por tanto, la sociedad uruguaya ha querido mantener vivo un ritual que a esta altura nos identifica. No sé si a todos: hay mucha gente a la que no le gusta el carnaval, y es comprensible, pero creo que hay un núcleo importante de la sociedad uruguaya que encuentra año a año en el carnaval una manera, un espejo en el que mirarse y pensarse a sí misma con humor crítico. Creo que es muy sano reírnos de nosotros mismos, nos hace bien. Ahora, vos también aludís a ese otro aspecto de vivir el carnaval con la pasión que da la competencia. Yo creo que la pasión con que los uruguayos y las uruguayas vivimos el carnaval tiene que ver con ese ingrediente. Tendrá aspectos que no son los mejores, pero que le dan también un saborcito del que uno no quiere prescindir. Yo lo vivo así y me gusta vivirlo así. Y además, el carnaval es algo así como una banda de sonido de esta sociedad, que ha tenido en el tablado su escenario privilegiado para desarrollarse.

Niños disfrazado, carnaval de 1916.

Foto: anaforas.fic.edu.uy

¿Los tambores serían esa banda de sonido?

El candombe trasciende el carnaval, pero de todas maneras el tablado ha sido un escenario importante para el desarrollo del candombe. Luego está el sonido de la murga, que eso el sonido que mejor nos identifica. Quizás es el único. Está el tango rioplatense también, una música que nos acompaña y habla de nosotros, pero la murga, el coro murguero y su ritmo, a esta altura son un patrimonio cultural clave de los uruguayos. Se ha dicho que las sociedades maduran y tienen una identidad acabada el día que logran inventar una música propia y que las identifica. Las llamadas de tambores, el coro y la batería de murga son esas marcas de identidad nuestras, además del encuentro en las noche del tablado en verano. En fin, todo eso que hoy estamos añorando, y la tristeza espantosa de un año sin tablados y sin Teatro de Verano.

En los últimos años se habla mucho de la profesionalización del carnaval, de cuánto cambió, y se da a entender que en algún sentido creció y llega a más público, por ejemplo a través de la televisión. Pero cuando he tenido oportunidad de escucharte hablar de viejos carnavales, parece no haber duda de que antes era más importante para nuestra sociedad. ¿Cuándo fue más importante?

Hay tres patas del asunto que son fundamentales para responder la pregunta: la sociedad, el Estado y el mercado. Esas tres cosas, a su manera, fueron cambiando a lo largo del tiempo, pero han estado presentes desde el comienzo. Por un lado está el gusto de la gente y la forma en que se apropió del carnaval y lo convirtió en uno de sus rituales característicos. Luego está la promoción del carnaval por parte del Estado, que tiene muchos aspectos diferentes. Porque esa promoción también va acompañada por el propósito de controlar y reglamentar la fiesta, pero al mismo tiempo dándole un espacio muy importante en la vida cotidiana de los uruguayos. Es muy difícil hablar del carnaval del siglo XIX, pero sí nos podemos referir al de comienzos del siglo XX, en el que el papel del Estado batllista es absolutamente clave. No se puede imaginar el carnaval de hoy sin ese impulso que le dio el primer batllismo, que tiene diferentes ingredientes y se nutre de diferentes intereses. Está la veta popular del batllismo, que va al encuentro de la fiesta que mejor representa a los sectores populares. Está la veta anticlerical del batllismo:, cómo el carnaval era una manera de desafiar y provocar a la iglesia. Y está la veta fundamental, que es la de promoción del turismo; ese proyecto, bastante visionario, de promover a Montevideo como ciudad balnearia, con sus playas, sus fiestas de verano y su carnaval. Cada año se diseñaba un afiche de promoción, que obviamente tenía como principal ciudad destinataria a Buenos Aires. Se mandaban por miles y se ponían en lugares estratégicos para atraer un turismo muy importante de porteños que venían a pasar todo el verano en Montevideo y que tenían como frutillita de la torta el carnaval. El batllismo lo promovió y lo financió como parte de una política pública muy importante, con sus desfiles, sus carros alegóricos y sus grandes iluminaciones. Al mismo tiempo, y ya sin la promoción oficial, la gente inventó su propio carnaval armando tablados en sus barrios. Esos tablados servían para las actuaciones de los conjuntos pero también para los concursos vecinales. En ese Montevideo estaba el concurso oficial, pero además había primero decenas y luego cientos de concursos vecinales. Los premios eran mucho menores que en el concurso oficial, pero cuando una agrupación ganaba, varios premios se hacían de una linda suma. Por eso te digo: la plata siempre jugó en el carnaval. Estado, sociedad, mercado.

José Ministeri "Pepino", año 1917. Foto: Florencio Nápoli, Anáforas

Foto: anaforas.fic.edu.uy

Y en cada época se combinaron de forma diferente.

En todos los gobiernos se mantuvo el carnaval. Lo del batllismo fue muy claro. La oposición criticaba mucho a Batlle por esto. Se burlaban y decían “los carnavales del señor Batlle”, y a la Comisión Municipal de fiesta de verano y carnaval le decían “los locos del verano”, porque supuestamente tiraban la plata en cosas que no se justificaban. En otras coyunturas políticas, con gobiernos antibatllistas como el terrismo, durante la década de 1930 se mantuvieron exactamente las mismas políticas de carnaval. Después viene el neobatllismo, y durante la década del 60 el primer gobierno blanco mantuvo las mismas políticas. La propia dictadura, más allá de todos los controles, la represión, la censura y todas las trabas que le puso al carnaval, no quiso pagar el precio político que significaba prohibirlo. Y hubo carnaval todos esos años, a diferencia de lo que pasaba en sociedades como la argentina, donde la dictadura prohibió el carnaval. A partir de 1989, cuando el Frente Amplio ganó las elecciones municipales –y después el gobierno nacional– tomó la posta, la continuó y hasta, si se quiere, la amplió, después de que la izquierda durante todo el siglo XX había tenido un discurso oficial extremadamente crítico del carnaval. Hablo del discurso y no de sus componentes, entre los cuales, naturalmente, había seguidores del carnaval. El caso más emblemático es el de Antonio Iglesias, director de Diablos Verdes: comunista, dirigente del Sindicato del Vidrio y un carnavalero de ley. La izquierda comienza a cambiar su discurso durante los 60 y en los años de dictadura, hasta convertir a la Intendencia de Montevideo en un factor absolutamente clave para el carnaval.

Contame de las anteriores suspensiones del carnaval en Uruguay.

Fueron cuatro. En 1868, en 1887, en 1904 y en 1955. Y ahora son cinco. En 1868 había problemas políticos muy graves y ese febrero fue un baño de sangre. El carnaval tenía que empezar el día 22 y ya el 19 había una situación muy conflictiva desde el punto de vista político y militar. Asesinan a dos expresidentes de la República: Venancio Flores y Bernardo Berro. Ante la muerte de Flores, que era un caudillo de enorme arraigo, el jefe político envía desde Montevideo un telegrama al interior que tiene que decir “mataron a nuestro querido general Venancio Flores, reúna a su gente y véngase”. El tipo que manda el telegrama pone “vénguese”, se interpreta como “entren a matar”, y efectivamente así sucede. Fueron días muy trágicos y se suspendió el carnaval. Ojo, hubo muchas situaciones anteriores muy complicadas en las que el carnaval no se suspendió. No era para nada habitual que eso pasara. En pleno período revolucionario, cuando en 1814 Montevideo estaba sitiado por las fuerzas artiguistas, se jugó al carnaval como si nada. Durante la Guerra Grande hubo carnaval tanto en el Montevideo sitiado, de defensa colorada, como en el campo sitiador del blanco Manuel Oribe. Es decir, se hizo carnaval en las más diversas circunstancias, pero lo de 1868 fue demasiado traumatizante. En 1887 el cólera provocó miles de contagios y más de 500 defunciones en Montevideo, que en ese momento tenía una población de 200.000 habitantes. Los comerciantes protestan por las medidas sanitarias que impone el gobierno, y cerca de febrero se suman los de una inmensa mayoría de la sociedad cuando se anuncia la suspensión del carnaval. El gobierno se mantiene firme, pero resulta que la gente toma la ciudad y se vuelve a los carnavales bárbaros, con guerrillas de agua y proyectiles, que terminan en un escándalo y en enfrentamientos con las autoridades. En 1892, Julio Herrera y Obes, presidente colorado, tenía a Francisco Bauzá como ministro de Gobierno, lo que hoy sería un ministro del Interior. Bauzá era un católico recalcitrante. Cuando terminó el carnaval, que había sido muy bárbaro, de agua, proyectiles y huevazos, le sugirió al presidente que a partir del año siguiente lo prohibiera definitivamente. Nadie le dio la más mínima bolilla al decreto y hubo carnaval nuevamente. En enero de 1904 estalló la guerra civil y el gobierno suspendió el carnaval. Parece que en los barrios la gente no se aguantó mucho, algún disfrazado hubo, pero nada más. Y en 1955 se dio una suspensión a medias. Hubo una epidemia de poliomielitis, una enfermedad terrible que atacaba sobre todo a los niños. En febrero parecía que la cosa estaba bajo control, y el carnaval llegó a empezar, pero en marzo se dispararon los casos y se prohibió.

Foto: Alessandro Maradei

Al final de la nota que publicaste en tu página web Memorias de la bacanal decís: “No me conformo con que la cuenta no se termine en el 55 y que nos haya tocado justo a nosotros vivir la quinta vez sin Momo”. Es un sentimiento que he visto expresado en muchos artistas del carnaval, que hasta último momento estuvieron pensando en cómo podían frenar la suspensión definitiva.

Desde hace meses yo venía pensando que era inevitable la suspensión, y me parece que se tomó una decisión acertada, porque hubiera sido tremendo que por una imprudencia la cosa se pusiera todavía peor. Pero es muy difícil. Hay gente que está esperando que llegue carnaval para hacer cosas que siente mucho, que las tiene adentro, y se imagina ese momento en que va a salir a decir lo suyo. Por otro lado, está el costado económico, que es muy complicado. Para muchos es una zafra y significa un ingreso muy importante. Por suerte, se ha tratado de entender esa situación y este subsidio de la intendencia pretende ayudar, pero hay gente que va a quedar afuera, y las cifras son muy exiguas, como es lógico: la intendencia tampoco se puede poner a invertir quién sabe qué platal en esto.

¿De qué manera vivís cada nuevo carnaval?

La historiadora queda de lado y soy una carnavalera más. Esa descripción que hacías de tus amigos que viven pendientes del concurso y de cómo viene la cosa, y escuchan la radio, así soy yo.

Sociedad de Negros y Lubolos Libertadores de África, año 1921

Foto: anaforas.fic.edu.uy

¿Cuáles son tus hábitos de consumo carnavalero?

Voy al Teatro de Verano a ver toda la segunda rueda. Voy al tablado y, si bien no es lo que más me gusta, también miro los conjuntos por televisión. No considero que el concurso sea lo más importante ni mucho menos, pero el tema de la competencia me puede, tengo que reconocerlo. Entonces, para poder opinar en ese aspecto o simplemente para tener una percepción mía, creo que los espectáculos hay que verlos en el Teatro de Verano con todo su despliegue y en su mejor versión. Pero una noche de tablado es maravillosa, tiene esa cosa más distendida que sigo disfrutando.

¿Y la radio?

En una época tenía el oído tan entrenado que era capaz de arriesgar una opinión solamente con lo que había escuchado de los conjuntos por la radio. Ahora sigo escuchando los comentarios. Generalmente discrepo con todo lo que se dice, pero me gusta mucho escuchar las diferentes emisoras.

El año pasado, en un trabajo sobre carnaval que me tocó realizar, escuché testimonios de muchos artistas, entre ellos Eduardo Pitufo Lombardo, Marcel Keoroglian y Jaime Roos, y muchos coincidían sobre lo extraordinario que fue el año 1985 de La Nueva Milonga. ¿Qué me podés contar?

Hoy a mí no me gusta decir que soy hincha de algún conjunto. De repente hay ciertos estilos que me gustan más que otros, y en cada carnaval elijo el espectáculo que me parece más logrado. Pero si me preguntan por el pasado, puedo decir que si de alguna murga fui hincha, esa fue La Nueva Milonga. Tito Pastrana [director de la murga], sin ninguna formación artística, tenía una cosa innata, un buen gusto para arreglar y hacer cantar sus coros, increíble. Viste que antes se decía mucho “no se entiende lo que cantan”. En este caso, a veces era mejor que no se entendiera porque las letras de la murga eran un poco complicadas, pero escuchar el sonido de La Nueva Milonga –que no tenía un coro muy potente– era una experiencia estética incomparable.

Murga Asaltantes con Patente, año 1941

Foto: anaforas.fic.edu.uy

Así que compartían ese gusto con Jaime.

Sí, claro. Por La New Milonga, como le decíamos. Es que Tito era divino, y ahí tenés, Pitufo es un poco continuador de eso. Lo que pasa con él es que cambia de títulos, pero entonces diría: soy hincha de Pitufo, hincha de Diego Bello como cupletero, de Marcel Keoroglian, otro grande, y de Julio Pérez, que para mí es la voz de la murga y del carnaval.

¿Todo el año es carnaval para vos?

Puedo estar trabajando en otros temas, pero sigue siendo el centro de mi actividad. Ahora coordino la Cátedra de Carnaval y Patrimonio, junto a un equipo integrado Belén Pafundi, Karina Acosta y Gabriela Rivera, y para este año estamos preparando nuestra presentación en el Congreso de Intercultura de Colombia, y luego también vamos a participar en el Congreso del Carnaval de Cádiz. Esta vez, todo por Zoom. Y nuestro principal proyecto, es Carnaval en Anáforas, que es el desarrollo de un archivo histórico digital del carnaval de Uruguay.

Troupe Fantasías de Carnaval, año 1943

Foto: anaforas.fic.edu.uy

¿Cómo surgió la idea del archivo?

Nosotros teníamos un acopio impresionante de material, y decíamos: “No tiene sentido generar un archivo si no lo compartís, si los investigadores y el público en general no tiene acceso a él”. A partir de un ofrecimiento muy generoso que nos hizo Anáforas, el archivo digital de la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar, para tener una página dentro de su portal nos dio la posibilidad de generar este archivo con el que seguimos trabajando. Tenemos más de 600 documentos ya subidos y miles que están en proceso de edición y que seguiremos subiendo.

Lo que vi es muy impresionante.

Sí, uno de los ejes del proyecto es una especie de relato visual paralelo, con imágenes, fotos y afiches, que ha llamado mucho la atención. Después está el de documentación oficial. La gestión de la fiesta por parte del Estado ha generado una documentación muy interesante, por ejemplo, para ver su evolución en el tiempo. Y el otro eje, que me parece muy original y novedoso para lo que son las fuentes historiográficas tradicionales, es el que tiene que ver con la recuperación de miles de repertorios de comparsas, murgas, conjuntos de todas las categorías que han animado el carnaval a lo largo del tiempo. Estos documentos tienen un valor muy particular, porque generalmente la obra de las clases populares no está presente en los repositorios tradicionales. Recuperar la voz o el punto de vista de estos sectores supone recuperar fuentes que no son con las que habitualmente trabaja el historiador. No solamente tenemos material del carnaval montevideano, sino también de otros departamentos, y ahora empezamos a trabajar con el archivo de Murga Joven, que es un fenómeno más nuevo pero que ya está generando su documentación, dado que tiene su historia y su pasado.

Quiero saber más sobre cuán trágica era para la gente una suspensión del carnaval en otras épocas.

En 1887, como te contaba, fue impresionante la reacción de la gente. Después de todo ese caos en la calle Sarandí, con garrotazos, pedradas, y trompadas, el gobierno reflexionó sobre lo hecho y se planteó: “Si hubiéramos permitido, por lo menos, un desfile, tal vez evitábamos estos problemas”, y entonces dejó que se hiciera un baile de máscaras. Fue multitudinario, y fijate lo que era el humor de la gente: el baile terminó con un gran galop que se llamó “El destierro del microbio” y se bailó hasta la madrugada. Uno podría pensar: “Después de esto, se viene una catástrofe”. Pues no, como si hubiera sido un exorcismo, amainó la cosa, los contagios de cólera fueron disminuyendo, y a los pocos días la epidemia se había terminado.

Ilustración: Ramiro Alonso

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