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Pepe Guerra, durante la actuación de Los Olimareños en la asunción de José Mujica como presidente de la República, en la plaza Independencia el 1º de marzo de 2010.

Foto: Victoria Rodríguez

Falleció Pepe Guerra

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El reconocido músico uruguayo murió a sus 80 años.

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Leído por Andrés Alba.
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El cantante y compositor José Pepe Guerra, integrante del legendario dúo de música popular uruguaya Los Olimareños, falleció este jueves a sus 80 años, según confirmó a la diaria Braulio López, su compañero en el dúo. El músico se encontraba delicado de salud desde hace varios meses.

“En estricto apego a su voluntad, no se realizará velatorio ni ceremonia fúnebre pública. Entendemos importante informar que Pepe desde hace un largo tiempo venía sosteniendo una dura y porfiada lucha contra el cáncer, al que de manera valiente enfrentó y venció. Tristemente su cuerpo no pudo tolerar el desgaste y finalmente se fue en paz, en su casa y rodeado de sus seres queridos”, dice el texto que en la noche del jueves emitieron su familia y la productora AM.

“De parte de sus familiares y amigos queremos agradecer las muestras de cariño brindadas en este momento y a lo largo de toda su vida. Tal y como Pepe lo expresaba, tanto sus restos como su guitarra serán 'enmudecidas en la tierra musical donde él soñó'”, agrega el comunicado.

Carrera fecunda

Pepe Guerra nació el 31 de octubre de 1943 en la ciudad de Treinta y Tres, a orillas del río Olimar. Hijo de un empleado ferroviario y un ama de casa del barrio La Floresta, tuvo su primera guitarra cuando un vecino le fabricó una con una lata de aceite.

Su primera presentación pública fue en la escuela, con ocho años. “La directora quería que yo cantara una zamba de Atahualpa Yupanqui, ‘Luna tucumana’”, recordó hace unos años entrevistado en el programa 33/56. “Fue mi primer encuentro con la gente de frente, cantando, y con tanta mala suerte que se me reventó una cuerda cuando estaba tocando. Hice el ridículo, pero seguí cantando”.

En la década del 50 en Treinta y Tres “había un movimiento cultural muy lindo, con mucha efervescencia”. De adolescente tocaba en los bailes, enfrentando así una dificultad que, decía, lo acompañó durante toda su vida: “Yo siempre fui un tipo muy vergonzoso, muy tímido. Exageradamente tímido y exageradamente vergonzoso. Repaso, sin embargo, los primeros pasos míos antes de Los Olimareños y tuve un grupo de música latina”. Pepe cantaba y tocaba las maracas. “Hice cosas increíbles para lo que yo era de vergonzoso”.

Un año mayor, Braulio López integraba el espectáculo Paisajes del mundo, que reunía a cantores y bailarines de la ciudad. “Por estas cosas de que uno es muy enamorado a esa edad, me metí. La culpa de Los Olimareños la tuvo una mujer. Ahí lo conocí a Braulio, los conocí a todos. Nos fuimos juntando y empezamos a cantar”, recordó Guerra. “Primero éramos unos cuantos, y creo que por un asunto de economía nos achicamos a dos”.

En charla con Lento, López explicó que el nombre lo sugirió Óscar Laucha Prieto. “Teníamos que ponerle algo, para no ponerle Guerra-López o López-Guerra; no nos gustaba eso y no encontrábamos el nombre. Un día nos reunimos con el Laucha y nos dice: ‘Che, ¿por qué no se dejan de joder y se ponen Los Olimareños?’. Y ahí quedó. Ese es el nacimiento del dúo”.

Cantaron a dos voces por primera vez en la yerra de doña Catana, en un establecimiento cercano a Treinta y Tres. Guerra con guitarra y López con bombo legüero, interpretaron la chacarera “Vuelta juera y a las empanadas” y recibieron un aplauso cerrado de parte del público.

La necesidad de crear un cancionero nacional los unió a los poetas Rubén Lena y Víctor Lima, sumando los versos de unos con las voces armonizadas de otros. Gracias a una carta de recomendación de Lena para la radio El Espectador, desembarcaron en Montevideo y se volvieron un éxito de fonoplatea, cantando por radio pero también ante quienes iban a escucharlos en vivo.

Ese éxito no era suficiente para la supervivencia económica. “Éramos unos desconocidos totales”, contó Guerra en la mencionada entrevista. “Después de esos ciclos que hicimos, que se llenaba la platea y la gente nos llevaba pasteles, vino la brava”. La ayuda vino de gente de Treinta y Tres que se encontraba en la capital. “Nos acogían en su casa porque ellos extrañaban allá. Mucha cantidad de gente nos ayudó. Nos mantenían, nos tenían en la cuna”.

En 1963 grabaron su primer larga duración y muy pronto temas como “De cojinillo”, “A don José” y “Orejano” empezaron a volverse populares. “La gente se prendió. Tuvimos suerte. Claro, la gente estaba acostumbrada a la luna de Tucumán y de repente vienen unos y le cantan al gaucho de acá, al peón de acá, al hombre de acá. La gente evidentemente se sentía identificada con aquello. Y además cantábamos cosas cotidianas del barrio, pero del barrio de acá, no de San Isidro. Creo que por ahí fue prendiendo la cosa”.

Para Guerra, otro elemento importante era la letra. “Siempre creí que lo principal era el texto, la poesía en la canción. La música, si bien es importantísima, es más abstracta. Fuimos muy rigurosos siempre, sobre todo en las letras. Rubén Lena decía: ‘Tiene que haber un fogonazo, una cosa que pegue’, aunque después la letra siga así nomás”. Y no eran temas sencillos de componer. “Aquella gente no hacía canciones de un día para el otro. Una canción les demoraba años; estaban ahí escondidas y las seguían trabajando. Yo me acostumbré a ser así con mis canciones, tanto que dejé de hacerlas porque era demasiado laburo”.

Los Olimareños fueron punta de lanza de la canción popular de raíz folclórica uruguaya. Y al igual que les ocurrió a sus colegas, después del boom llegarían la censura y el exilio. “Una vuelta cayó un policía a mi casa con un decreto sin sello, sin nada, que decía: ‘Prohibido cantar en todo el territorio nacional’ a Los Olimareños. Ahí vino la brava”. López había sido deportado a España, pero Guerra todavía no quería irse. “Pero empezaron los comunicados aquellos de la Policía: ‘Se busca a Fulano’”. Ver que Numa Moraes era requerido por sedicioso lo llevó a decir: “Arreglá las maletas que nos vamos”.

A partir de su ida a España, junto a López cantaron por toda Europa. “Nos movimos muchísimo, el exilio fue muy movido”, recordó Guerra de aquella época. Alfredo Zitarrosa desde México llamó a El Sabalero y fueron con él. “Al estar en México ya parecía que estábamos cerquita de Uruguay, y quedaba lejísimo”.

En 1984 llegaría el desexilio y el recital en el estadio Centenario. “No queríamos ser auspiciados por nadie, ni que nos organizara tal partido político, ni nada. Tampoco teníamos ni una lona para taparnos cuando se largó a llover. Por eso se volvió un recital muy emblemático, muy especial”. Se sorprendieron de que la gente supiera las canciones y de que la lluvia no la espantara”. Para Guerra era “muy difícil de explicar” lo ocurrido ese día, pero reflexionó: “Ya con eso me alcanza. Me río de la muerte”.

Fue en 1990 que decidieron separarse y continuar sus carreras como solistas, aunque se reencontraron en 2009 y comenzaron con una serie de despedidas que, para beneplácito de sus seguidores, no se terminaban más. En medio, Guerra consolidó un repertorio que combinaba nuevas canciones con viejos éxitos y se convirtió en atractivo principal de numerosos festivales folclóricos.

En charla con la diaria en ocasión de los 80 años de Guerra, Walter Serrano Abella reflexionó: “Para mí la guitarra del Pepe es profundamente identitaria, no sólo a nivel nacional sino a nivel de la región. Hay, según el Laucha Prieto, 19 ritmos de milonga diferentes de Treinta y Tres. El Pepe mamó eso, tomó eso; ese sabor a monte y a río que tiene la guitarra de Pepe no lo tiene cualquier guitarra. Toda la técnica que le pudo haber enseñado el Laucha muere en los dedos, la otra cosa que alimenta el latido ese del zucará, el pitanguero, el Yerbal y el Olimar viene de otro lado, es un duende misterioso, pero viene”.

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