“Ese caballo en hueso, ¿viste?, y la clave de sol son trabajos que hizo Sendic en la cárcel; después, cuando salió, me los regaló”. Es lo primero que dice Braulio López cuando entramos a su casa, una pequeña cabaña rodeada de muchos verdes en Ciudad de la Costa, apenas a una cuadra de la avenida Giannattasio. Cuando se fue para ahí, hace 11 años, no había nada, pero poco a poco la calma de balneario que se respiraba ha comenzado a ceder al empuje de la ciudad que avanza a fuerza de emprendimientos inmobiliarios y centros comerciales. Sin embargo, se banca todavía.

Más allá de estas artesanías carcelarias, aquel espacio que oficia de cocina y living comedor también está estampado con placas de homenajes y recuerdos del cantor, un par de cuadros de Juan de Andrés y algunas fotos de los inicios, entre las que sobresale una de Los Olimareños con Jorge Cafrune en actitud crooner y playera, tomada en Malvín en la primera mitad de los sesenta. Debajo del televisor descansan un par de amplificadores y apoyada en ellos hay una parva de discos de oro, de los viejos, de la época de los vinilos, a la espera de clavo y pared. Junto a la barra que separa el espacio cocina del resto de la habitación, una silla de jardín apunta hacia el televisor y a su lado, en la heladera, entre imanes de comercios sobresale una esquela con los canales de la operadora de cable, sobre todo los deportivos, bajo el título “Mundial”.

Foto del artículo 'Braulio López: “No podríamos cantar nunca más juntos si tuviéramos problemas políticos”'

Foto: Alessandro Maradei

Braulio López nació el 26 de marzo de 1942 en Treinta y Tres. Tiene cuatro hijos: “Camilo, el mayor, tiene 52, después Mariana tiene 40 y los más chicos tienen 22 y 21. Y ahí paré”. En estos 80 años, más de tres cuartas partes se las ha pasado cantando, y de ese tiempo tres décadas como parte de Los Olimareños, junto a José Luis Guerra, el Pepe. Una carrera de medio centenar de discos grabados y miles de kilómetros. Una vida con la guitarra en una mano y la maleta en la otra. Cuando me acomodo en una de las crujientes sillas de madera, al lado de la mesa coronada con un repasador, frente a ese tipo de rasgos aindiados y ojos de universo, pienso que estoy a punto de conversar por primera vez con una leyenda de la música popular uruguaya, pero tengo la impresión de que lo conozco de toda la vida.

¿Cómo conociste a Raúl Sendic?

Lo vi por varios lugares, muchas veces, en las marchas cañeras. Estuvieron abajo del puente del Olimar, en Treinta y Tres, con una marcha que hicieron. Ahí fue la primera vez que lo vi. Después en muchas cosas, estuvimos en actividades de él, antes de que cayera preso. Después ya no lo vi más.

¿Pero generaron una relación?

Sí, tuvimos una buena relación con el Canario, como le decíamos nosotros. Y bueno, yo lo admiré mucho en todas sus cosas, en su lucha, en sus ideales. Lo admiré y lo sigo admirando. Yo pienso que Sendic no está físicamente, pero sus ideas están claritas todavía en mucha gente.

¿Creés que dejó un legado?

Yo creo que sí. Porque él fue de esas pocas personas que vos podés decir que era no sólo un luchador social, sino alguien con un ideario político muy transparente; todo el mundo sabía lo que pensaba y lo que hacía. Ojalá aparecieran cuatro o cinco Raúles para poder seguir reivindicando las cosas de los de abajo.

¿Qué recuerdos tenés de Pirarajá?

Me acuerdo de que hice la primera comunión. Ahora si me dicen “tenés que tomar la comunión” pego un salto y me pierdo en el espacio. Yo tenía seis años, mi familia toda era de ahí, la novena sección de Lavalleja, que es Pirarajá. Me crie en una familia muy grande; éramos 12, siete mujeres y cinco varones; yo ando entre los menores. Guardo muy buenos recuerdos de la niñez, los primeros pasos en la vida los di ahí. Después con mi familia, más bien por la salud de mi padre, nos volvimos para Treinta y Tres y ahí ya me quedé.

Igual, toda esa zona, el norte de Lavalleja, mira hacia Treinta y Tres.

Claro, Pirarajá, José Pedro Varela, la convivencia es con Treinta y Tres, por cercanía.

¿Te gustaba cantar de niño?

Sí, siempre estaba en los coros de la escuela porque me gustaba cantar. En sexto año, terminando la escuela primaria, estaba en el corito de la escuela y teníamos una profesora que no voy a nombrar para no lastimar a nadie, pero recuerdo que tenía el piano, nos ponía parados a nosotros y nos daba la espalda; decía: “Vamos a hacer la marcha ‘Mi bandera’, tin tirín tin, tin tirín tan”. ¿Te imaginás? La antítesis de la comunicación es dar la espalda, es como decir que no te interesa nada. Un día viene la directora y nos dice: “Lamentablemente, les tengo que contar una cosa. La profesora se enfermó y no va a poder venir. Va a venir un nuevo profesor de canto”. Llegó el día y vimos que el piano no estaba, estábamos parados y entró un señor con un cuadernito debajo del brazo y una camisita Lavi Listo de manga corta: era Víctor Lima. Dice: “Yo soy el nuevo profesor de coro, les voy a pedir que se sienten todos en el suelo, hagan un círculo y dejen un lugar en el medio para mí”. Ahí ya rompió todos los esquemas, nosotros nos mirábamos, “este tipo está loco”. Entonces cuando hicimos eso, pasó por encima de nosotros y empezó a sacar unas hojas y nos dio a todos. Fue la primera vez que leí el texto de “A orillas del Olimar”. Se sentó ahí y nos dijo que hacía canciones para el Olimar. La cantó una vez, porque no usaba instrumento ni nada. Para nosotros fue pasar de Marte a la Tierra. Tenía una voz muy rasposa y estiraba las vocales: “Hay ríííííííos que sooooon auseeeencia”. A nosotros nos cayó simpatiquísimo y además estábamos sentados. Y al rato nos dice: “Bueno, vamos a cantar todos juntos”. Y todos los gurises empezamos, sin piano, sin instrumento; pero claro, era la verdadera didáctica. Cuando nos toca de vuelta la directora nos dice que venía de nuevo la profesora y nosotros: “No, no, queremos cantar con el otro señor”. Y se quedó todo ese año. Después lo conocí cuando formamos el dúo con Pepe y ya tuvimos otra relación, pero ni se acordaba de que yo estaba ahí.

¿Antes de Los Olimareños tuviste otros conjuntos?

Si, con Rubito Aldave y Moiso Lámpez, el trío Libertad. Yo arranqué a cantar solo. Trabajaba en una panadería, vendía bizcochos y tenía un hermano que trabajaba en la cuadra donde hacían el pan de madrugada, y a mí me encantaba ir a ver cómo se hacía el pan. Siempre andaba cantando, a veces ellos descansaban y me decían: “Che, gurí, ¿por qué no te cantás una canción?”. Y les cantaba a capela canciones que escuchaba en la radio. Una vuelta, como a las cuatro de la mañana, cayó el dueño de la panadería, que nunca iba a esa hora, y yo estaba cantando. Entonces vi que se hizo un silencio; cuando me di vuelta estaba el tipo ahí, pero seguí cantando, como no tenía compromiso de trabajo, seguí. Después el dueño de la panadería le dice a mi hermano: “Dígame, ¿dice que es hermano suyo ese muchachito que estaba cantando?”. “Sí”, le dijo mi hermano. “Canta lindo”, le dijo el tipo. “Sí, siempre anda cantando, desde que era chiquito”. Como yo además era el que vendía los bizcochos de esa panadería, un día el tipo viene y me dice: “Che, gurí, vos cantás lindo, ¿no te animás a cantar en la radio y yo te patrocino con la panadería?”. Para mí eso era como si me dieran un contrato en Hollywood.

¿Qué cantabas?

Canciones de la radio. Boleros, Los Panchos, Los Chalchaleros, que estaban muy en moda, Los Fronterizos, Antonio Tormo, yo qué sé, una cantidad de cantantes. Lo que escuchaba en la radio me gustaba y lo cantaba.

¿Y empezaste en la radio?

Claro. Iba a la Difusora Treinta y Tres y cantaba todos los miércoles. La panadería se llamaba La Sanducera, porque esta gente era de Paysandú. Entonces era: “La Sanducera presenta a Braulio López”. Después el Pepe también sacó un programa, con la tienda La Victoria. Pepe tenía su programa y yo tenía el mío. Pero ahí no pasaba nada con Los Olimareños. Era muy efervescente todo. Treinta y Tres era una ciudad que tenía cuatro teatros independientes funcionando a la vez: Teatro del Pueblo, Teatro Experimental, Teatro Vocacional y el otro no me acuerdo cómo se llamaba. Fue siempre una ciudad muy viva, muy artística. Hubo un movimiento generado por el Nene Hernández, un muchacho de allá que andaba en todas las cosas culturales, que se llamaba Paisajes del Mundo y que unificó a todos los cantantes que había en el pueblo. De boleros, tango, canciones mexicanas, de todo menos rock, que en esa época no existía. Casi todos teníamos audiciones en la radio de Treinta y Tres y a él se le ocurrió juntarnos a todos. Ahí fue un poco el nacimiento del dúo, porque en un momento éramos muchos y duraba como tres horas hacer todo eso en el teatro, entonces el Nene nos dice: “Che, ¿no hay algunos que canten entre dos, para hacer más chico el horario?”. Y ahí empezamos con Pepe.

¿Se conocían de antes?

Sí. Yo vivía en el barrio Tanco y él en La Floresta. Éramos gurises de ahí, andábamos siempre en los concursos de carnaval, cantando en los tablados, él andaba y yo también. Y ahí fue el nacimiento del dúo. Empezamos a cantar y a la gente le gustaba cómo salía, le gustaba más cómo cantábamos en dúo que como solistas. Nos costó mucho saber el nombre. Teníamos que ponerle algo, para no ponerle Guerra-López o López-Guerra; no nos gustaba eso y no encontrábamos el nombre. Un día que nos reunimos con [Óscar] el Laucha Pietro, nos dice: “Che, ¿por qué no se dejan de joder y se ponen Los Olimareños?”. Y ahí quedó. Ese es el nacimiento del dúo.

“Unos tipos que pasan por éxito, exilio, cárceles, de todo, lógicamente tienen un desgaste, un desgaste de andar juntos”.

En ese principio vos tocabas el bombo legüero.

Sí, hasta el primer disco de Los Olimareños estoy con bombo, hacemos unos carnavalitos y unas zambas y no me acuerdo qué. Porque en ese tiempo, todo lo que llamaban folclore era tipo folclore argentino, Chalchaleros, Fronterizos, no sé cuánto, y todo era con bombo. Entonces por la influencia yo arranqué tocando el bombo. Pero nosotros queríamos hacer otra música, no solamente zambas y chacareras o carnavalitos. Queríamos hacer música más de acá, como la milonga, el estilo, la cifra, yo qué sé, una cantidad de cosas. Incluso después cuando vino el candombe, más.

Y después te colgaste la guitarra.

Claro. Pero me costó mucho porque el dúo ya estaba formado. Y yo no sabía tocar la guitarra y tenía que cantar y tocar, fue bravísima. Después ya dejé el bombo y seguí con la guitarra.

***

Contame quién era el Laucha Pietro.

Al Laucha lo conocí de toda la vida. Antes de conocer a Víctor Lima conocí al Laucha. Porque claro, él vivía en el barrio Yerbal, yo vivía en la entrada de Treinta y Tres y él pasaba, porque trabajaba en la OSE, y conversaba con él. Cuando yo estaba en la radio, en ese programa patrocinado por La Sanducera, él me decía: “Che, ¿por qué no cantás esto y lo otro?”. Cuando tuve que empezar a tocar la guitarra fue con él que hice las primeras prácticas. Me unió al Laucha una cantidad de cosas. Nos fuimos a escarbar cerros de indios por la novena sección. Y cuando iniciamos el dúo, a una de las primeras casas que fuimos fue a la del Laucha. Él nos pasó muchas cosas, ideas interpretativas. Nosotros ya habíamos incorporado “A orillas del Olimar”, pero el Laucha fue el que nos dijo: “¿Por qué no cantan ‘La uñera’, de Rubén Lena?”, que fue la primera canción que se conoció en Treinta y Tres que hablaba de ahí, antes de las de Víctor Lima. La incorporamos y la pusimos para anunciar el dúo. Se le decía “de característica”. La característica era un pedacito de nosotros cantando “La uñera”. Después Lena se enteró de todo esto y ahí empezamos la cosa con él. A mí siempre me llamó la atención por qué se llamaba “La uñera”. Y me dice Rubito: “‘La uñera’ porque la única propiedad que tiene el trabajador es la tierra que está abajo de las uñas”. Tremendo. Entonces yo me pregunto: ¿cómo no voy a salir yo derecho con esos tipos ahí? Nosotros nuevitos, la firmeza que uno agarra. De la parte ideológica te estoy hablando, no solamente de la parte artística, literaria, musical. Teníamos semejantes monstruos ahí y venimos de eso. Vos ves el repertorio del dúo... Yo no me quiero meter ningún laurel, pero digo que los hechos cantan. Y aparte nosotros teníamos la picazón en la sangre de hacer cosas nuevas, no nos gustaba hacer cosas repetidas, de otros.

Esa frase repetida de que se le cantaba más a la luna tucumana que a la de acá.

Sí. Se les cantaba más a las cosas argentinas porque no había de acá, incluso. Con el surgimiento de Los Olimareños y después de Alfredo [Zitarrosa] y de otra gente que empezó, el Sabalero, Marcos Velásquez, una cantidad de gente, se agrandó el cancionero popular del Uruguay. Osiris [Rodríguez Castillos] fue otro de los tipos que abrieron; se metió en el panorama, además con una obra hermosa, con una impronta única. La forma de encarar la cosa de Los Olimareños fue porque no queríamos parecernos a nadie. Había gente que nos decía: “Che, ¿pero ustedes por qué no hacen como Los Chalchaleros?”. Para mí eso era como un insulto. Nos costó decir que estábamos en contra de todo; no en contra, pero nosotros teníamos cosas acá. En ese momento los únicos eran Amalia de la Vega, Osiris, [Aníbal] Sampayo, Anselmo Grau y pará de contar. Ya cuando nos vinimos a Montevideo grabamos un disquito de cuatro canciones, que lo grabó Sarandy Cabrera, que tenía un sellito que había puesto con otros que tenían una librería, no me acuerdo cómo se llamaba.

Carumbé.

Carumbé, ahí está. Tiene una tortuguita. Ese sello era de Sarandy Cabrera y estos muchachos de la librería. Y escucharon los recitales de nosotros en El Espectador, que ahí me acuerdo de que la gente llegaba con pasteles, de todo, a la fonoplatea. Cuando empezamos a cantar ahí la fonoplatea se llenaba de treintaitresinos, era tremendo. El contrato era por 15 días. Cuando terminamos el contrato, la gente de la radio nos ofrece seguir 15 días más. El problema era el repertorio, pero nos ingeniamos y seguimos. Ahí yo creo que fue el verdadero lanzamiento del dúo, en las noches de El Espectador, porque claro, lo escuchaba todo el mundo en esa época.

“Por ese tiempo, todo lo que llamaban folclore era tipo folclore argentino. Pero nosotros queríamos hacer otra música, no solamente zambas y chacareras o carnavalitos. Queríamos hacer música más de acá, como la milonga, el estilo, la cifra. Y cuando vino el candombe, más”.

¿Y después casi enseguida comienzan a salir al exterior?

Sí, pero fijate que salimos después de que grabamos un disco chiquito, que lo grabamos en el sello Antar-Telefunken. De ese disquito, tres canciones fueron así: ¡boom! “Orejano”, “A don José” y “De cojinillo”. Prendías todas las radios y estaba a cada rato cualquiera de los tres temas. Y “A don José” empezó a subir y subir hasta que se transformó en un himno, que era a lo que apuntaba. El Pepe Mujica la puso como canción patria y es verdad, no por el Pepe; ya era, todo el mundo canta “A don José”. Vos vas por donde hay uruguayos y todo el mundo la canta.

Jorge Cafrune, José _Pepe_ Guerra y Braulio López en la playa Malvín.

Jorge Cafrune, José Pepe Guerra y Braulio López en la playa Malvín.

Foto: Alessandro Maradei

¿Pero cantarle a Artigas no era jugar y cobrar?

Había canciones de Artigas, incluso Víctor Lima había hecho “Tierra de Artigas” y nosotros ya la habíamos grabado y no pegó tanto. Con Rubén Lena siempre hablábamos y él decía: “Yo lo quiero bajar del bronce a Artigas”. Y yo no entendía lo que quería decir el loco este. Claro, cuando escuchamos la canción no le decía José Gervasio Artigas, ni héroe ni nada, le puso don José. Antes de grabarla la estábamos ensayando en la casa del Pepe y el padre vino y dijo: “Pah, qué linda esa canción, me gusta que le digan don José, qué bueno”. El tipo trabajaba en los trenes arreglando vías, era un laburante. El acierto de Lena fue ese. Aparte, la canción es muy bella. Con “A don José” Lena plantó un árbol, nosotros le pusimos las ramas y la gente le puso las flores. Chau.

¿Se imaginaban que algo tan local como “De cojinillo” podía funcionar?

Lo que pasa es que era lo que faltaba. Osiris fue un poco el que empezó a trabajar con esas cosas sin nombrar, Lima también, pero Lena más; era un tipo que no tenía ningún problema en hablar de ahí, en decir con su hablar. Era lo que la gente estaba esperando. Yo creo que esas cosas nacieron en el momento justo. Con Los Olimareños se dieron una cantidad de cosas que si las querés juntar, no se puede. Después vino todo el trabajo con Lena, que fue tremendo, hasta la que para mí es su obra mayor, Todos detrás de Momo.

Y entonces explotan con ese doble.

Con ese disquito empiezan los contratos en Argentina y nos fuimos a Australia a cantarles a los uruguayos de allá, empezamos a movernos a nivel internacional. Esa es la partida del dúo.

***

Siempre me llamó la atención la forma de rasguear la guitarra de ustedes.

Los investigadores dicen que hay tres formas de hacer candombes en Uruguay: la de Rada, la de Jaime y la de Los Olimareños. A la de nosotros le llaman candombe folclórico [risas].

¿Y ustedes qué le incorporaron?

Y hacer el candombe sin percusión, con las guitarras solamente. Es verdad, hay un toque de la guitarra de Los Olimareños haciendo candombe que es único. Que mucha gente que ha venido lo ha tomado. Nosotros nunca pensamos en la percusión y el candombe sólo con guitarras no existía. A veces escucho los dúos nuevos que van apareciendo y cuando hacen candombe, el candombe del interior, es el de los Olima. Lo mismo que la canción carnavalera, no existía. Eso fue una creación de Rubén Lena y nosotros. “Che, ¿cómo le ponemos a esto?”. Cuando hicimos Todos detrás de Momo la canción murguera no existía, es un antes y un después de ese disco, no lo digo yo, los estudiosos de todas esas cosas lo dicen así.

Hay otro rasgo que tiene que ver con la música venezolana.

Fijate que también está ligado a Rubén Lena, porque él estuvo en un encuentro que hubo en Venezuela de escuelas rurales de todo el continente. Y en las reuniones que tenían cada uno cantaba cosas de sus países. Te imaginás, los colombianos con la cumbia, los venezolanos con cincuenta mil cosas, y el Rubio me contaba: “A mí me daba vergüenza porque lo único que cantaba era la retirada de los Asaltantes [con Patente]”. No es porque la retirada no tenga valor, guarda. Ahí él se dio cuenta y trajo muchos discos de folclore colombiano y venezolano. Los primeros discos de folclore venezolano los escuché en la casa de él. Nos gustó mucho desde un principio y lo empezamos a hacer nosotros, con las guitarras; ellos usan el cuatro, ahora yo toco el cuatro, pero ahí era con guitarras. Empezamos a transportarlo y lo tocamos.

Esa influencia les quedó, incluso en tus últimos discos está.

Está, sí, esa presencia. A mí me encantó siempre esa música, incorporo siempre algún tema. Y en el dúo: “Angelitos negros”, “El gavilán”, “Sabaneando”, una cantidad. Tanto es así que la versión de “Angelitos negros” no está en ningún lado, cuando fuimos a las primeras giras a Venezuela, en el teatro Teresa Carreño de Caracas, estaba así de uruguayos porque estaban exiliados allá. Entonces, cuando cantamos eso los venezolanos nos felicitaban por cantar una de ahí y los uruguayos decían: “¡Esa canción es uruguaya!” [risas]. Se armó un lío. Después tuvimos que aclarar que la habíamos grabado y que había sido un éxito acá. La gente la tenía incorporada. Eso es lo lindo de la cosa, después de que se echa a volar es de todos lados. No es de nadie y es de todos.

***

Lo más parecido a una farándula que tuvo Uruguay durante mucho tiempo fue el movimiento del canto popular y sus adyacentes. Además, las proscripciones, las cárceles, los exilios y los regresos rodearon a estos artistas de cierta épica que, sobre todo para un niño, los volvía inmensos. En las charlas ochenteras siempre había una historia de estos —a decir del Sabalero— “monjes con guitarra”. Que el Braulio canta a medio metro del micrófono y el Pepe pegado para equiparar, que una vez cantaron de espaldas todo un concierto como protesta, que se fueron por un túnel porque los estaban esperando los milicos afuera, que le cantaron “Cielo del 69” en la cara a un oficial, entre mil cuentos.

A contramano de esa visión epopéyica, Braulio repasa su vida en formato anécdota, tratando de pisar firme sobre lo jocoso, siempre con mucha gracia y carpeta para contar. Conserva el acento y parte del vocabulario campero, con diminutivos e inflexiones como el “¿no?” al final de cada frase y un tono tipo chiflido, finito y con música.

Luego de la reapertura democrática el canto popular vivió un tiempo de ebullición, los caseteros gastaban cintas y los artistas peregrinaban por todo el país amenizando festivales. La primavera duró hasta el fin de la década. La muerte de Alfredo Zitarrosa y la separación de Los Olimareños marcaron una especie de punto final. De ahí para adelante, a fuerza de nuevas voces, teclados y baterías eléctricas, empezaría otra cosa. Pero este caldo se había cocinado 20 años antes, en los míticos sesenta.

Ustedes de alguna manera son una bisagra entre la generación del cincuenta y lo que luego se conoció como el movimiento del canto popular.

A partir de los años sesenta el Uruguay hizo una explosión a nivel artístico. No solamente de la música. La literatura en esos años: Idea Vilariño, Galeano, Benedetti, Onetti, Circe Maia y seguís. Y Serafín J. García, que era anterior a ellos. Y en esos años también Zitarrosa, Viglietti, Los Olimareños y seguís. Entonces, a mí me parece que la cultura popular uruguaya explotó en esos años, a todos los niveles, música, literatura, pintura incluso. Víctor Lima, Rubén Lena, la gente de Tacuarembó. Era lindísimo porque para donde miraras te respaldabas en algún rescoldito. Sabías que la cosa estaba efervescente y con ejemplos, el ideario se mantenía con ejemplos vivos, como el caso de Sendic, luchadores sociales.

Hay un punto neurálgico para el movimiento que fue el festival que se hizo en La Habana en 1967.

El Festival de la Canción de Protesta. Eso fue muy importante porque era la primera vez que se hacía en América Latina, creo que después se repitió en Cuba, pero nadie más lo hizo. Fue a nivel mundial, había músicos de Europa, de cantidad de países participando, todo popular, había italianos, griegos, yo qué sé. Cuba en esos años estaba de moda. Después vinimos y armamos el Centro de la Canción Protesta. Y ya ahí empezamos a ir en cana. Una vez lo allanaron y se llevaron a una cantidad de gente que estaba ahí reunida. Yo no estaba ese día; el Sabalero fue uno de ellos, Pancho Viera, no sé si no estaba Daniel [Viglietti] también. Al Sabalero lo llevaron al cuartel de allá de Treinta y Tres y los milicos lo mandaban a limpiar los baños y le decían: “Cantá ahora esa que dice ‘a esos de botones de oro déjenlos nomás que manden’”.

¿Cómo recordás esos años?

Y bueno, ahí ya veíamos que la mano venía muy embromada. Nadie tenía la posta de cómo se iba a desarrollar todo eso, pero el olfato nos decía que la mano venía durísima.

Pero de todas maneras ustedes se quedan.

Sí, nosotros nos aguantamos.

¿Y cómo terminás preso en Argentina?

Había ido a buscar un equipo de sonido que tenía allá, que me lo quería traer para acá. Ya estaba el golpe allá y acá, obviamente. Acá ya nos habían llamado de Inteligencia y Enlace y nos habían dicho que no podíamos hacer ninguna actividad que remunerara dinero. Me fui a buscar ese equipo y un representante que teníamos allá, que era un bandido, les dijo a los milicos que yo iba para ahí, habló con un milico de la comisaría del pueblo de él, James Craik, en Córdoba. Fui a buscar eso y cuando estaba en la parada del ómnibus, que ya me venía, ahí me agarraron. Me encajaron una capucha, me metieron en un auto y cuando vi ya estaba en Campo de la Ribera, un campo de concentración del Ejército.

¿Cuándo te enteraste de que estabas ahí?

Cuando llegué me sacan la capucha, me ponen la venda y el que me recibe, un militar, me dice: “Usted está en el campo de concentración de la Ribera, tercer cuerpo del Ejército”. Ellos primero pensaban que yo andaba a los balazos, que andaba con el ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo], pero no andaba en nada. “Mi militancia es pública”, le decía yo. Y escarbaron por todos lados, pero realmente no estaba metido en nada. Claro, el ideario no lo podía desmentir, porque la canción al Che… Y los milicos decían: “Pero esta canción acá no la trajeron los argentinos, la trajeron ustedes”. No podía decir que no. “Y también estuvieron en la Unión Soviética” [risas]. Sabían todo. Y era verdad, nosotros habíamos andado por allá. Era toda información que mandaban de acá, porque el Ministerio de Relaciones Exteriores de acá y el de allá funcionaban perfectito. Yo pensaba: “¿Estos cómo van a saber?”.

¿Cuánto estuviste?

En el Campo de la Ribera estuve como seis meses, creo. Después me llevaron para penitenciaría.

¿En algún momento tomaste conciencia de que estabas desaparecido?

Sí, enseguida. Porque ahí en la Ribera no tenías contacto con nada, sólo militares. Ahí había muchos periodistas, gente de la parte intelectual. Me acuerdo de que había un periodista inglés que lo habían agarrado porque los milicos iban a un partido de fútbol a un estadio, la gente entraba y después era como un colador la salida. A este inglés, como hablaba muy mal español, lo llevaron como que estaba en contra de ellos. El tipo no sabía hablar nada, nosotros ahí le enseñábamos. Nos decía que lo interrogaban y no entendía. A veces nos sacaban para el patio, siempre con la venda puesta, nos sentaban y el milico decía: “Bueno, le van a dar un jarro, en el jarro hay mate cocido, el que tome le pasa el jarro al otro, la única palabra que puede decir es ‘jarro’”. Era así. Yo tomaba, decía “jarro”, se lo pasaba al que estaba al lado mío, tomaba, “jarro”, “jarro” y así. Y cuando llegaba al inglés se escucha: “jaro”. ¿Quién se iba a aguantar la risa? Hasta los milicos se cagaban de la risa.

¿Tu familia cómo se entera?

Cuando nos pasan a la cárcel central de Córdoba, que es la cárcel común. Ahí ya estábamos en un pabellón, andábamos sin vendas en los ojos, ya éramos como presos comunes, teníamos un colchón para dormir en el suelo. Ahí en la Navidad de no me acuerdo qué año, el cardenal [Raúl] Primatesta pidió que a los presos políticos les dejaran ver a los familiares directos, madre, esposa, hijos y hermanos. Esa Navidad estábamos esperando porque se había corrido el rumor, los guardiacárceles de ahí ya eran mucho más blandos, hablaban contigo, “ojalá se vayan de acá, muchachos”; eran bien los tipos, eran humanos, los otros eran unos monstruos. Y ahí fue que recibí la primera visita de mi exmujer y de Camilo, mi hijo. Nos dimos cuenta de que nos habían blanqueado. Después me llevaron de vuelta para la Ribera y me dijeron que me iban a trasladar para La Plata y así fue. Sacaron a una cantidad. En La Plata ya andábamos sin venda ni nada. A veces nos sacaban, creo que era los martes o los miércoles. Había una canchita de fútbol, ya era otra cosa. Salías de la celda y ahí me empecé a encontrar con una cantidad de gente, “¿qué hacés, loco?, estás acá”. Cantidad de compañeros, argentinos todos, políticos incluso, Carlos Zannini, por ejemplo, que fue ministro de Gobierno, cantidad de curas, curas tercermundistas cualquier cantidad. Era como la Alcatraz aquello: salías de la celda y tenías una salida, después otra salida y otra salida y así; cada vez que pasabas una, crack, te cerraban atrás, pero ¿quién se iba a escapar de ahí? En el patio tenías que estar caminando y no te podías juntar de a tres. Cuando tocaban la sirena te tenías que quedar quieto donde estabas, hasta que te dieran una orden; cuando te daban la orden tenías que hacer una fila, con la cabeza apoyada en la espalda del de adelante. Una vuelta yo había quedado delante del cura [Raúl] Troncoso. Pasaban música, siempre pasaban canciones de Palito Ortega, tango, rock, yo qué sé; música folclórica muy poca. Estábamos ahí en la fila y empieza a sonar [canta]: “Yo le miré los ojos al Joaquín y de puro bueno me decía”. Yo sentí las guitarras y ya me di cuenta de que eran Los Olimareños. Y el cura me dice: “¿Eso no son ustedes?”. “Sí”, le digo. “Se habrán equivocado” [risas]. Y el cura dice: “¿Vio? Esto es surrealismo: a usted lo tienen preso acá y usted está cantando ahí, no pueden con ustedes”.

¿Y ahí te largan?

De ahí de La Plata me trasladan a la Cárcel Central de Buenos Aires, a la Federal, y de la Federal me dan la salida fuera del país, me expulsan para España.

¿Llegaste a recibir apremios físicos?

No no. A mí más de plantones y cosas así no me hicieron, nunca me pegaron. Plantones sí, falta de comida y falta de cosas, no dejarte ir al baño y hacerte en la ropa, todas esas cosas. Pero a otros sí. Un día trajeron a uno que no sabías todo lo que tenía quebrado, las piernas, pah, pobre loco, un periodista de Córdoba era. Los enfermeros de ahí de la cárcel lo que hacían era darle morfina. Después se lo llevaron para no sé dónde.

¿En algún momento pensaste que quizás no salías de ahí?

Vos sabés que no. Nunca se me pasó por la cabeza eso.

Don José, las siestas y las Fuerzas Conjuntas

Antes del golpe militar nosotros habíamos ido a Melo a dar unos recitales y se habían juntado todas las fuerzas de la Armada ahí en Melo, había como un encuentro. Estábamos en un hotel y nos llamaron de la recepción, que había un militar esperándonos que quería hablar con nosotros. Le digo al Pepe, pero habíamos terminado de almorzar, se había tomado tres vinos, roncaba, ni se despertó. Entonces bajé y era el coronel Viana, de Treinta y Tres. Me dice: “Mire, Braulio, nosotros queremos saber si ustedes le pueden pasar la música de esa canción que ustedes cantan de Artigas al director de la banda del Ejército”. Uno se ríe, pero en ese momento fue... Después el Pepe se despertó y cuando le cuento me dice: “¡Que la saquen del disco!”.

Cuando dan el golpe, en el 73, yo estaba en Treinta y Tres, en la casa de una hermana, y estaba haciendo la siesta. Era verano, febrero. Entonces viene mi hermana, me despierta y me dice: “Che, los militares hicieron un movimiento y están con ustedes”. “¿Cómo van a estar con nosotros?”, pensé. No entendía nada. Y mi hermana: “Sí, vení a escuchar la radio”. Entonces puso la radio, pasaban el comunicado de las Fuerzas Conjuntas y salía “A don José” cantado por nosotros. Los tipos, vivos, dijeron: “Hay que empezar con algo que llame la atención”. Pero eso duró unas horas, después sacaron y pusieron a Falú nomás, creo que era, que tocaba la guitarra y seguían pasando los comunicados”.

¿En dónde recalaste cuando llegaste a Europa?

En Madrid. Pero no me quería quedar ahí, me fui a Barcelona, porque allá había muchos uruguayos, estaba Galeano, aquel del Movimiento Revolucionario Oriental [Ariel Collazo]. Cataluña era mucho más accesible para nosotros. Hasta que empezamos a comunicarnos con Pepe y le dije: “Mirá que acá podés cantar y todo”. Él de acá se había ido para Australia y yo me fui desde España para Australia, porque el representante nuestro, el Paco Bilbao, arregló una actuación allá, bien lejos, por las dudas. Nos encontramos ahí y después sí nos tomamos un avión los dos juntos para España. Empezó el periplo por Europa. Fuimos a varios países, por todos lados anduvimos. Después de España nos fuimos a México.

¿Dónde se sintieron más cómodos?

En México, toda la vida.

¿Qué encontraron en México que no había en Europa?

Mucha cosa. Fijate que vos cuando estás en Latinoamérica te das cuenta. En Europa hacíamos giras, íbamos a Galicia, después volvíamos y yo, que era el parlanchín, preguntaba: “¿Se acuerdan de las canciones que cantamos la otra vez?”. Silencio. Eso mismo lo hacíamos en México, nos contrataron por seis meses para hacer giras por los liceos, estaban con un plan fabuloso construyendo liceos en todos lados, en el medio de las sierras, por todo el país. Nos daban un equipo de sonido y el auto lo pusimos nosotros. Teníamos que hacer el periplo de ida y a la vuelta parar en los mismos lugares. Entonces, en un lugar que no me acuerdo dónde era, Mazatlán me parece, yo explicando lo que era la chamarra, que para ellos es campera, y un padre me dice: “Ándale, cántale esa de la oreja”. El Pepe me mira y dice: “Será ‘El orejano’”. Pensábamos: “¿Qué va a entender el mexicano eso que es bien local”; “Si yo a mis gurises los he criao infieles”, ni los de Montevideo a veces entienden. Entonces le pregunto: “¿Ustedes entienden lo que quiere decir eso de los maracanases que vienen del pueblo?”. Y me dice: “Sí, aquí también los hay, son los políticos”. La tenía clarita. ¿Te das cuenta? En Europa eso no pasaba. Latinoamérica es Latinoamérica, estamos más cerca, en todo sentido.

Y de México a Argentina.

Sí, cuando se trata de volver fuimos por Argentina primero. Nos vinimos ya con una gira armada. Por eso fue que nosotros vinimos, cantamos en el Estadio [en mayo de 1984] y al otro día nos tuvimos que ir, porque teníamos compromisos en Argentina. La gente siempre pregunta eso, por qué nos fuimos enseguida.

¿Se imaginaban ese recibimiento?

No, para nada. A mí ya me habían dicho que la vuelta iba a ser así, pero ¿qué me iba a imaginar? Me acuerdo de que demoraban en entregarnos los pasaportes en el aeropuerto, estaba la gente detrás de una pared de vidrio y aquello se nos venía encima. No sabés lo que fue eso, tremendo. Y después la caravana hasta el Estadio fue tremenda. La gente prendía los encendedores, hay fotos de eso. En una, la gente empezó a gritar, todo el Estadio gritaba: “El Goyo, el Goyo, el Goyo va a caer, con todos los fascistas que están en el poder”. Pah, nosotros nos mirábamos. Estaba [Liber] Seregni ahí. Después le pregunté qué le había parecido y me dijo: “Lo que más me gustó fueron los gritos de la gente, muy bien”. Después de Argentina ya nos volvimos.

Alguna comida habrán hecho.

Imaginate, yo me pasé como un mes en casa de uno y de otro, primero la familia, que son muchos, y después amigos.

“Unos tipos que pasan por éxito, exilio, cárceles, de todo, lógicamente tienen un desgaste, un desgaste de andar juntos”.

Hay millones de mitos sobre la separación de Los Olimareños.

¿Lo que dice la gente decís vos? No, yo qué sé. Fijate que acá no hubo traición ni enemistad, porque si no no nos hubiéramos podido juntar otras veces como nos hemos juntado, mil veces. No hubo nada, la gente inventa mucha cosa. Los mal pensados. A ver, unos tipos que pasan tantas cosas, éxito, exilio, cárceles, de todo, para aquí para allá, lógicamente que hay un desgaste, pero no hay un desgaste del respeto que nos teníamos, hay un desgaste de andar juntos. Yo creo que fue sano que el Pepe cantara por su lado y yo un tiempito... eso fue sano. Desgaste, claro que sí, como cualquier relación humana. Lo que pasa es que la gente eso es bravo que lo separe, porque ellos te tienen como una cosa.

¿Entonces vos decís que es entendible que cada uno quisiera hacer su trillo?

De mi parte no hubo querer hacer un trillo solitario de cosas, yo qué sé, se dio así.

¿Y políticamente tenían diferencias en ese momento?

No, si hubiéramos tenido problemas políticos no hubiéramos podido cantar nunca más juntos, guarda. Porque el canto de Los Olimareños es un canto político. Eso no lo puede negar nadie. Y para nosotros negar eso es como negarnos a nosotros mismos.

Se vuelven a juntar en 2009, pero antes cantan juntos en 1996, luego de la muerte de Lena, en el Festival A Orillas del Olimar.

No me acuerdo de si cantamos juntos.

Sí, cantaron “A don José”.

Ah, mirá. No me acordaba de eso.

***

Dicen que cuando Sampayo fue a cantar al Festival del Olimar dijo: “Este río tiene más canciones que agua”.

¡Es verdad! Sampayo siempre fue muy jodón. Nos pasábamos noches jodiendo. Claro, él está acostumbrado al Uruguay, no vas a comparar el Olimar con el Uruguay. Es verdad. Las veces que he ido a algunas partes de Argentina a cantar, los locos creían que era un río navegable. Una vez en la televisión de Rosario salió la costa del río y me preguntaban si teníamos barcas de vela y esas cosas. Claro, piensan que es como el Paraná o el Uruguay.

¿Y entonces qué tiene que inspira tanto?

Y ahí está. A mí lo que siempre me llama la atención es que no conozco otro lugar en el mundo que tenga una cosita de agua como es el Olimar al que le hayan cantado tantas cosas bellas. No sé.

Más allá del repertorio, ¿cuál es la magia de Los Olimareños?

Mirá, yo qué sé. Es difícil hablar de uno mismo, porque a veces se toma mal. Pienso que la cosa de los Olima es no haber tenido miedo a la originalidad, lo definiría por ahí. Por más que te puedas equivocar. Nunca nos gustó repetir cosas que hacen otros. Nosotros hacíamos cosas de otros, pero la versión nuestra era diferente, fuimos muy atenciosos a eso, naturalmente se dio.

En el libro Entre andanzas y recuerdos contás que vas a tomar un ómnibus y alguien te saluda, estás en el bar mirando fútbol y el de al lado te comenta el partido como si se conocieran de toda la vida. ¿Cómo se vive con esa exposición?

A mí me encanta eso. No por una cosa de endiosarme ni nada. Me gusta porque me enorgullece lo que hice, sobre todo con Los Olimareños, porque la mayoría de toda la cosa, por más que nosotros cantamos separados, pienso que lo medular son Los Olimareños, serán siempre; yo no compito con eso, al contrario, lo respeto. Tengo clarito que lo que hice con Los Olimareños no lo voy a hacer solo.

Foto del artículo 'Braulio López: “No podríamos cantar nunca más juntos si tuviéramos problemas políticos”'

Foto: Alessandro Maradei

Estás totalmente acostumbrado a salir a la calle y que te conozca todo el mundo.

Ah, sí. Salgo y empiezan: “¡Ey, Pepe!”. Me mato de risa porque a veces voy en el auto mío y hay tipos por ahí que te piden una moneda, yo les doy; como decía Yupanqui, “desprecio la caridad por la vergüenza que encierra”, pero soy humano, y a veces no tengo o les doy muy poquito y me dicen: “Mirá, el Olimareño es un tacaño”. A mí no me pasa nada con eso.

¿Se vive de los derechos de autor?

No no. No, qué va. Acá, el derecho de autor, sobre todo para los músicos... De repente en la literatura y otras cosas, no sé. Pero acá vivir del derecho de autor es imposible. Si alguien puede vivir de eso, lo felicito. Uno de los países más injustos con la creatividad artística es el Uruguay, mirá que en ese aspecto yo no lo tengo allá arriba a mi país. Lo tengo sobresaliente porque ha dado cada tigre impresionante, pero en eso no.

¿Por qué lo decís?

Porque nunca hubo una política cultural bien hecha. Siempre fue como agregando pedacitos, de aquí y de allá. Pero no, hay que raspar primero y ver el fondo y ahí empezar, con parches no hacés nada.

¿Y cuando gobernó la izquierda?

No estoy conforme tampoco. No soy nadie para juzgar nada, respeto todo, pero para mí habría mucha cosa para hacer. Pero bueno, caminante no hay camino, se hace camino al andar.

¿Seguís componiendo?

Sí, sigo ensuciando hojas.

¿A mano?

Sí, hago todo a mano y después lo paso, porque si no me olvido y no me entiendo. No me considero escritor ni nada sobresaliente, soy del montón, pero sí lo que tengo claro es que no me voy a mentir a mí mismo y que voy a respetar siempre el pensamiento de otra persona, por más que sea diferente al mío.

Tu último disco se llama Todavía. Es toda una declaración.

¡Es una declaración de amor!

La última frase del disco dice: “Por las vueltas de la vida, que me han dejado tanto enredo, quedé solito y entero, pero banco todavía”.

Es medio autobiográfico ese texto, es así. Yo agradezco a la naturaleza, te das cuenta de que a la edad mía puedo cantar, puedo tocar, ¡guarda! Tenés que estar contento con eso, con la naturaleza, y agradecérselo.

Cuando estuviste en la cárcel dejaste un Quijote, ¿lo recuperaste?

Ese libro fue el único que me dejaron entrar. Y claro, El Quijote es semejante obra, pero denso, lo terminé en la cárcel. Y se quedó ahí. Cuando me estaba yendo me gritan: “¡Tirame el libro!”. Y se lo dejé al Zurdo [Ricardo] Scoles. Después, a los años, voy allá a actuar, a donde vive, en Villa del Dique, en Córdoba, él era intendente de ese pueblo. Cuando termino de cantar viene, me pide que cierre los ojos y ponga las manos hacia adelante y me pone El Quijote. ¿Te das cuenta? [Se emociona y se queda en silencio unos segundos]. Pará, no los convidé con nada, vamos a tomar una Coca, ya que estamos hablando de los imperios.