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Skay y los Fakires, en La Trastienda.

Foto: Pablo Vignali

Skay Beilinson, con nuevo disco bajo el brazo, este sábado en Sala Show

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El ex Redondos.

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Eduardo Federico Beilinson, mejor conocido por todo el mundo –redondo– como Skay Beilinson, tiene una carrera solista un poco más prolífica que la de su excompañero Carlos Alberto Indio Solari, la otra pata fundamental de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, ya que el cantante editó cinco discos de estudio, el último en 2018, mientras que el guitarrista a fines del año pasado publicó su octavo larga duración. Aunque no dura tanto, ya que contiene media hora exacta de música, en diez canciones: lo ideal para estos tiempos de déficit atencional infinito.

Skay, de 72 años, toca este sábado en Montevideo, en Sala Show, con su banda Los Fakires, y sigue presentando su último trabajo. El disco, llamado Espejismos –disponible en plataformas digitales–, arranca con “La trama invisible”, una canción que luego de una breve introducción de batería ya nos abraza con esa maraña rítmica que es parte de los cimientos de la cultura rock de Argentina desde los 80. Primero, es la llevada, el ataque rítmico, amenazante, de guitarra limpia pero punzante y brillosa, y después, el punteo, ya más sucio.

“La vida se teje en un telar, / los hilos de la trama no se ven; / el tiempo va tejiendo su ilusión, / el mundo es un tapiz que no tiene final”, canta Skay, con su particular voz barriobajera y aguardentosa; y, demostrándonos que lo suyo es lo instrumental, enseguida se manda uno de esos solos tan melódicos, construido con frases guitarreras tarareables y con mucho sustain. Pero es en la coda, de casi un minuto, donde los chispazos guitarreros provocan un incendio que remite a los momentos más gloriosos de su antigua banda, como aquel final épico de “Todo un palo”.

Como se sabe, Skay es menos dúctil a la hora de escribir las letras que su compinche de casi todas las horas, así que no hay que andar buscando mucho material para la exégesis ricotera en este disco, porque los significantes y significados son bastante cristalinos. De hecho, en este álbum parece haber un leitmotiv temático incrustado en “la vida”, ya que se la menciona en más de una canción. Por ejemplo, en la segunda canción del disco –también muy rockera, con una llevada rutera–, “Carrousel”: “La vida es un instante, / un beso, una quimera, / andamos por el mundo, / buscando quien nos quiera”.

Dos puede ser casualidad, pero tres ya es obsesión. Y en la tercera del disco (“Un fugaz resplandor”), Skay canta: “Yo sé que vos sabés, / la vida es sueño, / estás encandilada / por el resplandor”. A la par de la letra, “Un fugaz resplandor” tiene un arpegio de guitarra eléctrica que funciona como un destello onírico para darle materialidad a eso de que la vida es sueño.

Como también se sabe, el Indio siempre fue la pata más experimental de los Redondos en cuanto al estilo musical y sonoro, y Skay, el encargado de apegarse a lo clásico, por lo que sus discos siempre son un muro de ortodoxia rockera y las sutilezas pasan más por enfoques rítmicos. Eso sucede, por ejemplo, con “Palomas y escaleras”, un misterioso midtempo blusero al que tampoco le faltan sus buenos pasajes instrumentales, que está entre los mejores momentos del disco.

En la canción “Inventario”, Skay nos demuestra que todavía tiene un baúl en el que guarda buenos riffs. Y la que le sigue, “El candor de las bestias”, empieza de forma atmosférica, bastante alternativa al paisaje general del disco, pero no es más que un caballo de Troya del que luego se baja Skay y despliega toda su artillería guitarrera. De esta canción se destaca, sobre todo, el viboreante solo, aguerrido y sucio.

En “Otras puertas, otros mundos”, la obsesión guitarrera llega al punto de que la melodía vocal de Skay dobla el pegadizo riff que expulsa sus seis cuerdas. En “Yo soy la máquina”, que conceptualmente parece una referencia a la legendaria “Welcome to the Machine”, de Pink Floyd, Skay se pone el traje del personaje maquinero, más agrio y amenazante que nunca (“mordés la carnada / como un pescadito”) y tanto en las guitarras como en la base rítmica hay guiños estéticos industriales, para hacer carne a esa dichosa máquina.

El disco se empieza a terminar con la tranquilidad de “OLAS”, casi una balada para lo que es la llevada atronadora de todo el álbum, cuya letra es una corta oda a las olas, sin ninguna vuelta y de brisa hippie: “Las olas vienen / y se van, / besan la arena / y se van, / vienen viajando, / desde lejos, / dejan su ofrenda / y se van”. Para variar, el 90% de la gracia de la canción está en el arpegio de Skay, que la cubre de una atmósfera etérea a la que se suman las nubes de sintetizadores. “¡Corre, corre, corre!” cierra el disco como se debe, a puro hard rock apurado, con una corta ráfaga de acordes ametrallados a lo AC/DC y el décimo solo del disco marca de la casa –redonda–.

Skay y Los Fakires sábado a las 20.00 en Sala Show (Río Branco y Galicia). Las entradas se consiguen por Redtickets a $ 1.660.

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