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Foto: Alessandro Maradei

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¿Dónde queda la belleza?

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En el Módulo 8 del COMPEN hay quilombo desde temprano. Apenas arribamos al predio nos avisan que está complicado para sacar a los pibes. Hablan de balas de goma y cuchillazos mañaneros. Intentamos imaginar ese desenlace cotidiano, como quien imagina una obra enquilombada de un gran autor que describe en su pintura el infierno tan temido, ¿dónde queda la belleza?

Luego de un rato al viento, deambulando entre parlamentos de castigo y encierro, aparecen seis jugadores que van a ser bendecidos por el sol. Precios altos para variables de nadie. Las bases que están nuevitas van a parar contra un costado, el fútbol es en patas entonces: los vaqueros remangados, alguna que otra media hasta la rodilla y un canguro roído que en algún momento fue para hacer pinta. La ropa viaja por los años, los hermanos chicos se visten con lo del hermano grande y así. Hay otra gente para quien la ropa que dejamos es la ropa nueva de los domingos, que luego se convierte en ropa de nadie, que alguien recibe nuevamente en un ciclo de la tela que se gasta con los olores. Así entonces, Álvaro, medias de Defensor, bermuda de baño, campera con letras, rastas desprolijas y una sonrisa acorde a ojos buenos castigados. El Chino, un gurisito de los que la gente teme, un hijo de la sociedad, dice que es su segunda cana, que no vuelve más, que afuera hay minas y acá solo tipos, cortes, corriente. La casaca del manya es como una coraza para el afuera. Todo se explica con el escudo, hasta la muerte. En el primer tiro al arco le pega con el pie de apoyo, ¿cuánta gente sabe pegarle con el pie de apoyo engañando al arquero?

Cristian juega en el fondo, cada tanto se va arriba porque lo lleva la cancha, como si hubiese una pendiente. Luego vuelve a la cueva, si pasa pasa, y si le queda le queda. Nada es tan relevante, ni siquiera ir perdiendo por tres goles. Después dicen que el fútbol es resultadista. Danielito Nuevededos va y viene, hace unas lagartijas en el medio del partido, juega con un champión solo porque el otro pie lo tiene lastimado, vaya a saber por qué o por quién. Quiere ser puntero. Marce es de Las Piedras, igual que el Chino, aunque el Chino es más chico. Está por irse de la cana después de siete largos años, dice que no le gusta mucho el fútbol pero termina jugando, a los gritos, como un zaguero desaforado pidiendo a los laterales que vuelvan. El partido se define por un gol sin importar quién va ganando.

El segundo grupo demora aun más, los tiempos del encierro son otros. Alito encabeza la salida del módulo, está flaco. Como no le dijeron bien a qué venía anda de vaquero: la facha intachable. Juega en la zaga, es callado, habla con los pies. El Chancho dice que no está en la lista y que lo anoten, tiene unos tajos profundos a lo largo de ambos brazos. Los tajos con la sangre seca son como la tela rasgada de la fe, de la esperanza. La sangre es rescatarnos de que estamos vivos, de que no nos queda otra que doler y doler y sangrar y sangrar y si alguien nos atiende es un atisbo de amor profesional al que ni siquiera el acceso es sencillo. El Cartucho está negado pero cuando corre la guinda en el prado perimetrado vuelve a ser el gurí habilidoso que jugó en la IASA. Dice que puede ir de lado a lado por la punta, pero que al medio ni lo llamen. Maxi es de Boca, lleva la diez que Lodeiro vistió en algún pasaje por el firmamento deportivo. Cuando le pregunto de qué barrio es me dice que es de todos. El Cakita es un gurí que hace meses no ve la luz del sol de frente y mano, siempre de costado y por la ventanita. El Byron hacía parkour antes de caer, hace cinco años; el último ni siquiera salió al patio. Todos corren con ese espíritu, lo mismo Malavita, que hace un gol símil chilena que queda entre validado y no, al fin y al cabo a nadie le importa el resultado. Se define con una carrera a tocar el travesaño del arco más lejano.

Ahí está la belleza.

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