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Lucas Torreira, el viernes, en el partido contra Francia en Nizhni Novgorod.

Foto: Sandro Pereyra

La delegación de la selección uruguaya llegó al país

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Arribaron a Montevideo en la madrugada.

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Sin Rodrigo Bentancur, Carlos Sánchez, Gastón Silva, Martín Silva, Christian Stuani y Lucas Torreira –el fraybentino se fue a Inglaterra para arreglar su vinculación con Arsenal–, la selección uruguaya de fútbol arribó esta madrugada al Aeropuerto Internacional de Carrasco.

Se cerró un ciclo tras Rusia 2018. Y se cerró de forma muy buena: Uruguay hizo un buen Mundial, estuvo a tono con sus expectativas y terminó siendo quinto entre 32 selecciones. Ahora, como siempre y cada vez, el presente debe edificar el futuro.

Crece desde la cabeza

“Conozco pocos casos en una federación en que el entrenador decida quién es el entrenador y cuándo tiene que trabajar. Hoy se me terminó el contrato y no voy a hablar del tema, no me corresponde a mí. Las organizaciones están ahí para quien las quiera ver. Nunca me gustó hacer lobby ni nada por el estilo”, dijo Óscar Washington Tabárez en la conferencia de prensa posterior al partido con Francia. Claro y contundente. Seguramente primero vendrán el descanso y la tranquilidad para pensar, para luego comenzar las tratativas que confirmarán si el Maestro seguirá al mando o, en su defecto, la selección cambiará de entrenador. Nada fuera de lo normal; así pasó cuando terminaron Sudáfrica 2010 y Brasil 2014.

El Maestro también dijo “que crezcan sueños siempre”. Fundamentales. Adelante el camino viene de revanchas, porque el fútbol y los campeonatos no paran. La selección uruguaya ya tiene pactado un partido internacional para la primera fecha FIFA de setiembre –el día 7 con México en Houston, Estados Unidos– y es probable que para la segunda, cuatro o cinco días después, se pacte otro. También se habló de unos encuentros en Asia para octubre y de más partidos en noviembre, pero no han sido confirmados por la Asociación Uruguaya de Fútbol. Esos primeros días de setiembre parecen ser el plazo. Antes, seguramente, se sepa qué pasará con el mando de Uruguay. Tal vez en agosto, teniendo en cuenta la preparación previa de los juegos pactados. En cualquier caso, paciencia.

El nombre importa, eso es indudable. Pero también es importante lo que hay: un proceso serio, continuo y medido, con una estructura capaz de soportarlo y darle crecimiento a la vez, no sólo desde lo edilicio del Complejo Uruguay Celeste –esencial, desde luego–, sino también desde el trabajo de las juveniles hacia arriba. Allá, no tan lejos, vendrá el Sudamericano sub 20, que tendrá un doble desafío: retener el título de campeón y lograr uno de los puestos que clasifican a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. También la Copa América 2019, en Brasil.

No es casual citar las cosas en ese orden. Tampoco es una cuestión cronológica, aunque ahí sí aplique. Es que desde hace 12 años existe la “Institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, que nos enseñó a entender el fútbol, nuestro fútbol, desde otro lugar, en el que lo inteligente o imprescindible es saber qué hacer en el camino –que, otra vez, tuvo recompensas–.

Si lo grande, lo institucional, se sostiene, no debería ser el final de nada, porque, sencillamente, de esta celeste no se vuelve.

Los uruguayos que siguen

Ayer se confirmó que Andrés Cunha será el árbitro de la semifinal entre Bélgica y Francia. Como lo hizo en sus dos actuaciones anteriores en Rusia 2018 –Francia-Australia, por el grupo C y España-Irán, por el B–, será asistido desde las bandas por Nicolás Tarán y Mauricio Espinosa.

Gran corolario para Cunha, que en su primer Mundial también estuvo como cuarto árbitro en los encuentros de Bélgica con Túnez y México con Suecia.

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