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Octavio Rivero.

Foto: Mariana Greif

Claritamente: con Octavio Rivero, futbolista de Nacional

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Y se me va el corazón, / y se me va, se me escapa / pal lugar donde he nacido / y me recuerda la infancia, / y me trae, claritamente, / padre, hermanos, barrio y casa. / El cielo abierto en los ojos, / la transparencia en el alma.

Cuando un olimareño escucha esos acordes, un ruidito a río se le enciende adentro. El Pepe Guerra mismo, estoy seguro, que cada vez driblea la emoción de volver al pago con las canciones para entonar mejor y junto al pueblo. Hay una parte de Octavio Rivero que todavía trilla Treinta y Tres en bicicleta desde los barrios más lejanos hasta la canchita de Huracán, pasando el Parque Colón, del otro lado de la vía, rumbo al Olimar. Por eso en Rancagua se sintió como en casa y, como en casa, hizo lo que sabía: goles. El goleador vuelve a casa con los goles como el cantor vuelve al barrio con los versos. En Defensor Sporting lo acunó René, allá en la pensión de la calle Urquiza donde vivían los gurises del interior con el arco entre ceja y ceja. Cuando no encontró su lugar, Central Español le abrió las puertas del Palermo y de Primera División. En Rentistas hizo más goles que nunca en lo que iba de su vida, muchos menos que los que seguiría haciendo con el paso de los colores con el tiempo. Rancagua entonces como un hogar, luego la extranjería de Vancouver y –siempre– los goles. En Santiago vivió los mejores momentos con la camiseta alba del Colo-Colo. Su hija Paz nació con el pan abajo del brazo, y la familia partió hacia Guadalajara. Meses duros, sin embargo, lo devolvieron al paisito para cumplir eso que algunos llaman sueños y otros asocian con la constancia. Llegó a Nacional en medio de cuestionamientos que le fueron ajenos, ajenos incluso con la realidad, y respondió con goles. Siempre respondió con goles aunque lo quisieran agarrar de la camiseta. Octavio Rivero, del Huracán de Treinta y Tres al mundo, el cielo abierto en los ojos, la transparencia en el alma.

¿Cómo fue que viniste a jugar a Montevideo?

Vine a Defensor a los 15 años. A los 13 me fui a vivir a Lascano con mi madre y mi padrastro, que se mudaron para ahí desde Treinta y Tres. Entonces dejé Huracán. Empecé a jugar al fútbol de salón. Los fines de semana me iba a jugar a Huracán, a veces, y no era lo mismo. No estaba bueno ir a jugar solamente. No es lo mismo no verse todos los días, esa dinámica de hablar. Me quedé en Lascano jugando al fútbol de salón. Jugaba todo el día a la pelota. Le pegaba contra la pared, igual. Tuve un profesor al que le dicen Bigote que me hizo muy bien, me enseñó un montón: yo estaba acostumbrado al fútbol de cancha y esto era otra cosa. Competíamos en ligas contra Chuy, contra Rio Grande do Sul, varias buenas selecciones de Brasil. En ese tiempo salió la prueba en Defensor Sporting, me vine a Montevideo y conocí Pichincha. Nos entrenaba Rosmán Silva, que me cuidó mucho. Para mí era todo cambio, me ayudó a salir adelante. Viví en la casita de Urquiza unos dos años, con todos los gurises del interior. René nos cuidaba todo el día. A veces nos mandábamos cualquiera, pero fue una linda experiencia. Siempre aprendo de las experiencias, aunque sean malas. Aprendí a lavarme la ropa en Defensor. Al principio, me iba casi todos los fines de semana a Treinta y Tres. Soy de una familia humilde. Tuve una infancia espectacular: mi barrio está bastante alejado de todo, pero agarraba la bici y andaba para todos lados, hasta la cancha de Huracán, pasando el Parque Colón, del otro lado de la vía.

¿Cómo llegaste a Central Español?

Hice un contrato con Defensor por tres años, cuando tenía 16, para ir al Mundial sub 17. Hacía tiempo que me decían que me iban a subir, pero nada. Ese contrato me dejaba sólo ir a préstamo a la B, y en aquel momento era chico e inmaduro, y veía la B como algo que quizá no me iba a ayudar. Hoy lo veo y con 16 años tendría que haber ido a la B. No lo vi y tampoco me lo hicieron ver, y me lo perdí. Se cerró la etapa en Defensor y empecé a madurar, temprano, de alguna manera. Por suerte, porque me han pasado muchas cosas, momentos jodidos, problemas familiares, momentos en los que hay que tomar decisiones. Fui quemando mil etapas. Esa última pretemporada murió el hijo de Renato, mi padrastro, que era como un hermano para mí. Fue durísimo. Acompañé a Renato a buscar a su hijo que había muerto en Perú y, cuando volví, la pretemporada ya había terminado. Se terminó Defensor, pero me di cuenta de que hay cosas mucho peores, hay cosas que no tienen solución. Así llegué a Central Español.

¿En Rentistas fue la primera explosión?

Igual, cuando llegué, me rompí el tendón de Aquiles y estuve meses afuera. Mi viejo me había ayudado a comprar un autito para llegar hasta el complejo de Rentistas, y no podía ni acelerarlo. Estaba de director técnico el Fito [Adolfo] Barán, un tipo que me marcó mucho. Me ayudó a salir adelante con la lesión, y la verdad que la perspectiva no era para nada buena. Estuve a punto de dejar el fútbol; fue una de las primeras veces que lo dije. Tuve una charla muy importante con mi viejo sobre el futuro, sobre qué quería hacer, si seguir jugando o ponerme a laburar. Decidí darme una chance más con el fútbol y me empecé a convencer. Noté un cambio en mí mismo, empecé a ser más consciente de las cosas. Hice 12 goles, nos clasificamos a la Sudamericana y salió la ida para O’Higgins, en Rancagua. Tenía la oportunidad de ir a México, pero resolví ir a O’Higgins porque ellos me vinieron a ver. Yo soy de una familia humilde y la plata la necesito, pero ellos demostraron real interés por mí. En Rancagua me sentí como en Treinta y Tres. Después me fui a la MLS, que es como un empleo público: vas a ganar más o menos siempre lo mismo, siempre vas a tener trabajo y nadie te va a exigir ganar. Ahí me fue bien también, en Vancouver, que es otro mundo. Y me permitió viajar a Santiago para jugar en Colo-Colo.

¿Cómo te trató Santiago?

No sé qué vamos a hacer en adelante, nunca se sabe, pero me gustaría volver a vivir en Santiago. Colo-Colo es tremendo equipo. La gente, por suerte, me quiere mucho. Chile me quedó grabado, me quedó ese gusto. Siempre es importante que te demuestren cariño. Colo-Colo es el equipo del pueblo, del barrio. Estuve dos años; fue la mejor etapa de mi carrera por ahora. Me hablo con mis compañeros hasta el día de hoy, con el chofer del bondi, con los utileros. Paz, nuestra hija, es chilena. El mismo día que nació salió el pase a México, vino con el pan abajo del brazo.

Llegaste a Nacional, debutaste con gol y has sido muy efectivo, a pesar de que venías de un momento difícil en México.

Yo venía de un momento difícil en México, y la cabeza es todo. El gol con Liverpool en el debut fue un alivio, más allá de que quizás no haya sido el mejor partido. Y después, cada vez que fui entrando se fue dando el gol, que es lo que vine a hacer.

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