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Marcela Maidana y Facundo Núñez, en el acceso al túnel de Jardines del Hipódromo.

Foto: Natalia Rovira

Hace falta lo que une: lo que sienten los amantes del fútbol que ocupan más tribunas

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Hace un tiempo que los fines de semana no se parecen a los de antes, mucho menos para quienes lo esperan toda la semana para poder ver a sus colores en la cancha. Hace falta lo indispensable, lo que une, la esencia de las mañanas o las tardes, lo que se apodera de la radio y la televisión, de los almuerzos en familia, y de cada rutina de cada consumidor de este deporte que genera tanto. El fútbol uruguayo está por volver, aunque las canchas sigan vacías.

Garra se acercó a esas almas en pena, hombres y mujeres sin consuelo y con ansiedad, a quienes esta pandemia les ha quitado lo que los hace sentir vivos, aunque a eso que llaman fútbol, citando al Indio Solari, “nadie es capaz de matarte en mi alma”.

Fénix

Freddy y Pablo Silva, en el Parque Capurro.

Foto: Natalia Rovira

A Pablo le falta la excusa para ir a almorzar con Freddy, su padre, alguien que hace 70 años que va a ver a Fénix, para llevarlo a la cancha después, como él hizo a la inversa desde sus cuatro años. Dicen que Fénix es su gran pasión y es lo que los une a nivel familiar, algo de lo que Pablo quiere inculcar a sus hijos. Dicen que Fénix es como una gran familia.

“Es difícil porque entre semana no nos vemos, pero sabemos que el fin de semana sí o sí nos encontramos para ir al Capurro o a donde sea; tenemos una unión por esto. Vivimos desde partidos de Copa Libertadores hasta partidos por el descenso, viajamos al interior, como a Rivera, o al exterior, como a San Pablo”.

Danubio

Marcela Maidana hace 42 años que es hincha de Danubio y que vive a dos cuadras del estadio María Mincheff de Lazaroff, en Jardines del Hipódromo. Marcela vive junto con su hijo, Facundo Núñez, de ocho años, que juega con la franja en el pecho desde los tres. Ahora dicen sentirse perdidos, porque ambos acomodan su rutina semanal dependiendo de los entrenamientos del niño, que tiene como pasión transpirar la camiseta negriblanca, pero los fines de semana se hacen un espacio para ir a ver a la primera del club de sus amores, aunque, más bien, se hacen un espacio para hacer otras cosas, porque el fútbol es una fija. Visitaron la cancha vacía con las tribunas desoladas, se sienten como en su casa pero la nostalgia se apodera de sus ojos que denotan felicidad.

Nacional

Federico, Andrés y Alejandro Rocca, en el Parque Central.

Foto: Natalia Rovira

Alejandro siente una “pasión irracional e incontrolable por Nacional” desde que tiene uso de razón. Su padre lo llevaba a todos los encuentros importantes y así se volvió el más fanático de su familia. “La pasión se la di a mis hijos, Federico y Andrés, que por suerte terminaron siendo más fanáticos que yo. En este momento estoy perdido y ansioso sin fútbol”.

Es la primera vez que no va a ver a su equipo por tanto tiempo, y, si bien no es la primera vez que se aleja tanto del Gran Parque Central, extraña estar allí porque lo considera “todo un símbolo”.

Peñarol

Alejandro Biestro, en el Palacio Peñarol.

Foto: Natalia Rovira

Alejandro Biestro, de 47 años, dice que “un día sin el carbonero es como un día sin drogas para el adicto”. Hace 37 años que va a ver a Peñarol y el amor por el carbonero lo lleva grabado en la piel. No tiene ningún tatuaje clásico, como el escudo o la bandera: decidió dibujarse la hinchada para siempre en su espalda.

Nos encontramos en el Palacio Peñarol, lugar que frecuenta desde hace más de tres décadas. Él está rodeado por pintadas de la hinchada a la que pertenece, un grupo de personas que siente como sus compañeros, amigos, y familia. “Ya se está extrañando. A mí me cambia muchísimo el ánimo, es parte de mi vida. Con 47 años me doy cuenta de que es mi vida. Mi madre me empezó a llevar cuando tenía diez años. Lo que más me gusta hacer es ir al Campeón del Siglo; me despierto con otra motivación y todo es distinto”.

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