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Óscar Pérez, arquero de México y Luis Suárez, de Uruguay, en el estadio Royal Bafokeng, en Rustenburgo, el 22 junio de 2010.

Foto: Sandro Pereyra

¿Quién no ha tenido una media ilusión? El día del primer gol de Luis Suárez en la historia de los mundiales

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Rustemburgo, Sudáfrica. Tercer partido del Mundial que cambió a Uruguay. Por primera vez en diez años, utilizando esta cápsula del tiempo al revés, releo lo escrito y me sorprendo. “La gran victoria sobre los mexicanos en el Royal Bafokeng de Rustemburgo terminó poniendo el sello de aprobado –que pretenden y exigen los burócratas del utilitarismo, que sólo dejan pasar a los ganadores– al largo y pensado proceso de trabajo de las selecciones nacionales pergeñado y ejecutado por Tabárez y su equipo”.

África mía

Rustemburgo es por primera vez África para muchos. Tal vez los 50 o menos que estábamos en Kimberley sí habíamos tenido cierto contacto con la nación puramente africana, pero en el estadio Royal Bafokeng, que está a 12 kilómetros de Rustemburgo, es en la zona donde conectamos netamente. Estuvimos en territorio que fue nativo. El estadio está en tierras de la tribu bafokeng. En lo que sería el retiro del frente de una casa, una ronda de ocho o nueve hombres sentados en cajones toman cerveza de sus botellas y conversan. Una foto desde afuera y desde adentro. Un vendedor de medias que no es el de Felisberto Hernández –¿quién no ha tenido una media ilusión?– nos hace pasar y nos lleva con el dueño de casa o del boliche. Después me doy cuenta de que en una de las distintas construcciones hay un expendio de bebida con rejas de pulpería, en otra un pool o mesa de billar, y en otra la vivienda del bolichero, que nos recibe de brazos abiertos y nos invita a tomar una. No, thanks. I’m working, y se nos va la moto con el espanglish y estamos como chanchos con los parroquianos y el bolichero mientras suena alto un negro espiritual.

Seguimos pateando entre aquellas callecitas que me hacen acordar a Rivera y Livramento, y damos con un tenderete de comida muy, pero muy humilde, con las ollas encima de las brasas. La pareja que lo atiende se muestra muy vergonzosa, principalmente la muchacha, que se esconde en los primeros amagues de mi compañero de retratar la situación. Sandro, como un duque, le dice que si no quiere foto, no hay foto. Un viejo escapado de un cuento de Bukowski lo pecha a Sandro, que parece que es quien da la sensación de platudo. No, no coins, y entonces el viejo lo manguea en portugués. Sandro le habla en portugués y el viejo no entiende nada, pero allá atrás, cuatro o cinco mujeres ataviadas de una forma muy africana falam portugués y se sabe a nuestro juego. Nos llamaron, nos vamos al humildísimo tenderete de las mujeres, que son mozambiqueñas y están en Sudáfrica por necesidad de dinheiro. Muita fala com as mulheres y un nenito de tres años, Amaro, que mira asombrado a Isabel. Los platos son inmensos y les ponen una suerte de puré con avena, carne, ensaladas picantes y pepinos.

El partido con México fue el del primer gol de Luis Suárez en los mundiales, fue el partido en que los 1.000 paquetes vendidos desde Uruguay expiraban y, de acuerdo con los cálculos de las compañías, el aeropuerto de Carrasco iba a tener intenso tránsito de orientales volviendo. Fue la primera vez que cené en un restaurante alternando carne con amargos. Fue la primera vez que Uruguay completaba una serie clasificatoria de tres partidos en un Mundial sin recibir goles en contra. Era en Rustemburgo, en 2010, y soñábamos despiertos.

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