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Foto: Alessandro Maradei

11 contra 11: entrevista con Federico Pérez, futbolista de Plaza Colonia

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Hace algunos días pasó a ser parte del recuerdo constante Luis Padula. Para muchos un innominado, un anónimo. Para algunos pocos privilegiados un ser de luz, un monumento sensible de las canchas chicas. Tenía un dicho que decía: “¿Sabés quién me preguntó por vos?”. “¿Quién, Padula?”. “Nadie”, y estiraba la última vocal ya en plena risa. Aquello era una especie de llamada a lo ínfimo. Una especie de llamada al olvido. Una especie de noción de que el otro sólo existe para quien está al lado, que la fama es puro cuento, como dice el tango, y que en el fútbol la fortuna es otra. Federico Pérez voló de guacho en Bella Vista, pisó el sueño de jugar en Peñarol y habla del Chiquito [Ladislao] Mazurkiewicz como una eminencia mundial de las cosas simples. Jugó en Everton, en River, en Atenas, en la IASA (donde conoció a Padula), en Santamarina de Tandil, en el bravo Atlanta y en Santiago Wanderers de Valparaíso. Fue cosechando intensidades. Hoy elige el futuro como pocos pueden hacerlo, en la libertad siestera del interior, en la pasión intrínseca de un pueblo, en la noción del desborde que es la vida nomás: “Nosotros acá lo tenemos al Chochi [Sergio] Delfino, tiene 76 años, campeón del mundo con Peñarol. Ídolo en Liverpool porque jugó quebrado. Una historia de vida increíble: dejó el fútbol, le tocó pasarla mal, hasta que conoció a Gracielita y se salvaron entre los dos. Su vida es el fútbol y Gracielita, no tienen hijos, nosotros los jugadores somos como sus nietos. Una eminencia en Colonia. Me hace acordar a Padula, a Quiero Goles, otro de Sudamérica. En el banco de suplentes de Plaza si hay que dejar uno afuera se deja para que entre el Chochi, siempre tiene que estar. Vas caminando a tomar agua, estás a cinco metros y él está a 15 y viene corriendo para dártela. Esos personajes de los clubes que todavía quedan”.

¿Como vienen trabajando en esta nueva normalidad?

Nosotros acá en Colonia tenemos ciertas ventajas. Arrancamos el 15, pero el club nos planteó la posibilidad de seguir en el seguro, más allá de que nos cumplieron con el 100% del sueldo. Lo que buscaban era aprovechar la situación para ver la posibilidad de hacer un gimnasio. Entonces al principio seguimos con el régimen de trabajar desde casa, fue una semana de testeos. En la pandemia nunca nos dejaron tirados, si falta algo siempre están; fue una forma de ayudar consensuada entre los jugadores, hasta que volvimos a los entrenamientos en el club. Va pasando el tema de los distintos horarios, el uso de los vestuarios, pero acá está todo cerquita. Es extraño, pero igual lo disfrutamos porque suma; antes nos tirábamos chistes por Zoom, ahora por lo menos los tirás estando a un metro. Estás con otra magia. Nosotros no la sufrimos tanto acá en Colonia trabajando en pandemia: estábamos al aire libre, trabajando con alguien que está mirando lo que hacés. No es lo mismo que estar trabajando solo. Me tocó esta pandemia estando en actividad. El otro día escuché a Sergio Ramos hablar de la liga del coronavirus: “Esa es una sola y la quiero ganar”, decía. Y eso me gustó, me la guardé porque es verdad.

¿Fue difícil volver a estar en sintonía con los objetivos?

Somos conscientes de que hubo un parate; si bien los objetivos siguen siendo los mismos, hubo un tiempo de volver a activar la máquina, porque si no podés hablar de los objetivos que igual nunca los vas a alcanzar. Había que ponerse bien físicamente y también como grupo. Recién íbamos cinco partidos, estábamos empezando a ver cómo era el equipo, ajustando la tuerca, conociendo al compañero nuevo. Eso tiene que volver a pasar, la vamos reconstruyendo, más teniendo en cuenta el campeonato que se viene, que se va a jugar miércoles y sábado.

¿Puede que tenga otra intensidad entonces el campeonato?

Hay que estar preparados como nunca, pero no con el verso de que “no sabés cuándo te va a tocar la oportunidad”. Si sos suplente y el titular tuvo un mal día, o está lastimado o algo así, en una semana puede llegar a recuperarse, pero siendo tres días es otra dinámica. Hay que estar prontos. Es una motivación para construir un vestuario desde ese lugar.

Hasta pueden haber cambiado los análisis que se hicieron previamente de los rivales, porque no se sabe la realidad que vivió ese grupo durante la pandemia.

Los equipos del interior somos conscientes de que teníamos ventaja y tenemos que aprovecharla: teníamos menos casos en los departamentos, más espacios verdes. Veía fotos de gente en Montevideo encerrada en un living. Después arranca el campeonato y no hay excusas, pero lo entendimos de esa manera. En Montevideo tenés que moverte hasta el [parque] Roosevelt para salir a correr, acá en Colonia es otra cosa. El hecho de jugar sin público es una incertidumbre. Al principio de los entrenamientos hizo mucha falta el vestuario para hablar esas cosas; tomaba mate en el auto estacionado como si fuera el vestuario, no podíamos filosofar, digamos. Recuerdo una vez hablando con un hincha de Peñarol hace muchos años, que me decía que el fútbol sin gente no existe. Yo le decía que el fútbol sin gente podía jugarse igual y que la pasión iba a ser la misma. Habrán pasado 15 años y me fui dando cuenta de que la gente, el grito, a quien le brindás un espectáculo es importante; voy entendiendo que mi amigo el hincha de Peñarol tenía razón. A mí me apasiona el fútbol, pero claro, fui perdiendo la pasión del hincha. Pero es que así como a nosotros nos cambia la semana ganar o perder, al hincha también, pero de distinta manera, aunque no lo puedo comparar porque nunca lo viví como hincha. Yo si pierdo se me vienen las jugadas dos días seguidos, después se te va, pero cuando llegás al partido sabés que venís de perder. Cuando ganás te sacás la mochila, te relajás, te gustan hasta los dolores. El hincha capaz que es igual, está toda la semana cortando papelitos. Debe ser su forma de entrenarse.

¿Dónde te tocaron hinchadas más intensas?

En Peñarol. En el exterior, en Santiago Wanderers de Chile; el chileno es muy exitista en ese sentido. Por otro lado, y particularmente en Valparaíso, tienen ese espíritu laburante, tienen su mística, siempre se levantan: el terremoto les tira las chozas, se reconstruyen; viene un incendio y se juntan todos a apagarlo. Y eso te lo trasladan al equipo. Pero son demasiado exigentes con los resultados. Ese año arrancamos muy bien y terminamos tecleando. Eran crueles, aunque también te llevabas mimos gratis cuando ganabas, pero vos sabías que habías sido un desastre, vos sabías que no era así. Atlanta de Villa Crespo también es picante, no la pasé bien. Me gustó el club pero era un ambiente raro, con constantes amenazas, y yo no estoy ni ahí. Me encantó el club, me encantó el vestuario, pero alrededor era otra cosa. Estuve seis meses y me fui. La de Peñarol es divina. Ahí está bien la exigencia porque Peñarol es gigante y tenés que estar a la altura.

Habrá miles de anécdotas de tu época en Peñarol.

Yo hice mucha amistad con Nicolás Rotundo y Darío Rodríguez; yo era el jovencito, los escuchaba, y ellos escuchaban al Chiquito Mazurkiewicz. Entonces terminaba la práctica, hacíamos el mate y nos íbamos a escuchar al Chiquito, a preguntarle cosas, escuchar cuentos. En una estábamos hablando de la grandeza de Peñarol, y yo le pregunté qué se sentía ganarle al Real Madrid; el Chiquito me miró y me dijo: “¿Yo qué sé, pibe? Le ganamos acá y allá, ¿vos no entendés que nosotros éramos los mejores del mundo?”. Y claro, en esa época los mejores del mundo eran ellos. “A los tres días de salir campeón del mundo jugué un partido atrasado en el Paladino y perdimos, nos cagaba a puteadas la hinchada”, me dijo después. “No me van a putear a mí”, pensaba yo. Es muy grande Peñarol. En otros lados la exigencia sobreexcede.

¿Puede resultar una ventaja jugar con los grandes sin gente en las tribunas?

Igual siempre son 11 contra 11. A mí me encanta jugar con 40.000 personas en contra, amo eso, porque la presión no la tengo yo, la tiene el equipo grande. A veces esa presión juega a favor o en contra, juega en la cabeza. Pero depende de cómo arranques, es como una pulseada. Con los equipos de la copa en estos niveles es lo mismo, pero después ya juega la infraestructura, la calidad. Volvemos a lo mismo: yo quiero salir campeón, si no no juego. Pero soy realista. Las estadísticas mandan, siempre está el pero, y son 11 contra 11. No son palabras mías, pero por eso es tan pasional el fútbol, porque el mendigo le puede ganar al rico. A Mauro Zárate le debe pesar hacer tremenda jugada y no escuchar a toda la gente. Capaz que a los que están acostumbrados a jugar con 50.000 personas les pesa más; yo estoy acostumbrado a jugar con 150 personas, estoy acostumbrado a escuchar a mi vieja en la cancha. Mauro Zárate no debe haber escuchado nunca a su vieja gritarle en el fútbol profesional.

De alguna manera estás pudiendo elegir el destino de terminar la carrera, ¿estás disfrutando estos tiempos?

A mí me cambió la forma de disfrutar el fútbol desde el momento en que vine a Plaza Colonia. Me saqué el estrés, porque sé que tengo las puertas abiertas en el plantel. Te cambia el rendimiento, te cambia la cabeza. Ya cuando volví de Chile sabía que era muy difícil que volviera a salir al exterior. Plaza estaba en la B y yo me puse el objetivo de jugar un campeonato en el exterior. Y logré lo que me propuse, ahora en el rol de capitán. Siempre quiero más, pero con los pies sobre la tierra rebalso alegría, me siento feliz, me siento completo, ahora todo es ganancia.

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