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Gastón Boero junto a su mamá.

Foto: Natalia Rovira

El deporte paraecuestre ofrece espacio para la competencia y el trabajo terapéutico

8 minutos de lectura
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En la fundación Sin Límites se preparan jinetes y amazonas para las competencias, y también se practica la equinoterapia.

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Leído por Andrés Alba.
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El paraecuestre o la hípica adaptada es una disciplina paralímpica desde 1996. Las pruebas de ecuestres son las únicas en los programas olímpico y paralímpico, en las que compiten mujeres y varones individualmente en la misma categoría, oponiéndose sin división por género.

Los objetivos son los mismos que los de la doma clásica, en la que se busca la armonía entre el jinete o amazona y el caballo. Consiste en hacer una serie de movimientos previamente indicados en un programa establecido en un texto, llamado reprise.

Desde el punto de vista terapéutico, se utiliza el caballo y las técnicas de la equitación como mediadores para lograr la rehabilitación biopsicosocial. Son las herramientas de la equinoterapia, una terapia integral, que aporta al desarrollo cognitivo, físico, emocional, social y ocupacional. Al ser beneficiosa en tantos aspectos del ser humano, es una práctica muy útil para mejorar la calidad de vida de personas con discapacidades. Se utiliza tanto con personas con discapacidades físicas como emocionales, mentales o educacionales. La diferencia entre ambas es que la equinoterapia tiene fines terapéuticos, mientras que el paraecuestre es una disciplina deportiva.

En Uruguay las competencias se desarrollan en el marco de la Federación Uruguaya de Deportes Ecuestres (FUDE), que responde a la Federación Ecuestre Internacional.

Al principio se entrena en cómo dirigir al caballo, con asistentes y guía, realizando algunas figuras de prueba del grado en que se clasificó. Luego se retiran los asistentes y posteriormente el guía.

Las raíces

Lydia Lercari, una de las fundadoras del paraecuestre uruguayo, cuenta que esta disciplina surgió en Europa en 1950. En los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952 participó Lis Hartel, una mujer que había contraído poliomielitis en 1944, a sus 23 años, por lo que sufrió una parálisis por debajo de las rodillas y se vieron afectados también sus brazos y manos. Compitió con personas que no tenían ningún inconveniente físico y ganó la medalla de plata. El ganador la bajó del caballo aúpa para subirla al podio. En 1956 compitió de nuevo y obtuvo el mismo resultado. “Entonces empezaron a preguntarse qué pasaba con la equinoterapia. Primero llegó a Países Bajos, después a Canadá, luego a Estados Unidos y, finalmente, a América del Sur. En los años 60 se empezó con el paraecuestre, pero recién en 2006 la federación la reconoció”, explicó.

Precursora

Lercari es una de las referentes del paraecuestre en Uruguay. Es la creadora de la fundación Sin Límites, que funciona dentro del Club Hípico del Uruguay, ubicado en Solymar, Costa de Oro.

Comenzó con la organización, en abril del año 2000. Llegó desde Estados Unidos, donde hizo el curso de consultor en equinoterapia. En aquel momento se abrió el Centro de Equinoterapia en nuestro país, en el Club Hípico Uruguayo, y ella no dudó en acercarse para aportar sus conocimientos en paraecuestre.

Se interesó por esta disciplina debido a una historia muy particular cuando trabajaba como docente en el Colegio Americano. “Una de las maestras tuvo un accidente automovilístico con su esposo y sus dos hijos, uno de ellos falleció y el otro tuvo varias lesiones. Esa noche soñé que estaba ayudando a ese niño con equinoterapia, entonces me puse a buscar lugares para aprender y así poder enseñar”, cuenta.

Lercari se formó en California de manera intensiva con Nora Fischbach, una docente especializada. Vivió en su casa para dedicarse a aprender prácticamente a tiempo completo. A su vez, era estudiante de Veterinaria, por lo que sabía de caballos. Además, practicaba equitación desde hacía varios años, competía en salto y en adiestramiento. Su mentor en paraadiestramiento fue el inglés Clive Milkins.

Al finalizar la formación rindió exámenes en la Asociación Internacional y empezó a dar clases de equinoterapia al terminar sus jornadas de trabajo como docente en el colegio. Pero comenzó a tener varios alumnos y tuvo que decidir entre su profesión de docente y la de entrenadora; eligió su pasión.

Lydia Lercari

Foto: Natalia Rovira

Entonces abrió el primer centro para personas de habla hispana con Fischbach. Una de las deportistas que concurrían era una mujer sin piernas. “La empecé a entrenar en paraecuestre y compitió varias veces. Ganó y estuvo nominada para el equipo estadounidense. Para montar se sacaba las férulas y luego se bajaba sola, agarrándose de las patas del caballo”, recordó.

Sin límites y con mucho esfuerzo

En Uruguay es un deporte nuevo. De hecho, hace pocos días, la fundación Sin Límites recibió la visita del Comité Paralímpico Uruguayo, cuyas autoridades no sabían del paraecuestre y Lercari les presentó a sus cuatro jinetes y amazonas que compiten.

La fundación que gestiona Lercari es sin fines de lucro y conlleva mucho trabajo personal y voluntario de la creadora, que lo hace de forma honoraria y no cuenta con colaboraciones económicas fijas. Si bien tuvo patrocinadores puntuales para algunos caballos, no existe gran apoyo a la actividad.

Actualmente concurren 60 chicos entre equinoterapia y equitación. Algunos tienen autismo, otros tienen parálisis cerebral, y también van personas con dolencias físicas y emocionales.

Todos los años hacen un concurso anual de equitación integrada y adaptada para los centros y escuelas de equitación del país, en el que recaudan dinero para sustentarse todo el año. Debido a la pandemia, hace dos años que no se lleva a cabo. Entonces organizaron una rifa para solventar todos los gastos.

Sus caballos pagan los boxes como cualquier persona que alquila dentro del club. Además, necesitan dinero para gastos veterinarios e indumentaria de los jinetes y amazonas, entre otros insumos.

En esta época del año los caballos se van un mes de vacaciones, lo que “es totalmente necesario porque ellos también se estresan, y vuelven como nuevos”, explicó. Aun con poco apoyo, han viajado para participar en competencias internacionales.

“En el momento en que lo dejé [el trabajo como docente], [había estado allí] la mayor parte de mi vida, pero esto no lo cambio por nada porque me cambió la vida. Te hace ver los valores totalmente diferentes que las personas con discapacidad te enseñan, el amor puro que te brindan, que a veces no nos damos cuenta de que existe; es maravilloso”. Lydia Lercari.

En 2008 Lercari fue con con Claudia Correa, otra de las entrenadoras de paraecuestre, al Panamericano en Venezuela. Llevaron tres jinetes. Además del esfuerzo económico, este viaje implicó mucho esfuerzo físico y emocional de las entrenadoras, ya que entre otras cuestiones se alojaron en un cuarto piso sin ascensor con los jinetes que estaban en sillas de ruedas.

Otro de los viajes fue en 2018, Lercari concurrió con dos jinetes a Canadá. La federación costeó los pasajes, ella se hizo cargo de las botas de uno de los deportistas y con un patrocinador cubrieron gastos de alojamiento y otros rubros.

Ximena Silva

Foto: Natalia Rovira

Devolver la autonomía

Ximena Silva es una de las deportistas competidoras y tiene una historia muy particular. Cuando le detectaron esclerosis múltiple, una enfermedad que ataca al sistema nervioso, en particular al cerebro y la médula espinal, afectando la motricidad, una de las doctoras que le trataban le recomendó hacer equinoterapia. Se acercó al Club Hípico, pero Lercari notó que tenía perfil para practicar paraecuestre.

Cuando fue diagnosticada, necesitaba una persona a su lado para caminar y utilizaba silla de ruedas. Su mayor dificultad estaba en la pierna derecha. “Empecé a venir en 2010. Antes me tenía que ayudar a subir la pierna y utilizaba silla de ruedas; luego de comenzar a entrenar, el paraecuestre me cambió la vida. Lo que Lydia diga es palabra santa para mí”, sostuvo la amazona. Sus médicos le contaron que se trata de un raro caso de esclerosis múltiple, ya que su cuadro, en lugar de empeorar, mejoró.

Para llegar a una progresión estuvo bastante tiempo porque se trata de “un caso muy especial, porque no se había subido ni a los caballitos del Parque Rodó”, agregó Lercari.

Ximena les tenía terror a los caballos. Al comienzo, estuvo casi un año montando una yegua muy dócil; lo hacía acostada, abrazada al cuello del animal. De forma muy progresiva fueron enderezando la postura para darle seguridad, hasta que realmente tomó confianza. “Enseguida noté que tenía condiciones para el paraecuestre, entonces decidí hacer la transición”, explicó la entrenadora.

La transición consiste en prescindir de los ayudantes. En la equinoterapia, las personas con mayor dificultad practican con un guía del caballo y dos laterales al costado por seguridad. En el caso de Ximena, primero quitaron uno de los laterales, después el otro y enseguida el guía.

Ese proceso lo hizo con la misma yegua, “que fue con la que después compitió en el primer campeonato nacional, en 2015, y tuvo muy buenos resultados, por lo que se entusiasmó muchísimo”, sostuvo Lercari. Ximena ha participado en competencias en Argentina y en otras instancias, como clínicas.

Otro de los alumnos de Sin Límites es Gastón Boero, un adolescente con parálisis cerebral y autismo. Su madre lo acompaña a los entrenamientos y sostiene que es el momento en que lo ve más feliz.

“El papá pensaba que no le hacía nada, me planteó que no siguiera y yo le dije rotundamente que no: para él es un disfrute y se nota. Creemos que por la pandemia ahora le tiene terror a todo, porque estuvo mucho tiempo quieto y sentado. Pero cuando venimos por la rambla identifica el lugar y se manifiesta fascinado”, explicó.

La competencia

Los jinetes y amazonas que compiten pasan por la “Clasificación de la discapacidad para el deporte”, con el objetivo de evaluar el impacto que la discapacidad de cada persona tiene en la práctica de la doma clásica.

Ximena Silva

Foto: Natalia Rovira

Un clasificador médico o fisioterapeuta especializado determina el perfil del deportista, el grado o categoría en el que deberá competir. Los grados son seis. Cada uno dispone de reprises diferentes.

Ximena Silva está en el grado dos. Para la competencia nacional su reprise comienza indicando figuras como: alto, inmovilidad, saludo; partir al paso mediano, pista a la derecha; paso mediano, transición al trote de trabajo, girar sobre líneas de cuatro, ceder la pierna, y así continúa hasta 25 figuras, cada una con un puntaje máximo de 10.

Se evalúan aires, libertad y regularidad; impulsión (deseo de moverse hacia adelante, elasticidad de los pasos, soltura del lomo, y encajamiento del posterior); sumisión (atención y confianza, armonía, liviandad y facilidad de los movimientos, aceptación de la embocadura y del tren anterior); posición y asiento del jinete, y efecto de las ayudas.

Vos para mí, yo para vos

Lercari extraña montar. “Cuando te dedicás a sacar el centro adelante, te hacés cargo de diez caballos, alumnos y demás, montar diez minutos es una felicidad absoluta, pero a veces no puedo y me frustro porque perdí todo el entrenamiento”, pero no se arrepiente. Hacerse cargo de una fundación conlleva mucho trabajo y sacrificio, pero también tiene recompensa.

Tampoco se arrepintió de haber dejado el colegio en el que trabajó durante 28 años y además había sido alumna. “En el momento en que lo dejé, [había estado allí] la mayor parte de mi vida, pero esto no lo cambio por nada porque me cambió la vida. Te hace ver los valores totalmente diferentes que las personas con discapacidad te enseñan, el amor puro que te brindan, que a veces no nos damos cuenta de que existe; es maravilloso”, expresó.

Lo que más disfruta la maestra es ver los cambios en las personas. Uno de sus momentos más emotivos fue cuando uno de sus alumnos con trastorno del espectro autista, que jamás había hablado, la llamó por su nombre y nombró también al caballo.

Animales sanadores

Los caballos, además de los tres principios de la equinoterapia, que son la transmisión del valor del cuerpo del caballo, los impulsos rítmicos y el patrón de locomoción tridimensional –porque su forma de caminar tiene similitudes con la de los humanos–, aportan una parte afectiva.

“El trabajo con caballos es un trabajo sin retorno: no podes vivir más sin ellos. Tengo uno que es hijo de una de mis yeguas, fue criado para la fundación, hace poco lo operamos de un cólico y yo vengo a atenderlo todo el tiempo, porque es parte de mi familia”, cuenta Lercari.

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