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Matilde Nogueira.

Foto: Federico Gutiérrez

Entrevista con Matilde Nogueira, actriz que contó a Garra su vínculo con el fútbol

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Desde su pasión familiar por Nacional, pasando por un personaje teatral de niño que soñaba con ser futbolista, hasta formar un equipo con amigas en la adultez, Matilde disfruta el fútbol y lo conoce en distintas facetas.

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Dylan juega con una pelota sobre unas tablas que se parecen a la vereda de cualquier barrio a los costados de Montevideo. Mientras patea y tiemblan los vidrios, y las vecinas se arriman a junar, sueña con ser futbolista. Alrededor, la ciudad se encrudece con la crisis. Todo eso sucede en una obra de teatro de Florencia Caballero Bianchi que se titula Cheta, que habla de una piba de barrio con un mango que va a un colegio privado en el centro, pero se junta en la esquina, donde pasa la vida. Dylan es un niño al que el tiempo le está pegando como si la pelota fuera él y el zapato el año 2001. Matilde Nogueira es actriz, y encarnó en la obra, que se presentó hace algunos años, a ese niño inquieto de un barrio bien nuestro, donde el fútbol se eleva a lo intangible de la guita y la fama, y se baja a una piedrita pateada en un recreo. Esa fue quizás la única vez que Matilde, en escena, se encontró con el fútbol, más allá de que habla de un montón de picaditos colgados en ensayos varios. Pero el fútbol estuvo siempre en la vida de la actriz. Desde las canchitas de Pando, donde jugaba su hermano, hasta el estadio Centenario o el Parque Central, donde jugaba su Club Nacional querido, hasta un equipo entrañable nombrado Las Finas, en el que un puñado de treintañeras se encontró con el fútbol como deporte, quizás por primera vez en el trillo. Matilde Nogueira habló con Garra sobre fútbol, porque el fútbol está en su vida desde siempre y porque, de una manera u otra, tiene que ver con el teatro, otro ejercicio pasional que le acontece.

“Si fuese niña en este momento, seguro estaba en una escuelita de fútbol. Pero en aquel momento ni siquiera lo visualizaba como algo posible, ir y entrenar el fútbol”.

¿Desde cuándo está el fútbol en tu vida?

El fútbol en mi vida estuvo siempre. Mi familia es recontra futbolera, del Club Nacional de Football, fuerte. No tenía mucha opción, está todo bien con todo, pero Nacional es Nacional. Entonces, mi vínculo primero fue a través de mi hermano, Andrés, con el baby fútbol. Jugaba en San Luis de Pando, era una fija todos los domingos ir a ver el partido. Ese es un recuerdo re lindo. Si bien los partidos en sí no eran el lugar donde yo más estaba, se armaban tremendas bandas; estábamos en otra pero también estábamos en el partido. No lo recuerdo como algo cansador sino todo lo contrario. Me gustaba esa dinámica futbolera del grupo de familias que acompañaron a los pibes durante años. Siempre me encantó el fútbol. Si fuese niña en este momento, seguro estaba en una escuelita de fútbol. Pero en aquel momento ni siquiera lo visualizaba como algo posible, ir y entrenar el fútbol. Siempre hice deporte, pero en la adolescencia, sobre todo, el fútbol empezó a tener otro lugar.

¿Cómo ha sido el vínculo con la cancha?

La primera vez que fui al estadio fui a ver un partido con mi hermano, que es enfermo de Nacional. Fue una época muy fanática esa. Me acuerdo de la impresión de entrar al estadio y ver esa enormidad. La mayoría de las veces que fui a ver fútbol, fui con mi hermano, y la gran mayoría de las veces fue a ver a Nacional. Me copaba, teníamos hasta rivalidades en el liceo, me acuerdo incluso de un profesor de historia re manya. En esa época los pizarrones eran negros, la pizarra blanca todavía no se curtía. Y él escribía las clases con tiza amarilla. Me daba mucha bronca que hiciera eso. En aquel momento mi hermano jugaba fútbol de salón los domingos de tardecita, y allá también íbamos. El clásico era el Club Solís contra Urupan. Había toda una cuestión social en ir a ver los partidos de fútbol de salón, pero además en ese tiempo había algo de seguir el campeonato, de seguir las jugadas, de ver el juego y no sólo gritar los goles. Pero me gustaba gritar goles. Entonces, en mi casa el fútbol siempre. Desde mi abuelo paterno, fanático de Nacional profundo, sus hijos, mi padre y mi tío, aunque mi padre nunca fue de jugar al fútbol, sino más desde lo pasional, y mi tío sí, igual que mi abuelo y mi hermano. Cuando mi abuelo murió en 2010, parte de las cenizas las tiramos en el arco del Parque Central, y parte en la playa donde pescaba.

“Llego a ese lugar de preguntarme ¿por qué el fútbol genera eso? Pero igual quiero seguir viendo y seguir jugando”.

¿En qué momento te fuiste alejando del fútbol?

Me fui desvinculando con el tiempo. Me sigo considerando hincha de Nacional, pero no te sigo tanto los partidos. A los clásicos sí, trato de verlos o escucharlos. Pero en mi casa sigue siendo un evento. En la adolescencia todo era parte de un ritual, el bondi lleno desde Pando cantando desde que salíamos. Me encantaba ver a mi hermano en ese fanatismo también, era como otro perfil de él, de ir cantando, de seguir cantando en el estadio, de abrazarse con todas las personas de alrededor en un gol. Esa imagen la tengo grabada. En ese momento no reflexionaba tanto sobre el fútbol; como que estaba ahí, en esa pasión. Con el tiempo dejó de estar tan presente en la vida, reflexionar también me distanció, aunque sigo mirando partidos. Miro a Uruguay, miro fútbol europeo, mundiales, copas América. Llego a ese lugar de preguntarme ¿por qué el fútbol genera eso? Pero igual quiero seguir viendo y seguir jugando. Me gustaría saber más, incluso, pero puedo estar re entretenida viendo un partido de fútbol. Ver un buen partido siempre es un tremendo plan.

¿Cómo te llevás con Matilde jugadora y con el juego?

Siempre hubo una pelota en la vuelta.Tengo una prima con la que pasamos gran parte de la infancia, y nos metíamos en los picaditos, pero siempre estaba esa sensación como de que había que pedir permiso. Si me dabas a elegir en el liceo entre handball y fútbol seguro hubiese elegido fútbol, pero esa posibilidad no estaba. La primera vez que tuve la oportunidad fue en 2016, que unas conocidas de la misma generación empezaron con la idea de armar un cuadrito para chivear. Me sumé a esa manija y surgió Las Finas Fútbol Club. Todas treintañeras que sólo habían jugado fútbol casero, digamos. Tuvimos nuestro primer entrenamiento, lo dirigió el hermano de una compañera que fue el primero que agarró este viaje. Fue como un descubrimiento, cómo organizarse en la cancha, qué significa una cosa o la otra, y también entender cómo era Mati en la cancha ¿Cómo era jugar? ¿Cómo jugaba? Pensaba ¿por qué no hice esto antes? Esa sensación. Las Finas siguieron creciendo, yo estuve un par de años. Empezamos jugando muy mal y ahora Las Finas están en la B, salieron campeonas del Apertura. El mismo año en que empezaron Las Finas surgió el proyecto de Cheta; de pronto el fútbol en la realidad aparecía en mi vida, y a la vez aparecía en la escena.

Foto: Federico Gutiérrez

¿No había aparecido el fútbol en la escena previamente?

La única manera, en algún ensayo. Hace años, ensayando una obra para niños, hacíamos unos picaditos en el salón que teníamos. Me acuerdo de haberme esguinzado un día en esa pavada. Pero a nivel teatro no. Y de pronto con Cheta había ensayos que eran jugar al fútbol. Muchas escenas surgieron a partir del picadito. Ni que hablar de mi personaje, Dylan. Había una escena entera, incluso, que era un picadito de fútbol. Fue alucinante, empecé a entender el vínculo entre un partido de fútbol y una obra de teatro, desde la puesta en escena que se genera, y que hay una cuestión de técnica y de táctica que la tenés como actriz y jugando en la cancha, con todo lo que sucede alrededor, con el espectador o el hincha, ese ida y vuelta, cómo influye lo que pasa en la cancha y lo que pasa en el escenario con lo que pasa afuera. Y la pasión, estás actuando y estás toda tomada por la pasión. Entonces, el fútbol tiene mucho de teatral, sin el detalle de la ficción, pero estás ahí, corriendo atrás de la pelota, en el personaje.

¿Cómo era el personaje de Dylan?

Dylan era un niño con el sueño de ser jugador de fútbol, con todo un contexto social, una reflexión y una crítica a ciertos procesos sociales que se daban en el país en 2002. Pero el personaje puntual era un niño de un barrio periférico soñando con ser futbolista y con una carencia de recursos increíble. Hay una escena donde él está solo, jugando a la pelota, y cuenta todo su sueño de qué va a hacer cuando sea futbolista. Pensé que tenía que preparar bien esa escena para poder, al menos, dominar la pelota, pero después me di cuenta de que ni Mati ni Dylan sabían jugar al fútbol. Dylan era un niño de nueve o diez años que jugaba en la canchita pero no era un zarpado, y Mati hace lo que puede y lo que le gusta. Entonces, lo que fuera aprendiendo en mis prácticas con Las Finas iba a estar bien. Con Dylan nos encontramos desde ese lugar.

¿De qué manera fue influyendo el fútbol en la construcción de ese personaje?

En el momento en que nos convocó Florencia [Caballero Bianchi, dramaturga, directora de la obra], Dylan era el personaje menos claro, menos acabado. Era un niño varón con determinadas características y en determinadas condiciones. Después fue tomando claridad el personaje, porque era el personaje periférico de lo que le sucedía a los otros personajes, pero daba una perspectiva muy clara de cuál era la realidad, la de él y la realidad general de 2001. Era la voz de la realidad en la voz de un niño devastado por una crisis, una perspectiva inocente y soñadora en una realidad terrible que lo obstruye, que lo oprime y que lo discrimina. Dylan fue creciendo y el fútbol fue teniendo un lugar claro también. De hecho, Dylan está todo el tiempo con una camiseta de Boca. Al principio querían que Dylan tuviera una camiseta de Peñarol, a lo que me negué rotundamente. Puedo entender y aceptar que Dylan no es de Nacional y me puedo poner una camiseta del cuadro que quieras, pero no de Peñarol. Entonces, Dylan es un gran fanático de Peñarol pero con la camiseta de Boca, tengo esos niveles de hincha donde no transo.

¿Volviste a jugar al fútbol después de Las Finas?

El año pasado me invitó a jugar un grupo de chicas que se llama Las Vigorosas, me empecé a sumar y jugamos todos los miércoles. Con una orientación nos armaríamos más; está la conciencia de organizarse, pero es lindo también ver ese lugar de que hay mujeres de mi edad ‒un poco más, un poco menos‒ que le están pudiendo dar un lugar al fútbol. Pudiendo por fin tener una pelota. Porque va más allá del hecho de que el fútbol haya estado siempre en tu casa. Va en el hecho de estar habilitadas o no para hacerlo. Hoy mis sobrinos juegan al baby fútbol y tienen compañeritas nenas. Son las menos, pero están y juegan divino. Por fin eso está pasando.

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