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Ruben Silva dirigiendo al primer equipo de Rampla Juniors, durante el entrenamiento del lunes, en la cancha de Las Marinas, en la base militar del Cerro.

Foto: Alessandro Maradei

En el lugar exacto, en el momento indicado: con Ruben Silva, entrenador de Rampla Juniors

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Antes de empezar a hablar de la nueva vieja B, recorremos anecdotarios como canchas que van desde donde entrena Rampla Juniors, en los prados de La Marina en el Cerro, hasta el viejo Parque Huracán, lleno porque llegaban los supuestos grandes en los ochenta y pico. Los estadios son como máquinas del tiempo donde recordar jugadas que pasaron y goles que nunca van a volver a pasar. O que no pasaron nunca. Entrar a un estadio es confundirse en el tiempo. No saber si el tiempo que corre es el de ahora o es el de antes o viceversa. Cuando el puntero desborde, ya habrán desbordado por ese mismo sector otros tantos, desde el blanco y negro hasta los colores de la pantalla, nunca en una jugada exactamente igual. Ruben Silva es el flamante entrenador principal de Rampla Juniors, puesto que ocupa por primera vez en su vida, salvo un par de interinatos, y tras un bagaje de añares como formador y como ayudante. El tricampeón uruguayo como jugador de Bella Vista, Defensor y Nacional (1990, 1991, 1992, respectivamente), que corrió con suerte de campeón también en la segunda división, como jugador y como ayudante del Turco Alejandro Apud, habló con Garra de este nuevo desafío, de este fútbol transformado, de correr, de soñar y de jugar de igual a igual en cualquier cancha.

Un trabajo pasional

Ahora que se juega mucho en el Charrúa o en el Centenario, aunque en la A, al mismo tiempo los clubes grandes están saliendo de sus estadios a jugar a algunas canchas que con gente sería supuestamente imposible. ¿Qué recuerdos de partidos llenos en canchas chicas te vienen?

Con Huracán Buceo jugábamos partidos con Nacional y Peñarol en el Parque Huracán. Ahora no sé por qué hay tanto drama, y menos sin gente. Es verdad que mueven mucha gente, pero les duele ir a las canchas a los equipos grandes. Les cuesta un montón. Se hace mucho más competitivo el campeonato cuando los sacan de sus estadios a los grandes. En la época del “quinquenio de los chicos” se salía continuamente a jugar afuera: Defensor en el 87, Danubio en el 88, Progreso en el 89, Bella Vista en el 90, y Defensor otra vez en el 91. Progreso le hizo seis goles a Nacional en el Paladino. Nosotros en el Parque Huracán no perdíamos ni con Nacional ni con Peñarol. Ese año Peñarol salió campeón de américa y al otro año, Nacional. Era pesado ir al Parque Huracán. Aquel túnel larguísimo. Contra Nacional en el 88 se armó un lío en la mitad del túnel, con Elbio Pappa el Chango, [José Luis] Pintos Saldaña, el Indio [Héctor] Morán. Al otro año fui a jugar a Nacional, me senté en la mesa a comer y apareció el Chango, y decía “acá está el peleador, acá está el peleador del túnel”. Qué chiquito que es esto. Ese fue el recibimiento en Los Céspedes.

“En el Parque Huracán no perdíamos ni con Nacional ni con Peñarol”.

En ese quinquenio te tocó salir dos veces campeón consecutivamente [con Bella Vista en el 90 y con Defensor en el 91), y en el 92 salir campeón con Nacional. Eso te marca como deportista e incluso como técnico.

Por suerte pude cumplir un año en Nacional, porque había estado poco tiempo la vez anterior. Jugué muchos partidos con Nacional, pero me fui enseguida porque me vendieron a México ‒eso significaba algo especial‒. Por otro lado, Bella Vista siempre fue un club simpático, tuve la suerte de jugar y tenían calidad. Además, era como una familia, tanto fuera como dentro de la cancha. Después tuvo una caída abrupta hasta desaparecer y hoy está ahí, de nuevo en la lucha, tratando de volver a meterse en la historia, pero es verdad que lo de aquel campeonato fue muy grande. Uno participó de esas cosas, lo vivió, se preparó para eso. Pero nunca lo vamos a vivir como el hincha, el hincha lo dimensiona de otra manera. Más que uno mismo. Te cruzás con la gente y se acuerdan como si fuera ayer. Se ponen a nombrar cosas que yo no me acuerdo. Tienen momentos que les quedaron atesorados porque ellos lo estaban viendo. Lo tienen marcado. El sentimiento del hincha es otro. Nosotros entramos a la cancha y llevamos adelante nuestro trabajo, un trabajo que cuando deja de ser pasional no se disfruta tanto. Yo le pongo toda la pasión que tengo a lo que hago. Es nuestro trabajo pero es lo que nos mueve, la pasión que nos tiene ahí, que nos lleva a hacer cosas totalmente diferentes, que sólo hacés por el fútbol.

¿Cómo ves a los jóvenes pensando en cuando vos fuiste un jugador joven en tu época?

Lo bueno de la globalización es que podemos acceder a ver fútbol de diferentes estilos y países. Eso te da una apertura y una amplitud tal como para buscar un fútbol diferente, como cada cual lo vea, y mejorarlo desde ahí. Pero no se puede escribir si no se sabe hacer la “o” con un vaso. Hay caminos que tienen que irse transitando. Y el camino de inferiores es fundamental para desarrollar ese fútbol que ven por la tele. Dentro de esa idea de que hay un fútbol diferente y que realmente lo podemos hacer copiando lo bueno, el orden le sigue ganando al desorden, y hay etapas que no se pueden saltear. Si no, tenemos zagueros que salen jugando pero no hacen coberturas, o laterales que se van al ataque y después no llegan a cerrar. En Rampla tratamos de hacer que los juveniles vayan captando la idea, para adaptarse rápido a ser profesionales.

Son importantes en la carrera esos momentos previos y posteriores al debut y los primeros partidos en primera.

Yo he notado, desde que soy entrenador, que la mayoría de los jóvenes son receptivos. Y tienen hambre de aprender. Porque después, más allá de lo que entrenes, el que marca y deja claras las cosas en su lugar no sólo es el tiempo, sino que también es el rendimiento el día que te dan la oportunidad. Aunque en el día a día se ve el progreso, el querer aprender; eso que te dice en un momento que ese jugador está para jugar en primera. Quien jugó sabe que la diferencia entre jugar o no jugar pasa por la oportunidad; no tanto por si el que está adelante es mejor o no, sino por tener la oportunidad de demostrarlo. Son dos o tres cositas que se unen en determinado momento y te marcan la carrera. Es una práctica que andás bien y te mandaron para adentro. Por eso nosotros insistimos en que se preparen, que entrenen para ellos mismos y que estén listos, porque vos no sabés cuándo te van a señalar y te van a decir que vas para adentro. Y ese partido te puede cambiar la vida.

“La pasión nos lleva a hacer cosas que sólo hacés por el fútbol”.

Correr y soñar

¿De qué manera puede caracterizarse el trabajo del nuevo cuerpo técnico de Rampla Juniors?

Somos cinco: está Javier Piña, que es el entrenador de arqueros, Gabriel Rijo y Diego Garay, que son los entrenadores alternos, y el profe Matías de Pablo. Nos dividimos permanentemente los trabajos. Si bien estoy en las diferentes zonas, trabajo mucho la parte defensiva. Me quedo a trabajar aspectos específicos defensivos y Diego o Gabriel, con los aspectos ofensivos, para corregir con base en lo que nos falta y a dónde queremos llegar. Esta semana trabajamos la línea de cinco y la semana pasada trabajamos la línea de cuatro. Con [Alejandro] Apud trabajábamos similar, dividiendo las tareas. Me enfoco más en la tarea de la defensa, por el conocimiento de haber jugado tanto tiempo en el puesto. Lo importante es complementarse con los otros compañeros. Pero la metodología y la forma de llevar a la práctica la idea de juego es algo que se mantiene. En general me ha tocado estar en el lugar exacto y en el momento indicado. Como técnico y como jugador. Como técnico, con Apud, las dos veces que estuvimos juntos en la B ascendimos y salimos campeones. Como jugador en Racing, salimos campeones del Apertura pero no pudimos ascender. En la Liguilla tampoco pudimos, y terminamos ascendiendo en el repechaje, casualmente contra Rampla. Al otro año me fui con el Coco [Javier] Beethoven a Central Español y también ascendimos. Las dos veces que jugué en la B ascendí, así que, si se alinean los planetas, algo bueno tiene que salir este año.

Ruben Silva.

Foto: Alessandro Maradei

¿Cómo ha sido el camino para llegar a ser el técnico principal de Rampla luego de unos cuantos años de ayudante y una gran carrera en inferiores, sobre todo de Bella Vista?

En Bella Vista arranqué de técnico alterno con Carlos Manta. Dirigí tres partidos de forma interina, cuando se fue [Gustavo] Matosas, y también en Central Español, pero siempre interino. Me habían dicho un par de veces para dirigir. Pero yo estaba bien, metido en el grupo de trabajo, con objetivos claros. Este año cumplo 57 años, y por más que yo no me sienta un tipo discontinuado o viejo, los años marcan. Esta es una oportunidad de oro, para poder mostrar el trabajo. Era el momento, si no ¿cuándo iba a ser?

Está ese prejuicio de los técnicos jóvenes y los técnicos veteranos. Es interesante contraponer la experiencia en un momento en que el fútbol está transformándose.

No me voy a quejar de lo que no he hecho, habiendo tenido oportunidades para dirigir primera división o inferiores. Dirigí siete años dos categorías por año en Bella Vista, donde trabajé con mi hermano Andrés, con Miguel Penino, con el profe con el que estamos trabajando juntos ahora. Mi idea siempre fue formarme, involucrarme en el trabajo, dar la palabra y llevarla adelante. Quizás podría haber dirigido antes, pero las cosas se dan cuando se tienen que dar. A Garay también lo conozco desde el 2000 en Central Español. Es un grupo de amigos que sabe dónde está parado, a qué equipo fuimos, cuál es el objetivo, y que va a ser todos los días un pasito.

¿Cómo es Rampla y cuáles son esos objetivos?

Percibimos que Rampla es un equipo grande, que tiene una gran hinchada, que se hace sentir cada vez que vamos al Cerro. Y siempre te hablan del clásico. “El clásico hay que ganarlo”, te dicen. En otros equipos te hablan de clásicos y en realidad son un partido más. Sí había sentido, en otros equipos, que lo único que importa es ganar. Y eso te hace cambiar. Porque después hay lugares donde te dicen que un partido es “perdible”. Entrenar una semana para ir a jugar un partido “perdible” no tiene sentido. Para eso me quedo en mi casa. El ambiente cambia cuando se gana y cuando se pierde. Por eso les grito “correr y soñar”. A veces me miran, no lo entienden. No podés jugar al fútbol si no pensás que vas a salir campeón o dar una vuelta. No podés. Un día te va a llegar. Vos tenés que soñar con que vas a ser el mejor. Yo me retiré sin hacer la jugada que yo soñaba. Una vez casi la hago. Estábamos jugando el repechaje por la permanencia en Atacama con Temuco. Íbamos perdiendo 2-0, pero el gol de visitante valía doble. Quedé frente al arquero, él y yo, no sé qué hacía yo ahí. Pensé en hacerle la bicicleta, pasarle una pierna por arriba, la otra, y hacer el gol. Pero me quedé sin aire, me tropecé, todo a la vez. Apenas le pegué y el golero la agarró. Era el gol soñado, nunca más quedé mano a mano con el golero. Nunca hice el gol soñado, pero siempre soñé con hacer ese gol. El jugador de fútbol tiene que correr y soñar, no hay otro alimento. Vas corriendo y vas pensando en ganar.

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