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Luis Torrecilla, de Vida Nueva San Jacinto, de Canelones, y Marcos Silvera y Santiago Mendiola, de El Inca, de Casupá, en el Estadio Mario Vecino, en San Jacinto.

Foto: Fernando Morán

El fútbol del interior rebrotó con la Copa de Clubes como bastión

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En tiempos de profunda crisis, los clubes de todo el país volvieron a competir realzando el sentido original de la práctica deportiva y tornando resistente a la noción comunitaria.

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Leído por Andrés Alba.
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Cuando nada había y nada era, su gente lo fue todo. La reposición puntual y general del fútbol del interior se armó desde el pie popular, con la base emocional de siempre y triplicada, como si fuera la adversidad el motor que echa a andar los más bruscos empujes minuanos, salteños, lacazinos, casupenses.

Tras la fase más recia de la cruda crisis que atravesó, el fútbol propio de 99,7% del territorio nacional se refundó con la Copa de Clubes como bastión. En sus divisionales A y B, 68 entidades recorren de lado a lado al Uruguay sin “dentro”. En ómnibus, en combis, en autos. Como punteros de caravanas largas, con pueblos y barrios de escoltas.

En los márgenes del torrente de jeques, oligarcas locales, sociedades anónimas y aduladores con nombre, un fenómeno social se erige sin estridencias, diverso y amplio. Realzando el sentido original de la práctica deportiva, tornando resistente la noción comunitaria, perteneciendo y perpetuando los patrimonios palpables y los intangibles, los afamados y los coloquiales. Lo distintivo del fútbol del interior es la exacerbación de los vínculos socioafectivos. Puestos en escena, desprenden mínimas historias; instancias cotidianas, imperceptibles, forma y parte del diario vivir nuestro. Las cosas que pasan. Ni más ni menos.

Andar por las canchas es un ejercicio de acercamiento a la realidad. Nadie va trillando con una lupa sociológica, pero un instante de abstracción y análisis puede resultar suficiente para percibir la puesta en práctica del vasto repertorio de costumbres, tendencias, valores y entreveros de la sociedad oriental por la vía de sus comunidades. “La vida exagerada”, al decir de Jorge Valdano. Quizás sea, en tiempos que vulneran, bajo el marco de un sistema opresor por concepción, una ventana por la que sacar la cabeza y gozar de lo emocionalmente posible, cada día más finito, cada rato más exótico.

Por lo pronto, el crujir de los maníes por las suelas, los piñones rotos de las bicicletas, el hervir de la transpiración, el humo hegemónico y choricero, la justeza del alambre al dedo. Una charla trivial. Nada es tan dramático, todo volvió a ser.

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