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Un empleado muestra el camino a los aficionados en la línea de metro hacia el estadio Al Bayt en Doha, Qatar, el 20 de noviembre de 2022.

Foto: Martin Divisek, EFE

Para ser sede de un Mundial se precisa sentir el fútbol

5 minutos de lectura
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Desde Qatar, Chenlo nos trae las primeras impresiones del país anfitrión del Mundial, una sede mal elegida.

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la diaria nació el 20 de marzo de 2006. Uruguay había quedado afuera del Mundial de Alemania al caer por penales en la revancha de la repesca con Australia. A pesar de que la peleamos para tratar de estar como medio en el mundial germano, no pudimos y, como se sabe, partido que no se puede ganar no hay que perderlo, así que al año siguiente, en el invierno de 2007, arrancamos rumbo a Venezuela para la Copa América. Ahí nació esta artesanal y natural libreta de apuntes de viaje, que arrancó y pervivió durante años como “Tienes un e-mail”.

Eso natural, fluido y grandioso ida y vuelta entre ustedes y nosotros hace que tenga bien presentes algunas de esas piezas de almacén de barrio que perviven en mi recuerdo. La de la receta de las arepas y la de aquella vez que a los periodistas nos habilitaron un hotel de alta rotatividad como lugar de hospedaje son las que rescato del inicio; la de los cancanes en la noche más fría del mundo, en Sudáfrica 2010; la del bingo ganado en el ómnibus de Mendoza a Buenos Aires, en la Copa América 2011; la que casi no la cuento después de una manifestación anti-Mundial y anti-Dilma, en la Copa de las Confederaciones en 2013; la del dolor de los brasileños viendo desde un bolichito en el pueblito de Sete Lagoas el empate de Brasil con México en el Mundial 2014; el presente griego Álvaro Leonardo Castillo, el chileno criado en Uruguay cuando el partido de cuartos de final en la Copa América de Chile 2015. Y tantas más, siempre con ella tatuada en el pecho.

Para 2018 pasó a ser #CómoSePideAguaCalienteEnRuso y para mí resulta inolvidable la de Vladimir, el joven que me encontró en una estación de metro y me condujo sin que él fuera para ahí hasta el hotel que había reservado en Nizhny Novgorod, la del pianista en la estación de trenes de Moscú, o la de la pareja de jovencitos que en medio de una gran perdiz junto a Sandro, en Samara o en Sochi, se subieron con nosotros al trolley correcto y nos fueron indicando nuestro destino.

Andá a tomar mate

Para este año me gustaba #TomandoMateEnQatar, pero antes de eso tengo un entripado apretado dentro del pecho que me tengo que sacar: un poco porque me formatearon y otro mucho porque he querido seguir ese camino, soy y quiero ser un humanista, y hablo en primera persona porque la diaria está compuesta por decenas de nosotros y nosotras que hacemos nuestra labor zurciendo nuestras subjetividades con la seriedad y el profesionalismo que nuestro trabajo requiere. Soy humanista y además progresista, y entonces no me gustan muchas de las cosas que a distancia me he enterado de otras formas de vivir de otras sociedades que no son la mía, ni puedo determinarlas o encasillarlas porque no las vivo.

Mi concepción de vida dista de unos principios religiosos que no abrazo –porque no abrazo ninguno–, pero además de ciertas interpretaciones que, por ejemplo, minimizan a la mujer, por decir algo fácilmente observable. No me gustan muchas cosas y están todas entrelazadas en relación a la vida, a vivir en Qatar. No me gusta la desigualdad, el sometimiento de la mujer, el desconocimiento y el castigo a la homosexualidad, y seguramente decenas de cosas más. Pero estoy acá en Qatar. ¿Entonces? No soy un objetor de conciencia, y estoy trabajando, divulgando, y tal vez hasta publicitando esta Copa del Mundo. Se sabe, está casi probado que la votación de hace 12 años estuvo absolutamente llena de controversias, por decir algo muy livianito; que muchos de los ejecutivos de la época hoy procesados o enjuiciados por corrupción fueron fundamentales en la elección de Qatar como sede para este Mundial. Hay, por lo menos, 6.500 trabajadores que murieron injustamente en condiciones de trabajo incomprensibles e inhumanas para construir los estadios, y tantas cosas más que no se saben o se tapan.

El Mundial se hace, ya se está jugando y es, a pesar de la forma como fue elegido, a pesar de los que fueron ejecutivos de la FIFA enjuiciados por corrupción, a pesar de la aceptada forma de vida de esta sociedad, un evento extraordinario que, muy por detrás de los negocios, las conveniencias y toda la estructura propia de una bolsa de valores, sigue enalteciendo al fútbol, a los futbolistas y su competencia.

Estoy por el fútbol, que es parte de mi vida, y por los deportistas. Estoy por mi profesión y por mi lugar en un medio de comunicación que honra cada día la tarea. Estoy por la celeste, que no es necesariamente la representación plena y absoluta de Uruguay, pero sí es una gran parte. Estoy a pesar del gran dolor que representó para mí la injusta y triste salida de Óscar Tabárez de la dirección técnica, quien creo que debería estar aquí finalizando su ciclo, pero no la transformación que les dio a las selecciones nacionales. Estoy por Suárez, por el Luis y compañía, por quienes tengo una enorme admiración edificada en años de esfuerzo continuo, de adhesión y compromiso.

Estoy por los deportistas, por la celeste, por el fútbol, porque es mi profesión pero también porque soy parte de la gente. Ya lo dijo el Choncho Lazaroff justamente en el inolvidable Cuplé de la gente: “No represento a ninguno y los represento a todos. Por eso me subo a la murga para cantar en el coro”.

Dicho esto, con dolor y con muchísimo respeto por temas que no deberían ser pasados por alto, y metiéndome en el Mundial que hace 12 años dijeron que iba a ser aquí, y ya no hay vuelta, no hay tu tía: les aviso a los electores de 2010 que eligieron muy mal. No porque Qatar no pueda ser sede. No porque los habitantes de Qatar no puedan ser destinatarios del disfrute de un Mundial, sino simplemente porque debió haber sido elegida Inglaterra, que era su competidora, u otra nación que tenga como colectivo algo más que una avasallante economía o deseos de demostrar su gran capacidad, porque para ser sede de un Mundial se precisa sentir el fútbol, ni siquiera saberlo jugar, ni siquiera ir todos los domingos al estadio. Tampoco es necesario saber o entender la Regla 11.

Pero hay que sentirlo, vivirlo, reconocer su perfume, saber su música sin buscar las partituras, entender qué es lo que pasa cuando el empeine entra perfecto, y pocas veces en la vida, en el punto justo de la pelota.

Ahora ya es tarde y la idea es que salga un buen Mundial, y a su vez que, como masa planetaria, podamos ser punto de partida de discusiones impostergables en nuestras vidas, de ellas y ellos.

Ahora sí. Tengo una manija con que llegue el jueves para ver a la celeste que ni te cuento. Les paso un par de piques: es caro, carísimo para el consumidor medio, pero el turismo gasolero también es posible. Yo estoy compartiendo con cuatro periodistas más un lindo apartamento que está a 20 metros de una larguísima avenida que a mí me parece un Chuy atómico, con un comercio al lado de otro por cuadras y cuadras. Los supermercados tienen precios similares a los de Uruguay, hay muy buenas frutas, y en el rango verdura ya se complica un poco más porque las hojas verdes son muy caras. Está bien que te guste la lechuga, pero no podés andar pagando 230 pesos una pequeñita. La gente es muy servicial, muchísimo. El transporte público está bien, pero creo que no se usa mucho el bus. El metro –divino– es un poquito más usado. El tránsito es complicado. Manejo agresivo, uso indiscriminado de las bocinas y muchos roces, aunque no es Nápoles ni Lima: respetan bastante los semáforos.

Me voy que tengo partido. Te llevo tatuada en el pecho.

Abrazo medalla y beso,

El Chenlo.

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