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Julio César Morales.

Foto: s/d de autor

La muerte de Julio César Morales

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Rascá la Cáscara: a propósito del fallecimiento del histórico puntero izquierdo tricolor, y de la selección uruguaya.

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Sus espectadores no lo sabíamos medir en tiempo, tal vez sí en el espacio. La pelota, como un bólido, venía cayendo a la izquierda desde la derecha, y el Cáscara parecía que se venía preparando desde que nació para calzarla justa, de aire, pero bien contra el piso. ¡Paf! Y la guinda salía disparada cruzada, potente y teledirigida a las redes.

Decenas de veces los cercanos pobladores de la Olímpica contra la Ámsterdam, de la Colombes contra la América, presagiaron aquel movimiento, festejaron el gol, fueron perforados por la angustia de tener a Julio César Morales como rival galopando por la izquierda y aprontando su zurda para cruzarla, una y otra vez.

De pegada portentosa y ajustada, joven puntero de centro incluido, o añoso extremo de solidario aporte y de experiente resolución, Cascarilla Morales fue uno de los extremos izquierdos de mayor jerarquía de Uruguay y de América en las dos décadas que jugó.

Arrancó en Racing de gurí, y ahí nomás llegó a la selección, a los 20 años; en 1966 pasó a Nacional donde sumó muchísimos títulos entre los que sin dudas destacan dos Libertadores y dos Intercontinentales, fue campeón de todo en el Austria Viena, y volvió para seguir siendo campeón en Nacional y en la selección, con la que logró el Mundialito, ya con 35 años. Fue mundialista en 1970 donde se recuperó de una de las primeras artroscopías de rodilla en medio de la competencia en apenas unos días, y siempre, cada vez, honró con su esfuerzo y calidad la camiseta que llevaba sobre su pecho.

Ahí viene la guinda desde la derecha. En la izquierda está el Cáscara, los que no lo conocen no saben lo que se avecina. La pelota va a caer cerca de su pierna izquierda y seguramente el 11, Julio César Morales, la abrirá más sobre su izquierda o intentará controlar para el pase. Nada de eso. Cascarilla inclina levemente su cuerpo a la derecha, flexiona ligeramente su pierna diestra para encontrar un equilibrio que sólo él parece conocer, y cuando la pelota parece que picará frente a su humanidad, ¡paf!, sale el zurdazo potente, cruzado y definitivo, que sellará su recuerdo por siempre.

Chau, Cáscara.

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