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Universitario de Salto y Lavalleja y de Minas, el sábado, en Salto.

Foto: Marcelo Cattani

Se vienen las finales de la Copa Nacional de Clubes de OFI entre Universitario y Central

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-¡Y ya estamos llegando a la gran final! –grita el relator televisivo, que entiende, como si fuera la vieja radio de los tiempos de Solé y Pelliciari, que el relato debe ser en voz alta y fuerte.

-¡La final será en Salto el domingo 28 de agosto a las 16 horas! –el relator nombra a Universitario, que anda volando y se sacó de encima a Lavalleja de Minas. El rojo salteño no sólo vuelve a ser finalista de la Copa Nacional de Clubes como en el 2019, sino que además está en Fase 3 de la Copa Uruguay, y en la pelea segura del campeonato salteño.

Mientras el relator anunciaba el evento que será televisado, él relataba para la TV un épico final de un partido de donde saldría el otro nombre para poder completar la oferta del magnífico evento que para muchos será como una emisión más de su serie o novela favorita a través de la pantalla, pero, para otros tantos, era la final del mundo en la cancha, en Dolores, en donde se estaba emitiendo y donde se estaba decidiendo que Central de San José, seguramente el mejor club de los 600 y tantos de OFI de la última década -y camino a convertirse en mito-, jugaría una nueva final.

Aquello era un hervidero, y los cerealeros parecían unas tolvas contra el arco que da a los silos, buscando una hazaña conocida y que ya habían ensayado con Boquita de Sarandí Grande y con Ituzaingó de Punta del Este, clasificando en el último minuto.

Benedetti y el San Salvador

Una locura. Diga que estábamos a ocho o diez cuadras del San Salvador como para asegurarnos que estábamos en Dolores en 2022 y no en el Montevideo de 1960, a menos que Mario Benedetti fuese un viajero de futuro cuando escribió “Puntero Izquierdo”, porque aquello parecía arrancado de uno de los más grandes relatos de fútbol publicado en Montevideanos por el enorme Benedetti.

Bo, ¿nunca leyeron “Puntero Izquierdo”? Dejen de perder el tiempo conmigo y abrácense a Mario: “Vos sabés las que se arman en cualquier cancha más allá de Propios. Y si no acordate del campito del Astral, donde mataron a la vieja Ulpiana. Los años que estuvo hinchándola desde el alambrado y, la fatalidad, justo esa tarde no pudo disparar por la uña encarnada. […] Para jugar más allá de Propios hay que tenerlas bien puestas. ¿O qué te parece haber ganado aquella final contra el Corrales, jugando nada menos que nueve contra once? Hace ya dos años y me parece ver al Pampa, que todavía no había cometido el afane, pero lo estaba germinando, correrse por la punta y escupir el centro, justo a los cuarenta y cuatro de la segunda etapa, y yo que la veo venir y la coloca tan al ángulo que el golerito no la pudo ni pellizcar y ahí quedó despatarrado, mandándose la parte porque los de Progreso le habían echado el ojo. ¿O qué te parece haber aguantado hasta el final en la cancha del Deportivo Yi, donde ellos tenían el juez, los líneman, y una hinchada piojosa que te escupían hasta en los minutos adicionales por suspensiones de juego, y eso cuando no entraban al fiel y te gritaban: “¡Yi! ¡Yi! ¡Yi!” como si estuvieran llorando, pero refregándote de paso el puño por la trompa? Y uno haciéndose el etcétera porque si no te tapaban. Lo que yo digo es que así no podemos seguir. O somos amater o somos profesional”.

Una cosa impresionante ese final en Dolores. Resulta que el primer tiempo lo ganaba con autoridad Central 2-0 con dos goles de El Tanque Agustín Bombi. Por una pavadita al final del primer tiempo expulsan a Larrauri en el decano maragato, y qué me decís que en menos de diez minutos de la segunda parte Alejandro Planchón pone el 1-2, y encima Central se queda con nueve por la expulsión de Fabricio González. Fue media hora, 40 minutos de una tensión infernal y de cosas que no deberían pasar pero que pasan, y dale que va, Barracas atacando y Central defendiendo y contragolpeando con inolvidable gestión de Mauro Portillo, y la gente dejando incandescentes los alambrados, y los jugadores todos hechos una misma masa que ataca y que saca, que mete y que pone, y los suplentes entrando a la cancha, hasta que literalmente meten con pelota y todo para adentro del arco al floridense Fabio García, un arquero de excepción en una jornada de excepción, y el juez da gol, en una pelota que seguramente no entró, y que si entró fue por el topetazo desesperado del futbolista doloreño.

García, a quien después de esa acción le bailaron un malambo en el cuerpo, se levantó como un duque y siguió hasta el final cuando fue levantado en andas por sus compañeros, cuando la final, esa del domingo 28 de agosto a las cuatro de la tarde en Salto, ya tenía a sus dos protagonistas asegurados: Universitario de Salto y Central de San José, que, tras un global de 3-3 después de haber empatado en la ida en el Casto Martínez Laguarda 1-1, terminó clasificando por más goles de visitante, ítem aún válido en la OFI.

La épica retornable, en envase de once

Central es un equipo épico, y de una jerarquía construida en los rincones de las canchas, en las tensiones de los campeonatos, arriba de los ómnibus, autos y camiones por donde ha viajado la ilusión de los hinchas del decano buscando llegar a lo más alto, a la orejona.

Desde 2011, cuando quedó fuera de la final de manera increíble después de ir venciendo 5-0 a Ferro Carril de Salto, el equipo albinegro josefino ha jugado 10 campeonatos del interior incluyendo este al que le restan los últimos dos partidos, y en seis de ellos ha sido finalista. Impresionante. Ha ganado cuatro títulos, fue vicecampeón en una oportunidad, y ahora, al igual que Universitario de Salto, va por ser el mejor de la edición 2022.

Quería salir desde ese punto de partida para tratar de resignificar lo que son para nosotros estos campeonatos. Porque debe saberse, para aquellos que aún no están enterados, que aún hoy, con partidos de fútbol en pantallas de 0 a 24, con conocimiento de lo que lo que pasa en el vestuario del Niza, y ahora también de las jugadas preparadas del Sunderland, con equipos de plástico jugando en el Centenario para 50 aficionados en las tribunas, para nosotros esto, el fútbol, la orejona, nuestros mundiales, es todo, siguen siendo todo.

No sé bien cuándo se me ocurrió definirlo como nuestro mundial, pero sí sé que, a través de ocupar posiciones de decisión en medios nacionales, procuré otorgar la importancia y la jerarquía merecida al campeonato del interior OFI, tan nuestro como el de la AUF. Me acerco un poco más, a cuando por ironía y cierta rabia por ausencia, se me ocurrió, hasta por coincidencia de trofeo, llamar a la copa “la orejona” y en coincidencia denominar al torneo la Champions.

La mayoría de nosotros sabemos que hay una exageración en la definición, porque está claro que las competencias de nuestros pueblos no son como las de la FIFA, ni las de la Conmebol, o hasta la propia AUF profesional. Pero, sin embargo, el corazón, el motor de todo, es idéntico: la emoción.

Paso a paso

Estamos bajo el mismo cielo, estás a menos de una hora, dos, a reventar cinco horas, de la ciudad donde todo se decide, donde todo se hace, pero sin embargo es distinto, y en este caso es mágico. Las motos y bicicletas apiladas contra el muro del estadio, sin cadenas haciendo eterno equilibrio con el pedal contra el cordón. Las inequívocas y claras señales de humo de la parrilla amplia con generosos chorizos de rueda, los altoparlantes, la panadería de la otra cuadra, la gente, todos absolutamente endomingados como si ya estuvieran quemando la pilcha de la noche de la nostalgia.

Y ahí, entre esos hombres, esos vecinos que se están aprontando como para jugar la final del mundo aunque mañana no aparezcan ni en el último partido de Fechas Pasadas, ni sean la tapa de los diarios, sienten que están ante el momento deportivo de su vida. Y van por él, cada día, cada partido, van por ella, y la adrenalina fluye y los muchachos, los hinchas-vecinos, los hinchas-primos, los hinchas-novias, vocean de al lado a menos de un metro de que se forme esa ronda de juramentación entre gritos.

Esos hombres niños, niños hombres, han vivido este sueño, tanto como el del día que llegaron a probarse a Montevideo, tanto como el día en que por primera vez pisaron el Centenario, tanto como el de perseguir ese sueño celeste con forma de camiseta.

Que estaban viejos decían, que no podían levantar las gambas, que ya no eran los mismos, y aquí están otra vez en una final. Una inmensidad.

Jerarquía construida desde el esfuerzo, la capacidad y la acumulación de aciertos y errores.

Se vienen las finales y es una maravilla, porque a ese ya mítico Central de innegable jerarquía y múltiple campeón, aunque sea o aparezca como una cuestión secundaria, se enfrentará el Universitario que ha dominado los últimos años del fútbol salteño, sumando cuatro títulos, y que viene haciendo de sus estrategias en competencia su principal arma para enfrentarse a quien sea.

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